47
—¿Quién? —gruñó, arrugando la nariz.
—Ah... sí, quizás no la recuerdes. Pero estuviste con ella luego de lo que le sucedió a tu madre.
—Ah —murmura. No. No la recuerda—. ¿Para qué quiere verme?
—Ya sabes, lo de siempre: quiere saber cómo estás, si te encuentras bien, si has tomado tu medicina. También está ansiosa por conocer a la persona especial que tanto mencionas.
—Ya veo. Dile que también estoy emocionado por volverla a ver —miente, intentando no cuestionarse de qué mujer habla—. ¿Solo eso era?
—Sí, quería cerciorarme de que estuvieras bien.
—Estoy bien, así que no te preocupes.
—Me alegra oír eso. Y, sobre esta persona especial, ¿sabe sobre tus... problemas?
Adrien guardó silencio mientras observaba a Isamu partir un pedazo de su postre.
Sabía que estaba enfermo, pero no lo sabía todo.
No sabía de qué estaba enfermo.
Menos el por qué.
—Se puede decir que sí.
—Ya veo... Me alegra saber que por fin estés con alguien que te entienda.
—¿Ya acabaste?
—Sí. Ten un lindo día.
—Igual, papá.
—Te quiero, Adrien.
—Y yo a ti, papá.
Finalmente cortó la llamada.
Suspiró mientras volvía a guardar el aparato en su pantalón.
—¿Todo bien? —inquiere Isamu, aunque de inmediato se reclama por hacer tal pregunta.
—Sí... Solo era mi papá preocupado por mí... Me ha estado llamado mucho últimamente, pero debe ser porque está ansioso por volver a verme.
—¿Hace cuánto no se ven?
—Desde que estoy viviendo aquí... Tres años o algo así.
—Ya es bastante...
—No es el tiempo suficiente, creo yo.
Hubieron unos momentos de silencio entre ambos.
Adrien acercó su café a sus labios.
Café helado.
Era irónico.
No estaba bien, definitivamente. El café debería ser caliente, no estaba bien que fuera helado. Debía poder disfrutarse la sensación humeante y la cafeína entrando a tu cuerpo acompañada de una oleada de calor.
Pero era frío.
Simplemente no estaba bien.
Ugh.
La verdad es que solo estaba buscando una excusa para no pensar en la dichosa doctora Ford que ahora su padre había clavado en su mente.
Amaba el café helado, pero se iba a convencer de odiarlo si con eso podía evitar cuestionarse sobre la mujer que aparentemente lo trató luego de la muerte de su madre.
—Ah, tu madre... —murmura, levantando el rostro para ver a Isamu.
—¿Qué? —responde el asiático, sorprendido por el repentino aparecimiento de voz.
—Tu madre —repite Adrien, irguiéndose en su asiento—. Iba a volver esta semana, ¿no?
—¡Cierto! —exclama, de pronto consternado— Lo había olvidado, mierda... Debe estar tan preocupada...
—No te ha llamado... — recuerda, y por fin pone su atención en su croissant.
—Bien, quizás no está muy preocupada por mi —masculle, desviando la mirada—. Pero en cualquier momento se va a preocupar...
Adrien enarcó una ceja, dando una mordida a su bocadillo.
—Se va a enojar porque dejé la florería —admitió finalmente, frunciendo los labios y haciendo un pequeño puchero de aflicción.
—Poco a poco te haré entrar en consciencia sobre tu condición —sentenció, dando una mordida a su comida.
—¿Mi condición? —repitió Isamu, desviando levemente la mirada y acercando su café a sus labios.
—De abusado —aclaró.
—¿Ah?
—Abusado. Eres un niño abusado, Isamu.
—No lo soy —aseguró, apretando sus manos en puños.
—Esa clase de cosas son las que dicen los niños abusados.
El asiático frunció el ceño.
—Bien, vámonos ya —sonrió finalmente, apartando su plato y su taza vacía.
—Ah, claro —murmura, dando grandes tragos a lo que le queda de capuccino, sin importarle lo caliente que está. No se encuentra precisamente hirviendo, pero con la temperatura que presenta el sabor se disfruta más si se dan tragos pequeños.
Una vez acabado el líquido, se limpia la boca con el dorso de la mano, y se acerca junto a Adrien a la caja. El más alto paga todo, y finalmente se retiran.
Mientras caminan a la salida, Adrien extiende su mano y sujeta la de su acompañante.
Este se estremece ante el repentino gesto, el calor del capuccino le sube al rostro, y su agarre se tensa un poco. Mira a Adrien, como buscando una respuesta a tal repentina acción, pero lo único que obtiene es una gentil sonrisa de relucientes dientes rectos.
Sonríe también, mientras se esconde el rostro en su mano libre para ocultar la escandalosa reacción de su rostro.
Adrien sonríe también mientras a la lejanía observa una mujer de rasgos afilados acercándose a ellos con grandes pasos, claramente molesta, iracunda, colérica...
Oh, jo, jo.
Se iba a poner bueno.
Iban a armar drama.
Amaba el drama.
Porque lo mantenía distraido de su propio pensamiento.
—¡Isamu!
Anzu pronunciaba bastante distinto el nombre de Isamu a como él lo pronunciaba.
Si tuviera palomitas las estaría comiendo.
—¡Mamá! —exclama horrorizado.
—¡Con que aquí estabas! —la mujer empieza a hablar en fluido japonés— ¡¿Qué fue esa nota diciendo que estabas donde tu padre?! ¡Me la creí por un momento! Cuando lo llamé y me dijo que no estabas con él me dije que por fin te habías ido de la casa a hacer tu vida, ¡pero en su lugar te conseguiste un marido!
Oh, Adrien le agradecía eternamente a Eriko por haberle enseñado japonés, y agradecía también a su amnesia por no haberlo olvidado.
—Mamá, yo no...
—Nos vamos a casa, Isamu.
La mujer le sujetó bruscamente la muñeca, tirando un poco de él para apartarlo del alto muchacho, quien reconocía a la perfección por ser un cliente frecuente de la florería.
—¡No! —reclamó Isamu, soltándose con una fuerza que ni él conocía.
Adrien sonrió ante eso.
—¡Tú...!
La mujer elevó su mano, ignorando totalmente el hecho de que las personas a su alrededor empezaban a observar.
Adrien detuvo la segura cachetada con sus grades manos, sosteniendo la muñeca de Anzu, dedicándole una tranquila sonrisa.
La mujer observó llena de furia al muchacho. ¿Se estaba burlando de ella?
—¿No me digas que piensas cuidar de un sujeto tan inútil como lo es mi hijo? —rió ella, enarcando una ceja y zafándose del agarre del muchacho— ¡Por favor! Por mucho que lo ames, es un inútil, no sabe hacer nada bien, ¡deja de defenderlo y permite que nos vayamos!
—Ah, lo siento, señora Satori, la verdad es que amo mucho a su hijo, y no puedo permitirle que lastime su rostro con un golpe como ese.
—¡Tienes que estar bromeando! ¿Qué está mal contigo?
Adrien frunció los labios ante la pregunta sin respuesta.
—Bueno, si tanto le preocupa que Isamu esté conmigo, ¿por qué no lo dejamos escoger con quién quiere estar?
—Ah... ja, ja. Sí... sí, esa es una buena idea. ¡Isamu! —el pequeño hombre se estremeció y se aferró con fuerza al abrigo de quien creía era su pareja— ¿Escuchas lo que dijo? Claro que escogerás regresar con mamá, ¿no es cierto? Entiendes que este muchacho se molestará de tener consigo a un hombre tan inútil como tú. ¿Esperas que te mantenga toda la vida? ¡Pronto te volverás desagradable a la vista y ya no querrá pasar contigo ni una sola noche! Venga, regresemos a la casa y te prepararé té para que hablemos tranquilamente. Seguro extrañas las flores.
Isamu frunció los labios y apretó un poco más el abrigo de Adrien.
Sabía que al volver su madre simplemente le daría una paliza con lo primero que encontrara.
Pero tenía razón en algo: pronto se volvería un estorbo, una molestia para Adrien. Seguramente no faltaba mucho para ello...
—¡Isamu!
Soltó el abrigo del más alto.
—¿No crees que esas son las formas en las que se tratan a los niños abusados?
Él no era un niño abusado.
—Me voy a quedar con Adrien —sentenció finalmente, sujetando la gran mano que con anterioridad lo había protegido.
Se negaba a serlo otra vez.
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