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46

Poco antes del almuerzo, por fin fueron al mall.

Fueron directamente a comprar la maleta, abrigos y camisetas manga larga.

Adrien estaba levemente molesto, no eran los mejores o los más cálido, y no quería que Isamu se enfermera por culpa de la lluvia y el mal clima de su país natal.

Si se enfermaba debería, no solo llevarlo al doctor, sino además cuidar de él como por una semana, y que pereza.

Olvidaba regar sus plantas, seguramente olvidaría darle la medicina a Isamu.

No era la persona más dedicada del mundo, eso quedaba claro.

—¿Quieres que tomemos algo?—inquirió, viendo a la lejanía -no tan lejana- una cafetería repleta de gente.

—¿Ah?

—¿Quieres tomar algo en esa cafetería? —repitió, señalando el lugar que había captado su atención anteriormente

—Uhm... si no es una molestia para ti, me encantaría tomar algo contigo—sonrió ampliamente, desviando levemente la mirada.

De verdad que no podía.

—Adelántate, iré a dejar todo en el auto.

—Vale, ¿quieres que pida algo para ti mientras te espero?

—Cualquier cosa que no sea dulce está bien—indicó, tomando las bolsas que cargaba Isamu.

—Bien.

Simplemente se retiró, e Isamu hizo su camino a la cafetería.

Una mesera lo dirigió a una mesa y lo dejó con el menú, indicando que luego volvería a tomar su orden.

Suspiró mientras veía las letras. Todavía le costaba leer un en español, pero definitivamente era capaz de ordenar un café sin ayuda de su madre traduciendo cada palabra que no entendía.

¿Por qué los nombres de todos los cafés eran tan complicados? No llevaba su celular consigo como para usar el traductor.

Diez años en el país y no podía ordenar un café por su cuenta.

Maldita pronunciación complicada.

Agh.

Se iba a volver loco solo intentando pedir un café y un aperitivo.

¡Dos cafés y dos aperitivos!

"Tráigame cualquier café, un aperitivo salado y un trozo del mejor pastel."

Ajá.

Eso iba a hacer.

—¿Está listo para ordenar?

—Me tomaré unos momentos más.

—Como guste.

Ah, apuesto que si Adrien estuviera ahí hubiera ordenado sin titubear tal como él había pensado hacerlo hace unos párrafos.

—Hey, ¿por qué no has pedido todavía? —hablando del Rey de Roma, que ahora se sienta frente a él y se aparta unos cuanto mechones de cabello del rostro.

—Uhm... yo... todavía no había escogido qué podría gustarte.

—Busca algo salado, cualquier cosa está bien.

Ah, era su perdición. Iba a tener que admitir su discapacidad de lectura. Y no es que fuera algo malo, pero Adrien definitivamente se iba a burlar.

—Uhm... yo... no soy bueno leyendo en español.

—¿Ah? —murmuró, y abre los ojos con sorpresa, tomando el menú entre sus manos— Me lo pudiste decir antes, no te hubiera mandado solo a hacer esto.

Aquellos rasgados ojos se iluminan ante tal respuesta. Esperaba alguna humillación o burla por parte del menor, era normal que se sorprendiera al respecto.

—Lo siento...

—No, no te disculpes. Debí haberlo suponido —suspira, y examina la carta—. ¿Qué cosas te gustan?

—Me gusta mucho el pastel.

Ahora Adrien se sentía idiota.

Suspiró.

Isamu no tenía ningún acento marcado, así que no supuso que tenía dificultades con el idioma. Además, nunca pensó que el español era un idioma precisamente difícil, pero la diferencia entre kanjis y letras era mucha. Además, él tampoco sabía leer kanjis a pesar de hablar japonés bastante bien.

—¿Quieres un cheesecake? —inquirió, ofreciéndole una cálida sonrisa.

—Sí, un cheesecake sería perfecto —afirmó, devolviendo la sonrisa.

—¿Y qué para tomar?

—Me gusta el capuccino.

—Un capuccino será. 

Tan idiota que era imposible enojarse con él.

La mesera volvió a acercarse.

Adrien ordenó el cheesecake de Isamu y un croissant para él, además un capuccino y un café helado.

—Vendré de inmediato —anunció la chica, recogiendo el menú.

—Gracias —sonrió Adrien, mientras la ve retirarse.

Se acomoda el cabello una vez más.

—En dos días estaremos en Londres— suspira, dejándose caer en el respaldo de la silla.

—Me pone nervioso conocer a tu familia —admite, dedicándole una pequeña sonrisa.

—Más que nervioso, deberías estar aterrado —advierte, señalándolo con su dedo índice—. Mi papá es aterrador, mi abuelo lo es aun más, y mis hermanos son insoportables.

—Creo que todas las familias son así.

—Sí... quizás... Pero la mía es... un poco rara.

—¿Qué te hace decir eso?

—No lo sé... Es solo... algo que sé. Algo en mí me dice que es así... pero la verdad es que no recuerdo muchos momentos de mi familia... Ya sabes, no recuerdo realmente muchos momentos que haya pasado con ellos... los momentos que más resaltan son de Adriana y Adrián molestándome y no dejándome dormir... Y algunos momentos con mi madre.

—Pero... debieron haber cambiado en estos años, ¿no? La gente siempre cambia.

—Ah, ojalá pudieras ver a mis hermanos para saber lo idiotas que son —supira. La mesera finalmente se acerca a ellos y deja en la mesa el pedido de ambos varones. Adrien le dedica una sonrisa como agradecimiento, y ella se retira. Menea su café y le da un sorbo—. Ah. El café es realmente bueno. Amo la ironía del café helado.

—Mis hermanos tampoco son las mejores personas —murmura Isamu, intentando retomar el tema de la conversación—. Podría decir que son unos idiotas, pero así son los hermanos... Así son todos los hermanos.

—Bueno, tú tienes 13 hermanos, creo que no se puede comparar. Tu paciencia debe ser mejor que la mía.

—Ja... sí, quizás sí... ¿Hay algo que debería saber antes de conocerlos?

—A mi papá no le gusta ser llamado "señor", mi abuelo se enoja si no le llamas "señor". La sirvienta se llama Edeltrudis. Adriana y Adrián van a querer molestarte siempre, son así.

En su bolsillo, su celular vibró.

Era su padre.

—Hola, pa —suspiró, llevando la taza a sus labios.

—Hola, ¿ya te llegaron los boletos?

—Sí, ya estamos alistando las maletas con... la persona especial de la que te hablé.

—Tus hermanos me dijeron que no querías decirle sus nombres. ¿Me lo dirás a mí?

—Quiero mantenerlo como una sorpresa. Pero es una buena persona, si eso te hace sentir más tranquilo.

—¿Podrías al menos describirme cómo es?

—No. Es una sorpresa. Una buena sorpresa. Solo sé paciente, papá.

El hombre suspiró con cierto pesar.

—Bien. Aparte de eso, hijo, hay alguien que está ansioso por verte cuando regreses.

—¿El abuelo?

—No. La doctora Ford. 

Frunció los labios.

¿Quién era la doctora Ford?

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