44
—Mierda, Isamu —jadeó Adrien, enredando sus manos en aquel teñido cabello, evitando al asiático alejar el rostro de su entrepierna.
Se sentía realmente bien.
Sus labios.
El interior de su boca.
Su lengua.
La humedad alrededor de todo su pene se sentía realmente bien.
Pero como una sola gota de su semén manchara el kimono de verdad le iba a dar una paliza a Isamu.
No tendrían que estar haciendo eso si no lo pusiera de mal humor.
No tendrían que estar haciendo eso si Isamu fuera más obediente.
Simplemente es culpa de Isamu.
Y si el kimono de su madre se ensuciaba también sería culpa de Isamu, por no poder siquiera hacer una felación de forma apropiada.
Apuesto que incluso una muerta era mejor que él.
No. No podía decir eso.
La estaba pasando bien.
Lo único que lo mantenía afligido era el kimono de su madre.
El bello e invaluable kimono de su madre.
Le gustaría poder ver su rostro una vez más.
Pero cada vez que piensa en ella solo puede ver como la comen los gusanos.
¡Oh!
¡La punta!
Maldita sea.
Casi le molestaba lo bueno que era en eso.
Quería estar enojado con él por no ser bueno ni siquiera para hacer una mamada.
Pero lo estaba haciendo bastante bien.
Era casi un experto.
Un puto experto.
—Hey, ¿cómo mierda eres tan bueno en esto? —interrumpe, sujetándole el cabello y apartándolo con cierta brusquedad.
—¿Ah? —jadea el asiático, con el rostro sonrojado y la mandíbula adolorida.
—¿Cómo mierda eres tan bueno en esto? —repitió, viéndolo con cierta molestia.
—Ah... no sé —murmura, desviando levemente la mirada.
—¿No lo sabes? —reclamó, arrugando la nariz— ¿Acaso naciste siendo bueno para las mamadas o qué?
—No... no... solo hago lo que me gustaría que me hicieran a mí.
Frunció los labios y cerró los ojos con cierta fuerza.
Quería enojarse con Isamu, pero era tan idiota que se lo impedía.
—Solo acaba con lo que estás haciendo —gruñó, soltándole el cabello.
E Isamu así hizo.
Realmente no le molestaba hacer algo así por y para Adrien. No le parecía algo asqueroso o molesto. Se sentía bien si podía hacer a Adrien sentirse bien. En ese momento lo único que lo afligía era no manchar el kimono que vestía.
No porque Adrien se lo hubiera advertido, sino porque además era uno fino y delicado, como los que solía usar su madre cuando aún vivían en Japón. Incluso aun más fino y delicado, podía jurar que esos bordados alrededor de los patrones eran de oro, o de algún hilo demasiado refinado.
Cerró los ojos al sentir como repentinamente aquel intenso sabor le inundaba la boca. Colocó sus manos debajo de su barbilla para asegurarse de no dejar ni una gota manchar la prenda que usaba, lo que parecía difícil ya que Adrien no apartaba el pene de su boca y no lo permitía tragar apropiadamente.
—Una sola gota, Isamu —advirtió con una pequeña sonrisa—. Mancha ese kimono con una sola gota y eres hombre muerto.
Que problema.
Intentó alejarse un poco, lo suficiente para que su garganta quedara libre y pudiera tragar el espeso líquido blanquecino, atrapando con las manos las pequeñas gotas que resbalaban por su barbilla.
—Ja. No puedo creer que de verdad lo hayas hecho —se mofa levemente, sujetándole el cabello y obligándolo a levantar el rostro, para poder ver el desastre que era—. Eres tan obediente, no puedo estar de mal humor contigo por demasiado tiempo.
—Ah, ¿me disculpas? —jadea, aferrándose a las piernas del mayor, besándole las líneas de la cadera.
—Claro que sí, pequeño idiota—ríe, y se agacha para besarle el rostro—. Iré a darme un baño, así que quítate eso y alcánzame al rato, ¿sí? No te tardes mucho, debemos ir al mall.
—¡S-Sí! —exclamó, genuinamente feliz por las palabras del más alto, limpiándose la boca con el dorso de la mano y cuidando no manchar el kimono que había empezado la discusión.
Se puso de pie mientras veía a Adrien meterse en la habitación del baño. Al cabo de unos minutos escuchó el agua correr.
Sonrió ante esto antes de subir corriendo las escaleras. Al llegar a su habitación se limpió las manos con su camiseta para no manchar el kimono, y una vez limpio se quitó las prendas una a una, con mucho cuidado, intentando luego acomodarlas de nuevo en el gancho donde le habían sido entregadas.
Tomó un fuerte respiro antes de bajar las escaleras tal como las subió.
Y entró al baño.
Adrien se estaba secando el cabello con una toalla.
—Hey, te tardaste mucho —habla el menor, al encontrarlo con el rabillo de su ojo—. Se nos va a hacer tarde así que simplemente tomé una ducha.
—Ah... claro... debemos apresurarnos... cierto —no iba a negar que estaba un poco disgustado al respecto, pero no iba a reclamar porque no quería a Adrien de mal humor otra vez.
—Toma un ducha tú también —indica, lanzándole una toalla al rostro—. Y apresúrate, quiero venir a dormir temprano.
—Ah... ¡s-sí! Seré lo más rápido posible.
—Que sea el doble.
—¡Lo intentaré!
De verdad no podía enojarse con él.
Y porque no podía enojarse con él fue que simplemente salió del baño.
¿"Quiero venir a dormir temprano"?
Ni siquiera era mediodía, tenían montón de tiempo para regresar a dormir temprano.
E Isamu simplemente había aceptado como el idiota que era.
¿Qué sería de él si hubiera acabado con otra persona?
Bien, una pregunta al aire.
Pero para esa sí tenía una respuesta:
Estaría siendo abusado por alguien que se aprovecharía de toda esa inocencia.
Ah.
No.
Él justamente estaba haciendo eso.
Casi se sentía mal al respecto.
CASI.
Ah.
¡Sus plantas!
¡No había terminado de regar sus plantas!
Todavía faltaban las de la cocina, el baño y la planta de arriba.
Le estaba prestando tanta atención a Isamu que sus plantas habían pasado a segundo plano.
Eso no podía ser bueno.
Isamu era un idiota, pero podía hacer gran cantidad de cosas por su cuenta.
Sus plantas dependían únicamente de él.
No podía simplemente ignorarlas.
Suspiró fuertemente mientras hacía un pequeño puchero y se reclamaba a si mismo.
No tenía el derecho de decirle idiota a Isamu cuando él olvidaba algo tan relevante como regar sus plantas.
Aunque había olvidado el mismísimo rostro de su madre, realmente no era alguien de quien se pudiera esperar demasiado.
Suspiró por segunda vez, pasando una mano por su húmedo cabello.
Ya no estaba seguro sobre si realmente quería ir a ese evento en honor a su madre...
La pasaría mal.
Lo sabía.
Adriana y Adrián se encargarían que lo pasara mal.
Su propio padre se encargaría que lo pasara mal.
No.
El recuerdo de su madre era lo que lo haría pasarla mal.
Hasta inicios de la semana podía asegurar con certeza que su madre era una mujer despreciable. Una zorra.
Una mala mujer.
Una mala madre.
Hasta hace unos días solo recordaba que estaba muerta.
¿Por qué había recordado de la nada que realmente él la había asesinado?
¿La había asesinado?
El cajón de flores estaba lleno de sangre.
Y él sostenía el martillo.
Pero podía jurar que la expresión en el rostro de su padre era una de satisfacción.
"Tú amas a papá, ¿verdad, Adrien?"
"Harías cualquier cosa por mí, ¿no es cierto, Adrien?"
"Porque me amas."
Cerró los ojos con cierta fuerza.
"Mamá y papá dicen que estás enfermo."
"Enfermo de la cabeza."
Ojalá pudiera frenar su propio pensamiento.
"Dime, Adrien, ¿sabes lo que es el síndrome de Edipo?"
—¡Adrien! —la voz de Isamu lo sacó de sus pensamientos. Aquel delicado hombre le sujetó con firmeza las manos, apartando la regadera de la planta— La vas a ahogar.
No se había dado cuenta.
El agua estaba rebalsado de la maceta y mojando el piso.
Ah.
Que problemático.
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