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28

Al cabo de un rato, el agua se había enfriado. Pero ambos varones habían quedado dormidos hace ratos, y como el cambio de temperatura fue lento ni siquiera le prestaron atención.

El primero en despertarse fue Adrien, frotando sus ojos con cierta pereza, extendiendo su mano hasta su celular para tomar el aparato entre sus manos y checar la hora. Poco más de mediodía. Su estómago le iba a reclamar todo el día por saltarse el desayuno, pero ya no valía la pena quejarse.

Observó al delgado asiático abrazándolo. Rió bajito mientras recordaba todo lo sucedido con anterioridad en esos cuatros días. Para empezar se sentía bien poder recordar todo en cuestión de segundos y no tener que mantener los ojos cerrados y el rostro cubierto por largos minutos hasta que las memorias empezaran a llegar lentamente a él; y para terminar porque cualquiera estaría de buen humor si despertara con alguien tan lindo como Isamu abrazándole.

De verdad no entendía qué tan mala debió ser la vida de ese hombre para decidir que era buena idea quedarse con él.

Le consternaba un poco...

Enamorarse de alguien porque lo protegió una vez no era algo muy inteligente. Realmente no recordaba haber hecho algo así, pero si realmente había sucedido fue porque no veía justo que molestaran a un chico solo por su gusto a las flores, siendo que él las amaba tanto.

¡Las flores!

No las había regado ya en cuatro días.

Lo había olvidado por completo. Era un dueño irresponsable.

Ah, pero podían esperar un poco más, no quería despertar a Isamu. Lucía tranquilo, pacífico. Como un gato durmiendo. Mover un gato era pecado, mover a Isamu también debería ser pecado, y capital.

Sonrió de lado y le acarició el rostro suavemente, esperando no despertarle.

Tenía un rostro encantador. Le encantaba ese rostro. Esos rasgos tan finos, esos ojos rasgados y perfectamente delineados, esa nariz redondeada y respingada, esos labios delgados pero bien rojizos... Amaba ese rostro. Cualquier podría enamorarse de su rostro.

Era hermoso.

Rió mientras le apartaba el cabello del rostro para poderle apreciar un poco mejor.

—Hey, Isa —llamó bajito, golpeteando un poco sus hombros—. Isamu... Despierta. Hay que comer, y nos vamos a arrugar si nos quedamos aquí más tiempo. Tanto tiempo bajo el agua no puede ser sano.

El asiático gruñó bajito, aferrándose a él un poco más.

—Ah, este tipo —suspiró, sujetándose el rostro con una mano. Volvió a apartarle el cabello del rostro y acariciarlo suavemente, se hizo un poco hacia adelante para colocar su boca al lado de su oreja y susurrar bajito—. Hey, Isamu-senpai...

Aquellos rasgados ojos se abrieron alarmados, y usó sus delicadas manos para apoyarse y levantar el torso.

—¿Cómo me llamaste?

—Isamu...

—No... No. Te oí. Dilo de nuevo.

—Solo te llamé Isamu.

—No, no lo hiciste... Me dijiste "senpai".

—No sé de qué me hablas —aseguró, desviando la mirada y empezando a salir de la tina.

—¡Hey, te oí!

—Si me oíste, entonces no es necesario que lo repita, ¿no crees? 

—¡No, no creo! —reclamó, sujetándole el brazo— Vamos, solo una vez más... para mí.

—Nuh-uh.

—¡Adrieeeeeeen...!

—No hay forma.

—Ah... es una lástima —murmuró, haciendo un pequeño puchero—. Realmente creí que podríamos divertirnos un rato mientras tú me decías "senpai"... ¿No es más divertido tener a alguien superior a ti gimiendo a tu merced?

Adrien rió y le sujetó el rostro, haciendo un poco de presión.

—Me agrada el Isamu pícaro, pero no creas que se hará lo que tú quieras, Isa —sonrió, dedicándole una sonrisa burlesca—. Tengo que regar mis plantas...

Y lo soltó.

Tomó una toalla y rodeó su cintura con esta antes de salir del baño.

Isamu suspiró con pesar.

Ansiolíticos y antidepresivos...

¿Esas cosas de verdad podían causar lagunas mentales, amnesia, pérdidas de memorias tan severas como las que Adrien parecía tener?

Además, él mismo se atrevería a agregar a la lista de problemas mentales una bipolaridad severa. Recién en la madrugada la estaban pasando muy bien, ¿por qué de pronto se despertaba de mal humor?

Suspiró con cierto pesar y se sujetó el rostro con las manos.

Amaba a Adrien.

De verdad la estaba pasando mejor con él que con su madre, que con su padre... quizás hasta que con sus hermanos. Él no le pasaba diciendo que era un bastardo que debía estar agradecido por ser soportado a pesar de no merecerlo. No. Adrien le decía lo lindo que era aun con el rostro hecho un desastre. Adrien le había dicho que no era un inútil. Adrien le había dicho que era bello...

Adrien le había dicho que lo amaba.

Amaba a Adrien, y estaba seguro que Adrien lo amaba.

Solo... necesitaba un poco de ayuda para superar todo por lo que había pasado.

E Isamu estaba totalmente dispuesto a darle esa ayuda.

Sí, quizás no era la persona adecuada, pero era mejor que nada.

La puerta del baño se abrió.

—Isamu, si no sales de la tina se te va a encoger el pene. Y de por si no tienes un tamaño del que estar muy orgulloso.

—¿Ah? —gruñó, frunciendo el ceño.

Adrien le dedicó una sonrisa burlesca.

—Te prepararé algo rico para comer luego de regar las plantas. Así que sal y vete al comedor.

—Bien —sonrió también, mientras veía la puerta cerrarse.

Salió de la tina y frunció el ceño.

Él estaba orgulloso de su tamaño.

Mientras se secaba las piernas con mucho cuidado para no lastimarse, se preguntó dónde estaría su ropa. Estaba enterado que Adrien poseía su celular, ¿pero y sus prendas? ¿Se habría deshecho de ellas?

Una vez seco salió del baño con pasos lentos, pues es la única forma en la que puede caminar con la condición actual de sus piernas. Cada paso le causa bastante dolor, no uno insufrible, pero sí uno que sería mejor evitar.

Al salir se deleitó con la imagen de Adrien sonriendo ampliamente mientras regaba sus plantas con una regadera de esas de lata como teteras.

—Ah, ojalá no se sequen —suspiró, pasando una mano por su húmedo cabello. El rabillo de su ojo captó la delgada figura del asiático, y se giró para dedicarle una sonrisa cálida—. ¿Tienes hambre?

—Sí... un poco.

—¿Quieres que te cargue al comedor o prefieres ejercitar un poco las piernas?

—Bueno, yo... quisiera caminar un poco, pero estaría bien que me ayudaras a llegar sin caerme.

—De verdad eres como un cachorro —suspiró, acercándose para sujetarle la cintura y ayudarlo a colocar uno de sus brazos sobre sus hombros—. Bien, camina seguro, no te dejaré caer. Cuando lleguemos al comedor volveré a vendarte las piernas.

—Ok —suspiró.

Caminar sujetado por Adrien era lindo.

Saber que Adrien se preocupaba por él se sentía bien.

—Por cierto... ¿por qué siempre tengo que andar semidesnudo? —murmuró, mientras era sentado.

—¿Ah? Oh, cierto. Tenía planeados unos cuantos métodos de tortura para ti, pero eran todos sucios. Si te morías en alguno de ellos sería más fácil colocarte la ropa encima del desastre antes que intentar limpiar todo.

—Ah... —que miedo.

—Pero... ya no es necesario, ¿cierto?

—¿Qué?

—Ya no es necesario que andes solo en calzoncillos —suspiró—. Iré a traerte algo de ropa. Ya no tengo intención en dejarte al borde la muerte, así que no te preocupes.

—Ah... bien —sí.

Adrien definitivamente lo amaba.

Y él definitivamente amaba a Adrien.

Debía convencerse de ello lo más posible.

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