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20

¿No es encantador, totalmente solo?
Corazón hecho de cristal, mente de piedra.
Hazme pedazos. De la piel al hueso.

Hola.
Bienvenido a casa.

Ah.

¿Cuánto tiempo llevaba encerrado ya?

Hola.
Bienvenido a casa.

Se había rendido en cuanto a gritar se trataba, pero no podía dejar de llorar a montones, hipar bajito. Había vomitado ya dos veces en una cubeta colocada convenientemente cerca de la puerta. No había tocado la comida que se había llevado con él, pues esta ya había sido profanada por las moscas.

Ah, las plantas.

El cuarto estaba lleno de plantas carnívoras.

Eran lindas.

Intentaba observarlas más que los dos cuerpos femeninos frente a él. Cuerpos que, podía jurar, cada vez apestaban más y más. Era imposible no verlas, esas dos parecían exigir ser vistas, reclamaban toda la atención del asiático.

Juraría que se reían de él y su desgracia. ¿Tan rápido se estaba volviendo loco? ¿Eso no tomaba una semana o dos? ¿Cuánto tiempo llevaba encerrado? Esa era la pregunta que más le consternaba. La única ventana en el lugar estaba completamente cerrada, cubierta. Llevaba ahí desde muy temprano. La canción que sonaba en toda la casa se mantenía en loop eterno desde que la puerta se cerró, ya hasta se la sabía de memoria.

Se abrazó la pierna contra el pecho y escondió su rostro.

—Isn't lovely, —ah, su voz no era tan linda como la de Adrien, pero necesitaba escucharse para asegurarse que seguía vivo— all alone? Heart made of glass, mind of stone..

—Tear me to pieces —se irguió al reconocer esa voz.

La bella y armoniosa voz de Adrien. Su profunda voz haciendo contraste totalmente con las notas agudas de la cantante.

—Skin to bone —la puerta se abrió, dejando entrar la luz artificial de los focos—. Hello. Welcome home.

—¡Adrien! —exclamó entre hipos, dándose media vuelta y aferrándose con sus manos a sus piernas, postrado ante él— ¡Adrien! Lo siento mucho. Lo siento tanto. Por favor... sácame de aquí... te lo suplico... No volveré a portarme mal, lo juro. Quiero pasar a tu lado toda mi vida... Soy un malagradecido. Discúlpame. Te lo suplico. Por favor... déjame salir de aquí... no volveré a hacerlo. Lo juro...

—Ah, mírate, amor —rió, acurrucándose frente a él y sujetándole el rostro, obligándolo a verlo—. Dime, ¿no te ha quedado claro que amo ver tu rostro hecho un desastre? Mira esos ojos, inflamados, enrojecidos. Mira esa nariz, irritada. Tus labios tiemblan. Luces tan vulnerable. ¿Acaso me estás seduciendo, Isa? ¿Crees que unas cuantas lágrimas me convencerán de sacarte de aquí?

—No... yo... no merezco tu perdón... de verdad soy un novio de mierda... Por favor... solo sácame de aquí.

Ah...

Dijo novio.

Ante esto sonrió de lado.

Novio.

Isamu era su novio.

Eso lo ponía feliz.

Y caliente.

Lo calentaba ver su rostro hecho un desastre de esa forma.

Le calentaba ver el rostro de su novio lleno de desesperación y horror.

—Todavía no te mereces salir de aquí, has sido tan malo —suspira, besándole las comisuras de los ojos, entonces Isamu nota que tiene una botella de agua entre las manos—. Me golpeaste hace poco, ¿recuerdas? Y te la dejé pasar. ¡Pero esta vez querías envenenarme! ¿Esperas que te perdone tan fácil?

—No... yo... yo te amo... por favor... castígame de otra manera... te lo suplico... cualquier otra forma está bien. De verdad.

—Bien. Pensaba dejarte encerrado aquí la semana entera, ¿sabes? Pero... creo que puedo resumir todo el daño mental en unos momentos.

—¿Todo el...? ¿Ah?

La sentencia le alarmó, le consternó horriblemente, al punto de dejarle la piel de gallina. ¿Pensaba dejarlo ahí toda la semana? Eso sonaba fatal, pero sonaba todavía peor que pudiera hacerle el mismo daño en unos momentos.

Que miedo.

—Ven para acá, belleza.

De verdad daba miedo.

Empezaba a hacerse una idea cuando vio como Adrien cerró la puerta justo detrás de él, metiéndose al cuarto también. Le sujetó de la cintura para levantarlo del piso y colocarlo sobre él, acariciándole las nalgas.

—Ah... hace poco estaba leyendo una historia coreana, —habla con serenidad, tranquilidad, acariciándole el torso, besándole el cuello. Isamu empezó a llorar. No quería hacer nada frente a dos chicas—. Y hubo una parte que me llamó mucho la atención... No soy mucho de hacer preguntas, pero dime: ¿sabes cómo asesinar a alguien sin asesinarlo?

¡Qué miedo!

No quería, no quería, no quería, no quería, no quería. Adrien empezó a meter sus manos en su ropa interior. Cualquier cosa menos eso. Adrien empezó a acariciarle la entrepierna. No frente a dos chicas muertas. Cualquier cosa menos eso. Cualquier cosa menos eso. Aquello sería demasiado incluso para su lado masoquista. No lo soportaría. Tendría pesadillas el resto de su vida si lo hacía.

No quería.

—Adrien... Adrien, por favor, no... no lo hagas... por favor... No aquí...

—¿Ah? ¿Pero no eras tú el que me suplicaba por dejarlo salir de aquí? ¿Ahora quieres quedarte encerrado en este lugar viendo a esas dos pudrirse lentamente? ¿Tienes idea del daño que puede hacer a tu sanidad quedar encerrado en un espacio tan pequeño con un cadáver lleno de moscas? Además, estas cosas podrían poner huevos en tus orejas, ¿no suena asqueroso? ¿De verdad prefieres eso?

Frunció los labios.

—Hey, responde.

—N-No... no quiero eso.

—Entonces cállate y déjame hacer mi trabajo.

—Sí... —susurró, resignándose a ser mentalmente dañado de por vida.

Otra vez.

Adrien se encontraba masturbándolo con firmeza pero suavidad a la vez. No quería que fuera así, pero se estaba excitando al sentir como aquellas firmes y masculinas manos lo acariciaban de arriba a abajo. No quería que fuera así. No debía ser débil. Debía resistir.

Ah, pero era débil.

Ya estaba gimiendo por su culpa. Con espasmos en todo el cuerpo, aferrándose al cuerpo del otro, hundiendo sus manos en el largo cabello castaño del menor.

—Adrien...

—Eres repugnante. Poniéndote caliente frente a dos chicas muertas. ¿No te das asco?

—S-Sí. Soy un asco... soy un asqueroso... Por favor, discúlpame.

Adrien rió bajito mientras empezaba a tocarse también a si mismo. No tenía gana alguna de follar, pero el rostro de Isamu había logrado prenderlo de una forma casi anti-natural. De todas las veces que había visto llorar a una persona, nadie lograba excitarlo tanto como ese hombre...

Ah.

Pero a él realmente no le gustaban los hombres.

Le gustaba Isamu...

Un poco los asiáticos en general.

Pero no le atraían los pechos planos o la ropa interior abultada.

Nah.

Pero le gustaba Isamu.

Debía dejar de pensar en eso o se haría un lío él solo.

No tenía tiempo de cuestionarse su sexualidad en un momento así.

No cuando de una vez por todas iba a desenvolver su regalo.

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