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19

¿Era en serio?

¿Estaba dándole de probar antes?

¿Cuánto tiempo tardaría el veneno en hacer efecto luego de ser ingerido? ¿El suficiente para que Adrien también lo tragara y muriera con él? Rezaba que sí. ¿Qué podía decir para evitar tragarse la porción de huevo revuelto  humeante, que ahora esperaba frente a sus labios para ser masticado, tragado e ingerido? Había roto las cápsulas sobre este. No una. No dos. Fueron quizás cinco.

¿Por qué Adrien desconfiaba de él?

¿Por qué lo miraba con tanta tranquilidad, como burlándose de él?

¿Cómo lo había sabido?

El corazón se le iba a salir del pecho.

¿Así era como moriría, atrapado por su propia trampa? Se había confiado demasiado. Ahora lo entendía y se arrepentía. Hubiera querido hablar con sus hermanos al menos una vez más para decirles que los quería a todos.

Pero ya no habría oportunidad para eso.

Pues ahora masticaba la comida en cuestión.

Adrien se puso de pie y se acurrucó frente a él, con la mano extendida y sujetándole el cuello sin hacer presión alguna.

—Trágalo.

Y no pudo hacer más que obedecerlo.

¿Cuánto tardaba el cianuro en hacer efecto?

La vez que estuvo en el hospital el doctor le había dicho que no tomaba más de un minuto antes de caer inconsciente.

¿En qué momento empezaría a convulsionar violentamente hasta la muerte?

Ya estaba llorando solo de pensarlo.

—Ah, de verdad eres ingenuo —ríe Adrien, poniéndose de pie y sujetándole el cabello con cierta fuerza, obligándole a levantar el rostro para que sus ojos se encontraran—. Mi hermana cambió esas pastillas por simple vitamina B hace ya unos años. Para evitar un intento de suicidio o algo así. ¿Crees que eres el primero en intentar envenenarme con ellas?

¿Había tenido más personas cocinando para él?

—Vi que el frasco había sido movido de lugar en el baño. ¿De verdad creíste que me comería cualquier cosa que tú prepararas sin dudar, como alguna especie de marido devoto?

Isamu frunció los labios. Adrien gruñó al no obtener respuesta.

—Hey, responde cuando te hablo. Me molesta mucho la gente callada.

—Sí...

Y entonces un fuerte golpe en el rostro lo hizo caer de la silla.

—Es una lástima. La estábamos pasando bien... pero la cagaste.

Sí, la había cagado. Lo tenía claro. Ese último golpe lo tenía bien merecido. ¿Cómo había siquiera pensado en envenenar a Adrien, un chico que lo había tratado tan bien a pesar de no ser más que un acosador, un inútil, un hombre de 27 años que no servía más que para cuidar flores? Había sido un idiota. No se merecía solo un golpe, se merecía una paliza.

Adrien lo sujetó del cabello para levantarlo de forma brusca y volverlo a sentar en la silla. Empujó su cabeza contra la mesa, golpeándolo en la frente y la nariz.

—¡¿Acaso creíste que era alguna especie de idiota, Isamu?! ¡Qué risa! Hey, de verdad esperaba que pudiéramos llevar la fiesta en paz, ¡hasta pensé en hacerte el amor de forma romántica hoy en la tina! Ah, pero al final no puedo culparte del todo. También estaría aterrado si hubiera sido secuestrado por un asesino.

Isamu intentó no llorar. Pero el golpe realmente había dolido, y además le estaba tirando realmente fuerte el cabello.

—Ah... cierto, soy un asesino... Hey, ¿entiendes la gravedad del asunto? Intentaste envenenar a un asesino, ¿qué crees que debería hacer para castigarte correctamente? ¡Golpearte suena maravilloso pero al final lo disfrutarías! Ah... no, no sería divertido para mí...

Hubieron largos momentos de silencio en los que Adrien le observaba impasible, con una mirada sombría y una mueca de disgusto, quizás odio. Ahora sí estaba furioso. Podía decirlo solo por la intensidad de su mirada. 

Pero entonces sonrió ampliamente. Entrecerrando sus grandes ojos, arrugando la nariz, mostrando sus dientes, enarcando una ceja.

Que miedo.

—Hey, el primer día que estuviste aquí estabas realmente preocupado por esas dos chicas, ¿no? ¿Todavía quieres saber qué les sucedió?

No. No quería. ¿Iba a asesinarlo? No quería eso. Cualquier cosa menos eso. No quería morir.

—Te llevaré con ellas ahora mismo.

Iba a morir, iba a morir, iba a morir, iba a morir, iba a morir, iba a morir.

Adrien tiró de su cabello para arrastrarlo y levantarlo de la silla. Tomó lo que iba a ser su desayuno y lo colocó entre las manos de Isamu, quien lo sujetó firmemente, confundido. ¿Qué iba a hacerle? Iba a morir. Se lo decía mientras era arrastrado en su contra, a pesar del dolor en las pantorrillas. Iba a morir.

Estaban subiendo las escaleras al segundo piso y no dejaba de decirse que iba a morir.

Lo iba a asesinar.

Como a las dos chicas.

Las escaleras eran un camino de flores a su destino. Cuando se acabaran iba a morir.

La última escalera fue dejada detrás de él.

¿Por qué el segundo piso olía tan mal?

Un olor a muerto que perforaba sus fosas nasales.

Adrien abrió la primera puerta a la derecha, y tiró a Isamu al piso, botando al suelo un poco de la comida que se mantenía en su plato.

—Espero disfrutes la compañía.

Al levantar la mirada sus ojos se abrieron con horror. Sudor frío le recorrió el rostro. Habían dos cuerpos frente a él. Los dos cuerpos de las chicas. Putrefactos. Hediondos. Con ampollas en el cuerpo que se reventaban al momento de las moscas colocarse sobre estas. El olor era insoportable. 

Que asco.

—¡Adrien! —exclamó horrorizado, golpeando la puerta que se había cerrado justo detrás de él— ¡¡Adrien, por favor!! ¡No lo volveré a hacer! ¡Lo juro! ¡¡Por favor!! ¡¡Sácame de aquí!! ¡No quiero estar aquí! ¡Por favor! ¡Sácame! ¡Por favor! ¡Te juro que me portaré bien! ¡¡Por favor!!

Sentía que se desgarraría la garganta por gritar tan fuerte. En su vida había gritado con esa intensidad. O quizás sí ya lo había hecho, pero a saber hace cuánto... ¿diez años? ¿Dieciocho años? ¿Veinte años? Se había resignado hace años a pasar encerrado en el cobertizo de su casa cada vez que su madre lo veía necesario, pero la situación se volvía distinta cuando habían dos cadáveres putrefactos a su lado.

Se sentía como si lo vieran. Como si pensaran en voz alta.

Seguro estaban pensando lo repugnante que era estar encerradas con un hombre tan asqueroso como él, que disfrutaba las palizas de un muchacho seis años menor que él y le suplicaba con la mirada que lo hiciera otra vez.

Ah, se estaba volviendo loco.

—¡Adrien...! ¡Adrien, por favor!

Pero no hubo respuesta.

Y en la casa empezó a sonar una canción.

Conocía esa canción.

¿No es encantador?

。。。

ya no seguí el maratón bc me dormí pero ya desperté del sueñ-

ya, episodio doble el día de hoy.

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