173
Diez años después de la muerte de Isamu, a sus treinta y dos años, Adrien regresó a España.
Regresó un día antes de su aniversario número diez, iba a quedarse en casa de Abel, con las flores y los pájaros. Su lugar no había cambiado muchos, algunos pájaros habían muerto y en su lugar habían dejado a sus crías, que ya estaban bastante grandes.
—Está muy sucio, perdona —murmura el muchacho de ojos azules, pasando una mano por su nuca. No estaba sucio realmente, en el piso solo habían hojas, pétalos y algunas plumas, pero le gusta que fuera así.
—Así es perfecto —le asegura, besando sus labios—. Me encanta.
—Me alegra —y lo vuelve a besar.
Su antigua casa había quedado totalmente abandonada. No le sorprendería que ahora fuera usada para rendir culto a Satanás o algo parecido, ya alguien tuvo que llevar una médium para contactarse con las chicas muertas y seguro hasta intentaron un exorcismo.
Luego de dejar sus cosas en casa de Abel se fue a su abandonado lugar. Sonrió al verlo. Las flores habían crecido mucho, por lo que estaba todo lleno de colores; no todas habían sobrevivido, claramente, pero las que seguían ahí lucían muy lindas, más vivas que nunca.
Mientras observaba el lugar un joven de cabello marrón claro llegaba corriendo al jardín. Se acurrucó delante del patio y tomó unas flores.
—Hey, ¿por qué haces eso? —le pregunta curioso, frunciendo el ceño. Son flores muy bonitas, pero no es razón para arrancarlas.
—Oh, ¿es nuevo acá? —le sonríe el muchacho— Dicen que si tomas las flores de esta casa y haces un arreglo con ellas no hay forma de ser rechazado —cuenta—, pero luego debes sembrar cinco más por cada una que tomaste o te abandonarán de manera trágica. ¡Debería intentarlo, señor! ¡Siempre funciona!
Y sale corriendo con las flores entre manos.
Oh.
Sonríe de lado ante eso y mete sus manos en sus bolsillos.
Su casa se había vuelto una leyenda, eso era genial. No lo esperaba, y Abel no le había dicho nada al respecto.
Suspira con pesar mientras abre la puerta con su vieja llave. Entra en silencio, no hay luz, por lo que abre las cortinas para poder ver adecuadamente.
Las paredes tenían enredaderas. Entra a la puerta debajo de las escaleras y observa la trampilla siendo abiertas por las ramificaciones de todas las plantas que habían sido olvidadas ahí, la abre con cierta dificultad, no puede ver nada, y le causa un poco de miedo, alumbra con su celular y observa todo el lugar lleno de raíces, musgo y hojas verdes, las escaleras de metal se habían oxidado totalmente.
No iba a bajar por ahí. Niega con la cabeza de lado a lado y se aleja.
Los sofás siguen en la sala, llenos de polvos y hongos. Es imposible sentarse en ellos. Los estantes de la cocina fueron vaciados, quizás por saqueadores o por animales del bosque, quizás incluso por fantasmas.
Sube al piso de arriba. Es aterrador. Está totalmente oscuro y silencioso, la madera rechina ante cada paso que da, abre lo que solía ser su habitación, vacía. Solo su cama, su escritorio y su ropero estaban ahí.
Abre la puerta de la habitación de invitados. Un gato le sisea al verlo. Es una gata blanca, y está amantando una camada de gatitos de varios colores. Apaga la luz de su celular para no molestarla, y retrocede lentamente.
No hay mucho más en ese lugar.
Se sienta al pie de las escaleras y suspira con pesar. ¿Qué esperaba? No hay voces, no hay apariciones, no hay ambiente frío ni escalofríos.
Es solo una casa vacía con una gata y su camada.
Suspira fuertemente mientras cierra las cortinas antes de salir. Le pone llave a la puerta principal y se retira, pasando en medio de todas las flores.
Camina por la calle hasta llegar a la florería. Luce bien, y sigue en pie, eso es suficiente.
Entra. Hay un par de personas comprando flores, por lo que permanece viendo las plantas alrededor.
Las personas por fin se retiran.
—¿En qué puedo ayudarle? —habla Anzu animadamente, sonriéndole.
Adrien se gira hacia ella y le sonríe también.
—Oh, eres tú —murmura. Luce igual que siempre, lleva su cabello negro largo, bien peinado, sus rasgados ojos negros son delineados por una fuerte línea negra que se adelgaza al final, sus labios están pintados de rojo, al igual que sus párpados. En su cuello lleva como pendiente un globo ocular de iris rojo... el ojo de Adrián—, hace años no te veo... desde la muerte de Isamu, de hecho.
—He estado en Inglaterra todo este tiempo —cuenta, acercándose al mostrador—, en terapia y esas cosas.
—Ya veo. ¿Por qué volviste?
—Voy a empezar a vivir con Abel, en su casa.
—Felicidades. Me alegra verte feliz luego de todo por lo que mi hermana te hizo pasar.
—Se siente bien estar bien —suspira—. ¿Cómo empezó la leyenda de las flores?
—Oh. No lo sé. La gente empezó a cortarlas y darlas, son flores bonitas, claro, y se han mantenido bien, pero pronto me di cuenta que empezaban a desaparecer y que si seguían así las iban a tomar todas... entonces les dije que si no sembraban cinco luego de arrancar una iban a ser abandonados. Las coincidencias me favorecieron, eso es todo, pero no fui yo quien dijo lo de no ser rechazado, no fui yo quien la empezó... PERO sí fui yo quien la... fortaleció, supongo.
—Ya veo... Nunca creí que mis flores se volverían una leyenda —y ríe—. Está bien, me gusta... seguro Isamu estaría feliz por ello también.
—Seguramente —sonríe, y asiente—. ¿Necesitas algo?
—Quisiera un arreglo floral.
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