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Adrien fue dado de alta a los pocos días. Su familia lo ayudó a preparar sus cosas para que no dejara nada en casa.

—Tienes muchas cosas de limpieza en este lugar para lo sucio que lo mantienes —comenta Urie, revisando los estantes debajo del fregadero.

—Era para limpiar los cuerpos —admite sin remordimiento, mientras se peina el cabello en el baño.

—Ah, ya.

—¡Hey! Encontré el delantal de Eriko —avisa Adriana, y baja corriendo las escaleras con la prenda fina.

—Es kimono —corrige Adrián, bajando detrás de ella.

—Eso. Lo que sea. Nunca pude verla usar uno —se detiene en la sala y observa la tela fina, delicada, hermosa. Sus hilos dorados y los bordados hechos con mucha precisión, seguramente a mano—. ¿Por qué no la dejaste usar uno, papá?

—No lo sé —admite, encogiéndose de hombros—. No me gustaban, y ella no hacía nada que no me gustara.

—Claro...

Observa el bordado detenidamente. Hay tres zorros correteando delante de un zorro más grande. Sonríe ante eso. Es lindo.

—¿Qué hago con esto? —suspira, y lo deja en el sofá.

—Véndelo —responde Adrien—. No te queda a ti, y ni Adrián ni yo vamos a usarlo.

—Te lo enviamos para no venderlo —reclama Adrián, cruzándose de brazos.

—Dáselo a Anzu, entonces. Es rojo, a ella parece gustarle esas cosas.

—Cierto.

Adrien baja el resto de sus maletas de su habitación. Han plantado todas las flores en el exterior... Adrián, su padre y él, Adriana sigue siendo alérgica a ellas. Están listos ya. El avión despegará en tres horas.

—Iré a ver a Abel antes de irnos —avisa, pasando una mano por su cabello para despeinarlo. "¡Nos lo acabamos de peinar!"

—No te tardes mucho —pide Urie, viendo el reloj en su muñeca—. Más de quince minutos e iré a traerte por mi cuenta.

—Lo que digas.

Y se retira de su casa.

Camina tranquilo hasta la residencia de Abel. Toca la puerta un par de veces y el muchacho le abre, sonríe al verlo.

—Te extrañaré —le dice, entrando y tomando su mano.

—Nos veremos en llamada, Adrien —le asegura, sujetándole la cintura para besar su nariz.

—No es solo eso, Abel —suspira—. Escucha, me gustas, pero no le gustas a Dri, y no sé cómo serán las cosas ahora que intentaremos... mejorar. Queremos llevarnos todos bien entonces... algunas cosas cambiarán, y no sé si yo seré una de esas cosas.

El muchacho frunce los labios. No dice nada, solo le sujeta el mentón y le besa suavemente en los labios.

—Mientras tú estés bien entonces no importa. Ustedes —y le sonríe ampliamente—. Sigamos siendo buenos amigos si algo pasa, ¿ok? Apoyémonos mutuamente y esas cosas que hacen las personas mentalmente estables.

—Las personas mentalmente estables no se enamoran a primera vista de esta forma, Abel —ríe de forma boba. "Ugh", reclama Dri, "me dan asco."

—Ahora no somos mentalmente estables, pero con suerte lo seremos en el futuro, ¿sí? Promete que no te rendirás.

—Claro —y asiente.

Le da otro beso en los labios.

—Debo irme ya o papá me matará —suspira, separándose de él—, te hablaré cuando llegue a casa... si puedo.

—De acuerdo. Buen viaje. Espero llegues bien.

—Lo espero también.

Se dan un último beso de despedida y Adrien regresa a su casa. Los chicos ya están subiendo sus cosas al auto.

—Vámonos ya antes que me arrepienta.

Su padre conduce y Adriana va en el asiento a su lado, él y Adrián van en la parte de atrás, y en maletero van sus maletas, obviamente.

—¿Puedes enviar un ojo por correo? —murmura, mientras navega por su celular.

—Eso espero —masculle el otro, arrugando la nariz—. Si no se lo daré la próxima que vengamos.

—No pienso volver a este lugar —suspira.

Lleva entre sus manos un arreglo floral, lo había hecho de manera torpe con las flores que tenía en casa, una maqueta y una de esas esponjas verdes. Tulipanes rojos, margaritas, orquídeas, gerbera rosas, crisantemos blancos y claveles blancos.

Su padre detuvo el auto delante de la entrada del cementerio.

—¿Seguro que quieres ir solo? —inquiere Adriana.

—Nunca estoy solo —suspira mientras baja del auto.

Es uno de esos cementerios donde no hay panteones, solo láminas con los nombres de la persona bajo tierra.

Isamu está hasta el fondo. Su lámina es cubierta por la sombra de uno de los árboles alrededor del terreno. Anzu lo había llenado de flores, pero varias se estaban marchitando ya.

Se sientan delante su nombre en forma seiza, dejando el arreglo detrás de su nombre.

—¿Quieren decirle algo? —inquiere Dri.

Guardan silencio.

—No —murmura Adrien, frunciendo el ceño.

—Lo siento —susurra Fyodor, apretando sus manos en puños—, es por mi culpa que acabamos así. No quería lastimarte... tanto.

—"Tanto" —recalca Adrien, rodando los ojos.

Adriana y Adrián se sientan a su lado, observan la tumba también.

—Ese día sabíamos que estabas ahí —murmura Adriana, frunciendo los labios—. Pudimos salvarte, pero el no hacerlo nos pareció... divertido.

—¿Por qué lo dices así? —ríe Adrián, enarcando una ceja— No es como que podamos sentirnos mal por él.

Guardan silencio una vez más. Adriana ríe bajito, y delante de ellos se forma la figura de Isamu. Con su corto cabello marrón claro despeinado, sus ojos rojos tristes miran al suelo, tiene el cuello cubierto en sangre, al igual que su ropa y sus manos.

—No hagas eso —suplica Dri, cerrando los ojos unos momentos.

—Creí que te sentirías mejor si sentías que podrías decírselo de frente —admite, pero no lo hace desaparecer.

Toma un fuerte respiro y lo observa fijamente. Luce tan triste, lamentable, observa las flores delante suyo. Sonríe mientras acaricia un tulipán rojo, y levanta su mirada hacia él... hacia ellos. Su cuerpo se estremece al verlo, luce dolido, genuinamente triste. Detesta sus alucinaciones.

Eriko aparece detrás suyo y se sienta a su lado. Isamu la mira de reojo y ella le sonríe, él le devuelve la sonrisa, y pronto ambos miran a Adrien.

Sus ojos se llenan de lágrimas.

Y Fyodor se postra ante ellos.

—Lo siento mucho —solloza, arrancando el césped con las manos—. Lo siento tanto. Si yo... si yo hubiera sido mejor persona ustedes dos estarían vivos todavía. Pude salvarlos, pero fui egoísta, y por mi culpa los dos murieron de forma trágica. Lo lamento, lo lamento tanto, por favor perdónenme. Perdónenme antes que la culpa me mate por dentro y los mate a ellos también.

Silencio.

—Eres patético —susurra Adrien, viendo el césped justo delante suyo, sintiendo la tierra ensuciando su nariz y su frente.

Dri irgue su cuerpo. Ambos han desaparecido ya. Se pasa la mano por el rostro para limpiarse, y se seca las lágrimas con la camiseta.

—Las cosas van a mejorar a partir de ahora. Así que vamos a esforzarnos... los cinco.

Observa los crisantemos. Todas las flores bailan al ritmo del viento.

—Para ganarnos su perdón.

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