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Ese día Isamu regresó tarde a casa. Ese era el último día que iba a estar con Adrien, ya había visualizado todo.
Al llegar se encontró a su hermano preparando la cena. Acababa de apagar los fogones, y servía la comida en dos platos.
—Hey, Isamu, escucha, sé que tú y yo no hemos estado en buenos términos —habla el menor, ofreciéndole una sonrisa—. Pero... de verdad quiero hacer las pases.
Ojalá esos platos estuvieran repletos de veneno, ojalá al meter un trozo de comida en su boca aquello les propiciara nada más que una muerte sumamente dolorosa.
Serio caminó hasta Adrien. Lo sujetó por el cuello de la camisa y tiró de él, besándolo.
Recibió un empujón como respuesta.
—¡¿Qué mierda te pasa, enfermo?! —reclamó, claramente molesto por la acción que acababa de cometer— ¡Somos hermanos!
—A ti no te importa que lo seamos.
—¡Claro que me importa!
—No me refiero a ti.
—No, pero yo tengo el control del cuerpo.
—Déjate llevar otra vez, Adrien. Esos dos son burdas caricaturas de ti, ¿no? Tú también lo deseas.
—No deseo nada más que alejarme de ti.
—Mientes.
Volvió a acercarse a él para besarlo otra vez. Besarlo con arrebato, con necesidad.
Al principio intentó alejarlo, pero poco a poco se dio cuenta que iba cediendo.
Finalmente fue atrapado entre sus brazos.
Bien.
¡Perfecto!
Lo levantó del piso y lo apoyó en la mesa, dejando ir su espalda contra la tabla. Se recargó sobre él, besándolo con necesidad con desespero, mientras introducía sus manos en su camiseta y acariciaba su ya no tan lamentable torso.
Se observaron por largos segundos, exaltados, jadeantes. Adrien le observó los labios. Volvió a devorarlos con desespero. Los mordió y tiró de ellos. Isamu hundió sus manos en su cabello, esperando que no se alejara de él.
Que no se alejara nunca.
El menor le sujetó la espalda para pegar sus cuerpos, aun cubriendo sus torsos con ropa. Rápidamente esta empezó a salir del camino, sus prendas volaron a los lados. Sus camisas, sus zapatos, las calcetas. Solo se quedaron con los pantalones y siguieron besándose.
Oh, Dios, ¿qué estaba haciendo?
Pecando, eso estaba haciendo.
Aquello estaba tan mal.
No importaba si estaba mal. El mundo podría acabarse en cualquier momento, ¿no tenía derecho de pecar cuanto quisiera? La respuesta era sí. La respuesta más sencilla era sí.
Pero la respuesta más sencilla no era la correcta. Nunca sería la correcta. Estaba mal. Estaba terrible. Era una horrible respuesta. No quería estar ahí. Quería estar con Abel. Prefería mil veces estar con Abel que con Isamu. Prefería estar pensando en Abel que en su madre.
La cabeza destrozada siendo devorada por gusanos.
El olor a putrefacto.
La sangre goteando en el piso.
Se separó de Isamu unos momentos por el sabor a tierra en su boca.
Tierra y sangre.
Gusanos se deslizaban por su lengua y se arrastraban hasta su garganta.
Cerró los ojos con fuerza.
Que asco.
No quería estar ahí.
Quería irse de ahí, irse con Abel y apoyarse en su pecho todo el día. No quería hacer nada más que pasar con él.
No, no era eso lo que quería.
Simplemente no quería estar ahí con Isamu.
Pero ahí estaban.
En el sofá.
Teniendo sexo.
Sexo apasionado.
Dios, no quería estar ahí.
Preferiría estar muerto.
Mentira.
No había otro lugar en el que quisiera estar.
Las largas uñas de Isamu se enterraban en la piel de su espalda y se hacían paso por esta dejando largos tramos de sangre y carne desgarrada. Él apretaba sus muslos, dejando las marcas de sus dedos. Se mordían dejando marcas, se arañaban dejando marcas, se hacían chupetones, querían dejar su marca bien impregnada en la piel del otro. Sentían la urgencia de volverse uno. Querían desaparecer en el cuerpo del otro.
Querían que todo desapareciera y no quedaran más que ellos.
Quizás era demasiado pedir.
Pero lo pedían con urgencia.
Al terminar se sujetaron los rostros, sentados uno al lado del otro.
—Estamos enfermos —masculló Adrien, cerrando los ojos con fuerza—. Estamos enfermos y tú no me ayudas para nada.
—No quiero ayudarte —sentenció—. Quiero poseerte. Quiero tenerte solo para mí. Quiero ser solo tuyo.
Mantuvo los ojos cerrados largos momentos.
—Eres repugnante, Isamu.
—Lo eres también, Adrien.
—Yo estoy enfermo, Isamu.
—¿Tú estás...? ¡Jódete! No eres retrasado, Adrien. Sabes lo que haces. Saben lo que hacen. No me vengas a mí ahora diciendo que tú eres la víctima.
—Mira, yo no soy una víctima TUYA, pero soy víctima de mi padre y mi madre. Y en consecuencia, al tú ser una víctima mía, también eres víctima de mi padre y mi madre.
—Jódete.
—Ya, ya. No debería justificarme. Olvídalo. Esto no volverá a pasar
—¿Por qué? —masculló, intentando acortar aun más la distancia entre ellos.
—¡Porque somos hermanos, Isamu! ¿Entiendes eso? ¿Entiendes lo terrible que es que dos hermanos tengan sexo?
—No importa. No me importa. Podemos irnos de aquí y nadie lo sabrá. Puedes simplemente olvidarlo, ¿no? Podemos fingir que esto nunca pasó.
Se sentía seriamente ofendido por tal propuesta.
—Yo puedo hacerlo, pero tú... ¿de verdad puedes hacer eso? ¿De verdad puedes hacer la vista gorda por tanto tiempo? ¿Y qué harás cuando lo recuerde? Fyodor no puede bloquear mis recuerdos por siempre.
—Lo resolveré sobre el camino.
Le sujetó el rostro para besarlo. Adrien lo detuvo con la mano.
—Dri... —se lamentó.
—No lo haré, Isamu.
—Te amo... Los amo.
—Si en serio es así entonces detente.
—Di que me amas también.
Silencio.
Adrien frunció los labios.
—Eres un idiota, ¿sabes? —rió burlesco, enarcando una ceja— No te amo.
—Adrien...
—No te amamos. Fue divertido estar contigo, encajábamos bien, yo podía hacerte lo que quisiera y tú solo... lo aceptabas. A mí me gustaba el sufrimiento y a ti te gustaba sufrir... Te lo dije alguna vez, ¿no? Lo juraría, una relación normal no arrebata nada del otro. Tú y yo no somos una relación normal, no había forma de que lo fueramos.
Isamu observó sus propias manos.
—Repítelo.
—No te amo, Isamu. Ninguno de nosotros te ama.
—Bien...
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