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—Estás de mal humor —su madre acertó rápidamente mientras lo veía regar las plantas.
—Estoy de mal humor —respondió, frunciendo el ceño.
En otra ocasión hubiera negado con la cabeza y sonreído de lado, solo para que ella no lo molestara con eso.
—¿Qué hizo Adrien?
—¿Qué no hizo Adrien? —gruñó, sin dejar su labor de lado.
—Estás enojado con él.
—Estoy furioso con él. Me tiene harto. No lo soporto más. Es un idiota. Regresamos de Inglaterra hace... un día, y ya se está acostando con otro.
Anzu rió, burlesca.
¿Qué era tan divertido?
—Es tu hermano.
—¿Y qué? Estoy molesto. A mí me está costando un montón procesar todo lo que me ha pasado en dos semanas y él lo olvidó como si nada. Lo desechó nada más bajamos del avión. ¿Cómo se atreve?
—Así con los Campbell, Isamu. No enfrentan sus problemas, prefieren dejarlos de lado, meterlos bajo la alfombra y nunca hablar de ellos. Además, fueron dos semanas, ¿qué tan difícil puede ser superarlo?
—He descubierto en estas dos semanas cosas que nunca me imaginé posible: para empezar que no soy tu hijo, que tenías una hermana melliza de la que nunca me hablaste, que perdiste un hijo, que en realidad soy tu sobrino, que soy el hermano mayor de tres trillizos insoportables, que a mi madre la mató un puto psicópata.
—Oh, cierto... Había olvidado esa parte de la historia.
—¡¿En serio la olvidaste?!
—¡Claro que no! Pero, entiende, Adrien está mal de la cabeza, no es su culpa que...
—¡Urie la mató!
Su madre tiró la maceta que sostenía entre manos.
—Oh.
Bien, otra vez había hablado de más.
Observó la maceta en el suelo. Se había caído un poco de tierra. Observó a su madre, paralizada ante tal descubrimiento.
Bien. Esa era la forma de reaccionar adecuada. Había pasado a su parecer demasiado tiempo sin ver una reacción correcta a toda la mierda a su alrededor. Ver a su madre demostrar emociones humanas lo aliviaba.
La campana de la puerta sonó. Anzu sacudió la cabeza de lado a lado y se apresuró a levantar la maceta que había dejado caer. Vio a los clientes que ingresaron: era su sobrino, junto a otro hombre. Conocía a ese muchacho, era el tipo que se había mudado hace unos días al barrio. El primer día de su llegada había llegado a hacerle un gran encargo de flores y retoños de diferentes árboles enanos.
La primera vez que lo vio le recordó mucho a Adrien, y ahora que los veía juntos confirmaba sus pensamientos: eran muy parecidos. La única diferencia es que los ojos azules de él eran más rasgados, mientras que su nariz era larga y respingada. Adrien en cambio tenía ojos grandes y una nariz pequeña y redondeada. Además, el cabello. Su sobrino había heredado el cabello indomable de Eriko...
Eriko.
Oh, su pobre Eriko.
—Buenos días, muchachos —les sonrió ampliamente, como la buena vendedora que era—. ¿Qué se les ofrece el día de hoy? ¿Tus plantas están bien, Adrien?
—Se murieron un montón —se lamentó en un suspiro, cerrando los ojos unos momentos. Abel rió bajito—. Vengo a reemplazarlas todas.
—Dime la lista y sabes que son todas tuyas.
—Sí, aquí están todas —se sacó un papelito del bolsillo y lo tendió a la mujer, quien lo tomó de inmediato—. Tres de cada una, por favor.
—¿Y tú... Abel? ¿Buscas algo?
—Oh, no, gracias. Solo vengo a acompañar a Adrien.
—Bien. De inmediato los traeré.
Salió a la parte trasera de la tienda, dejando solos a los tres muchachos.
Isamu los observó de reojo con sumo desprecio.
Estaba, no enojado, sino furioso. Iracundo. Colérico. Furibundo.
Quería darle una paliza.
De verdad.
—¿Tengo algo en el puto rostro? —reclamó Adrien, al darse cuenta como lo veía su hermano mayor.
—Mi mirada, imbécil.
—Me doy cuenta, pedazo de mierda.
Ambos se gruñeron, como perros a punto de pelear por comida. El odio que se tenían podía sentirse, y a Abel lo ponía incómodo el estar en medio de eso. No sabía que se habían hecho mutuamente para odiarse de tal forma. Se detestaban.
Anzu regresó cargando diversas macetas. Las colocó en el mostrador para enseñarlas a Adrien, quien de inmediato cambió de expresión a una más tranquila.
—Estas son algunas. Míralas y si quieres que cambie alguna dímelo, pero son las mejores.
Volvió a salir del lugar. Adrien examinó con cuidado cada pequeña planta.
—¿Te gustan? —sonrió Abel, viéndolo como un tonto enamorado.
—Las amo —sonrió Adrien, entrecerrando sus grandes ojos heterocromáticos.
—Las compraré para ti.
—No tienes que, Abel. Yo puedo pagarlas.
—Lo sé, pero si te las regalo yo entonces será algo más precioso, ¿no? Un vínculo entre los dos que crecerá como nuestro amor.
—Oh, Dios, eres tan cursi.
Isamu sintió que podía morirse al ver el rostro de Adrien tan rojo. ¿De verdad era capaz de tener reacciones de ese estilo por unas bobas palabras? "Un vínculo entre los dos que crecerá como nuestro amor", que ganas de mandar todas esas plantas a la mierda. Bien a la mierda.
Adrien no merecía ser feliz.
¿Por qué lo estaba siendo aun luego de todos los pecados que cargaba con él?
Le parecía sumamente injusto.
Tenía que cambiar eso.
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