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Se encontraba delante de la florería de su madre.
A saber cómo, pero ahí estaba.
"Mierda."
"De nada."
Dio media vuelta, dispuesto a subirse de nuevo al auto y regresar a casa, pero una fuerza que venía desde muy dentro de su corazón lo detuvo. Sabía por qué estaba ahí, tenía un montón de cosas que resolver en esa florería.
Ya no iba a ser un niño abusado.
Tomó un fuerte respiro y abrió la puerta.
Hola.
-Bienvenido.
Bienvenido a casa.
-Ah... eres tú.
-Hola, mamá -habló muy bajito, viendo hacia el suelo-. Yo...
-Vete de este lugar, Isamu.
Creí encontrar una manera.
Creí encontrar una manera de salir.
Tomó un fuerte respiro. Apretó sus manos en puños. Levantó el rostro y enfrentó sus ojos rojos con los negros de su madre. Su mirada era intensa, tenía un grueso delineado en el párpado, sus cejas gruesas se encontraban arqueadas hacia abajo, con desagrado, sus labios rojos pintados con labias mate se separaron, su largo cabello negro, lacio, largo, cayendo a su cintura, fue acariciado por el viento que ingresó cuando la puerta fue abierta.
Daba miedo.
Pero nunca te fuiste.
-No.
-Isamu...
Entonces supongo que ahora debo quedarme.
-Tenemos un montón de cosas que arreglar, mamá -masculló, empezando a avanzar hacia el mostrador-. O no arreglar, solo hablar. No es justo que me dejes con tantas dudas. Me has mentido por 27 años. Veintisiete largos años.
Anzu frunció los labios.
Le recordó a Eriko.
Pero espero algún día poder irme de aquí.
-Ni siquiera eres mi madre.
Aun si toma toda la noche o cien años.
De pronto le faltó el aire.
-¡Pudiste evitar que me acostara con mi hermano!
-¡No me culpes a mí de tu incapacidad para tener el culo cerrado! -reclamó, molesta por el tono de voz con el que se le hablaba.
-¡Ni siquiera me habías dicho que tenía una tía llamada Eriko! ¡Nunca me hablaste de una tía casada con un ruso!
-¡No tenías por qué saber! ¡Esa hija de puta bastarda me dio la espalda por irse con un jodido ruso malnacido que ni siquiera la amaba!
-¡Tú no la ayudaste tampoco!
Necesito un lugar donde esconderme, pero no encuentro uno cerca.
-Te he cuidado, Isamu, con todo mi ser. Con todas mis fuerzas. Lo he dado todo por ti, ¡dejé a mi esposo y mi familia y toda mi puta vida de lujo por ti!
-¡Ni siquiera querías a Eriko!
Quiero sentirme vivo, afuera puedo luchar contra mi temor.
-¡Amaba a Eriko más de lo que me amaba a mí misma! Y ella... esa imbécil solo se dejó morir... de una manera tan lamentable. ¡La mató su generosidad! ¡La mató su ingenuidad! ¡Murió porque ella quiso morir! Y, escúchame, tú vas por el mismo camino.
Guardaron silencio.
¿No es agradable..?
Sus rubíes se enfrentaban con intensidad.
Daba miedo.
¿Estar totalmente solo?
-Pudimos ser felices, mamá... -murmuró finalmente, relajando su visión- De verdad pudimos. Aun solos, tú... yo... No tuvimos que acabar así. Yo no te odio... Eres mi mamá.
Anzu suspiró con fuerza. Se alejó del mostrador y frunció los labios.
-Nunca quise que fueras mi hijo.
Corazón hecho de cristal, y mente de piedra.
Oh.
Dolió.
Se le estrujó el corazón.
Hazme pedazos...
-Pero... Eriko no te quería tampoco -desvió la mirada y frunció el ceño-. Ella dijo que iba a asesinarte. Yo la tomé de las manos y la vi a esos ojos tan profundos, aterradores, llenos de lágrimas. Le sonreí. Y le dije que yo iba a cuidarte, que yo iba a amarte como ella no podía, y que cuando estuviera lista yo... te dejaría ir con ella. Solo quería que se relajara. No quería a mi hermana cargando con el peso de una muerte... Ella accedió. Yo había pérdido a mi último hijo, luego de dar a luz tantas veces mi vientre estaba cansado. Isamu, cuando te tomé en mis brazos y vi tus ojos, rojos, intensos, profundos, aterradores como los de ella, te abracé contra mi pecho y te amé. Te amé con todo lo que una madre puede amar a su hijo... Para mí era como tener un trozo de mi hermana que siempre estaría conmigo... Pero cuando ella me abandonó empecé a odiar ese trozo. Se olvidó de mí. Me dio la espalda. Hablábamos todas las noches, pero todas nuestras pláticas eran tan... vacías. Y luego tu papá me encontró en cama con otro hombre y nos echó a ambos... No sé por qué, dije que era tu culpa.
De la piel al hueso.
Nunca había visto a su madre llorar.
-Isamu, te odio -escupió por fin. Se le hizo un nudo en la garganta, no podía respirar-. Te odio por ser Eriko, eres... idéntico a ella. Tienes el mismo rostro, el mismo cabello, los mismos rasgos, los mismos gestos. Esos labios rojos como fresas, esos pómulos afilados y ese cuello largo. Esa personalidad sumisa con la que te dejas pisotear por todos porque prefieres ser abusado antes que abandonado... Todo. Mírate, incluso lloras igual que ella... que la persona que me abandonó.
No le gustaba resolver sus problemas.
Ahora entendía por qué los Campbell no lo hacían: era problemático. Traía dolor, ira, frustración. Un montón de sentimientos desagradables que te hacían llorar.
Quería irse de ahí.
Hola.
-No te odio a ti -se contradijo, y cerró los ojos con fuerza-. Odio a Eriko. Odio a Eriko y todo lo que ella trajo con su nacimiento y su muerte. La odio. Pero... a ti te amé. De verda te amé... Solo me dueles. Me lastimas. El verte, ver esos grandes ojos rojos tuyo me lastima... Y no quiero sufrir, Isamu. No más.
-Yo te amo, mamá... -murmuró, viendo hacia el piso y apretando sus mano en puños- Te amo, de verdad. Pero... ya no quiero sufrir. No dejaré que me maltrates más. ¡No soy un inúil! Yo... no volveré a quedarme callado.
Ella suspiró con fuerza.
Bienvenido a casa.
-¿De verdad no eres un inútil?
-No.
-Entonces toma tu delantal y vuelve a trabajar conmigo.
Ella le sonrió.
-Intentémoslo otra vez, hijo.
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