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—¿Estás bien?

—No —gruñó, apoyado en la pared con una mano. Cerró los ojos con fuerza mientras que con la mano libre sacudía su aparato—. Me dije que iba a volver a ser uno pero es difícil si estallo en fiebre cada dos por tres... Pero voy a estar bien. Ya me pasará.

—¿Qué sucede?

—Una estupidez. Volveré tarde, ¿sí? No le pongas pestillo a la puerta y no te preocupes por mí.

La bocina de un auto sonó frente a la casa.

—Ese es mi transporte. Si quieres salir las llaves del auto están en mi escritorio y la copia de la llave de casa en la maceta al lado de la puerta. Riega las plantas. Adiós.

—¿A dónde irás?

—No es tu problema.

Y con eso salió de casa.

Corrió a la ventana para husmear.

Lo vio meterse en un auto que no había visto en el pueblo...

"Bien, se consiguió un novio." Su lado racional gruñó. "Eso es bueno, ¿entiendes? Al final no eras tan importante para él como te dijo..."

—Yo... de verdad no creí ser importante para él —masculló, viendo el vehículo alejarse—. Ahora lo veo todo y él... ellos... todo este tiempo, solo se estabab divirtiendo de mi desgracia. Nunca tuvo una verdadera intención de amarme.

"Bien. Es bueno que te dés cuenta."

—Sí... es lo mejor.

De verdad eran complementos.

Él y Adrien eran piezas de un rompecabezas. Destinados a encajar uno con el otro. Destinados a ser perfectos para el otro. No eran iguales, sino eran tan opuestos que necesitaban complementar al otro. Adrien era todo lo que Isamu buscaba para amar. Isamu era todo lo que Adrien buscaba para divertirse.

Tuvo que pasar un daño irreparable en la psíque para darse cuenta.

Pero al menos se daba cuenta.

—¿Cuándo empezarás tu tratamiento? —pregunta Abel, luego de ambos haber ordenado su desayuno.

—Mañana en la tarde tengo la primera cita —suspira, sujetándose el rostro con las manos—. Va a ser horrible. No quiero hacerlo. Pero, bueno, gajes del oficio. ¿Qué hay de ti?

—Lo empecé ayer.

—¿Y qué tal?

—Horrible.

—Creo que habríamos menos locos si las terapias fueran más divertidas y menos tortuosas.

—Creo que si fueran divertidas habría aun más locos, solo que todos irían a sus terapias.

—Da igual.

—Dijiste que ya habías probado algo antes.

—Una doctora... Una hija de puta. Me hizo lo que soy ahora, creo. Soy el resultado de un montón de terapias experimentales.

—Me gusta el resultado. No luces loco.

—Tú tampoco... ¿Eso es un cumplido?

—Definitivamente no es un insulto.

Se sonrieron mutuamente.

Oh, se encantaban.

Y mientras ellos se encantaban, Isamu se lanzaba al sofá para sentarse.

Hace una semana se hubiera lanzado al lado de Adrien, para follar. Habrían desayunado juntos, se habrían duchado juntos.

Estarían juntos...

Disfrutando.

Pero Eriko la había cagado.

Todo era culpa de Eriko.

¿Con quién se había ido Adrien?

Durante la semana que había estado ahí no le comentó sobre nadie.

Aunque, ahora que lo pensaba, no le había comentado mucho sobre nada. Todo lo que sabía era únicamente una consecuencia del ambiente.

Si por Adrien fuera, él sería un ignorante.

Ah.

Adrien no lo amaba.

Toda esa mierda, en toda esa semana, todo había sido nada más que una consecuencia.

No lo amaba.

Solo no quería ser abandonado.

No lo culpaba, él tampoco quería.

Le gustaba a Fyodor, pero Fyodor estaba enfermo. Él no contaba.

No le gustaba a Dri.

Tampoco le gustaba a Adrien.

Dos de tres. Perdía.

Solo había sido utilizado.

Bien.

Le había tomado un tiempo aceptarlo.

Porque respecto a saberlo, lo sabía.

Solo no quería aceptarlo.

Tuvo que volverse loco para darse cuenta.

Pero finalmente lo había aceptado.

Se dio cuenta también que no se merecía todo eso.

Todo lo que le estaba pasando.

No se merecía nada de eso.

Y ya no quería nada de eso.

Estaba cansado.

Adrien se lanzó de espaldas al césped y desde ahí observó el cielo. Abel se acostó también, apoyando su cabeza en su abdomen para usarlo como almohada. El castaño extendió su mano para acariciarle el cabello.

—¿Eres gay? —inquiere Abel.

—No —responde Adrien—. Soy bisexual... o algo así. ¿Qué hay de ti?

—Tampoco lo sé muy bien. Hasta ahora solo me han gustado chicas, pero tú me gustas... me gustas un montón. Y quiero estar contigo hasta enamorarme perdidamente.

—Same.

Ambos rieron.

—¿Cuánto tiempo se necesita para enamorarse perdidamente? —entrelazó sus manos sin dejar de sonreír. A Dri le subió el calor a las mejillas— Para ver tus ojos y perderme en su profundida, y querer hundir mis manos en tu cabello, y que nuestras narices se choquen mientras nos besamos y abrazamos para compartir el calor de nuestros cuerpos.

—Oh, Dios —rió de forma boba, cubriéndose el rostro con la mano libre para esconder su intenso sonrojo.

“¡No me dijiste que este tipo era tan cursi!”

“Sorpresa.”

—¿Demasiado cursi?

—No, en lo absoluto —le sonrió, aun rojo—. Necesito más cosas así en mi vida... Me gusta la idea de perderme en esos dos zafiros incrustados en tu bello rostro. ¿No es lo suficientemente romántico el estar aquí echados, contemplándonos mutuamente, para hacernos enamorarnos uno del otro? Yo ya podría casarme contigo.

—¿Es en serio?

—No... No es para tanto. Pero avanzas rápido. Vas por buen camino.

—Me alegra saber eso. Luego conquistaré también tus otras personalidades. ¿Cuatro más? Les enamoraré también.

—Eres muy obstinado, ¿no?

—Soy sumamente terco.

—Justo mi tipo.

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