Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

145

—Bien, nos vamos ya —suspiró Adrien, cargando en sus manos sus maletas. Isamu, a su lado, cargaba las suyas.

—Vuelve pronto —pidió Adrián, abrazándolo con fuerza.

—Te llamaremos en unas horas —sonrió Adriana, besándole la frente—. Estaremos pendientes por si el avión se estrella o algo.

—Sería lo mejor —rió con cierta burla.

—No digas eso —suspiró Adrià, acercándose a él y palmenándole la espalda—. Te extrañaré, hijo, sabes que esta casa siempre está abierta para ti. Para ustedes; para ti y para Isamu.

—Gracias, señor Adrià —sonrió el pequeño asiático, abrazando su maleta contra su pecho.

—Bueno, vámonos —indicó Urie, señalando a la puerta para que ambos empezaran a caminar—. No queremos llegar tarde y que pierdan su vuelo. Apresúrense.

—Los extrañaré —suspiró el menor, abrazando a sus hermanos y su abuelo.

—También te extrañaremos —aseguró Adriana.

—No te mates, en serio —masculló Adrián—. Y tú tampoco, Isamu.

El asiático elevó los pulgares.

—Y no lo vayas a matar tú, Adrien.

—Se les hace tarde —canturreó Urie, apoyado en el marco de la puerta y viendo su reloj de mano—. Van a perder el vuelo y van a tener que soportarme más tiempo.

Adrien rodó los ojos.

—Vale. Ya. Vámonos.

Y se fueron.

Se metieron al auto. Adrien en el asiento de adelante e Isamu atrás. Sus cosas en el maletero. Urie conduciendo.

—Seguirás con tu terapia, ¿verdad? —habló, deteniéndose frente al semáforo en rojo.

—Seh —aseguró simplemente, viendo hacia la ventana y sosteniendo su rostro con la mano—. También tomaré mi medicina, no te preocupes por eso.

—No te despediste de Catherina —recordó Isamu.

—Llevo su número —sonrió con cierta burla.

Urie esbozó una pequeña sonrisa ante esto.

—Dijo que llegaría a vernos algún día —indicó, sin despegar la vista del frente—, así que lo mejor es tener la casa presentable para ella.

Y ahora Urie frunció los labios. Ya no era solo que Isamu le desagradara, sino que además era el hijo bastardo de su difunta esposa; literalmente la razón por la que la había asesinado en el cajón de las flores.

Maldito cajón. Le parecía una idiotez tener algo así, toda la vida dijo eso. Cuando construyó ese cobertizo era para poner ahí las herramientas que nunca usaba, pero antes de siquiera darse cuenta estaba lleno de plantas. Plantas que ni siquiera le gustaban.

Odiaba las flores.

Desde el fondo de su corazón, las detestaba.

Se había criado en Rusia, en un pueblo alejado llamado Oimiakón. Literalmente el lugar más frío del mundo, ahí no crecía nada. Él y sus hermanos no habían visto verde en el piso más que en la televisión de casa. No había una sola planta en casa, no había pasto en el piso del patio, lo único que sus ojos podían ver al despertar y dormir era nieve. Era tan helado que no había sudado durante durante diecisiete años de su vida...

Y de pronto estaba encerrado con miles y miles de plantas, de flores. Montones de colores. Azul, verde, amarillo y rojo. Recordaba hundir el rostro en el cabello de Eriko, sumergiéndose en el infinito y profundo naranja. Recordaba besar aquellos intensos rojos y brillantes labios. Recordaba perderse en esos intensos ojos rojizos. Recordaba acariciar firmemente sus mejillas rosadas.

Y entonces recordó ver nacer a sus hijos.

En ese momento Adrien fue su favorito. Tan simple. Tan sencillo. No tenía un montón de colores. Luego del accidente, gracias a las cicatrices los dos mayores tenían aun más colores. Adrien en cambio había palidecido por permanecer internado... Incluso ahora con todos esos tatuajes, Adrien no poseía demasiado color.

Apreciaba eso.

Pero luego Isamu...

Oh, Isamu. Eriko tenía el naranja y el rojo por todos lados, pero al menos era solo naranja y rojo. Isamu en cambio tenía marrón, naranja, rojo, rosado, morado, amarillo. Demasiados colores. Solo esa voz suya le parecía demasiado llena de colores.

Urie, además de todo, padecía sinestesia. Y de verdad la padecía, la condición de ver colores en la voz. Desde que se casó con Eriko la padecía. Recordaba oírla hablar y ver un montón de colores en cada palabra que mencionaba.

De verdad detestaba todo eso, pero resto de voces estaban en blanco y negro. Desde que Eriko murió no había visto color en ninguna otra voz más que el blanco y negro, excepto cuando mencionaban el nombre de su mujer, entonces veía claramente el anaranjado. Pero el resto era blanco y negro.

Hasta que llegó Isamu.

Cada vez que hablaba, sin importar que dijera, veía colores en su voz. Montones de colores. En cada letra había un color diferente, en cada sílaba. 

Detestaba ese montón de colores.

No había visto colores en ninguna voz desde hace más de una década, conocer a aquel pequeño asiático y ver que cada vez que abría la boca asomaba una gama entera...

Detestaba todos los colores. No los soportaba. Incluso el verde de sus propios ojos, lo detestaba. El mirar verde corría en toda la familia, en todos menos en sus hermanos, Yurik y Yuriya habían heredado grandes ojos negros que se habían perdido generaciones atrás. Su madre tenía ojos azules. Su padre verdes. Él verdes. Pero en cambio los cinco poseían cabello negro y piel pálida.

El punto en estos largos párrafos era que odiaba a Isamu.

Con su vida.

De ser por él, esos dos nunca hubieran acabado juntos. Lo asesinaría si aun tuviera la energía de hace una década, pero no era así. Ya tenía cuarenta años, y un poco más, si se agachara para destrozarle la cabeza tal como hizo con Eriko se le trabaría la espalda y no habría quien lo sacara de eso.

Y podría hacer algo sencillo, un cuchillo en la garganta y fin. Pero no toleraba la idea de una muerte tan sencilla como esa.

Le gustaba la violencia y el desastre, era inevitable en su persona. El drama.

Suspiró con pesar y se sujetó el rostro con la mano mientras observaba la inmensa línea de carros delante de ellos. Carros de todos los colores, por si fuera poco.

—Bien, al parecer tendremos un poco más de tiempo de calidad juntos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro