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Adrien bajó a la sala y se metió a la cocina. Abrió el refrigerador y sacó una soda en lata para seguidamente irse a la sala y echarse al sofá.
Que pereza le daba todo.
Ojalá haber muerto el día de su nacimiento.
Ojalá haber sido asesinado por Eriko. Por Urie. Haberse suicidado. Cualquier cosa habría sido mejor que todo lo que estaba pasando en ese momento. El sentimiento de disociación era tan grande que se aferró fuertemente a su lata con tal de asegurarse que seguía en ese plano temporal y espacial.
¿Qué sucedería cuando regresara a su casa?
Fyodor solo quería ser feliz al lado de Isamu. Adrien se sentía incapaz de ser feliz al lado de Isamu.
Isamu no sería capaz de ser feliz sin ellos.
Adriana se asomó por el sofá y se sentó a su lado. Lucía seria. Distante. Estaba ahí. Era su Adriana, tenía ambos ojos marrones y carecía de tal grotesca cicatriz que caracterizaba tanto a la original.
Ella guardó silencio largo momentos.
Observó hacia delante.
Miraba fijamente la puerta.
Abrió la boca para hablar, pero prefirió no hacerlo al saber que no era la real. No valía la pena intercambiar ninguna palabra. Podía simplemente ignorarla.
—Fue ahí donde aparecí —ella habló, señalando al frente—. El día que Urie le quebró la nariz a Eriko.
Él guardó silencio.
—Antes que Adrien o Fyodor. Antes que Adrián. Cuando lo vimos romperle la nariz supimos que algo estaba mal con ellos... con los originales. Tú lo supiste. ¿No da miedo la soledad? Desde que los viste en esas camas, con miles de tubos conectados y un incesante "beep" te diste cuenta que si aquello no salía bien... quedarías solo. Y cuando viste a Urie golpear a Eriko supiste que aquello no saldría bien...
No quiso responderle.
Se limitó a darle un sorbo a su bedida.
¿Estaba ahí?
Quizás se había dormido y solo soñaba en esos momentos.
Detestaba tomar el control del cuerpo por demasiado tiempo. La pasaba durmiendo tanto que cuando despertaba le era difícil diferenciar la realidad de la fantasía. Y sí, ya llevaba un rato despierto, pero todo aquello se sentía...
Irreal.
Claro.
No era real.
Fácil.
—Hey, ¿volveremos a vernos? —la verdadera Adriana llegó a sentarse a su lado. El verdadero Adrián se apoyó detrás del sofá. Su Adriana desapareció, y el sentimiento de disocición desapareció tan repentinamente que le causó un escalofrío.
—Sí... creo que sí —sonrió Adrien, viendo de reojo a su hermana mayor y aliviado por que la otra se haya retirado—. No pienso matarme si es eso lo que te aflige...
—No puedes matarte —regañó Adrián, frunciendo el ceño y dándole un pequeño golpe en la cabeza—. Somos tres, si tú te mueres deberíamos morir nosotros también. Estamos juntos en todo.
Adrien guardó silencio y se abrazó las piernas contra el pecho, esbozando una pequeña sonrisa, casi triste.
—Eso es mentira...
—¿Ah?
—Mentira. Es mentira eso de "estamos juntos en todo" —guardaron silencio una vez más—. Ustedes no me ven como su hermano.
—Nosotros... ¿nosotros qué? —gruñó Adriana, irguiéndose en su asiento—. Eso no es cierto.
—No mientas, Adriana. Desde lo que le sucedió a Eriko...
—¡Adrien, tú siempre has sido nuestro hermano, grandísimo idiota! —exclamó alterada, arrebatándole la lata de las manos— Eres tú el que quiere separarse de nosotros. Eres tú el que se aisla. Dri, Adrien, Fyodor, no importa quién, eres nuestro hermano. Son nuestros hermanos. Todavía la otra Adriana y el otro Adrián. ¡Hemos pasado la vida entera intentando convivir con ustedes! Porque te amamos, Adrien.
—Los tres estamos mal de la cabeza, hermano —sonrió Adrián—. Unas personalidades no van a alejarnos de ti, idiota. Adriana tiene razón al decir que eres tú el que decide aislarse. ¡Asumes demasiadas cosas!
Adrien frunció los labios y recuperó su lata.
—La doctora Ford me lo decía —masculló—. La doctora Ford me decía que ustedes me odiaban. Que era normal que lo hicieran...
—Bueno, la doctora Ford era una hija de puta —gruñó Adriana—. Nunca te odiamos, Adrien. Nunca. Ni antes del accidente, ni cuando salimos del hospital, ni cuando nos enteramos de tus enfermedades, ni cuando fuiste al psiquiátrico, ni cuando saliste, ni cuando te fuiste de casa, ni ahora que has vuelto. No importa cuántas cosas nos hagas, Adrien, no importa qué le hagas a los demás, eres nuestro hermano. Y te amamos.
—¿Aunque sea un asesino, maltratador?
—Ni aunque seas el vivo retrato de papá —sonrió Adrián, despeinándole el cabello.
—Así que deja de negarnos como tus hermanos y ríndete ante nosotros —rió Adriana, y lo abrazó con fuerza.
—¡Tus magníficos hermanos mayores! —exclamó Adrián, abrazándolo también.
—¡Oh! ¡Soy débil ante ustedes, magníficos hermanos mayores! —rió, dejándose abrazar.
Los tres rieron de forma boba, como los bobos que eran.
—Ah, al final no hicimos ninguna fiesta —recordó Adriana, frunciendo el ceño y rompiendo el contacto—. Hagámosla mañana, antes que te vayas.
—Adriana, no sé si te has dado cuenta, pero no estoy en la condición mental apropiada para hacer una fiesta. Además, me voy hoy.
—Ah, cierto... Mierda. ¿No puedes posponerlo... otra vez?
—No lo creo. Quiero irme ya.
—¡Adrien, por favor! Venga. No será tan malo. Solo una fiesta. Una pequeñita. La pasarás bien, te lo prometo. ¡Aun no convivimos lo suficiente, hermano!
El menor suspiró con cierto pesar. No creía que Isamu estuviera en las condiciones de quedarse. Y tampoco creía que él lo estuviera. Ninguno de los dos lo estaba, si se quedaban ahí lo que iba a suceder era una tragedia.
Una tragedia que igualmente iba a suceder si se iban, pero que al menos sucedería de forma aislada, sin nadie que les interrumpiera. Una tragedia que no se llevaría a nadie más que a ellos dos.
Que a ellos seis.
Que a ellos siete, si se veía de cierta forma.
—No, ya es suficiente —suspiró, sonriendo de lado y sujetándose el rostro con las manos.
—¿Suficiente de qué? —murmuró la mayor, frunciendo los labios.
—De todo... Ya estoy cansado. Estamos cansados. Quiero volver a casa y no poner un pie en este lugar otra vez.
—En serio, no te mates...
—No lo haré.
—¿Seguro?
Guardó silencio largos momentos, observando a la nada y dando un sorbo a su bebida.
—No...
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