140
El día siguiente llegó. Isamu despertó con el cuerpo adolorido y dolor de cabeza. ¿Cuánto vino había bebido la noche anterior con Adrien, metidos en la tina, luego de haber tenido sexo? ¿Mucho? Había llevado la botella entera, pero ahora podía ver desde su lugar una botella totalmente vacía.
Más importante, no podía ver a Adrien cerca de él.
Porque Adrien no estaba ahí, sino en el comedor, con su familia, desayunando. Edeltrudis había preparado todo un banquete para toda la familia, había preparado además jugo de manzana, de naranja y licuado de banana con fresa, porque eran los favoritos de los trillizos.
—Esta es tu última cena —rió Adriana, mezclando su jugo de manzana con vodka, como si eso tuviera buen sabor—. Bueno, último desayuno... Ya sabes, como el de Jesús.
—Creo que entiendo bien tus referencias religiosas —rió Adrien también, bebiendo de su licuado—. Y lo volví a considerar, todo... Creo que no voy a entregarme, tampoco a internarme.
—Ah, menos mal —suspiró Adrián, alejando la botella de vodka a punto de ser servida en su jugo de naranja—. Dios, estaba a nada de llorar pensando que la próxima vez que fuéramos a España debía verte todo vestido de naranja... El naranja no es tu color, ¿sabes?
—Creí que estabas preocupado por mi seguridad en la cárcel.
—Bullshit. ¿Por qué me preocuparía por ti en la cárcel? No. Me preocuparía por la seguridad de los otros presos, de hecho. Luces de esos tipos que se meterían con los demás aunque estuvieras en desventaja.
"A mí me pareces de esos tipos a los que violan en la cárcel" rió su Adrián, detrás de la Adriana real, sujetándose el rostro con las manos.
"A mí me pareces de esos tipos que se suicidan antes de cumplir su condena" ríe su Adriana, detrás del Adrián real.
—Y aunque no lo fueras, pagaríamos por tu seguridad —aseguró la hermana mayor, sirviendo vodka en su vaso vacío—. Bueno, no sé si papá lo haría, pero si él no lo hace yo voy a hacerlo.
—Ah, yo ya no puedo vivir con esto —suspira Adrià—. Ayer recé preguntándome que había hecho mal con mi vida y logré una respuesta: nacer.
—Tenerme —masculló Urie, rodando los ojos.
—El problema es que si no te hubiera tenido a ti tampoco habría tenido a tus hermanos, y al menos de ellos estoy orgullosos.
—Y no le dieron nietos mentalmente inestables —agregó Edeltrudis, sirviéndole más jugo de naranja a Adriana.
—Cierto —sonrió Adrien—. Pero tus otros nietos no son tan encantadores como nosotros tres. Es decir, ¿qué otro nieto es cinco en uno? No todo es malo.
—Ah, si no fuera por mi marcapasos estaría muerto —suspiró una vez el señor—. Ustedes cuatro me habrían matado. ¡Ustedes cinco! Te estoy contando a ti también, Edeltrudis.
—Yo solo soy la sirvienta, señor Adriá. ¿Gusta que le traiga sus pastillas?
—No. Déjalo así.
—¿Con agua o jugo?
—¡Vodka!
—Jugo de naranja será. De inmediato.
—No puedo con todo esto —se lamentó de manera melodramática, dejándose ir en el respaldo de la silla—. Ahora, temas de importancia: ¿Estás seguro que no te entregarás, Fyodor?
—Seh —respondió con simpleza, tomando también la botella de vodka.
—Bien. Pero, ¿estás seguro que puedes cargar con la culpa de-?
—No sé de qué culpa hablas —admitió fríamente, desviando la mirada—. Fueron cosas que hice sin pensar. La primera se siente horrible, te atormenta por noches enteras, pasé por fiebre de hasta 40° y las alucinaciones fueron espantosas. Pero la segunda es más tranquila. La tercera te quita la fiebre, y así con todo.
—¿Cuántas veces lo has hecho? —se horrorizó Adrià.
—No lo sé... ¿Cuántos años llevó allá? ¿Cuatro? No lo sé... ¿Una al mes?
—¡¿UNA?! —exclamó Adriana— ¿Solo mujeres? ¡Adrien!
—¿Qué? ¿Por qué lo vuelve peor que sean mujeres? ¡Pudieron ser niños!
—¡Lo vuelve peor porque eres un tipo de casi 1.95, con cuerpo de luchador, tatuajes en todo el cuerpo y capaz de levantar hasta 100 kilos sobre su cabeza!
—Son 80, no sean exagerada.
—¡Lo que sea! ¡Eres peligroso! ¡A eso me refiero! ¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño?
—¿Porque no podría con ellos y acabaría con la nariz rota?
—Cierto...
—Bien, dejando a un lado eso —interrumpió Adrià—. Hay otro asunto de importancia e interés: ¿qué pasará con Isamu?
Todos en la mesa guardaron silencio. Adrien se sirvió un poco más de vodka y desvió la mirada.
—Adrien, dime qué pasará con Isamu.
Le dio un largo trago a su bebida alcohólica.
—¡Adrien!
—¿Qué? —reclamó, sintiendo que las mordidas en su pecho y aruñones en su espalda le ardían—. No lo sé. ¿Por qué me lo preguntas a mí?
—Porque se supone que hoy en la tarde te vas con él en avión a España. ¿Qué va a ser de él? ¿De ustedes?
—Bueno, yo... yo lo hice romper lazos con la tía Anzu, y realmente no tiene nadie a quien acudir. Así que... pensaba dejarlo como... ya sabes... al final del día es mi hermano, ¿entiendes? No puedo... abandonarlo, no así por así.
—Piensas seguir con él.
—¡No como pareja! Sino, ya sabes... ¿como hermanos?
—No puedo creer que te hayas acostado con nuestro hermano mayor —se lamentó Adriana—. ¡No puedo creer que YO ya no sea la hermana mayor! Todo el poder que me daba esa hora de anticipación se ha esfumado, ha hecho "¡puff!" Y todo por que la puta de E-
—No me pongas de malas en el desayuno, por favor —gruñó Urie—. Oír su nombre me va a provocar migrañas.
—Y por la facilidad con la que la señorita Fukui abría las piernas.
—Eso suena mejor. Gracias por considerarme.
—¿Sabes? Ahora hace sentido porque esa hija de puta aceleró ese día —rió Adrián—. Por un momento me creí esa mierda de que estaba "nerviosa" o "ansiosa".
—¿Qué pasó ese día? —inquirió Adrià, frunciendo el ceño.
—Adrián dijo "si tuvieras un hijo aparte de nosotros, ¿nos lo dirías?" y yo dije "solo las putas hacen eso". Y entonces ella aceleró a pesar de ver el semáforo en rojo.
—Y luego le rompí la nariz —masculló Urie, dando un trago a su vino.
—¿Le rompiste la nariz a mamá? —gruñó Adriana— ¿Qué te pasa? ¿Qué les pasa a ustedes dos? ¡Yo también soy mujer! ¿Me lo harían también?
—Adriana, querida, tú eres mi tesoro y la luz de mis ojos —aseguró su padre, extendiendo su mano para sujetar la de su hija mayor—. Mi mayor orgullo y quien espero se haga cargo de la empresa cuando esto acabe. En mi vida pensaría en lastimarte siquiera una pestaña. Y si alguien lo hiciera contrataría a alguien para que le de la muerte más dolorosa que se le puede dar a un ser humano.
—Aw, eso es tan lindo, papá —sonrió ella, arrugando su nariz—. ¿Y tú Adrien? ¿Qué puedes decir para no hacerme sentir que estoy en peligro a tu lado?
—Que papá no está tan orgulloso de mí como lo está de ustedes dos y si te lastimo una sola pestaña contratará a alguien para que me de la muerte más dolorosa que se le pueda dar a un ser humano.
—Me parece suficiente.
Sí. Eran una familia de mierda. La peor familia quizás, sumamente disfuncional, fracturada. Un padre asesino, un grupo de trillizos no precisamente estables mentalmente, una sirvienta que encubre todo. Pero al final eran una familia.
Y no podían pedir otra.
Les gustaba que fuera así.
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