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Isamu se observó en el espejo del baño de Adrià.

Su cuerpo.

Su lamentable cuerpo.

Delgado.

Había un poco más de carne entre la piel y sus costillas, también en sus brazos, en sus piernas. Dio media vuelta para apreciar como sus vértebras no se marcaban tanto.

Sí, era lamentable, pero solía ser miserable.

De pequeño su padre le permitía comer lo que quisiera. Cuando su madre se separó de él vivió con su abuela un tiempo y también comió todo lo que quiso.

Cuando empezó a vivir con su madre se arrepintió de todo ello.

Ella lo hizo sentir como si estuviera gordo, obeso. Como si su cuerpo fuera algo de lo que debiera sentirse asqueado. Al principio lo hizo comer menos, y poco a poco las raciones fueron bajando hasta el punto de parecer ridículas. Y finalmente llegó la parte del vómito.

Su madre lo obligaba a vomitar cada vez que "comía de más". Lo hacía elegir entre tener una pizca de arroz en el plato y dejarlo en paz o comer cuanto quisiera pero luego hacerlo vomitar.

A veces ni siquiera le daba la opción de comer.

Una o dos comidas al día eran suerte. Tres una fortuna.

Pero desde que estaba con Adrien comía cuanto quisiera.

Si su madre lo viera le diría que parece un puto cerdo.

Al otro lado del pasillo se encuentra Adrien, en el baño de su habitación.

Vomitando.

Se sentía asqueroso.

En general.

Todo le daba asco.

Su cuerpo, el sabor de la comida. No podía permitirlo. Le daba asco.

A Fyodor le daba asco.

Fyodor los tenía ahí.

Arrodillados frente al váter, con los dedos en la boca intentando provocarse un poco más de reflujo.

Y Adrien y Dri simplemente lo aceptaban.

No tenían fuerzas para pelear.

En su adolescencia aquello fue igual. A Fyodor le daba asco todo. Le daba asco la idea de engordar, y luego de casi cada almuerzo vomitaba.

Fyodor se ponía nervioso con todo, y para no lastimar a los demás se arañaba los brazos y mordía los labios. Masticaba sus uñas hasta sangrarlas, razón por las que ahora las lleva cortas todo el tiempo. A Fyodor no le gustaban las mujeres, razón por la que nunca tenían novia.

Fyodor, Fyodor, Fyodor.

A Fyodor le gustaba Isamu.

Razón por la que ahora estaban frente a la habitación de Adrià.

—Fyodor, no tengo ganas de esto —suspiró Adrien.

—Es la última vez —murmuró Fyodor, apretando sus manos en puños—. Lo juro.

—Haz lo que quieras —gruñó Dri, resignado.

Tomó un fuerte respiro y dio media vuelta para volver a su habitación. Pero entonces escuchó pasos subir por las escaleras.

Ante el pánico se adentró a la habitación.

"Esto no ha tenido sentido, porque era más fácil irnos a la habitación y si nos encontrábamos a alguien explicar que pasábamos por un momento delirante" reclamó Adrien.

"Cállate" reclamó Fyodor, sabiendo que a pesar de todo tenía razón.

Sonaba el grifo del baño.

Simplemente abrió la puerta, la cual irresponsablemente había dejado sin llave.

Isamu ni se inmutó cuando sus miradas se encontraron.

—Lo siento —Adrien habló bajito.

—También lo siento —murmuró Isamu, desviando la mirada—. No debí decir nada sobre Eriko.

—No debí amenazar con lastimarte... Ni siquiera debí traerte aquí, no debí mantenerte en casa...

—Debiste asesinarme cuando llegué a tu casa...

Silencio.

—No habría podido —admitió, extendiendo su mano para tomar la de Isamu y entrelazar sus dedos—. Siempre, desde que te vi en la tienda, me habías gustado mucho... tanto. Demasiado. Iba a la floristeria esperando verte, encontrarme contigo y poder apreciar cada bello rasgo de tu rostro... A veces ni siquiera buscaba flores, pero cuando te veía en el mostrador... quería pasar ahí dentro por horas, solo viéndote.

Isamu frunció los labios.

Adrien tenía cortes en los brazos.

—Somos hermanos —recordó, incapaz de ver directo a aquellos grandes ojos heterocromáticos—. Medio hermanos... Soy el hijo bastardo de Eriko.

—Eso no borra lo que hemos hecho estas semanas... Tampoco borra lo que haré...

—¿Qué harás?

—Mentí cuando dije que me entregaría —admite, sonriendo de lado, viendo sus manos entrelazada, empezando a acariciar sus nudillos—. Quisiera suicidarme cuando regrese...

—¿Qué?

—En medio de las flores de la sala, frente al televisor, al atardecer... me gusta la idea de hacerlo dramáticamente. No me colgaré, la asfixia deja horrible tu cuerpo... Un corte en las muñecas me bastaría.

—Adrien...

—Y quiero que te vayas conmigo.

Silencio una vez más.

—No lo tomes a mal, no voy a asesinarte... Solo... creí que sería romántico y eso.

—Me encantaría hacerlo, Adrien.

El menor río.

—¿Es en serio?

—No tengo nada que perder, no tengo a nadie que llore por mí, no tengo futuro... Y si tú te vas entonces tampoco tengo presente. Ya todo me da igual.

Silencio una vez más.

Adrien rió y tiró un poco de Isamu para acercarlo a él.

—No tenemos salvación, Isa.

—No me molesta no tenerla... Nunca pensé tenerla de todas formas.

El menor sujetó su marcado rostro entre sus grandes manos, y plantó cuidadosamentre un beso en la punta de su redondeada nariz. Pasó sus manos por su esponjoso cabello marrón claro, le acarició las orejas y la comisura de los ojos, los labios.

Isamu le sujetó las manos, repasando con sus dedos las costuras y heridas en estas.

Se besaron.

Oh, que buen beso. Amaban besarse. Lo extrañaban cuando pasaban sin hacerlo por más de unas horas. Amaban como sus labios encajaban con los del otro, amaban el aliento del otro, amaban el contacto de sus narices, como sus manos recorrían sus cuerpos.

Adrien lo sujetó de la cintura, bajando hasta los muslos y levantándolo del piso. Lo subió al lavabo sin preocuparse por el peso que este aguantaría. Isamu se aferró con las manos al borde de este por unos momentos antes de dirigir una de ellas al espeso cabello del menor, enredando sus dedos en este y quitándole las gafas.

—Ah, Dios, esto está tan mal —masculló Adrien, cerrando los ojos unos momentos.

—¿Realmente importa para este punto? —rió Isamu, sujetándole el rostro y arrugando levemente la nariz.

Guardó silencio.

—Es verdad —gruñó, alejándose un poco para quitarse la camiseta—. Al Diablo.

—Al Diablo —repitió, acariciándole el abdomen.

Oh, Dios, amaba ese abdomen.

Pero había algo inusual. En los lugares sin tinta se veían aruñones, moretes. Cuando se quitó los pantalones pudo ver también los cortes aun sin cicatrizar en los muslos y las piernas.

Los acaricio con sus largos dedos.

—Son lamentables, ¿no? —suspiró Fyodor, sujetándole las manos y aparándolas cuidadosamente—. Suelo lastimarme... Me gusta ver la sangre fluir y las marcas que dejan.

—Es un nuevo tipo de masoquismo, eh...

—Soy un enfermo, ¿no?

—Me gusta que sea así.

A ambos les gustaba que fuera así.

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