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Muerde mi lengua, gasta mi tiempo
Llevando una señal de advertencia
Espera hasta que el mundo sea mío

—Todo este tiempo he hecho montón de cosas horribles —murmuró Adrien en el comedor durante la cena, apretando el tenedor entre sus manos y frunciendo los labios—. Mientras estuve lejos de ustedes...

—¿Qué tan malo pudo ser? —suspiró Urie, dando un largo sorbo a su vino.

Visiones que destrozo, frío en mi reino
Cayó por estos ojos marinos

—Asesiné a alguien.

Deberías verme en una corona.

—Asesiné a muchas personas.

Voy a reinar esta inútil ciudad.

—No tengo excusa para ello.

Míralo arrodillarse.

—¿Y qué quieres que hagamos al respecto?

—¿Ah?

Uno por uno.

—Sí. ¿Qué quieres que hagamos al respecto?

—¿De qué hablas?

—¿Es esto solo una liberación cartáquica? ¿Algo para liberarte del peso de tus pecados? ¿Qué quieres?

Uno por uno.

—¡¿Cómo que "qué quieres"?! ¡¿Qué quieren ustedes?! No es esa reacción la que yo esperaba.

Deberías verme en una corona.

—No es esa la confesión que uno espera a media cena —masculló Adriana.

—Pero realmente no nos sorprende demasiado —rió Adrián.

Tu silencio es mi sonido favorito.

“Ah, estos tipos...” suspiró Adriana, de pie a su lado, sujetándole los hombros.

Miralos inclinarse.
Uno por uno.

“Es la única reacción de la que eres digno” ríe Adrián, paseándose frente a él.

Uno por uno.

—Cuando regrese a España voy a entregarme.

Cuenta mis cartas y míralas caer.

¡Te encerrarán si haces eso! —exclamó Adrià afligido.

—¡Merezco que me encierren, abuelo!

Sangre en la pared de mármol.

—¡Urie, haz algo, por favor!

—Papá, no hay nada que pueda hacer. No puedo detenerlo. Si él piensa que es lo adecuado, déjalo hacerlo.

—Yo no pienso que es lo adecuado —masculló Adrien, arrugando la nariz y desviando la mirada. Dri tomó un fuerte respiro—. Pero esto ya es demasiado para mí, en serio...

Me agrada la forma en la que todos ellos...

—¿Qué haremos si te condenan a muerte?

—No lo sé.

Gritan.

—¿Y qué será de Isamu? —recordó Adrián.

—Me suicidaré al regresar, no te preocupes —susurró muy bajito el asiático, jugueteando con el tenedor su comida.

—Me parece la única decisión correcta que tú puedes tomar —gruñó Adriana.

Dime cuál es peor,
¿vivir o morir primero?

—Solo reclamen mis cenizas, no le den mucha importancia... Hagan lo que hagan dudo en algún momento tener perdón de Dios...

—No me parece justo —Isamu volvió a hablar.

Duerme dentro de un coche fúnebre.

—No me interesa lo que tú pienses —gruñó Adrien una vez más—. Es tu culpa que se le haya ocurrido esta idea.

—¡Debería interesarles! —reclamó, apretando con fuerza el tenedor— ¡A ustedes tres! ¡A ustedes cinco! ¡¿Qué mierda está mal contigo?! ¡Es por tu culpa que estoy así! ¡Y...! ¡Y...! Y simplemente quieres irte así por así, sin importarte lo que piense.

—Ah... Estás enfermo.

No duermo.

Apretó el tenedor con tanta fuerza que incluso se lastimó las manos.

¿Cómo se atrevía?

Se sentía horriblemente.

Sentía como si la persona que hablaba no era él. Aquello era como jugar un videojuego en primera persona.

Me dices: “acércate bebé.”

No era él quien apretaba el tenedor.

“Creo que eres hemosa.”

No era él quien lo soltaba.

Estoy bien.

No era él quien sujetaba poco a poco su plato aun lleno de comida.

No soy tu bebé.

Ah.

Si crees que soy hermosa...

No era él quien arrojaba el plato lleno de comida a Adrien.

Deberías verme llevando una corona.

—¡¿Qué mierda te pasa?!

Voy a reinar esta inútil ciudad.
Míralos inclinarse ante mí.


—¡Me tienes mal de la cabeza!

Uno por uno.

—¡Estabas mal de la cabeza desde antes!

Uno por uno.

—¡Tenía un futuro y simplemente me lo arrebataste!

—¡Me tienes cansado!

Deberías verme en una corona.

Tomó su cuchillo de la mesa.

—¡Adrien, no! —Adrià se puso rápidamente de pie para detenerlo.

Tu silencio es mi sonido favorito.

Ante la adrenalina del momento agarró el cuchillo desde el filo. Y no es que fuera precisamente peligroso, sino que así mismo por la adrenalina Adrien intentó arrebatárselo, lastimándole los dedos.

Míralos inclinarse.

La sangre fluyó hasta el piso.

Uno por uno.

—Yo... yo... lo siento —murmuró Fyodor, horrorizado por ver el líquido carmesí fluir como si fuera un río—. ¿Estás feliz ahora? —reclamó Adrien, viendo a Isamu.

—¡Yo no te hice tomar ese puto cuchillo!

Uno por uno.

—¡No, pero...!

—¡Tú, en cambio! ¡Mírame a mí, Adrien! ¡Estoy aquí por tu culpa! ¡He perdido la puta razón por tu culpa! ¡No es mi culpa que hayas tomado el cuchillo y hayas lastimado a Adrià! ¡Pero es tu culpa que yo haya asesinado a la doctora Ford!

Uno por uno.

Adriana escupió su vino ante la repentina revelación.

—¡¿Tú hiciste qué?! —reclamó Urie.

—¿Lo ves? ¡Y sin embargo nadie me ve a mí como la víctima!

Corona...

—¡Nadie debería siquiera pensar en considerarte como la víctima!

Voy a reinar esta inútil ciudad.

—¡Ya basta ustedes dos! —ah, que miedo daba Adrià cuando se ponía serio— Esta es la última noche que pasaremos juntos, ¿quieren dejar de pelear solo unos momentos?

—¡Él empezó, abuelo!

—¡Y tú seguiste, Fyodor! Ya es suficiente. ¡Isamu!

El pequeño asiático se sobresaltó levemente.

—Hoy dormirás en mi habitación, y yo dormiré en la habitación de Urie.

—¿Yo dónde dormiré? —masculló el hombre, frunciendo los labios.

—En el sofá.

—Pero yo no...

—Y no vamos a discutir más al respecto.

Adriana y Adrián intercambiaron miradas, afligidos.

—Sí...

—Isamu, vete a dormir ya. Adrien, vete a duchar.

—Pero yo no... —el asiático quiso reclamar.

—Isamu, vete a dormir. Adrien, vete a duchar. No voy a decirlo una vez más. Creo que soy lo suficientemente claro.

Ambos callaron.

No iban a discutir con ese hombre.

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