126
El hombre de grandes ojos verdes observó el vino verterse en la copa que había quedado recientemente vacía.
—Si sigues tomando tanto alcohol te vas a joder el hígado —advirtió su padre, viéndole de reojo mientras buscaba algo en la alacena—. Te va a dar cirrosis y te vas a morir.
—¿Y eso es malo por qué...?
—Porque vas a dejar huérfanos a tus hijos.
—¿Y es malo por qué...?
El mayor suspiró con pesar.
—Es decir, entiendo que está mal buscar la muerte porque la vida es bella y bla bla bla, pero, míralo así: soy un padre de mierda. Si me muero les voy a dejar una herencia ridícula a esos tres, y además los voy a dejar en paz, con una carrera pagada, un puesto asegurado, una empresa que seguirá creciendo, una mansión, y una casa en España. ¿Qué más da si me muero? No van a llorar en mi funeral.
Bueno, era verdad. Pero como su padre no iba a decirle que estaba en lo cierto y que al final era mejor morirse antes que seguir vivo unos minutos más. Era su hijo. Como hombre era una mierda, pero al final era su hijo.
No era su único hijo, y tampoco era el mejor hijo, pero era su hijo al final del día.
—Yo voy a llorar en tu funeral. ¿Quieres que tu padre te entierre, Urie? No puedes ser tan cruel con este pobre hombre.
—No empieces, papá...
—No, ¿cómo no quieres que empiece? Tengo a mi nieto a medio colapso mental y a mi hijo con un episodio de depresión y alcoholismo. Si para detenerte de suicidarte debo causarte lástima pues que así sea.
—No voy a suicidarme, papá.
—El alcohol te está matando lentamente —acusa, señalando la copa de vino.
Urie guardó unos momentos de silencio mientras observaba la copa. Enfrentó su mirada con la de su padre, y así dio un largo trago a su bebida.
—¡Urie!
Se lo tomó rápidamente antes que su papá se lo pudiera quitar de las manos. Aunque el vino poseyera gran cantidad de alcohol a él le encantaba porque podía beberlo todo de un solo trago sin que la garganta le molestara, como sucedía con la cerveza, que le dejaba mal sabor de boca, o con el whisky, o el tequila, o el vodka.
No, no, no. El vino era perfecto para un hombre como él. Definitivamente.
—No sé por qué sigo esforzándome —se lamentó el señor, tomando la copa entre sus manos y frunciendo el ceño—. Te sientes mal por Adrien, ¿cierto?
—¡Claro que me siento mal por Adrien! ¡Es mi hijo! El más pequeño de los tres. Me siento mal porque si ahora está así de jodido es todo mi culpa. ¡Tú lo sabes!
—Oh, claro que lo sé. Sé que eres un horrible padre.
—Gracias, papá. Siempre sabes qué decir para hacerme sentir mejor.
—¡Pero! No eres el peor padre. Al menos te sientes mal por lo que hiciste. Te arrepientes. Pídele perdón.
—No va a disculparme. Como intente siquiera sujetarle el brazo va a darme un puñetazo en el rostro como el que me dio en el cementerio. ¿Recuerdas? Mira, aun tengo la marca.
—Te lo merecías. Sabes que te lo merecías.
—¡No está bien que un hijo golpee a su padre!
—Lo está si su padre asesinó a su madre y luego le hizo creer que él era el culpable.
Urie guardó unos momentos de silencio.
—Es verdad.
—Aunque no hubieras asesinado a Eriko, aunque no lo hubieras acusado a él como culpable, nada de eso, Urie, nada de eso cambiaría lo que Adrien es ahora. Tú sabes por qué está así: es NORMAL que un niño acabe jodido si le toca ver y oír como su padre maltrata a su madre hasta que los golpes sean tan notorios que el maquillaje no sirva.
Urie guardó silencio y arrugó la nariz mientras se servía otra copa de vino.
—Eriko era una perra.
—¡No, no lo era!
—¿Qué sabrás tú? Era yo el que estaba casado con ella.
¿Por qué insistía en que Eriko era una perra? A pesar de repetirlo una y otra vez nunca le explicaba por qué era así. Nunca le había contado alguna infidelidad de ella, algún comentario fuera de lugar, alguna propuesta escandalosa. Dudaba que los trillizos no fueran sus hijos, se lo habría dicho.
Y aunque hubiera sucedido algo así, eso no le daba derecho alguno de golpear a la pobre Eriko, que no era más que un ángel en la Tierra.
—¿Por qué sigues diciendo eso de Eriko? —masculló, entrecerrando sus grandes ojos esmeralda—. "Era una perra". ¿Por qué lo era? ¿Te hizo algo? ¿Te engañó alguna vez? Venga. Dímelo. Porque la verdad es que no te entiendo.
Urie arrugó la nariz.
—¡Dimelo, Urie! No hay nada que justifique tus golpes.
—¡Eriko tenía otro hijo!
Adriá guardó silencio unos momentos.
—¿Qué?
—Eriko Fukui tenía otro hijo. Tuvo otro hijo. Seis años antes que nacieran los trillizos, ella tuvo otro hijo al que escondió de mí. Al que escondió de todos. ¡Al que abandonó! ¿No es eso lo que hacen las perras, papá? ¡Ni siquiera tenía planeado decírmelo!
—¿Y eso qué?
—¿Sabes qué? Olvídalo. Tú no entiendes.
—¡No! ¡Claro que no! Por muy molesto que estés no tenías derecho de golpearla. Nada de derecho. Ni un poco.
—Ya. Olvida esto. No voy a hablar al respecto contigo.
—No, claro que vamos a hablar al respecto. Si no planeaba decírtelo, ¿cómo es que lo sabes?
—La escuché hablando con Anzu al respecto. Preguntándole cómo estaba y esas cosas.
—¿Por qué no hiciste nada al respecto?
—¿Qué iba a hacer, papá? No quiero un bastardo en mi casa.
—Urie, por Dios...
—Ya. Te dije que no discutiría al respecto, déjame en paz.
Y con esas últimas palabras se levantó de la mesa y se retiró, no sin llevarse la botella de vino consigo, claro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro