120
—Adrien, no... Yo... estoy cansado.
¿Cansado de qué? Había pasado todo el día acostado, haciendo nada más que preguntarse qué haría Adrien. ¿Y de pronto estaba cansado? Ni él mismo se creía esa respuesta.
—Solo quiero besarte —susurró el menor, sujetándole el rostro y acariciando cada pequeño rasgo en este, rozando cuidadosamente sus labios, pensando que era el hombre más hermoso de todo el mundo—. No quiero que te sientas mal por nada. Mañana es mi cumpleaños, y te necesito calmado y centrado, ¿sí? Si hay algo que pueda hacer para lograr que te sientas mejor entonces pídemelo.
Ah.
Que mal lo ponía.
Siempre sabía qué decir, siempre sabía qué hacer, cómo besarle, cómo tocarle, cómo hablarle. Desde el primer día en que se encontraron había sido así.
Pero a Adrien le daba asco el incesto entre hermanos.
Claro.
Adrien no sabía que eran hermanos.
Y no tenía por qué saberlo.
—Incluso si eso es que me aleje de ti...
¿Cómo podía decirle algo así?
De verdad no quería que Adrien se alejara de él.
De verdad quería mantenerlo a su lado.
Él no era su hermano.
Los hijos de Anzu lo eran.
Bueno, igual si lo ponía así Adrien acababa siendo su primo.
Pero no le importaba.
Podía hacer la vista gorda.
Solo un poco más.
Iba a conseguir un nuevo medidor de indiferencia, y este más grande que el anterior.
Sí.
Sonaba maravilloso.
Le sujetó el rostro y le permitió besarle otra vez.
Tenía un problema.
Lo llevaba pensando desde el inicio de su tragedia, pero hasta ese momento se daba cuenta sobre la seriedad de este.
No era un simple masoquismo extremista. No era una simple dependencia emocional. Era que sentía que si se alejaba de Adrien no podría hacer nada.
Es decir, eso era una dependencia emocional, pero no una simple.
Lo sabía a la perfección.
Pero intentaba convencerse de lo contrario.
Intentaba convencerse de que la razón por la que amaba tanto a Adrien era porque es una persona maravillosa con él.
Había algo en el fondo diciéndole que no era así.
Por más que lo intentara en ese momento, la sensación de asco y de culpabilidad latían con fuerza en su pecho. Una y otra vez.
¿De verdad podía hacer la vista gorda?
No solo respecto a los lazos de sangre, sino además el hecho de que Adrien era alguien genuinamente peligroso. Su vida peligraba estando a su lado. No tardaría mucho en asesinarlo si las cosas no cambiaban pronto, lo tenía en claro. Y las cosas no cambiarían pronto, también lo tenía en claro. Bien en claro.
Tomó un fuerte respiro, intentando recuperar el oxígeno que el menor le había robado en el beso.
—Durmamos, por favor—susurró, sujetándole el rostro y juntando sus frentes—. Mañana será un día largo, necesitamos descansar.
—Sí—suspiró, besándole suavemente la barbilla—. Sí, hagamos eso.
Finalmente lo soltó con mucho cuidado, dejando que sus delicados pies tocaran el piso. Le acarició y despeinó levemente el cabello antes de empujarlo con suavidad para indicarle salir del baño y regresar a la cama.
Ah, menos mal estaba con Dri y no con Adrien, el otro seguramente no lo habría dejado irse tan fácilmente. El otro no le habría permitido negarse. O al menos no tan fácil. Y si lo lograba pues en todo caso se iría a la cama enojado, refunfuñando.
Pero Dri no era así.
Era más racional y tranquilo.
Por suerte.
Volvió a acostarse en la cama, Adrien se acostó a su lado y extendió sus brazos para acercarlo a su cuerpo.
—Olvidé apagar la luz—masculle, arrugando la nariz—. Mierda.
—Hey, no es necesario que la apagues—ríe bajito Isamu, hundiendo sus manos en su cabello, rascando un poco con sus largas uñas con la intención de hacerle sentir bien—. Cubrámonos de cuerpo entero con las sábanas y durmamos bien abrazados.
—Eso suena maravillosos—sonrió también, deleintándose por como era rascado.
Oh.
Era como un gato que se acercaba más a ti si le gustaba como lo acariciabas. Seguramente estaba a nada de ronronear.
¡Oh, Dios, era tan lindo!
"Su lindo hermanito."
Una voz al fondo de su cabeza lo hizo caer en la realidad.
Ah.
No podía hacerlo.
De verdad que no.
Era demasiado incluso para él.
Le causaba nauseas solo de pensarlo.
Eran hermanos.
Tal como Adriana, Adrián, Adrien, él era su hermano.
Eran Adriana, Adrián, Adrien e Isamu, los hijos de Eriko.
¿Por qué esas cosas le pasaban a él?
¿Por qué, de toda la ciudad, debió enamorarse del chico que justamente era su hermano?
Había otro montón de hombres guapos, con una posición económica cómoda, con amor por las flores, y gays. No como Adrien, que al final no se decidía si era o no era. No, no, no. Juraría que ya había visto hombres gays en su ciudad. Bien gays. Y bien rudos, como le gustaban.
¿Por qué, si había tantos, y tan guapos y rudos, decidió ir detrás de Adrien?
Ah.
Lo recordaba.
Porque Adrien había sido gentil con él.
—Hey, si quieren darle una paliza a alguien que sea una persona de su tamaño —gruñó ese día, poniéndose en frente de tres chicos que le acosaban afuera de la floristería luego de haber acomodado unas flores en el mostrador exterior. Sostenía entre sus manos un cactus con pequeñas flores, y llevaba el cabello largo recogido en una coleta—. Alguien que pueda con los tres a la vez, no un pobre hombre que solo quiere hacer su trabajo.
Y los tres idiotas creyeron que podían con él. Porque en su mente de idiotas eran mayoría y las mayorías solían ganar.
Oh, pero Adrien les humilló.
Un certero golpe en el rostro dejó a uno prácticamente inconsciente en el piso, y con eso los otros dos tuvieron suficiente para reflexionar sobre su vida y lo que les había llevado a estar en ese lugar acosando a un pobre hombre que no hacía más que su trabajo.
Y desde ese día no volvieron a molestarlo.
—Hey, ¿estás bien?—le preguntó, girándose hacia él aun con su cactus en mano.
En ese momento pensó que lucía como si el mismísimo dios de la belleza hubiera tenido un hijo con el dios de la pasión. Lucía perfecto.
Y además se había fijado en esos golpes, no podía negárselo a si mismo. Quería que ese chico guapo le diera una paliza algún día. Sí señor.
—Uhm... yo... ah... tú... y ellos... yo... sí... es decir... sí... de maravilla... me salvaste y... uhm... gracias.
Ah, había sido tan torpe ese día. No podía ni articular apropiadamente una sola palabra.
Pero Adrien.
Oh, Adrien, tan seguro de si mismo. Tan varonil. Tan imponente. Tan decidido.
Él le dedicó una amplia sonrisa cálida y gentil.
No era como esas sonrisas hasta desagradables que le ofrecían sus clientes luego de ser atendidos.
No, no, no.
Era una sonrisa perfecta. Hermosa. Maravillosa. Magnífica. Reluciente. De dientes tan rectos y limpios que podía compararse a la de los comerciales de pasta dental.
Ah.
En ese momento pensó que el hombre frente a él era la criatura más perfecta que jamás había pisado la Tierra. Un ser tan superior cuyo único defecto debía ser que toda su perfección llamaba demasiado la atención de los simples mortales que le rodeaban.
Pero ahora que veía al mismo hombres, frente a él, mientras le acariciaba el cabello con sus largas uñas, pensaba que era un pobre desgraciado. Había llevado una vida de mierda, con familia de mierda que había tomado decisiones de mierda y había sido en general una mierda. No era una criatura perfecta, estaba lejos de serlo.
Pero hacía su mejor esfuerzo.
Al menos una parte de él lo hacía.
Ahora que lo pensaba, ese día seguramente no buscaba defenderlo, sino simplemente darle una paliza a esos chicos.
Esa sonrisa había sido para distraerlo y no sospechara de su mala intención.
Incluso preguntarle si estaba bien no había sido más que para justificar haber hecho algo malo.
Adrien no era un ser perfecto y de luz.
No.
Adrien podía ser un ser perfecto, pero no uno de luz.
Era un ser oscuro, malvado. Quizás amoral. Quizás cínico. Así con todo.
Adrien no estaba con él porque lo amara.
Que él amara a Adrien no quería decir que su amor fuera correspondido.
Él amaba a Adrien.
Pero para ese punto dudaba que Adrien lo amara.
Y dudaba que pudiera seguir amándolo un poco más.
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