119
Ya.
Suficiente.
No podría seguir viviendo con eso.
Estaba acostado al lado de Adrien, dejándose consumir por la oscuridad. No solo por la oscuridad, sino además por su propio pensamiento. Se estaba cuestionando a si mismo, y dicho cuestionamiento no generaba si no más preguntas que no podía responder.
Había vomitado antes de salir del baño.
Había regresado el álbum a su lugar, llevándose consigo la carta.
Adrien no era ningún tonto, pero mientras no hubiera prueba que comprobara ninguna sospecha él simplemente lo dejaría pasar. Porque no era tonto, pero era conformista.
Silencio.
Eriko era su madre.
Era pariente directo de Adrien.
No era el hijo de la hermana de su mamá.
No.
Era hijo de su mamá.
De Eriko.
De la mismísima y difunta Eriko Fukui.
Las emociones recorriéndole el cuerpo eran demasiadas para describirlas una a una.
Lo único que tenía claro era que no sabía qué hacer.
¿Seguiría al lado de Adrien?
Ya no quería.
Ya no sonaba como una buena idea.
Su nivel de indiferencia no era tan alto. Este había quedado al borde con el último colapso de Adrien, empezó a gotear cuando este no titubeó ni dos segundos en darle una paliza, se rebalsó cuando empujó a la doctora Ford, y ahora este se encontraba totalmente roto, derramando las emociones que había logrado reprimir durante ya casi dos semanas.
Las emociones eran color rojo sangre.
Tomó un fuerte respiro para no llorar.
No podía seguir con eso.
Era demasiado incluso para él.
Pero temía no tener salida alguna más que la muerte.
Y por si fuera poco no quería suicidarse.
No porque sintiera que tenía algo por lo que pelear, ni porque sintiera que su partida lastimaría demasiado a alguien, tampoco por metas que aun no alcanzaba. No.
Sino porque le daba miedo la muerte.
¿Qué había al otro lado?
¿Había otro lado?
Si lo había, ¿era bueno?
¿Había un lado bueno y uno malo?
Y si así era, ¿hacia dónde se iría él?
¿Y cómo era ese lugar?
¿Compartiría el infierno con Hitler o te daban un lugar según tus pecados?
¿Su consciencia se perdería en el vacío?
¿Por qué estaba llorando?
Aun cubriéndose la boca con las manos, no había forma de controlarse realmente.
—Isamu...
Oh, Dios, ¿desde cuándo la voz de Adrien le parecía tan tortuosa?
No hizo sino alterarlo más.
—Isamu, ¿estás bien?
Detenerlo.
Quería detenerlo.
Que no lo tocara.
Sus manos le quemaban.
El roce de sus pieles era como pisar vidrio cortado.
Intentó retroceder para alejarse, sin poder calcular muy bien el espacio de cama y cayendo torpemente al piso, golpeándose un poco.
¿Desde siempre había sido tan difícil respirar?
—¡Isamu!
Ugh.
Iba a enloquecer.
Podía sentirlo.
Le estaba sangrando la nariz a causa de la presión que sentía.
La luz fue encendida.
¿Los ojos de Adrien siempre fueron tan aterradores?
Sentía que no podía verle directamente.
La habitación olía a putrefacto.
Y de debajo de la mano asomó una mano cuya piel se caía mientras era perforada por larvas.
Le sujetó la pierna y asomó el rostro.
La muerta.
Le dedicaba una amplia sonrisa.
¿Dónde estaban sus dientes?
Sus ojos carecientes de brillo le juzgaban.
Le decían que estaba enfermo.
Las moscas volaban a su alrededor y se burlaban de él y su desgracia.
Eriko le sujetó los hombros y sonrió al lado de su oído. Podía verla de reojo.
—Mi hijo es un puto deprabado.
Ah.
Era demasiado para alguien tan pequeño.
—¡Isamu!
Levantó su vista para encontrarse con Adrien.
Con su hermano.
Lucía afligido.
—Adrien...
Ah.
¿Desde cuándo relacionaba ese nombre con cadáveres?
Lo preguntaba porque juraba que podía ver la muerta apoyarse de sus hombros, abrazándolo. La otra chica reía, colgada detrás de él. Y el rostro devorado de Eriko asomaba a su lado también.
Daba miedo.
—Isamu...
El simple roce de su mano con su brazo le dolió.
Se levantó del piso y corrió al baño.
Vomitó.
Un día no podría contenerse y acabaría vomitándose encima.
Pero por ahora el hecho de permanecer limpio era el único gesto lindo que la suerte le ofrecía.
Porque en cuanto al resto lo estaba tratando como una mierda.
Observó la sangre mezclarse con el vómito.
Dejó ir la cadena.
Ugh.
Al menos ya no sentía que moriría.
Tomó un fuerte respiro y cerró los ojos unos momentos.
Bien.
Debería estar bien.
Esperaba poder estar bien.
Al menos ya no lloraba.
Bien.
—Isamu... —Adrien le llamó ya por quinta vez.
—Perdón —susurró el pequeño asiático, frunciendo los labios y cerrando los ojos unos momentos.
—No, ¿por qué te disculpas? —reclamó, acurrucándose a su lado, pasando una mano por su esponjodado y despeinado cabello, apartando los mechones que le cubrían el rostro para poder apreciar adecuadamente tal belleza—. ¿Te encuentras bien?
—Yo... tuve una pesadilla —mintió bajito, viendo la cerámica del piso—. Perdona.
—¿De qué trataba? ¿Ya estás bien?
Ah.
Podía hacerlo.
Podía mentirle a Adrien.
Podía mentirle a ese Adrien.
—Ah... dirás que es algo tonto —ríe bajito, cubriéndose el rostro con una mano—. Soñé que te perdía...
Oh.
Esa no se la esperaba.
Sus ojos se abrieron con sorpresa.
—La idea de estar lejos de ti me pareció aterradora.
"Hey" llamó una voz al fondo de su cabeza, y por el rabillo del ojo juró que observaba a alguien acurrucarse a su lado. Observó como ese alguien extendía su mano y le sujetaba el rostro al pequeño asiático, pero supo que aquello no era real cuando vio al tocado ni inmutarse. "Nos está mintiendo."
—No dejes que esta perra te vea la cara de estúpido, querido. Tú eres mejor que ella.
Tragó saliva con cierta dificultad.
—Tú eres MÁS que ella.
Ah.
Ya sabía de dónde era esa voz.
Una voz ronca, profunda y áspera.
—Y porque eres más que ella, puedes hacerle lo que te plazca.
Ugh.
—Te dije que era algo estúpido —ríe Isamu, cuando ha terminado de enjuagarse la boca.
Adrien se levantó y le sujetó la cintura, besándolo con profundidad.
Podía hacerle lo que quisiera.
Porque era mejor que él.
Porque era más que él.
Y porque Isamu no era nada si no estaba a su lado.
El poder de controlar en manos de alguien acostumbrado a ser controlado es insano.
Peligroso.
Y problemático.
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