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Era lunes.
Tomó un fuerte respiro y observó el techo.
Debería poner una soga ahí y matarse de una pu-
No.
No, no, no.
No más pensamientos intrusivos.
No iba a caer en eso.
El miércoles cumplía años, no iba a suicidarse antes de eso.
Quizás después.
Pero antes no.
Nunca.
Nuh-uh.
Debía recordar que aun tenía que mostrarle el cajón de flores a Catherina.
A Catherina, Katherine y Kathy.
Oh, seguro que Kathy amaría el cajón. Todas las flores bellas que habían por todos lados, el olor a tierra húmeda, césped y distintas flores.
La puerta de la habitación sonó con suaves toques.
—Adrien...
—Estoy despierto.
La puerta se abrió, dejando pasar a su ya bien vestido padre.
—Ya cambié su vuelo —anunció en un suspiro—. Se van el jueves, a las 15:00. Te he dejado los boletos en el comedor para que los tomes cuando bajes a desayunar. ¿Vale?
—Vale.
—Vale —murmuró, pasando una mano por su cabello—. Me iré ahora. Cuídense.
—¿Me dejarías el auto?
Urie guardó silencio.
—¿Irás al psiquiátrico a ver a esa chica Catherina?
Adrien guardó unos momentos de silencio.
—¿No?
—Hagamos un trato.
—El último trato que tuve contigo me dejó encerrado en ese lugar por dos años.
—Quiero que te hagas una evaluación al llegar. Con el doctor Péron. Francois Péron.
Una vez más guardó silencio.
—Vale —suspiró resignado—. Pero como quieran encerrarme espero que tú o el abuelo vayan a sacarme en cuanto los llame.
—Me tendrás ahí antes que siquiera te den tu habitación.
—Pues vale.
—Vale. Ahora sí me iré.
—Pues que te vaya bien.
—Ya tienes una cita con el doctor, así que mejor llega antes de las 14:00.
—¿Me hiciste una cita sin consultarme?—reclamó, apoyándose con sus manos para sentarse en la cama.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque no necesito tu permiso para hacerte una cita que claramente necesitas. ¿Hace cuánto no te evaluas, muchacho? ¿Siete años?
—Han sido solo cinco...
—¡Cinco años! Y se suponía que estabas en tratamiento permanente.
—Ya. Ya. Ya. Ya entendí. Me iré a revisar, ¿vale? Deja de regañarme.
—No tendría que regañarte si me hicieras caso.
—Te hiciera caso si te tuviera una mínima de respeto.
—Es curioso que digas eso, porque de todas formas me harás caso.
—Oh. Juegas sucio, bastardo.
—Yo también te quiero, Adrien.
Y con esas el hombre se retiró de la habitación.
Oh. Ese bastardo sabía controlarlo aun después de todo ese tiempo. ¿Cómo lo hacía? Él también quería hacerlo. No podía imaginarse un psicópata como él con ese poder de convencimiento.
Quizás ya lo tenía, eh, y ni se había dado cuenta.
Debía ir a evaluarse otra vez. Bien. Para que le dijeran que estaba loco otra vez. Bien. Para que le dieran nuevo medicamento. Bien. Maravilloso. Espléndido. Magnífico. Estupendo.
Bien, bien, bien.
Quizás ir a ver a Catherina no valía tanto la pena.
Ah, pero su padre ya le había hecho la cita, no podía-
No. Sí. Sí podía. Al diablo su padre. Iría a un restaurante a comer lo que quisiera en lugar de ir a esa estúpida cita médica. Él no necesitaba una nueva revisión. Él no necesitaba nueva medicina. Era innecesario. Totalmente. Que jodan a su padre.
¿Cómo había llegado a estar siendo escoltado hacia la sala de espera?
"Oh, Fyodor ¡hijo de puta!"
"¡Perdón! Pero la necesitamos."
"¡Eso es mentira! Nada más lo hiciste para no molestar a papá."
"No..."
"¡Sí!"
"Ya basta, ustedes dos. No llegaremos a nada discutiendo."
Adrien frunció los labios y se cruzó de brazos, hundiendo su cuerpo en el sofá.
Al menos era un sofá cómodo.
Suspiró con pesar antes de extender una mano para tomar una revista cualquiera que le ayudara a pasar el rato.
—¿Joven Campbell? —una ronca voz como de fumador llamó su atención, haciéndolo girar su rostro hacia la persona que dijo su apellido.
—Sí —murmuró, apretando un poco la revista en sus manos.
—Soy el doctor Péron. ¿Puede por favor pasar conmigo a mi oficina?
"Vámonos de aquí, hay mejores cosas que podríamos estar haciendo."
Pero ignoró a su alter ego y se adentró en el lugar que indicaba el doctor.
—Debo decir que es un honor conocerles por fin —sonríe el señor, sentándose en su escritorio e indicando a Adrien sentarse en las sillas frente a la madera—. He leído con mucho detenimiento y devoción los registros que la doctora Ford escribió con tanta devoción sobre ustedes tres. Encontrar personalidades que estén tan despiertas a la vez, sin un anfitrión que ofrezca el control a ninguna, los tres conviviendo en paz. El hecho que puedan manifestarse como una sola persona es maravilloso. Nunca había presenciado un caso así. Además, que las otras personalidades se nieguen a tomar un nombre propio...
—Agradecería si no se dirige a mí como un experimento o un animal que acaba de descubrir y al que pronto nombrará —masculló, frunciendo los labios—. Es cierto que nosotros tres hemos aprendido a convivir como una sola persona, pero seguimos siendo personas distintas... Personalidades distintas. Poseemos pensamientos independientes, a veces ni siquiera compartimos recuerdos. No somos un caso tan sorprendente y maravilloso como ha dicho.
—Ah, y veo que eres del tipo que expresa sus ideas con una claridad y fluidez magnífica. Me agradas mucho, muchacho.
—Gracias.
—Como sea, no los quiero actuando como una sola entidad. Quiero conocer a los tres de forma individual, si es eso posible.
—Temo que ahora los otros dos... ¡Estamos bastante despiertos! Gracias por la cálida preparación a quien aparentemente será nuestro nuevo doctor de cabecera. Yo soy la personalidad más activa, pero la más descuidada e impulsiva. Responsable de los pensamientos intrusivos del paciente; ahora paso dormido la mitad del tiempo porque es un muchacho responsable que se toma sus medicinas todos los días y no me deja despertar a menos que sea imprescindible mi presencia. Como ahora. La persona con la que acaba de hablar se llama Fyodor y es un hijo de puta que cree que puede tenernos a sus pies porque es el más sensato.
—En resumen, eres el más problemático de la familia, ¿no?
—Sí. Estoy maravillado de conocerlo doctor.
—Eres el que se hace llamar Adrien, ¿no?
—Efectivamente.
—¿Puedo saber por qué no tomaste un nombre propio?
—Bueno. Es una razón más simple de la que podría pensar: nadie en casa le decía Adrien. Siempre era "Dri", desde mis hermanos hasta el abuelo, mi padre y mi madre también. Toda la vida fui el pequeño Dri, porque el nombre de Adrián, mi hermano, es muy parecido cuando se trata de pronunciación. Y como yo era el menor, pues supongo que él tenía más derecho de poseer un nombre propio. Yo no quería que fuera así.
—Posees un caracter fuerte, ¿no es así?
—Fyodor dice que solo soy terco.
—Entonces, Fyodor, Adrien, ¡y falta Dri! ¿Me lo presentarán?
Ambos guardaron silencio para si.
—Seh... Seguro le parecerá un nerd encantador.
。。。
eH mushashes me voy a tomar un descanso de unos cuantos días con esta obra. Nada grave, nada delicado, regreso en menos de una semana, no se aflijan.
bais (ㆁωㆁ*)
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