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Se lanzó a la cama con las manos vendadas y el cabello húmedo.
—No vamos a cambiarnos el nombre, ¿cierto? —masculló Adrien, frunciendo los labios.
—No si no quieren... supongo.
—¡Magnífico! No quería tener que pensar en uno nuevo, me gusta como suena Adrien. Sí.
—Sí... a mí también me gusta mi nombre... no es necesario el cambio.
—Como quieran.
Suspiró con pesar y se cubrió el rostro con las manos, frotándose los ojos con los dedos, a la vez estirando su cuerpo. No tenía sueño, pero si parecía prepararse para dormir entonces aquellos dos se irían a dormir.
Tomó su celular y empezó a ver el instagram.
Nunca se ha dicho, pero lo que tanto mira Adrien en el celular es siempre el instagram. Tiene un feed variado. A Dri le encanta ver cosas de cocina, a Fyodor arte, a Adrien ropa y modelos, así mismo tiene tres carpetas de guardado, una para cada uno.
—¡Hey! ¡No te suicidaste! —su hermana salió del baño y se lanzó en la cama a su lado.
Sabía que no era su hermana, no la real. La real tenía una fea quemadura en todo el rostro, y un ojo de color verde. Esa Adriana tenía ambos ojos marrones, y el rostro intacto.
—No me voy a suicidar... no todavía —masculló, sin dejar de deslizar su dedo por la pantalla.
—¡Oh! Entonces piensas hacerlo —exclamó Adrián, y se lanzó a su lado.
El otro Adrián era más difícil de diferenciar del original, lo único que sabía era que siempre estaba con la otra Adriana.
—No... quizás lo piense en el futuro, ¿sabes? Yo... no creo tener una esperanza de vida muy alta.
—Hum... sí. Los pacientes mentales no pasan de los 60... ¡o quizás sí! La verdad es que no conozco a nadie mayor de 75 con algún problema mental.
—Ah... habían ancianos en el psiquiátrico —recordó, desviando la mirada—. Había un anciano con esquizofrenia y una anciana con bipolaridad... No, ¿por qué les cuento? Ustedes estuvieron ahí. Lo saben.
—Uhm... sí, creo que lo recuerdo, eh. El anciano ese era un buen tipo, traficaba dulces en el manicomio. Eran dulces de miel... eran muy buenos. Sí.
—Sí. Me gustaban esos dulces.
—Una lástima pensar que para este punto ya debe estar muerto —suspira la chica, sujetándose el rostro con las manos y sonriendo ampliamente—. Consigamos flores para su tumba y vamos a dárselas, ¿qué tal?
—Hey, ¿sabes qué recuerdo?
—No. ¿Qué?
—A Catherina.
—Ah... la chica de los cadáveres de insecto... claro, claro. No creo llegar a olvidarla.
—Tú habías prometido irla a visitar, y nunca has ido. No piensas volver, ¿cierto? ¿No es esta la oportunidad perfecta para verla una última vez?
Frunció los labios mientras apagaba su celular.
—¿Sabes? Lo recuerdo. Ella era realmente dulce... Es decir... era rara, claro, al final era una paciente mental, pero... siempre fue dulce contigo... con todos nosotros. Pensar que la abandonaste... ¡qué horrible persona eres!
—¿Quieren ir a visitarla?
Todos guardaron silencio.
—Sí... Sí, yo quiero. Creo que hablo por todos. Si queremos.
—Entonces iremos a verla.
—¿Qué? —murmuró ella, mientras él se ponía de pie y se sacaba el pantalón de pijamas que se había puesto luego de la ducha.
Apenas eran las 15:00, las visitas acababan a las 17:00.
—Sí. Iremos a verla. La pobre Catherina no iba a salir de ahí en mucho tiempo, ¿lo sabes? Debe seguir ahí, encerrada y sola. Yo soy una horrible persona por nunca haber ido a visitarla.
—No. Espera. Me he retractado. No es necesario que vayamos, podríamos... ¡podríamos quedarnos y ver películas! Nosotros cinco encerrados en el ático viendo la saga de Harry Potter. ¿No suena magnífico?
—Es muy tarde. Me he decidido —sentenció, colocándose sus zapatos—. Has hablado por todos, iremos a verla.
—No, pero...
—Ahora YO hablo por las personalidades. Y las personalidades dicen jódete. Iremos con ella.
—Ugh... lo que quieras...
La puerta principal sonó con dos suaves toques, y los dos falsos hermanos se desvanecieron en el aire.
Adrien abrió la puerta, era Isamu.
—Hey —saludó simplemente, mientras salía de la habitación.
—Uhm... yo... quería pedir disculpas por alterarte allá abajo —murmuró el asiático, yendo detrás de él.
—Nah, está bien. Ya pasó.
—Si tú lo dices —frunció los labios al verle buscar algo en el bowl con llaves que había sobre la mesa al lado de la puerta principal—. ¿Saldrás?
—Sí.
—¿A dónde irás?
Guardó silencio mientras tomaba las llaves de su abuelo.
—A ver una vieja amiga.
—¿Amiga? —masculló nervioso. Creía que Adrien odiaba a todas las mujeres—. ¿A dónde?
—Por ahí. Volveré en... una o dos horas. Al anochecer si me emociono.
—¿Qué? —¿iba a matar esa chica?
—Diles que no se preocupen por mí, ¿vale?
—¿Qué? No... Espera. Yo... iré contigo. Espérame... Solo... buscaré mi abrigo.
—No tengo tiempo, Isa... Además, no quiero que me acompañes. Estaré bien, de verdad. Te llamaré al rato, o llamaré a mi abuelo o a mis hermanos... No sé. No te preocupes por mí. Adiós.
—Adrien...
Pero no pudo detenerlo, pues el menor ya había cruzado la puerta y se había marchado.
Pudo oír el auto encender.
Adrien juraba que veía a Adriana y Adrián subirse en la parte trasera del auto.
Claro. No eran los reales.
—Ugh, ojalá que esto valga la pena —gruñó ella, arrugando la nariz y frunciendo los labios.
—Catherina era una chica agradable, claro que valdrá la pena —sonrió el segundo hermano, mientras el auto era puesto en marcha—. No iras a matarla, ¿cierto?
—No, claro que no. Solo...
Observó el semáforo en rojo frente a él.
En esa intersección había chocado su madre hace doce años, dejando en coma a sus hermanos mayores y dándoles esas cicatrices que ahora cubrían sus rostros.
Él también había sido marcado de cierta forma ese día.
Cuando vio a su madre llorar desconsoladamente mientras susurraba que Urie la mataría por ser tan descuidada.
No lloraba por lo que le había sucedido a sus hijos.
Lloraba por el miedo que le causaba Urie.
—Quisiera verla antes de irme.
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