106
Oh.
Se despertaba y la doctora Ford estaba muerta.
Eso era nuevo...
¿Ahora tendría una nueva personalidad de la que desconocía la cual podía tomar el control del cuerpo mientras estuvieran dormidos?
Es decir, no le sorprendería.
Lo que le sorprendía es que la doctora hubiera muerto.
¿Cómo?
No.
¿Por qué?
—Aparentemente cayó de espaldas y tuvo la desfortuna de romperse el cuello a medio camino —dijo el paramédico, mientras se llevaban el cuerpo—. Es trágico, pero las personas de su edad están propensos a accidentes de ese estilo.
Un accidente.
¿De verdad había sido un accidente?
Es decir, no le molestaría, tampoco. De hecho, agradecía que dicho accidente hubiera ocurrido mientras dormía, porque quería decir que no estaba involucrado en lo absoluto.
A no ser...
—Bueno, ahora la casa tiene una muerte más —suspiró Adriana, cruzándose de brazos y arrugando la nariz—. Sigamos así y pronto tendremos un poltergeist, o un espíritu enfurecido.
—Seremos una atracción para los caza-fantasma —masculle Adrián, rodando los ojos—. Encantandor.
—¿Está mal decir que estoy feliz porque esto haya pasado? —murmuró Adrien, frunciendo los labios y enarcando una ceja.
—Sí, está mal —gruñó Urie.
—Vale, me callo.
—¿Cómo mierda pasó esto? —se lamentó, masajeando su sien con los dedos— Adrien...
—¡Yo estaba dormido! —se defendió de inmediato, llevando una mano a su pecho—. Estaba medicado hasta el culo, ¿cómo iba a ser yo?
—Bueno, no lo sé. Adriana...
—Yo estaba en video llamada con Jaden, tengo mi coartada.
—Adrián...
—Yo acabo de llegar, no me metas.
—Papá...
—Estaba oyendo un audio libro en mi habitación, ni me enteré.
—Isamu... tú encontraste el cuerpo.
—Salí de la habitación de Adrien y ella estaba en el piso. No sé nada.
—Solo se cayó y se mató, déjalo ir. Su espíritu no nos va a atormentar o algo así.
—Espero que no lo haga —suspiró, cruzándose de brazos.
—Hey, ¿y por qué nosotros somos sospechosos y tú no? —gruñó el menor del grupo, cruzándose también de brazos— Tú estabas despierto cuando todo sucedió, ¿no?
—Estaba en la cocina con Edeltrudis.
—¿Haciendo qué?
—No tengo por qué decirles.
—Oh, claro que sí. ¿Cómo sabemos que no es solo una coartada que estás inventando a último minuto?
Urie frunció los labios y vio de reojo a su padre.
—Venga, dinos que hacías.
—Estaba ordenando mi nueva colección de vinos —masculló, desviando la mirada y arrugando la nariz.
—¡Urie! —regañó Adrià.
—¿Qué? ¡Se acabaron los míos!
—Por algo fue, lo sabes.
—No ibas a dejarme toda la vida sin vino.
—Estoy a un pelo de meterte a alcohólicos anónimos, Urie.
—Oh, por favor, no es para tanto...
—¡Sí, claro que lo es!
—Bueno, no estamos aquí para hablar de mi alcoholismo. La doctora Ford está muerta, murió en nuestra casa.
—Se mató —corrigió Adriana.
—¡No es algo muy normal! Nunca nadie se había caído en esas escaleras... Bueno, ustedes tres, cuando estaban pequeños, pero ustedes eran idiotas, eh. La doctora Ford... no hay forma de que se hubiera caído.
—¡Se cayó, papá! —reclamó Adrien, extendiendo sus manos y rodando los ojos—. ¡La gente se cae! ¡Los viejos se caen más que los jóvenes! ¡Tienen huesos frágiles, papá! ¡Así funciona ser viejo, papá! ¿Entiendes eso o estás en tu negación de la mediana edad?
—Hey, aún no llego a los 50.
—Abuelo, explícale tú, abuelo. Dile. Dile que la gente vieja como la doctora Ford es frágil como el papel, dile. Si no se hubiera quebrado el cuello habría sido la cadera o la columna, y habría quedado paralítica o algo así.
—Urie, la gente vieja somos frágiles como el papel. Si la doctora Ford no se quebraba el cuello, se habría fracturado la columna.
—Ya, ya. La dejamos pasar. Ya Así que se quede. Lo entiendo.
—Perfecto, misterio resuelto — concluyó Adriana, rascándose la cicatriz—. Empieza a buscar otro psiquiatra al que le dirás todos los problemas de familia para que nos trate, ¿sí? Mucha suerte.
—De preferencia uno que no quiera hacerme la vida pedacitos —gruñó Adrien, cruzándose de brazos.
—Que sea guapo —sonrió Adrién, entrecerrando los ojos—. Alto, moreno, fuertote, con barba.
—Les voy a conseguir un psiquiatra, no un prostituto, Adrián.
—¡Rolplay!
—¡Adrián!
—Ya. Me cayó. Solo sugería.
—Les voy a conseguir un viejo...
—¡Un Sugar Daddy!
—¡Adrián, no!
—Oh, mierda. Estaba emocionado al respecto.
—No todo en la vida es sexo y pasión, Dorofei—recitó Adriá—. Tu padre ya pasó 9 años sin nadie a su lado y míralo...
—Amargado, alcoholizado y detestando la vida en general—interrumpió Adriana.
—Sí, eso e- ¡No! ¡Giselle!
Los hermanos rieron con burla mientras se dirigían a la cocina.
—¡Edeltrudis, vida mía! ¡Prepáranos tres-! ¡No! ¡Cuatro chocolates calientes!
—¡Bien calientes!
—¡Con malvaviscos!
—¡Montones de malvaviscos!
—¡Sí!—exclamaron los tres, sentándose en el desayunador de la cocina.
—De inmediato—suspiró la mujer, secándose las manos en el delantal y tomando una olla de la alacena.
Isamu fue detrás de los hermanos al darse cuenta que no tenía nada que hacer entre el padre y el abuelo. Él también quería un chocolate bien caliente y con malvaviscos.
—Mañana se irán —recuerda Adriana, sujetándose el rostro con las manos.
—Sí —respondió Adrien, viendo a Edeltrudis.
—¿No volverás? —masculló Adrián, arrugando la nariz.
No respondió unos segundos.
—No... no quiero volver a este lugar —sacudió su cabeza de lado a lado, como negando—. Es decir, quisiera volver, para ver al abuelo y a ustedes, pero... no creo ser capaz... No ahora.
Meneó la cabeza una vez más.
—Por ninguna razón quiero volver.a poner un pie en esta casa... La destruiría si estuviera en mi poder.
—¿Con nosotros dentro? —sonrió la mayor, enarcando una ceja.
—No... no es para tanto.
—¿Y qué hay del cajón de flores? ¿Lo demolerías también?
—Sí... sí, claro que sí, papá puede meterse esas flores por el...- ¡No! No. Yo... no me desharía de esas flores... le gustaban a mamá, y papá se ha molestado en cuidarlas por todo este tiempo... Me gustan las flores, no hay razón para arruinar todo ese trabajo duro.
—Ya...
Isamu frunció los labios.
Había más de una persona en esa charla.
No lo había controlado. Se había interrumpido a media frase, había cambiado la expresión en su rostro, su tono de voz, no había hecho una transición de una frase a la otra. Había sido una persona interrumpiendo a otra.
Discordía.
No lo había pensado, pero habían pasado sincronizados por 7 años o un poco más, el hecho que de pronto no podrían hacerlo más seguro era caótico para ellos.
Ya no serían tres personas creando una personalidad.
No volverían a ser capaces de ello.
Se mordió el interior de la mejilla y apretó sus manos en puños.
—Como sea, la próxima semana es nuestro cumpleaños...
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