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—Bien, déjame ver si me quedó claro—masculló Adrien, observándose al espejo mientras se peinaban.

—Adelante...

—Fyodor, "el papá del grupo", el más responsable de nosotros tres... ¡de nosotros cinco! Nos mintió todo este tiempo, y manipuló nuestros recuerdos.

—Sí.

—¡¿Y por qué Fyodor tiene el poder de manipular nuestros recuerdos?! ¿Eso no lo vuelve como... la personalidad más fuerte? ¿No nos pone en peligro? ¿No podría... borrarnos? ¡¿Borrarme?!

—Adrien, no. 

—¿Cómo puedes decir que no tan fácilmente?

—Ugh, preguntas...

—¡Oh! ¡No vengas tú ahora a reclamar por mis preguntas! ¡Eres un traidor, Fyodor! ¡Nos encerraron dos años por tu culpa!

—Tarde o temprano nos iban a encerrar de todas formas, e iba a ser tu culpa, eh. Porque eres un impulsivo de mierda.

—Sí, no voy a negar eso, ¡pero no iba a ser por dos años! Dime, ¿cuántas veces nos han encerrado hasta ahora por mi culpa? ¡Ninguna! Llevamos ya... ¿siete años? Siete años libres. Porque yo no los he vendido, no he arriesgado su sanidad por el bien de un tercero, ¡yo no soy una persona de mierda como tú!

—No puedo creer que tú te creas con el derecho de juzgarme.

—Ingenuo de tu parte creer que te estoy juzgando, eh. Juzgarte sería si te reclamara por algún gusto o estilo, ¡tú nos vendiste! ¿Entiendes la seriedad de eso? ¡Nos vendiste!  Nos-ven-dis-te. Hemos sido vendidos por ti. Eres un hijo de puta, eso eres. Yo siempre lo supe. ¡Claro que siempre lo puse! ¿Y qué tienes con nuestras manos? Otra vez la misma mierda... ¡Es que si pudiera golpearte! No. De hecho puedo, pero resulta que soy más consciente que tú y sé que si te golpeó me lastimaré a mí también. Porque, ¿sabes? Fue algo que aprendí ¡en mis dos años encerrado!

—Bien, pero deja de gritarme antes que venga alguien y nos escuché hablar, ¿quieres?

—Oh, claro que no quiero. Gritarte es terapeútico para mí, te lo juro.

—Tu terapia es gritarle a quien se te ponga.

—Es verdad, no voy a negar lo que has dicho. Y otra cosa que tú no puedes negar es que eres ¡un maldito vendepatria!

—¿Siquiera sabes lo que es un vendepatria, Adrien?

—Oh, claro que lo sé. Es una persona que apoya al extranjero en perjuicio de su propia nación. Papá es el extranjero, y nosotros tomo tu nación, ¿y a quién apoyas? ¡A papá! ¡Claro que a papá!

—Ahora mismo no quiero estar del lado de Fyodor, pero de verdad tendrías que dejar de gritar.

—Yo llevo diciendo que dejemos de hablar en voz alta desde hace como cinco o cuatro días, y ninguno de ustedes me quiso hacer caso. Ahora deberán aguantar las consecuencias: voy a gritarles en voz alta, y voy a hacerles preguntas que no podrán responder, y así con todo, sépanlo.

—No puedes ser tan vengativo...

—No es venganza, se llama retribución kármica. Ustedes son una mierda conmigo, yo seré una mierda con ustedes, es fácil. Por su culpa estoy de mal humor.

—¿Por qué mi culpa también?

—Bueno... no del todo tu culpa. Tú no. Pero somos un todo, y si estoy enojado por él también lo estoy por ti. Así funcionan las cosas.

—Me voy a tomar las pastillas y cállense ya.

—Ah, ¿me despertaste solo para ponerme de mal humor? ¿Qué te pasa? Yo también quiero estar fuera un rato, ¡he pasado dormido durante ya...! Uy, no sé... ¿dos días? ¿Tres días? Dame el cuerpo, dámelo.

—No. Cállate. Proyectiles cargados y preparados para disparar.

—No... ¿Por qué de pronto tanta responsabilidad con tus medicamentos? No puedo estar fuera si te los tomas... Y Fyodor si puede, ¿no es injusto?

—Fuego.

Y se metió las pastillas en la boca, tragándolas sin agua. Una a una.

Ya se las tomaba tres veces, eh, importante llevar la cuenta.

Salió del baño, encontrándose con Isamu leyendo los papeles del escritorio.

Bien, otra vez lo había escuchado hablar solo. Perfecto.

—Perdona esa... escena —masculle, pasando una mano por su cuello y dirigiéndose a su armario.

—No... está bien... No es que puedas controlarlo, lo sé... Pronto me acostumbraré.

Sí...

Podía hacer la vista gorda.

Adrien frunció los labios ante la respuesta.

—¿Por qué no haces nada al respecto?—le preguntó a su madre hace unos años, abrazándola firmemente, viendo con ojos llorosos el moretón en su ojo derecho y su labio reventado.

—Está bien, Dri, querido —sonrió ella, acariciándole el cabello y besándole la frente—. Ya me acostumbré a ello.

¿Qué mierda estaba mal con ellos?

¿Por qué su madre había aguantado todos esos golpes? ¿Por qué no hacía nada para detenerlo? ¿Por qué nunca escapó? Su abuelo le dijo que había intentado ayudarla a escapar, pero que ella no quería hacerlo. Incluso Anzu mencionó lo débil Eriko solía ser, lo fácil que era pisotearla pues nunca se quejaba al respecto.

Ah.

Su madre estaba enferma.

Detestaba revelarlo, detestaba descubrirlo, pero su madre seguramente era una enferma.

Una masoquista de mierda como Isamu.

Sí.

Eso era.

Ambos estaban mal.

Ah, quería darle una paliza a Isamu antes de irse a dormir. Se había quedado con ganas de darle una paliza desde el día que le rajó las venas.

Los puntos en sus muñecas eran culpa de Isamu.

Se lo merecía.

Una pequeña.

Un puñetazo.

Una bofetada.

Algo pequeño.

Insignificante a comparación de lo que había vivido cuando se encontraron.

Sí.

Ah, pero no quería hacerlo realmente...

No iba a quebrarle las piernas, ni los brazos, ni la nariz, no iba a golpearle la frente contra el escritorio al punto de desmayarlo.

No, no, no.

Algo pequeño.

Que ayudara a ambos a sentirse bien.

Sí.

No sería la gran cosa.

De verdad.

Solo quería darse ese gusto antes de dormir.

Y luego no lo molestaría más de lo necesario.

Tomó un fuerte respiro y se acurrucó frente al asiático, enfrentando su mirada.

Ah, le estaba suplicando darle una paliza con la mirada.

¿Cómo no podía haberlo visto antes? Isamu de verdad lo deseaba.

Separó sus labios y le sujetó el cabello con las manos, acercándolo a él para poder besarlo profundamente.

Amaba besarlo.

Amaba esos carnosos labios rojos.

Rojos como una manzana bien madura.

O como la sangre.

Lo mordió con cierta fuerza.

Isamu gimió, sujetándole la nuca con las manos, hundiendo sus dedos en su cabello. 

Venga, de verdad quería ser maltratado.

Lo veía.

Estaba a punto de dormirse, solo quería llevarse ese gusto.

Solo ese gustito.

Nada más.

No pedía mucho.

—Hey, no te molesta si te trato un poco mal ahora mismo, ¿cierto? —susurró sin separar demasiado sus rostros, empezando a introducir sus manos en su camiseta.

—Por favor, hazlo —jadeó, acariciándole el rostro, enfrentando intensamente sus miradas—. Una paliza... te lo suplico, dame una paliza.

¡Oh!

Bueno, si se lo pedía así no había forma de negarse. 

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