Capitulo seis: El pequeño Charlie.
Charlie Frank.
Desde pequeño, he sido un amante del misterio.
De lo desconocido.
Y, por supuesto, del peligro.
No es que me guste la idea de morir, pero la adrenalina... Eso es otra cosa. Estaba completamente obsesionado con ella, adicto a la sensación que me recorría el cuerpo cada vez que hacía algo arriesgado.
Mi padre lo sabía. Y al darse cuenta de mi fascinación por poner en juego mi vida, decidió intervenir.
Cuando tenía diez años, empezó a esconder mis juguetes, dejando pistas y acertijos. Eso, junto con algunas otras actividades un poco más intensas, me dieron la dosis de adrenalina que necesitaba para mantenerme a flote. A lo largo de los años, mi padre y yo creamos un idioma propio: Escritura Simbok. Un alfabeto distinto, un código secreto para "protegernos" de los enemigos, si es que alguna vez aparecían.
Mamá siempre decía que estábamos locos, y no la culpaba. No era algo común esconder juguetes para hacer que un niño los buscara a través de pistas y acertijos, ni mucho menos inventar un idioma secreto solo para que los "enemigos" no supieran lo que planeábamos.
Y hablando de enemigos, mi tío Tom, que había muerto años atrás, también tenía su propio lenguaje, uno completamente distinto al nuestro, que solo entendían mis primos. Juazna y Brandon conocían la Escritura Simbok, ya que solíamos jugar todos juntos, como una familia unida... o al menos eso pensábamos.
Éramos una familia unida... hasta que Juazna decidió irse a los diecinueve años.
Recuerdo el día como si fuera ayer. Era una noche cualquiera. Papá y Brandon jugaban al ajedrez mientras yo intentaba resolver un acertijo para encontrar mi muñeco favorito. De repente, Juazna entró en la sala acompañada de Jude, su novio.
—Familia, ya lo decidí; me voy —dijo, con una determinación que nos dejó a todos en shock.
Aunque nos sorprendió, en el fondo, ya lo sabíamos. Papá, aunque estaba en trance por un momento, lo tomó con calma.
—¿Estás segura? —le preguntó, su tono suave pero firme.
—Sí. —Juazna no dudó ni un segundo.
Mi madre no lo tomó bien, pero no podía hacer nada. Ya era mayor, tenía derecho a formar su propia vida. Después de una breve charla, Juazna se subió al coche de Jude y se fue, desapareciendo en la oscuridad de la noche.
Desde entonces, solo la vimos en algunas ocasiones especiales.
10:30 AM
Estaba sentado en un pupitre en la universidad, asistiendo a mis clases de medicina forense. Sí, yo sería el próximo médico de la familia, el sucesor de mi abuelo.
—Charlie, ¿me puedes explicar lo que acaba de decir el profesor? —me preguntó Rebecca, sentada a mi izquierda.
Me giré lentamente hacia ella, ajustándome los lentes con el dedo.
—¿Qué dices?
Ella me empujó el hombro.
—Hablo en serio, de verdad no entendí.
—¿Y qué quieres que haga yo? —respondí, algo molesto.
Otro empujón.
—¡Charlie! —gritó, perdiendo la paciencia.
El profesor se aclaró la garganta, dirigiendo su mirada hacia nosotros.
—Señorita Francis, señor Frank —dijo con voz profunda, llena de autoridad—. Si quieren, pueden venir y dar la clase ustedes.
Silencio.
Su voz resonó por todo el aula, baja pero autoritaria. Después de unos segundos de tensión, el profesor continuó.
Me volví hacia Rebecca, sonriendo de forma burlona. Ella se sonrojó de inmediato.
—¿Qué? —dijo, visiblemente incómoda.
—Presta atención a la clase.
—Idiota —murmuró, cortándome con la mirada.
Era hermosa, incluso cuando me odiaba.
El resto de la clase transcurrió sin mayores incidentes, hasta que finalmente llegamos al hospital para la parte práctica, alrededor de las cinco de la tarde.
...
La morgue de Goston, 8:00 PM
Nos encontrábamos en una morgue a las afueras de la ciudad. Mi corazón latía rápido, una sensación extraña se apoderaba de mi cuerpo. Algo no iba bien. Un mal presagio me recorría, inquietante, incómodo...
—Charlie, ¿ocurre algo? —me preguntó Rebecca, su voz llena de preocupación.
Sacudí la cabeza, tratando de tranquilizarme.
—Nada, no pasa nada —respondí, con un tono suave, para no sonar brusco.
La morgue estaba extrañamente silenciosa, solo se oían los ecos de máquinas y los pasos de los trabajadores que movían cuerpos. El aire estaba frío, casi helado, pero supongo que eso es normal en este tipo de lugar. Nunca había estado en una morgue antes.
Un grupo de diez estudiantes entramos a una de las salas.
—El cuerpo que vamos a examinar es el de una joven —dijo el instructor.
Nos acercamos al cadáver. A simple vista, no parecía muerto. No era exactamente una "muerta", si es que eso tiene sentido.
—¿Alguien sabe cómo se le llama a este tipo de cuerpos? —preguntó el instructor.
El silencio se hizo pesado.
—Occiso —respondí, en voz baja pero clara.
El hombre alzó la vista hacia mí, visiblemente molesto.
—¿Perdona? —me cuestionó, con una voz rasposa que resonó en la sala.
—Es un occiso —reiteré, con firmeza.
El hombre nos miró, entre el cuerpo y nosotros, antes de dar una señal.
—Comencemos. Estaré observando de cerca.
El tiempo pasó volando. Tras tres horas y ocho minutos, terminamos los exámenes. El profesor nos felicitó, pero algo en mí no se sentía satisfecho.
—Muy bien, pueden irse a casa —dijo el instructor, con su voz rasposa.
...
Ya pasadas las ocho de la noche, caminaba solo por los pasillos de la morgue. El lugar me daba miedo, pero para mí, el miedo no era algo normal. No me paralizaba; me excitaba.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Algo no estaba bien.
—Hola, hijo.
Mi cuerpo se tensó al instante. La voz era familiar, pero ¿de dónde provenía?
¡Corre, hijo de puta! ¡CORRE!
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