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Capítulo cuatro: Golpe bajo.



Dos semanas después.

Juazna Franck.

Papá está muerto. Enterrado. Sepultado. Descomponiéndose.

Al principio pensé que era una broma. Me reí. Vaya que me reí. A carcajadas, como si me acabaran de contar el chiste más absurdo del mundo.

—¿Qué? —pregunté entre risas que me hacían doler el estómago.

—No es una broma, Juash. Lo encontraron muerto en su oficina esta mañana. Al parecer le dio un paro cardíaco.

La risa murió en mi garganta. Papá está muerto. De verdad muerto.

Y aunque él y yo nunca fuimos cercanos, me dolió. Me duele. El dolor sigue ahí, bien presente, como una punzada constante en el pecho.

Quiero saber qué le pasó. No pudo haber sido un simple infarto. Algo no encaja. Claro que sí, mucha gente muere así todos los días, pero... ¿mi papá? No. Algo más tuvo que pasar.

Hubiese preferido que se muriera una de mis tías. Hubiera sido más fácil. Me habría dolido un par de días y luego lo habría olvidado. Pero esto... Esto me persigue.

Carajo.

Tengo que concentrarme en mi trabajo, aunque sea una distracción momentánea.

Estoy en el departamento de policía, mi rutina de siempre: redactar expedientes públicos. Los privados los escribe otra persona a la que el jefe confía más. Investigo cosas sencillas, nada extraordinario, pero suficiente para mantenerme ocupada.

Hoy todo se siente especialmente denso. Aún no puedo creer que técnicamente soy rica ahora, gracias a la herencia de mi padre. Pero ese dinero no se siente mío. Se siente sucio, ajeno. Gastarlo sería como aceptar que él está realmente muerto.

—Oye, ¿cómo aceptas que tu papá se murió?

Levanto la vista. Estéfano, mi compañero de trabajo más cercano, está apoyado en mi escritorio con su sonrisa burlona de siempre.

—¿Qué? ¿Acaso lees mentes?

—No, pero tu cara es taaaan obvia, Juash. No sabes disimular.

Su mirada penetra como si intentara leerme.

—Quiero que te vayas, Estéfano.

Se ríe en mi cara, burlesco, disfrutando de su capacidad para irritarme.

—Quita esa cara, mujer. Pareces un charco de lodo que nadie quiere pisar.

—Sí, sí, qué buen chiste. Ahora lárgate.

Pero no se va. Porque claro, él es así de mamaguevo.

Bajo la mirada y sigo trabajando, ignorándolo. No sé cómo lo hace, pero tiene la habilidad de hablar y cotillear mientras trabaja.

En el departamento, todos lo llaman "el Cotilleador". Estéfano se sabe los chismes de todo el mundo: quién está saliendo con quién, quién odia a quién, quién fue despedido. Es amigo de todos y, según rumores, el crush de las nuevas empleadas jóvenes.

—¿Sabías que la hija de la señora Ramírez está embarazada y nadie sabe quién es el padre? —comenta con entusiasmo, como si eso fuera el dato más importante del día.

—No me importa.

—Claro que te importa. Solo que no quieres admitirlo.

Lo ignoro. Mi pueblo, Goston, es pequeño, pero ruidoso. Todos aman el chisme, así que personas como Estéfano siempre encontrarán un lugar aquí.

7:30 PM

—Hija, te guste o no, las cosas deben seguir un orden natural.

—¿Por qué? ¿Por qué no puedo revivir a mi Manolo?

—Manolo ya se murió, querida. No puede revivir. Lo que vive, tiene que morir algún día.

—¿Manolo no va a volver, papi?

—No, nunca.

Ese recuerdo de mi padre regresa como una bofetada. Él siempre fue directo, decía las cosas como eran, sin endulzarlas. Por eso amo ser honesta y odio a la gente que no lo es.

La vida es así: o aceptas lo que viene o te hundes. Pero últimamente, me cuesta aceptar que él ya no está.

Estoy boca abajo en mi cama cuando siento la mano cálida de Jude acariciando mi espalda.

—¿Mmm?

No estoy dormida, pero tampoco esperaba verlo aquí.

—¿No deberías estar en el trabajo? —pregunto mientras me incorporo para verme más presentable.

—Estoy de licencia.

—¿Por qué?

—Estrés. Necesito descansar.

—Ellos te necesitan descansado para que sigas trabajando como un burro para ellos.

Él se ríe suavemente.

—No lo veas de ese modo. Es por el bien del pueblo.

—A la mierda con el pueblo. —Me lanzo a abrazarlo, enterrando mi rostro en su cuello.

—¿Solitos? ¿Qué planeas, víbora? —me pregunta con una sonrisa perversa.

—Comer palomitas y ver películas.

Él sonríe. Sabe perfectamente que lo hice malpensar a propósito.

—De acuerdo, voy a preparar las chuches.

Lo observo salir de la habitación, pero no le digo que esta noche también será... noche de perversión.

10:00 PM

Estamos viendo una película de terror cuando mi teléfono suena. Es Charlie, uno de mis hermanos.

Me excuso con Jude, dándole un beso rápido, y contesto en la cocina.

—¿Hola?

—Ho-hola, Juazna. ¿M-me oyes?

La voz de Charlie está temblorosa, como si estuviera viendo al mismísimo demonio. Pero también suena emocionado.

—¿Charlie? ¿Qué pasa? ¿Dónde estás?

Escucho su respiración entrecortada y un leve tiritón. Después de unos segundos, responde:

—Y-yo... encontré a papá.

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