Reto 5 - El santuario
Sale el sol y el cactus despierta con él. Hacía calor y el piso quemaba. A pesar de todos sus esfuerzos, seguía sin tener la posibilidad de conseguir un techo a su familia para pasar la mañana. Mira a su esposa dormir, un pequeño retoño salía de ella, su segundo hijo.
Se asegura de tener una buena provisión de agua para el camino y sale rumbo al trabajo. No era tan bien remunerado frente a la responsabilidad que conllevaba, pero él no podía arriesgarse a perder ese trabajo. Todo el día bajo el rayo del sol, a la espera de algún cliente que pasara por allí. Cada vez era más raro encontrar algún humano perdido en el desierto que requiriera de un poco de agua para beber. Los pocos que se cruzaban llevaban su preciada agua embotellada.
Si el sol no fuera suficiente motivo para temer al trabajo, debía andar por ahí cuidándose de los desgraciados. Había hombres allá afuera que simplemente deseaban matarlos. Los encerraban entre varios y colocaban un alambre a sus pies para inmovilizarlos, apretaban tan fuerte que no permitían una correcta circulación, llevándolos a la muerte. Nosotros intentábamos ayudarlos una vez que los hombres se iban, pero lo único que conseguíamos era lastimarnos a nosotros y hacerles más daño a ellos.
Esos pobres que caían en desgracia pasaban años muriendo pie, secándose poco a poco. Los carroñeros que le hacían eso pasaban cada tanto a controlarlo y verificar que estuviera muriéndose tal y como ellos deseaban. Secándose gota a gota sin importarles dejar una viuda y un par de niños huérfanos. Lo único que les importaba era su madera y todo el dinero que de ella obtendrían.
Algunos de sus colegas y amigos habían muerto de esa forma, y no quedaban ni siquiera los restos para llorar, se llevaban todo.
Siguió andando en busca de algún hombre perdido, pero no dejaba de preocuparse por su mujer e hijos. En una de esas, si él no se hubiera casado con ella, ella estaría mejor, bajo un techo y libre de preocupaciones. Pero lo había elegido a él y aseguraba que sin su amado, nunca podría ser feliz.
Un suave sonido lo atrajo de nuevo a la realidad. Sonaba a un pequeño jadeo sumado al arrastrar de pies. Definitivamente debía de ser un humano necesitado. Corrió en busca del sonido, rogando para ser el primero en llegar, no quería que nadie le robara el cliente.
Al llegar ve a un hombre tirado junto a una duna escarbando en busca de agua. Por su amplia sonrisa debía de estar sufriendo un espejismo. Se acerca a él y se para a su espalda, haciéndole un poco de sombra. El hombre inmediatamente dejó de escarbar y se giró a verlo. Por un momento pareció asustarse, pero luego recapacitó de que tenía la salvación frente a sus ojos.
Se acercó al cactus con mucho cuidado y tomó la bolsa que le colgaba de un brazo. En su desesperación no midió la fuerza y le arrancó algunas espinas. El Sr. Cactus no hizo comentarios, conocía el estado del hombre. El humano revisó toda la bolsa en busca de agua, pero solo encontró un botiquín de primeros auxilios y algunas cosas de comer. No había una mísera gota de agua. Lo que sí había era una espita. La sostenía entre las manos como si fuera oro y miraba al cactus algo avergonzado.
—Anda, sírvete, lo necesitas. —el cactus señaló una pequeña marca en su costado, producto de las variadas veces que utilizaron esa misma espita en él.
El hombre fue a gatas y la insertó. Abrió la pequeña llave y aguardó a que saliera el agua. Sonrió en cuanto la primer gota tocó sus labios y bebió hasta saciarse, Quitó la espita pero al comprobar que el agua manaba, volvió a colocarla, era una herida abierta. Buscó una manta que había al fondo de la mochila y asegurándose de amortiguar las espinas, se recostó en su nuevo compañero. Al oscurecer emprendería el camino a casa para encargarse del cactus.
La noche les cae encima y el cactus se mueve un poco para despertar al hombre. Guarda las cosas y emprenden el camino a la ciudad, el cactus se fue poniendo más nervioso a cada paso. Pero sabía que algo bueno resultaría de aquello. Llegaron a un pequeño vivero, un santuario para él.
—Trae a mi familia aquí, por favor, sálvalos del desierto. —suplica el cactus mientras es curado.
—¿Crees que me apiadaré de ti con solo suplicar? ¿Crees que eso es suficiente para un hombre? —hace una pausa—No te ayudaré porque me apiade de ti, te ayudaré porque sé lo que hacen ustedes y sé lo que hacen los míos a los tuyos. Te ayudaré porque lo creo correcto, ese es mi único motivo.
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