V》La tierra habla con el cielo y promete
Los días pasaron y no pudo volver ya cuando el enojo contra Riku se había calmado.
Solo quería regresar a aquel mundo onírico, poder jugar y divertirse porque allá sólo era otro niño, de verdad sentía que allí podría escapar de los deberes y de su título. Pero no importó cuantas veces durmió, al despertar solo estaba su habitación. Eso lo desilusionó mucho.
Y sus padres se comportaban extraño.
Su mamá se encontraba recostada en su habitación casi siempre, o algunas veces paseaba por las partes más solitarias del castillo (áreas que no se acercaba porque eran oscuras y esos cuadros montados le ocasionaban inquietud). La mujer ya no pasaba tiempo con el niño, Yuna le intentó explicar que era porque estaba "delicada" pero Sora igual estaba triste, no acostumbrado a que de un momento a otro Aqua lo abandonara cuando ella siempre estaba para él desde que tenía memoria.
Por otra parte, su papá ahora estaba más tiempo con ellos. Era extraño pero lo único positivo de toda la situación. Pocas veces podía disfrutar de la compañía del rey.
Hoy era ese día que su papá lo llevó a las afueras, armados con espadas de madera jugaron a las batallas. Terra era diestro en el arte, siendo bueno incluso con un arma que no hacía gran daño. Sin misericordias y menos sí su contrincante era su propio hijo, lo abatió una y otra vez hasta que Sora se hartó y le tiró el pedazo de madera a la cara.
Terra: 15 Sora:01
Cansado de todo, se acostó en el pasto, admirando el bonito atardecer mientras su respiración se calmaba. Una gran presencia se sentó a lado de él y en su vista apareció un helado. Al aceptarlo se incorporó sentado, recostándose a la gran figura y disfrutó de comer helados con su padre hasta que la noche cayó.
—Sabes Sora, me recuerdas tanto a alguien.
— ¿A quién, papá? —Preguntó inocente y algo confuso como había empezado la conversación.
— A un viejo amigo, aunque por su puesto eres menos dormilón y más bonito de lo que era él —sacudió juguetón el cabello de su hijo mientras este reía—. Pero tus ojos, me recuerdan a los de él, esa inocencia y chispa de alegría, junto con aquella calma que solo puede dar el cielo. Eramos los mejores amigos los tres, tu mamá, él y yo, éramos un trío de lo más unido, nos llevábamos tan bien—Sus labios dejaron de sonreír y su mirada se ensombreció, ahora solo observando el horizonte estrellado —Pero en una noche como esta, por una disputa algo tonta que tuvimos; él desapareció.
》No le había tomado importancia a su desaparición. Pero los días se convirtieron en semanas, las semanas pasaron a meses hasta que el primer año ocurrió. Jamás lo volvimos a ver y ha pasado tanto tiempo que...
Y se calló, inhalando fuertemente mientras apretaba su puño. Sora lo miró algo triste.
— ¿Nunca regresó? —El silencio sólo fue su contestación— ¿Por qué me cuentas esto ahora, papá?
— Algún día encontrarás a un persona que con el tiempo se volverá alguien importante para ti. Pero, como sucede hasta con la amistad más poderosa, tendrán sus diferencias, hasta por alguna idiotez sin importancia. Un consejo que te puedo dar, que igual te servirá cuando te vuelvas soberano es que deben reconocer los errores de si mismos y del otro, no dejarse llevar por las emociones negativas. El peor camino que puedes tener es dejar que el odio y la insensatez te ciegue en el camino.
(...)
— ¿Aún no regresa?
— Ya te lo he dicho muchas veces, no—suspiró cansado mientras que acomodaba su abrigo—. Tienes que esperar a que aparezca.
— Ha pasado mucho tiempo y sólo estoy preocupado...
— Lea ya me contó lo que pasó, él volverá. Aunque no lo conocí cuando llegó —lo miró directamente a lo ojos de manera seria—. Espero que te disculpes con ese niño...
— ¡Lo haré, sí lo haré! — y se largó, con un ademán de despedida para aquel adolescente de cabellos azules sin recibir respuesta.
Se encaminó hasta el muelle mientras miles de pensamiento de culpa lo acosaban. Se sentía un gran idiota por lo que ocurrió con el niño castaño. No midió bien sus palabras y ahora ese sentimiento negativo le perseguía y lo hacía sentir un dolor en su pecho.
De verdad quería disculparse con Sora.
Decidió volver a su lugar favorito de todo ese mundo, a aquella isla solitaria que nadie más que Riku visitaba de en vez en cuando. Cuando deseaba estar lejos de la gente y disfruta de tiempo para él mismo iba a allá a ver las olas chocar o comer aquellos frutos estrella.
Al llegar fue caminando hasta aquel árbol inclinado, dispuesto a relajarse y olvidar de sus problemas por un rato.
Pero ya alguien le había arrebatado el puesto. Dormido profundamente, abrazado con mucha fuerza estaba aquel niño que no dejaba su mente en paz.
Sus ojos verdes marcaban sorpresa, sin saber sí dejarlo dormir o despertarlo. Quería hablar con él pero se veía muy... tranquilo y no deseaba arruinar aquella tranquilidad.
Pero no importó mucho ya que de un gran bostezo el príncipe despertó, incorporándose tallando uno de sus ojitos desorientado, por el olor a agua salada supuso que no estaba en su hogar o que su padre estuviera con él. Pestañeo un par de veces hasta que notó que tenía compañía.
Azul y verde chocaron, el primero sorprendido y el segundo algo nervioso.
—¡Riku!
— ¡Sora!
— ¡Disculpame por ser un tonto! —gritaron al mismo tiempo. Al notar aquello el pequeño solo río.
— Sora, de verdad lo siento —apoyó su mano en el hombro del niño—. Me comporte como un idiota, fui demasiado cruel contigo y...
— ¡Shh! —le tapó la boca con una mano — ¡Te perdono Riku! igual yo fui algo tonto por ser demasiado infantil. Tengo que madurar y cambiar, ser más como tú.
— ¡No! —frunció el entrecejo—. Estas bien como estas Sora. Apenas te conozco pero creo que tu forma de ser es... y por eso yo creo... ¡Ahhh! —se dió un palmazo en la frente, sin saber como podía expresar bien que le gustaba la personalidad alegre y curiosa del niño. Sora rió — ¿Qué?
— Ya Riku, ya creo entendí. Tampoco soy tan tonto.
— ¡No eres tonto!
— ¡Ya! Mejor vamos a empezar de nuevo —hace una reverencia— Me llamo Sora Clemens Branford, tengo ocho años y vengo de Tierra de Partida. Un gran gusto en conocerte.
Riku no entendió por un momento la escena, pero después solo sacudió divertido su cabeza e imitando a Sora se presentó.
Estuvieron todo el tiempo conociéndose con las olas como compañía. Contando anécdotas y cosas que les gustaba. Riku se enteró que de verdad Sora era un "príncipe" de un reino muy lejano en el mundo real. Que tenía una mascota llamada Goofy y un huevo que cuidaba mucho porque fue regalo de un tío y que estaba pronto a nacer.
— ¿Y tú también vives en un castillo o algo así? —preguntó Sora.
—Nop, yo... Yo... vivo en una granja. —se rascó la nuca, avergonzado de la gran diferencia que había entre él y Sora y entendiendo algo la actitud de este.
— ¡Increíble! ¿Y cuidas de ovejas y vacas? ¿Son como mascotas? ¿Tienen nombres? ¿También tienes un perro como Goofy que las pastorea?
— La gran vaca Darcy Darkness da buena leche —bromeó un poco—. No son mías. Solo ayudó a cuidarlas por pedido de mi tío Ansem, solo tengo un ratón que adopte llamado Mickey.
— ¡Que genial! ¿Me llevarás a tu granja? Por faaaaa —el color azul empezó a brillar dentro de sus ojos—. ¡Quiero ver gallinas, vacas y montar un caballo! En el castillo no me dejan ir al establo porque está lejos y temen que un caballo me pisotee —Bufó al terminar.
Riku río el como Sora se expresaba, aceptando su pedido pero solo sería algún día. Sí es que se encontraban afuera de ese mundo onírico.
Aún sentados en el árbol de frutos estrellados disfrutaron del amanecer que aparecía sobre el horizonte marino. Aquellos cálidos colores del cielo, con las aguas calmadas de un bonito azul y la brisa un poco fría ambos niños no dijeron nada, con la mente tranquila y con un silencio acogedor.
—Riku —llamó Sora. Cuando obtuvo su atención alzó uno de sus meñiques— ¿Me prometes ser de ahora mi amigo?
Las cejas del otro se alzaron en seña de algo de sorpresa, le pareció extraña aquella petición. Se tardó un poco en responder, pero con que Sora sacara la lengua en señal de mofa e impaciente por una respuesta y Riku soltó una pequeña risa. Ese niño a pesar de conocerlo de hace unas horas ya lo hacía sentir un cálido sentimiento en su pecho. Se prometió de ahora cuidar de él, como guardián. Claro sin que lo note.
— No seas bobo —Enlazó uno de sus meñiques con el contrario—. Siempre seremos amigos. Desde ahora hasta siempre.
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