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Capítulo. V

Siglo XVIII, 1710, 13 de abril
6:04 P.M.

—¿Qué dices que le pasó a tu cabello? —le pregunta con una media sonrisa inquieta.

—Lo pinto con henna —le responde la princesa concentrada, suturando su herida con cuidado.

—¿Por qué? Tu cabello de oro me fascinaba.

Detuvo sus movimientos en seco para mirarla, los ojos de la caballero le mostraban sinceridad y con solo eso logró poner a Dabria nerviosa. Su mano tembló por cada siguiente puntada hasta que finalmente cerró la herida.

—¿No te dolió? —le pregunta, limpiando la zona con alcohol.

—No, perdí mucha sensibilidad.

Los ojos claros de la princesa ya no pueden llorar más, pero las punzadas de dolor en su pecho le impiden siquiera poder respirar.

—Me lo teñí porque mi color natural es el mismo del rey —le aclara su pregunta suavemente, intentando ocultar su inmenso dolor.

El semblante de la soldado cambió por uno más vacío, que poco a poco fue sumergido en rencor, provocando que su piel blanca se erizara.

—Hablando del rey, tengo que ir a verlo —dice sin más, suspirando pesadamente a la par de levantarse de la silla.

—¿Sabes dónde está? —le pregunta extrañada por su seguridad.

—En su oficina, me lo informaron antes.

Mavra abrió la puerta del salón y una brisa de aire se coló entre el espacio, cediendo ante la gran presión que había afuera.

—No se vuelva a acercar a mí de esa manera, su alteza, usted y yo estamos juntas por un juramento que le hice al rey. Nunca debe creer o tan siquiera pensar en que podemos cruzar esa línea sangrienta —espeta hostil, sin ningún tipo de sensibilidad.

—De... ¿De qué hablas...? —le pregunta en un hilo de voz por la sorpresa de sus palabras.

Cerró sutilmente la puerta a sus espaldas y el corazón de la princesa se agitó a la par del sonido hueco que hizo la madera, dejó caer la aguja y las pinzas a secas, su pecho subió y bajó firme, pero su mente aún procesaba lo que acaba de escuchar.

Se derrumbó sobre sus rodillas, incapaz de mantener fuertes las barreras de su corazón; se aferró con una mano a su blanquecino pecho y sollozó hasta que de sus labios salieron quejidos ruidosos, permitiendo que sus ojos se quemaran ante la ineptitud de derramar lágrimas.

Sus párpados se hincharon hasta que ya no pudo ver más allá de sus sentimientos encontrados... por ella.

***

Dos sirvientes le abrieron las puertas sin dudar, con paso firme entró a la oficina y en cuanto sus ojos chocaron con el oro lo maldijo en silencio.

—Me da gusto saber que pones límites, no me tengo que molestar en hacerlo yo —espeta el rey después de una guerra silenciosa.

Mavra apretó su mandíbula porque estaba en lo correcto, aquel sirviente en el pasillo fue mandado por el rey, se encontraba merodeando la puerta del salón cuando estaba junto a la princesa.

Inclinó su torso en una reverencia profunda, llena de agradecimiento.

—Estoy a sus órdenes, su majestuosidad.

—Yo sé que lo estás, no me lo tienes que recordar —le replica árido.

La caballero frunció el ceño al escuchar su respuesta, no podía esperar menos de aquel hombre.

—¿Podré regresar al cuartel? —le pregunta a la par de enderezarse.

—Sí, necesito que entrenes a un grupo de reclutas que viene del sur —le responde, dejando de lado sobre su escritorio lo que lo mantenía concentrado para prestarle toda su atención.

Recargó sus codos sobre la mesa, apoyando su mentón en una de sus manos y examinó a Mavra con la mirada.

—Independiente a eso necesito que seas la guardia de mi hija unos cuantos días, irá a conocer a príncipes y nobles para casarse con alguno de ellos, claramente te necesito cuidándola como una dama de compañía —le ordena.

—Sí, su majestad.

De nuevo, la caballero apretó su mandíbula, mordiendo la carne interior de sus mejillas, para calmar su sangre hirviente. Poco a poco sus objetivos e intenciones se aclaraban en cuanto el destello tan brillante del oro los alumbraba.

El rey lanzó un informe sobre la mesa, se recargó en el respaldo de su silla y con un gesto de sus ojos le pidió a la mujer que se acercara.

—Llévale esto al doctor Salvatore —le exige con una sonrisa burlona—, dudo mucho que no te quiera pedir respuestas.

En el informe la soldado encontró una ilustración de su rostro junto con toda la información de su vida, desde sus medidas físicas hasta lo que le debe al rey, lo único que resalta dentro de esa hoja es que ella no tiene ningún nombre.

Tocaron la puerta, Mavra tomó las hojas y las examinó detalladamente, el rey pidió que dejaran pasar a quien sea que lo esperara y le mandó a la caballero que se hiciera a un lado.

Esta se detuvo frente a una mesa grande que el rey tenía repleta de papeles a un costado de su inmensa oficina; un sirviente bien vestido entró y le entregó un sobre ancho.

Mientras el sirviente le explicaba algo Mavra perdió la vista sobre la mesa, divisó varios documentos importantes y junto a ellos contratos, encontró incluso escritos de otras monarquías, pero no fue hasta que miró un mapa que se percató de algo.

Se acercó directamente a la mesa, movió varias hojas y debajo de mucha información valiosa se encontraba enterrado su pasado.

El plano de la granja de Maragda estaba frente a sus manos, pero había una ruta marcada, la entrada era la misma por la que ella había ingresado años atrás, un agujero en uno de los costados del edificio, además de que el cuarto donde tenían a la princesa estaba bien remarcado.

Dudosa en si se trataba de algún informe que algún comandante haya entregado buscó nombres o algún símbolo que le dijera algo:

20 de agosto de 1697

Con sus dedos trazó la ruta que ella había tomado en el pasado y todo coincidía a la perfección. Todo estaba planeado meticulosamente y fue llevado a cabo al pie de la letra.

«Todo estaba planeado», se repitió en su cabeza incontables veces.

—¿Qué es esto? —pregunta en un murmullo.

—Vete, después te llamaré, Domènech —le ordena el rey.

Mavra se asustó al escucharlo tan seguro y poderoso, y con eso recordó el sentimiento que vivió todos los días al estar bajo su mando.

—¿Por qué yo? —lo cuestiona con el pecho acelerado.

La mujer hizo conciencia de que acaba de desenterrar una de las cosas más impactantes que sufrió una niña inocente, una persona tan pequeña que no merecía pasar por una de las puertas malditas de la vida.

Poco a poco las sombras se arrastraban hasta sus pies, escalaban por sus prendas desalineadas y viejas, carcomían todo su ser hasta convertirla a ella misma en un ser oscuro.

Se llevó una mano al pecho, que dolía, y abrió sus labios para jadear ruidosamente. No podía creerlo, no podía asimilar que el padre de la princesa había hecho tal atrocidad contra ellas.

El rey la miró con furia, una furia silenciosa y tranquila.

—¿Qué pretendes, Ansel?

—¿Por qué yo, mi rey? ¿Por qué yo fui la elegida? —le exige temblorosa, dejando una mano encima del plano con miedo a dejarlo atrás.

El rey soltó una carcajada que resonó por todo el cuarto, la miró incrédulo y al verla segura decidió responderle.

—¿Crees que un animal de diez años no es fácil de manipular? Ni siquiera sabía que eras hija de Godofredo en ese entonces, incluso después de saberlo mis planes no cambiaron, pudo ser el destino, Domènech. ¡Dios te trajo a mis brazos porque sabía que sin ti yo no podría ser así de grande! —exclama dramático.

—¿Y qué pasó con la princesa? —le inquiere indiferente mientras se alejaban todas aquellas sombras que alguna vez la atormentaron, la imagen de Dabria sola y desprotegida le preocupó más que su propio pasado.

Su rostro se paralizó al escuchar a la mujer preguntarle por una de sus más grandes inseguridades del momento, pero el rey sabía que quería dar en el blanco de alguna forma.

—Recibió su castigo por quererte —le responde cortante.

—Lo sé, y me alegra poder reiterarlo —le dice sin sorpresa alguna—. Espero poder recibir el mío pronto... porque yo también la quise —le corresponde, haciendo una reverencia para largarse de ese horrible lugar.

Las puertas se cerraron, dejando suelta a una de las personas más importantes de Vreoneina. El sirviente se quedó callado y petrificado por lo que acababa de presenciar: la batalla de dos poderosos gigantes.

—Sigue siendo la misma Mavra —espeta el rey, observando la entrada a su oficina como si ella aún siguiera allí.

***

—¡Mavra! —le grita la princesa desde la otra punta del pasillo.

La caballero no se detuvo, caminó hasta llegar a un punto muerto y suspiró pesadamente al saber que no podía escapar de aquella doncella con cabello color cobre.

—Princesa, deje de seguirme —le ordena áridamente.

—¡¿Por qué me tratas así?! —le pregunta exaltada, acercándose a ella hasta dejar sus ojos frente a su mentón—. Me dices que ya nunca me volverías a hacer llorar, me acaparas entre tus brazos y me entregas un pedazo de tu amor, ¿¡qué pretendes Mavra Fallon!?

La caballero la observó con tristeza, en su rostro encontró muchas cosas que le recordaban a la pequeña Dabria rebelde. Sus cejas finas no cambiaron, su piel pálida sigue siendo del mismo tono, pero sus ojos contienen algo distinto... es diferente a la imagen que tenía del pasado. Ella ha cambiado.

La mujer abrió la puerta que tenía a su costado, tomó a la princesa por un hombro y la empujó dentro. Cerró a sus espaldas la entrada y se quedó inmóvil al ver los ojos rojos de la princesa.

«¿Por qué sigue llorando por mí?», se pregunta la caballero decaída.

—Dabria, hay muchas cosas que tengo que conversar contigo, pero este no es el momento indicado.

—¿¡Cuándo lo será?! ¡He esperado tanto tiempo por ti! ¡¡Te he esperado años, Mavra!! —Sus ojos ya no podían llorar más, sus párpados rojos ardían y la caballero se lastimaba sola al pensar cuánto sufrió su querida princesa—. Ya he esperado demasiado, Mavra, quiero mis respuestas... Te quiero a ti —agrega con el corazón roto, dejando que su voz entrecortada se apodere de su garganta.

El museo de paisajes coloridos no es lo suficientemente llamativo como para ocultar sus radiantes sentimientos, tampoco sus secretos, y Mavra sabía que no era el lugar indicado.

La soldado se acercó a ella y con duda la tomó entre sus brazos, la cargó con toda la delicadeza del mundo y entró al siguiente cuarto. Ingresó al salón donde Dabria esconde todo su pasado, sus recuerdos, sus anhelos, sus sentimientos, incluso su corazón.

Mavra besó su frente suavemente y apoyó la suya contra la de ella.

—Necesito que me perdones, Dabria, quiero tu perdón. No me importa si a mí me cuesta una eternidad poder obtenerlo... yo también te quiero a ti —agrega en un susurro cálido.

Dabria sollozó contra su pecho, Mavra observó el salón y suspiró con tristeza pesadamente al ver todos sus retratos.

El pecho de la caballero dolió, la princesa aliviada buscaba la forma en la que controlar su dolor y a la par, las dos, buscaban en lo más profundo de su ser el amor fugaz que alguna vez se tuvieron en la infancia.

***

—Te extrañé más de lo que debí —espeta la princesa.

Mavra seguía observando atentamente el cuadro más grande de ella, como si le estuviera echando un vistazo a su pasado, mientras Dabria se recargaba sobre su hombro, controlándose para ya no llorar más.

El duelo que estaba viviendo la caballero era sin duda asesino, por una parte se quería entregar a los brazos de Dabria, amarla como debió de hacerlo hace años, quererla más que nadie en este mundo y estar a su lado, pero no podía, no puede y no podrá, no por ahora... no en un futuro cercano.

Mavra giró su cabeza rápida y ágilmente, sin llegar a mover demasiado a la princesa, y suspiró otra vez, Dabria la acompañó y el silencio reinó todo el salón.

—Debiste de olvidarme hace mucho tiempo... Dabria —espeta la caballero.

—¿Cómo voy a olvidarte después de darme tanto para recordar? —le pregunta, levantándose repentinamente de su cuerpo, para mirarla con rencor—. ¿Por qué me dices cosas tan crueles...?

—Princesa, n...

—Siento que eres alguien más... Tú no eres la Mavra que conocí —la interrumpe, desbordante de lágrimas al ya no poder más con ese peso muerto tan agotador que cargaba desde la partida de su guardia.

—Escúchame Dabria... —le pide—. Tengo que explicarte muchas cosas pero este no es el momento adecuado —le responde, mirando de reojo más allá de las infinitas pinturas que tenía el salón.

—¿¡Cuándo será el momento indicado?! ¡¡Te he esperado casi ocho años, Mavra!!

La caballero se levantó para dejar caer una rodilla al suelo, suspiró profundamente y agachó su cabeza con el deseo de restregarla contra el tapete azulado al ver a su amada destrozada. La princesa retrocedió, entre un jadeo, solo unos pasos al ver el cuerpo frágil y sumiso de su caballero.

—Debió de olvidarme, princesa —espeta, mirándola fijamente, moviendo su mano a la par.

En el aire dibujó con sus dedos las letras: «E, S, P, E, R, A, U, N, M, I, N, U, T, O».

Dabria la observó extrañada, la caballero intento comunicarle por medio de sus ojos que alguien más estaba allí pero la princesa le gritó con rencor a la cara.

—¡¡¡Te odio!!! —espeta para soltarle un manotazo a la cara.

La caballero no se inmutó ante el golpe pero poco después de sentir un ardor picar en su piel sonrió un momento. La princesa comprendió su mensaje e incluso se estaba aprovechando de ello.

—Lo aceptaré, aceptaré cualquier castigo por parte de mis monarcas —le responde Mavra a sus palabras.

Un silencio sepulcral llenó la habitación pero no fue hasta que la soldado volvió a escuchar el viento soplar que se levantó de su eterno castigo por parte del rey.

—Va a seguir mandando a sir...

La princesa se abalanzó contra la caballero para plantar un beso gigantesco en su mejilla, se separó ágilmente de su rostro y besó sus labios con ternura. Mavra se alejó lentamente al sentir la falta de aire entre sus cuerpos, la observó estupefacta, poco a poco su conciencia sembraba los pies en la tierra con firmeza.

—Yo... aún no tengo en claro lo que siento por ti... Mis sentimientos encontrados no me permiten ver más allá, Dabria...

—No me importa —le replica con calidez—. Con tal de que no te vuelvas a marchar, con tal de que me permitas estar a tu lado, estoy bien. Estaré bien —le confiesa, intentando ver entre sus párpados hinchados.

La caballero besó sutilmente uno de estos, sonrió y un suspiro de amor se escapó de entre sus labios.

—No sabes cuánto te extrañé, cuánto los extrañé a todos.

—No —interviene—. Tú no sabes cuánto daño nos hizo tu partida.

Al escuchar la verdad el corazón de la soldado se comprimió, la princesa la miró con tristeza y Mavra recargó su frente contra la de ella.

—He regresado, Dabria...

—Y yo he regresado a mi único hogar —le susurra, acariciando suavemente la nariz de la soldado con sus labios.

Las dos lloraron a la par en cuanto concluyeron su reencuentro, sus almas se reconocieron y sus corazones, por unos segundos, latieron al mismo tiempo.

***

—Tu padre me amenazó esa mañana —espeta Mavra.

El carruaje se tambaleó y crujió, la princesa la observó con los ojos entrecerrados al no saber de qué estaba hablando. Pronto llegarían al hospital y la caballero por fin se había decidido: confesaría absolutamente todo, haría las cosas de la forma correcta a espaldas del rey y permitiría que un pedazo de la pequeña Mavra regresara a su estricto corazón.

—No quería irme —le recalca a la par de mirar la ventana por no querer ver a la princesa a la cara—, créeme que no. Pero el rey ese mismo día planeaba asesinar a mi familia... ¿quieres saber algo? El rey nunca quiso matarnos a todos, siempre su objetivo fue quitarles la vida solo a ellos para dejarme sin nada y así convertirme en su perro dependiente... Nunca tuve una opción que me gritara «libertad» —resalta la palabra con decepción.

Dabria guardó silencio mientras la caballero disfrutaba de su vista primaveral de Diamant. Hace mucho tiempo que no veía la ciudad y esa vista trajo consigo muchos recuerdos atesorados.

A lo lejos logró ver un pequeño tramo del puente que recorrió junto a Dabria cuando eran muy pequeñas, recordó ese día, que resguarda una de las experiencias más importantes para las dos, y frente a ella se formó una imagen momentánea de ellas dos disfrutando de su efímera felicidad.

—¿Te fuiste en contra de tu voluntad? —le pregunta la princesa con seriedad.

—Todo esto es en contra de mi voluntad —le responde con firmeza, girando su cabeza para verla a los ojos y encontrar a una Dabria joven y herida, muy diferente a la que acababa de ver fuera... siendo libre.

—¿A dónde te llevaron? —le inquiere asustada.

—Al ejército.

—Lo siento tanto...

—Ven aquí —le pide gentilmente al verla tan entristecida por la cruda verdad.

Dabria se levantó de su lugar, Mavra sostuvo seguro el ramo de flores que la princesa había preparado y le tendió la otra mano para ayudarla a llegar a su extremo. Entre tambaleos se sentó a lado de la caballero y esta la sostuvo en su brazo sin dudar.

—Te prometo que desde ahora en más haré las cosas bien, ya nunca los voy a lastimar... nunca.

—Yo sé que no... —le dice entre sollozos—. Te extrañé muchísimo.

—Yo también, estrella mía, créeme cuando te digo que te extrañé demasiado.

Mavra besó su cabeza tiernamente y recargó su mentón sobre ella, miró la ventanilla en la otra pared y divisó que ya habían llegado al hospital.

Apretó el brazo que sostenía a Dabria y respiró profundamente al saber que alguien muy importante la esperaba; una de las figuras que se dibuja en su pasado como una de las más importantes... mucho más porque fue la persona que le ayudó y le inculcó cómo vivir dentro de ese castillo.

El mayordomo la esperaba y Mavra estaba impaciente por verlo de nuevo.

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[29.01.23] ¡La artista @deimos_kr4 lo hizo de nuevo! Miren esta preciosidad de ilustración, logró capturar todo lo que tenía que entregar la escena de este capítulo. Están hermosas mis pequeñas:

Autora: @deimos_kr4 en Instagram.

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