Hice lo que me ordenó lo más rápido que pude, la comida no quería bajar hasta mi estómago y sentía un bulto atorado dentro de mí. Bebí varios vasos de agua para contrarrestar lo que sentía y poco a poco la incomodidad fue desapareciendo. El rey le dio una señal a los sirvientes que se encontraban estrictamente descansando en varios puntos estratégicos del comedor, por si requeríamos algo, para que se marcharan, y así lo hicieron sin cuestionarlo.
—Mi rey, puedo ordenar a los sirvientes a asistir a una reunión urgente en el salón principal —le comenta el mayordomo.
—No, es mucho movimiento y no quiero un escándalo. No pretendo alertar al ladrón —le replica.
Miré al mayordomo con ojos de no saber qué estaba pasando y el asintió sutilmente.
—¿No fuiste tú? —me pregunta el rey de forma gélida, alzando su vista para chocar con la mía.
—¿Sí, su majestad? —cuestiono en voz alta nerviosa.
—¿Tú robaste algo de mi pertenencia? —me inquiere serio, pero en sus ojos se reflejaba hasta el hades—. De nuevo.
—No, su majestad.
Me juzgó mil y un veces con su mirada dorada, dos soles asesinándome con su calor tan hipnotizante. Bajé la mirada pues los escalofríos no dejaban de recorrer todo mi ser, mi alma temblaba ante sus profundos ojos y ni hablar de cómo mi corazón estaba a punto de reventar.
—Ve y búscamelo, encuéntrame aquella pieza que a simple vista es decorativa pero que ha vivido más que tus miserables años de vida. Aquella pieza azulada que encontramos en las costas de Vreoneina, es tu primera tarea Domènech y si no la cumples a ti va a ser a la persona que voy a castigar —me ordena furioso.
Salí casi corriendo del comedor, sus gritos horrorosos hacia el mayordomo me hacían temblar a cada paso. Me alejé lo suficiente como para ya no saber qué dirección tomar hacia el comedor, respiré hondo y exhalé más tranquila. He de encontrar una pieza a simple vista decorativa, algo azul encontrado a las costas de aquí, probablemente hable de algún mar.
«¿Cómo un mar va a ser una pieza decorativa aquí?», pensé extrañada.
Intenté recordar algún detalle, tal vez se trata de un pedazo del trono, o de su invernadero. ¿Una piedrecita de su mesa redonda?, es muy probable.
Vagué por varios pasillos y cuando menos lo esperé me perdí, nerviosa busqué entre el camino alguna señal en la que basarme para ubicarme pero no había nada. Mesas lujosas con telas sobre ellas muy exóticas, con patrones bordados a mano, en algunas había animales y en otras personas laborando. Las mesas son delgadas y muy largas, tienen encima jarrones vacíos y jarrones cuidando florecitas. Me acerqué a ver uno y su ramo está formado por distintas especies; blancos, morados y rosados muy bien mezclados. Observé atenta el jarrón, unas gotas escurrían desde sus costados como si unas manos mojadas lo hubieran tomado; se ve muy fresco y las gotas son recientes.
Apoyé mis manos en mis rodillas para agacharme y verlas mejor, el jarrón es muy bonito pero mi corazón se contrajo tanto que su figura se quedó pintada en mi memoria por la eternidad.
—¿Qué haces? —me pregunta una voz chillona que he escuchado demasiado por hoy.
Me llevé mi mano al pecho, cerré los ojos y comencé a respirar profundamente para controlar mis latidos. Escuché a la pequeña dar unos pasos más cerca de mí, abrí los ojos y su melena dorada se encontraba frente a mi cadera. Di unos pasos hacia atrás, tambaleándome por la repentina imagen y exhalé en un suspiro corto.
—Me asustó hasta los huesos, princesa —le digo, observando cómo está en cuclillas.
—Ya lo vi, ¿qué haces por acá? —me inquiere reincorporándose, alisó su vestido lleno de encajes extravagantes y me miró al no responderle al instante.
—Una disculpa, me perdí no hace mucho, no esperaba encontrarla —le comento sacudiendo mi cabeza de un lado a otro para sacarme la imagen del jarrón de la cabeza.
Llevó sus dos manos a su boca para contener una risilla adorable, sus mejillas rosadas la delatan.
—¿Entonces la voy a ver a donde vaya y encuentre flores? —le pregunto para mirar sus florecitas frescas.
—Tal vez —señala llevando sus dos manos a su espalda, columpiando su vestido de un lado a otro, alzando la mirada en un intento de disimular su sonrisa.
—Bien, princesa. —Asentí suavemente con la cabeza—. Disculpe mi pregunta, pero ¿dónde me encuentro?
—En el ala contraria de donde deberías de estar.
—¿Cómo sabe que pertenezco al ala derecha?
—Las paredes a veces tienen buenos oídos y los ojos de los retratos en el castillo ven cosas que no deberían —declara atrevida.
Tragué aire anonada, más porque ella es la hija del mismo rey.
—¿Usted crea los ramos? —le pregunto, para cambiar de tema, un poco nerviosa.
Me acerqué al jarrón para deslizar mis dedos delicadamente por él y ella se limitó a mirar mis acciones.
—Sí, tengo mucho tiempo libre hasta que me permitan el acceso a la biblioteca —me confiesa.
—Entiendo, espero pronto nos presenten formalmente para poder hacer más actividades sin tener que limitar a la otra. Incluso podemos hacer todo juntas.
Un respiro ahogado a mis espaldas me entregó la tregua en esta guerra porque ella sabe que utilizar sus muros conmigo no valdría la pena.
—Princesa, ¿sabe de algún objeto decorativo azul y que fue encontrado en las costas de Vreoneina? —le inquiero en busca de buenas respuestas, regresando toda mi atención hacia ella.
—¿Qué cosa? —me replica con una cara extrañada.
—El rey me ordenó buscar un objeto decorativo azul, que tiene más años de lo que aparenta, y que fue encontrado a las costas de la nación —le aclaro.
—¿Te mandó a buscar al insecto? —me cuestiona ahora ella intrigada.
—¿Insecto?
—Sí, esa cosa, el escarabajo con zafiro en el tórax y una parte de la cabeza —habla un tanto disgustada—. Pero en sí la pieza es muy bonita, a mí me gusta, aunque mi padre no me deja ni siquiera mirarla —confiesa cruzándose de brazos, con una cara muy graciosa.
—Claro, claro —suelto en un intento de no reírme e hice una ligera pausa para recuperar mi aliento—. Cuénteme más acerca de esa pieza.
—Bueno —dijo para pensar unos segundos—. Es muy bonito, el color azul del escarabajo viene del zafiro y el esqueleto, podría decirle así, está hecho de algún tipo de oro especial muy elegante. Está muy bien detallado y ni hablar de su valor, no es mucho lo material sino el apego que tiene mi padre con ellos. Son ocho escarabajos en total; en su tórax guardan las primeras piedras preciosas de todo el reino y están estratégicamente colgados en algunas cortinas del reino, intentando darles libertad y algo de vida —me explica concentrada.
—Por todos los campos de amapolas —espeto boquiabierta.
—¿Mis campos? —me pregunta sorprendida y ruborizada.
—¿Cómo llego al ala derecha desde aquí? —le inquiero apurada, acercándome a su rostro inconscientemente demás.
—Es... Siempre ve a la derecha y... No busques ventanales —me explica, tartamudeando, a medias.
A paso apresurado me aventuré a lo que me esperaba, si me encontraba un pasillo largo corría y si era apretado a duras penas caminaba. Tengo que apurarme pues si encuentran en sus cajones ese escarabajo no tengo ni la menor duda en que el rey la va a decapitar, que ingenua fui al no recordarlo, si algo le llega a pasar a esa señorita va a ser mi culpa.
De reojo alcanzaba a visualizar a personas vestidas con trajes oscuros, sirvientes, pero su imagen no duraba mucho en mi rango de vista porque mis piernas no tenían pensado detenerse. Pequeñas brisas acariciaban mi rostro tiernamente, mi cabello corto se movía junto a ellas y uno que otro pelo se quedaba tieso. A medida que avanzaba comenzaba a ubicarme, la imagen de la señorita se posaba frente a mis ojos y me rehusaba a mirarla siendo torturada. Desesperada casi tumbé la puerta del área de servicio, para mi suerte nadie se encontraba en la primera sección, pero cuando entré a la habitación donde duerme la joven, cuatro damas jadearon a la par por la sorpresa y ella era una de ellas.
A pasos agigantados y con mi sangre bombeando dentro de mis oídos le pregunté en voz alta.
—¿Dónde está?
Me miró anonada, no tenía ni la menor idea de lo que hizo.
—Ustedes, las necesito fuera de aquí —les mandé a las otras damas, señalando con mi mano la puerta de la habitación.
Sin dudar mi orden salieron apresuradas y cuando la puerta dejó de rechinar para cerrarse por completo regresé mi vista asesina a la joven asustada.
—¿Por qué lo tomaste?, yo no puedo juzgarte porque yo sé cómo es estar en esa posición, pero no puedes hacer eso, no sabes el valor que tiene ese objeto tan pequeño.
—Yo no lo sabía, lo juro, solo quería que mis padres tuvieran para comer un tiempo. Por favor, Mavra, déjame entregárselos —me ruega arrastrándose hasta el suelo para arrodillarse frente a mí, dándose cuenta finalmente de lo que hablo.
Me puse en cuclillas, quedando a su nivel.
—A mí no me puedes pedir nada, yo también soy un sirviente dentro de este castillo pero con otra imagen diferente sobre mí. Te voy a ayudar a salvarte la vida, no la de tus padres —le aclaro de forma gélida, por más que me doliera ser así, no tengo otra opción—. ¿Dónde estaba antes? —Le señalo con la mirada su buró.
—En una de las cortinas del salón principal —me confiesa entre lágrimas—. Sé que fue muy irresponsable e idiota de mi parte, pero tú me comprendes, tú lo haces Mavra, ¿verdad? —me habla desesperada.
—Lo hago. —Reposo una de mis manos en su hombro para intentar calmarla—. Pero esta no es la forma correcta, si el rey te hubiera descubierto sin dudarlo iba en asesinarte. Me amenazó a mí, me ordenó en ir en busca de su preciada gema y tengo que devolverla —me levanté para pararme frente a su mueble, abrí el cajón y dentro no había nada.
—Por favor, no me lo quites.
—El rey nos va a matar si no se lo regreso —espeto de forma seca—. Devuélvemelo ahora y no le contaré que tú lo robaste.
Sus sollozos tras mi espalda eran como navajas atravesando mi alma, apreté con mi mano una esquina del mueble, conteniendo todo lo que sentía. El sonido de telas rozándose entre sí me hizo girar sobre mis talones, en su mano temblorosa se encontraba el escarabajo maldito. La miré detalladamente, un suspiro quiso salir de mi pecho, pero lo contuve, le arrebaté el escarabajo de la palma de su mano y me marché. Caminé lo más rápido que pude, lagrimas amenazaban con salir pero me comí los labios para impedirlo, mordiéndolos para enfocarme en ese dolor agudo y dejar de lado todo lo demás.
Me apresuré en ir al comedor, mantuve la esperanza de encontrarlos ahí pero antes de poder entrar los dos sirvientes me señalaron que se habían movido a la sala del trono. Corrí lo más rápido que pude, todo lo que mis delgadas piernas pudieran abarcar, dentro de mi puño descansa lo que es tan preciado para el rey y en mi pecho se desata esa tormenta de sentimientos salvaje.
Empujé las puertas tan pesadas temblando, no por que no las pudiera sino por el miedo que me carcomía desde el interior. Entré cabizbaja al salón, a lo lejos pude ver al rey sentado en su trono y al mayordomo parado en el centro del camino carmesí que daba justo a los monarcas.
—Ansel —me susurra el mayordomo de forma entrecortada por la sorpresa.
No quería mirarlo, caminé hasta quedar frente al rey y un trono vacío. Me arrodillé de nuevo, en el lugar que derramé mi juramento eterno.
—Su majestad, he aquí la pieza que ha estado buscando, aquella que desencadenó sus preocupaciones —anuncio, mostrándole la pieza con las dos manos, alzándola arriba de mi cabeza.
—¿Dónde se encontraba? —me pregunta una voz ronca.
—Pregunté a sirvientes y a caballeros de qué objeto se trataba pues yo desconocía totalmente s...
—Te pregunté: ¿dónde estaba? —me interrumpe molesto.
—En el ala izquierda, su majestad —le respondo sin dudar, inconscientemente recordando a la princesa.
Escuché como sus joyas y su vestimenta se movieron, acercándose a mí peligrosamente.
—Camina, tenemos cosas que hacer —me manda para tomar el escarabajo de mis manos.
Salí junto al mayordomo, caminando sobre la sombra oscura del rey, fuera del salón real. El mayordomo me señaló con la mano sutilmente que me detuviera y así lo hice, el rey caminó directamente a una de las cortinas gigantescas del salón principal y pude ver como dejaba pinchado el escarabajo sutilmente. Miré atenta todo lo que hacía, lo acariciaba de una forma tan suave que si no lo hubiera visto jamás lo hubiera creído.
El mayordomo me hizo otra vez una señal para avanzar y lo seguí curiosa, el rey salió por las puertas del castillo y yo miré extrañada al mayordomo.
—¿A dónde vamos? —le inquiero en voz baja.
—A mirar qué tanta destreza tiene en el combate, señorita —me responde en el mismo tono.
La brisa me golpeó el rostro, el sol estaba en camino a ocultarse de nuevo. Respiré hondo y miré todo lo que mi vista me permitía, algo nuevo capturó mi vista; en el medio del camino que el rey me obligó a recorrer descalza se encontraba una nueva división, justo en el centro una fuente gigante llena de estatuas preciosas acompañadas de vegetación se extendía a lo largo del sendero. Cada estatua de alguna forma derramaba agua, se ven tan antiguas, pero ni siquiera había rastro de ellas cuando yo llegué.
—¿Eso de dónde sali...
—Es reciente, muy bello, ¿no? —me responde el rey en voz alta ya que no modulé mi voz.
Un pequeño camino hecho de baldosas rocosas era el que nos encontrábamos recorriendo, la capa del rey nunca se arrastraba, creaba un efecto extraño a la vista porque parece que toca el suelo pero no tiene ni una sola mancha sobre su tela perfecta.
Recorrimos lo largo del castillo y cuando llegamos a su costado visualicé un cuartel, si esto era grande el castillo era mil veces más. Cuando entramos me quedé estupefacta, solo eran dos pisos pero guardaban más historia de la que yo había visto con mi profesor. Avanzamos y mi vista no se quería apartar de lo que admiraba, tenía que jalar mi cabeza boquiabierta con las manos porque no tenía pensado alejarse de su objetivo. Atravesamos una muy buena parte y cuando volvimos a salir al exterior comprendí su estructura, el lugar es como una jaula.
Una arquitectura cuadrada, donde descansan caballeros vreoneanos, con un hueco vacío en el centro es donde entrenan. Son varios campos de largo y ancho pero no es muy grande, o eso es lo que mi vista cree.
—¡Firmes! —manda en un solo grito un caballero a lo lejos—. ¡El rey de Vreoneina está presente! —grita de nuevo; es grande y tosco, tiene una piel quemada por el sol y un cabello claro largo.
Todos y cada uno de los hombres que se encontraban aquí se arrodillaron ante su monarca, las piernas me temblaron por no saber si arrodillarme yo también o no. El rey aceptó su saludo y se encaminó hacia el hombre que dio la orden, yo me quedé al lado del mayordomo viendo a todos los caballeros entrenar. Todos tenían sus grupos, supongo que, junto a su grado de dificultad, haciendo diferentes actividades. Unos estaban corriendo sobre un sendero marcado en toda la orilla por el paso de los años y de las pisadas toscas de antiguos caballeros, otros se encontraban luchando con espadas encerrados en un cuadrado hecho de cuerdas con su equipo respectivo y muchos grupos más haciendo actividades diferentes.
—Ansel —me nombra el rey, sin dudar me acerqué a paso rápido hacia él y el caballero.
—Es pequeña y débil —espeta el hombre.
—Pronto cambiará —le replica el monarca.
—Toma, niña, no vas a sobrevivir ni un solo minuto aquí.
Me entregó una espada, delgada y muy fina, pero es muy distinta a lo que yo he visto además de que no pesa nada.
—Vas a jugar contra los hermanos Borbone... pero ni siquiera estás a su miserable nivel —escupe sin vacilar.
A lo lejos pude ver a dos hombres, mucho más jóvenes que mi profesor pero mayores que mi hermano, acercarse.
—Esgrima, ¿sabes qué es? —me pregunta el caballero, posando sus ojos oscuros sobre mí.
—No, señor. —El rey se alejó junto con el mayordomo y me abandonaron a mi suerte.
—Explícale, Borbone, yo iré con los otros grupos —le ordena.
—Sí, señor —musitó el joven con los ojos cerrados—. Hola, espero que puedas entenderme porque sinceramente no sé cómo explicarme muy bien —susurra hablándole al aire, casi a la pared.
—Disculpa, estoy aquí —le comento en voz alta.
—Oh, oh, sí —se reincorpora tartamudeando, giró en mi dirección, aunque aún no me miraba directamente—. Perdón, es que yo soy ciego y mi hermano mudo... Perdóname no pretendía molestarte —me habla bajo, temblando, haciéndose pequeño.
—Mil disculpas, no me pude dar cuenta —confieso apenada.
—No te preocupes, ¿cuál es tu nombre?
—Se pueden referir a mi como Mav... —me corregí rápidamente—. Ansel, como Ansel.
—Perfecto —declaró en un tono un poco más fuerte mientras que su hermano sonreía—. ¿Conoces algo acerca de la esgrima?
—No, señor.
—No tenemos que ser tan formales, somos jóvenes y apuesto a que tú lo eres más —me comenta entre risillas, aún en su tono susurrante—. La palabra procede de 'esgrimir', y este a su vez del germánico skermjan, que significa «reparar» o «proteger». Los contrincantes reciben el nombre de tiradores. En este tipo de combate practicamos con la espada ropera...
Su hermano tarareó uno segundos y él siguió con lo que están diciendo.
—Ah, sí, justo como la que tienes en mano —señala sonriente.
Mientras él se encontraba hablándole al espacio entre su hermano y yo, su hermano estaba atento mirándome. Él volvió a tararear, pero esta vez fueron más que unos segundos.
—¿Eres una... niña? —pregunta en voz alta extrañado al escuchar el tarareo de su hermano.
«¿Cómo se están comunicando estos dos?», pensé sospechando.
—Lo soy —le respondo en voz alta tomando firme el mango de la espada, deslizando mis dedos por su filo redondo—. Pero me ordenaron que no lo ande contando por ahí, les pido discreción, por favor.
—Ya veo. —Su hermano tarareó de nuevo y él acercó el lado izquierdo de su rostro para escucharlo mejor—. En guardia —manda en voz alta, esta vez en un tono normal, a la par que su hermano me amenaza con la punta indefensa de su espada.
Lo miré retadora y en sus ojos semi claros se encontraba el mismo sentimiento, defender algo preciado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro