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Capítulo. XLIV

Mavra A. Domènech Fallon

Sequé el cabello lacio de la princesa y a medida que las toallas absorbían el agua que tenía en él su volumen aumentaba, dejando solo rizos y ondas bien curvadas. Cepillé su cabello y decidió dejarlo suelto.

—¿Qué vestido me pongo? —me pregunta, corriendo hacia su ropero para sacar dos prendas largas.

Una tela suave, holgada y blanca la cargaba su brazo izquierdo, mientras que el derecho tenía encima una tela color café que se ve pesada.

—¿El blanco es más fresco? —le inquiero dejando las toallas estiradas en su bañera para que se sequen.

—Sí —me dice contenta.

—El blanco será.

Miré los pétalos sobre el agua, tan delicados y pálidos.

—¿No te quieres bañar aquí? —me pregunta una voz chillona a mis espaldas.

Iba a girar en mi lugar, pero me detuve al escuchar el roce de las telas sobre algo árido.

—¿Entre estas aguas tan negras y frías? No —le digo irónica.

—Cállate, están muy limpias —me replica un tanto apenada.

Me reí por ella y acepté la invitación, al final yo aquí soy la más sucia.

—¡Muy bien! —exclama.

Ya dentro del agua la princesa empezó a regar por toda la superficie aceites y cristales, flores y polvos raros.

—¿Qué es todo eso? ¿El ritual puede salir mal? —le pregunto bromista.

—Tal vez, si no dejas de andar de preguntona quizá salga muy mal —me responde maliciosa.

—No me diga eso, bruja.

Me miró ofendida y yo le regalé una inmensa sonrisa.

—¿Sabes que arrugas la nariz siempre que sonríes?, es un lindo gesto —espeta cariñosa.

De nuevo ese escalofrío extraño recorrió mi cuerpo, temblé bajo el agua y me relajé al instante. Esperé y pensé en otra cosa para que esa calidez nueva no recorriera mi cuerpo, antes no me pasaba esto.

—Supongo que lo saqué de mi hermano —le digo pensativa.

Caminó detrás de mí, no sin antes tomar una silla que no vi hace rato, para ponerla cerca mío y descansar sobre ella.

—Cuéntame de él, no me has hablado mucho de tu familia —me dice.

—En estos momentos me duele hacerlo —le confieso—. No he recibido ni una sola carta por parte de ellos desde hace tiempo, no sé dónde están ni cuál es su situación en estos momentos.

—Entonces debe de ser algo más, sé que ellos están dispuestos a mandarte más que simples cartas, pero como no hay más opciones para comunicarse contigo debe de haber algún impedimento que no los deje por ahora —me comenta reflexionando la situación.

—¿Lo crees? —le pregunto exaltada, girando en mi lugar para mirarla.

Una gota, de forma lenta y seductora, cayó frente a mí y se deslizó directamente en mi ojo. Apenas Dabria me iba a contestar cuando el ardor se esparció por toda mi cara.

—¡¿Qué es eso?! —le inquiero en un quejido ruidoso, tallando mi párpado con fuerza.

—¡Jabón! —exclama asustada—. ¡No lo talles, abre los ojos debajo del agua! —me manda desesperada.

Hice lo que me ordenó, sumergí solo mi rostro y parpadeé dentro del cuerpo cristalino tanto como pude. Tallé despacio mis párpados solo con la punta de mis dedos y exhalé en el agua.

—¡No te lo talles! —me grita como si no la pudiera escuchar.

Las burbujas de aire encapsulado se reventaron alrededor de mi cabeza, contando los segundos de cuanto tardaba el ardor en desaparecer. Me quejé debajo del agua y pude escuchar mi voz claramente.

Es un ardor soportable pero molesto e incómodo, cerré los ojos y la imagen de mis padres y mi hermano resaltó frente a mí. Cuanto los extraño.

—Mavra —me habla la princesa.

Saqué mi rostro empapado y ella tomó mi mandíbula para alzar mi cabeza. Sostuvo en el aire un jarrón y me examinó.

—Intenta abrir el ojo —me ordena mientras un hilo de agua dulce se desliza por mi cara, cayendo directamente en mi párpado.

Intenté abrirlo y cerrarlo varias veces, el ardor fue desapareciendo y al final solo quedó un sentimiento de piquetes raros si movía mucho el ojo.

—Gracias —le digo mirándola, le eché de nuevo un vistazo a su baño inmenso y me sorprendió lo bonito que es.

—Tienes el ojo rojo pero más tarde se te va a quitar... lo siento —espeta.

—No te tienes que disculpar, Dabria, yo también lo pude haber esquivado —le digo entre risillas.

Me acomodé de nuevo en la bañera y ella talló mi cabeza con jabón.

—Tu cabello es muy bonito, es la primera vez que hago estas cosas —comenta emocionada—. ¡Es muy divertido!

Con mis manos hice un cuenco y lo llené de agua para arrojarlo a mi cara y así calmar esa calidez que invade mi cuerpo cada vez que la princesa me halaga de forma directa.

—¡No me mojes! —exclama sorprendida detrás de mí.

Giré con cautela sobre mis piernas y la volví a salpicar, llevó sus manos enjabonadas frente a ella para cubrirse y yo le seguí lanzando agua.

—¡No, sonrisa de hojalata! —me dice entre risas.

Se levantó de la silla y corrió hacia un lugar que ya no alcanzaba. La miré retadora y le lancé un chorro de agua, e hizo una curva perfecta sobre el aire para caer frente a los pies de la princesa.

Las dos miramos el charco en el suelo y después de un silencio nos echamos a reír.

—Enjuaga tu cabello dentro del agua, yo voy a ir a buscar tu ropa —me dice, sumergiendo sus manos en la bañera para quitarse la espuma.

Hice lo que me mandó a la par que la vi de reojo marcharse. Hundí la parte de atrás de mi cabeza, ahogando mis oídos y la parte superior de mi frente. Moví lentamente de un lado a otro mi cabeza, sintiendo como mi cabello bailaba entre las olas del agua enjabonada.

Escuché todo. Escuché los secretos del líquido casi trasparente, los rasguños que sufría la bañera cada vez que me movía, los susurros que se creaban por mis movimientos tranquilos, todo fue recibido por mis oídos sumergidos en las profundidades. Cerré los ojos y disfruté de este momento, como si no fuera a vivirlo otra vez.

En mi cabeza se formó una imagen tan familiar y acogedora, Benedict me sonreía y mis padres me esperaban en casa. En mi hogar.

Apreté los labios y aguanté el nudo que se comenzaba a formar en mi garganta. Dabria tiene razón, debe de haber algo que les impida comunicarse conmigo, ellos no me dejarían de lado de esa manera. Eliezer no lo haría, Aleyda no se lo permitiría y Benedict nunca podría.

Una mano familiar acarició mi cabeza, deslizando sus dedos pequeños entre mi cabello para quitar el rastro de jabón que me
quedaba.

—Mavra —me llama una voz que no es completamente clara fuera del agua.

—¿Sí? —le respondo sin abrir los ojos.

Levanté un poco mi cabeza y al fin miré a la princesa.

—Solamente tengo unos pantalones y una camisa, es una vestimenta informal, todavía no pido un par de zapatos ni de ropa interior —me comenta.

—¿Tantas cosas? No me sorprende el que tengas todas mis medidas pero ten cuidado con eso, si alguien se entera que la princesa anda con un plebeyo se va a querer morir —le digo entre risillas para sumergir de nuevo solo mi cabeza y cerrar los ojos—. Morirán al ver lo afortunado que es el joven —espeto pacíficamente.

Después de un largo momento una sombra oscura se expandió sobre mis párpados, como tinta negra en agua llegó a un punto en donde ya no pudo avanzar más sobre mí, y cuando alcanzó el límite mis labios fueron las siguientes víctimas.

Una suavidad y carnosidad ardiente los acarició, creando el tacto más puro que han podido sentir. Fue una caricia breve pero afectuosa, tan tierna y sutil que mi cabeza apenas y se movió de su lugar. La humedad de mis labios fue retirada por esa carnosidad y solo quedó un sentimiento de desnudez.

Duró solo unos segundos y cuando abrí los ojos vi como el rostro de la princesa se alejaba de mí. La miré serena, y hasta que las cosas tuvieron sentido me senté anonada en la bañera, saqué mi torso e intenté decir algo pero las palabras no salían.

—¡Es como un saludo! —se excusa rápido tartamudeando—. En Francia he escuchado que hacen mucho eso, incluso se dan más besos. A ese tipo de besos se les dice «la bise» porque solo están destinados a ser un saludo —me explica apenada.

—Entiendo —le digo más relajada—. No sabía eso, es interesante. —Le regalo una sonrisa para que no se sienta tan nerviosa.

Su cara se coloró rápidamente de ese típico rojo pálido, caminó lejos de mí y cuando regresó tenía una toalla grande entre sus manos. La tomé y ella salió del cuarto, yo miré como el último de sus cabellos dorados desaparecía y a la par de hacerlo con la punta de mis dedos rocé mis labios, quienes sufrieron el tacto de los suyos.

Me levanté y al mismo tiempo el nivel del agua dentro de la bañera bajo considerablemente, los pétalos bailaron y pequeñas olas se crearon por la brusquedad de mis movimientos. Me vi a mí misma como estás aguas y pétalos, un día podría ser uno de ellos, frágil y pálida, pero al otro me transformaría en un mar furioso como este.

Sentí una mirada sobre mi espalda y no quise voltear. Enredé la toalla en mi cuerpo y me quedé allí parada.

—¿Por qué tienes tantas cicatrices? —me pregunta una voz débil y angelical a mis espaldas.

—No lo sé, ¿son muchas? —le pregunto fingiendo un tono de curiosidad, aun cuando me sumerjo en este líquido invisible que me cuestiona y rodea infinitamente.

—Sí, Mavra —me responde frágil.

Salí de la bañera con un paso firme, dejando un rastro de agua detrás de mí. Fui directamente a su espejo y examiné lo que pude ver de mi espalda a reojo.

—No son tantas —le digo contándolas.

No sé cuándo ni cómo pude hacérmelas, parecen rasguños finos a comparación de la cicatriz en mi mano.

Me entregó una camisa blanca, hecha de una tela parecida a la de su vestido, y unos pantalones marrones holgados. Me sequé bien y me puse las prendas rápidamente en lo que ella se marchaba al baño a hacer algo.

Cuando regresó yo ya estaba secando mi cabello con la toalla para no mojar mucho la camisa.

—¿No te pusiste ropa interior? —me pregunta alzando una de sus cejas.

—No, antes no usaba, estoy acostumbrada —le respondo.

—Oh, no, es que como se supone que te estás haciendo pasar por un hombre pensé que siempre te pondrías calzones —me recalca.

—No entiendo —le digo extrañada.

—Las mujeres no siempre los usan —me aclara entre risillas—, esa es una prenda digamos que masculina. Es como los bolsillos, solo que es algo más flexible porque sí podemos usarlas.

—Entiendo, eso de los bolsillos ¿cómo funciona? —le pregunto curiosa.

—No es cómo funciona sino ¿qué pasa con ellos?, y en un breve resumen: no hace mucho se implementaron el uso de bolsillos en cualquier parte de la vestimenta del hombre. Ya sea su saco, su chaleco o sus pantalones, de alguna u otra forma se podría implantar —hizo una pausa para dar un respiro profundo y seguir explicándome rápidamente—, por otro lado, las mujeres, como no podemos llevar pantalones y se niegan a añadir los bolsillos en los vestidos tenemos que amarrarnos sacos bajo las capas de nuestras prendas. En pocas palabras tenemos que improvisar si queremos cargar cosas con nosotras.

—Qué complejo... pero qué extraño que no quieran poner bolsillos en los vestidos. Se vería bien igualmente —le comento.

—Sí, deberíamos de preguntarle al sastre. Es un tema que me intriga —señala entornando sus ojos, sospechando.

Antes de retirarnos le pregunté si estaba bien dejar todo este desorden en su baño y habitación, «Sí, vienen a limpiarlo seguido», me respondió.

Exploramos de nuevo el ala derecha del castillo como si no nos la supiéramos de memoria, hasta que miré por un ventanal gigantesco como el sol tomaba su lugar en lo más alto del cielo.

—Deberías de ir a tus clases, Dabria—espeto caminando a su lado, su vestido se columpiaba como si bailara a la par de cada paso que daba.

—No quiero, son aburridas las clases con ese profesor —me replica, mirando el pasillo atenta.

—No es que quieras, tu educación es vital en estos momentos. Estás creciendo y si fuera tú estaría aprovechando todo lo que me dan —le insisto, intentando convencerla.

—Después iré, cuando te vayas lo haré —me afirma tranquila.

La acompañé hasta que llegamos al salón principal, caminó de espaldas y me miró maliciosa.

—A mí no me veas de esa manera, niña, mejor te invito a bailar —espeto pícara.

Me tendió su mano, estirando todo su brazo hacia mí. Deslicé la mía entre sus dedos, rozando su muñeca hasta acariciar su antebrazo. Ella me miró extrañada y yo simplemente seguí mis movimientos impulsivos.

Me detuve antes de llegar a su hombro, tomé su otra mano y las alcé entrelazadas al aire para comenzar nuestro walzen. Dimos una vuelta lenta y al ritmo de nuestra propia melodía interna movimos nuestros pies simultáneamente.

—No sé qué estamos haciendo pero no está nada mal, igualmente nos hacen falta unas buenas clases —espeta la princesa entre risas.

—Lo sé —la acompañé divertida.

Nos meneamos de un lado a otro, abarcando tanto espacio como podíamos en este inmenso salón.

—Te quería preguntar, ¿cuál es el nombre de un instrumento pequeño con cuerdas que es parte de la orquesta? La última vez que vino una miré a varios músicos con él, lo posicionan en su hombro y lo tocan con un palo largo —le pregunto curiosa.

—¿El violín quizás? —me responde con duda.

—Tal vez —la cuestiono divertida.

Una y otra vuelta hasta que ella me detiene y toma el mando.

—También puede ser el laúd, no lo sé, tendrás que especificarlo —me dice sonriente.

—Lo llevan en el hombro, es de una madera pulcra y brillante, no sé cuántas cuerdas tiene específicamente pero son varias. Solo se mueven los dedos que tienen sobre el mango y su brazo contrario para tocarlo, la varilla hace una fricción contra las cuerdas que provoca su sonido —le explico detalladamente como si fuera una experta.

—Entonces no dudo que se trate de un violín —aprueba entre risillas.

Bailamos, mirándonos atentamente, sin prestar atención a mis errores con los pies. Hasta que por el rabillo del ojo divisé una sombra, la princesa le dio la espalda y yo la vi cara a cara. Asmodeo estaba estupefacto.

Solté a la princesa estrepitosamente, la tomé de un brazo para que no se cayera por su tambaleo y miré a Asmodeo asustada.

—¿Qué pasa? —le pregunto en voz alta, haciendo resonar mi voz por todo el salón.

Nazaire y Maël se le unieron no mucho después, aún no me respondía y la intriga me está matando.

—¿Quieren hacer algo?, un juego o algo parecido. Para matar tiempo —sugiere después de un silencio que me pareció eterno—. ¿Y por qué tú no tienes zapatos? —agrega solo para mí.

—Me parece bien, se nos van a ir los minutos volando —accede Nazaire.

—Se me olvidaron —le respondo su pregunta.

La princesa también aprobó su propuesta, antes de correr hacia ellos me lanzó una mirada y en ella encontré varias cosas como: dudas, un lamento, percates, desconfianza e indecisión. Alcé mis ojos y me encontré ahora con los de Asmodeo, eran retadores en su estado normal pero esta vez iban más allá que eso, me cuestionaban.

Dabria se acercó a él y se regalaron unas bonitas sonrisas, yo caminé hacia los hermanos y nos marchamos del salón principal.

—Tengo una duda, va para ustedes dos —espeto en el camino, atrasándome a propósito para que Asmodeo y Dabria no me escucharan.

—Dime —habla Nazaire, caminando agarrado de mí y Maël.

«Igual», tararea su hermano.

—¿Cómo saludan los franceses?

Maël se rio y Nazaire en un suspiro corto, conteniendo su risa, me dejó ver sus dientes opacos.

—Bueno, eso depende de la región y de la persona —comienza dudoso.

—Ustedes, toma eso en cuenta —le digo apresurada, hambrienta de respuestas.

—Son besos en las mejillas, nosotros dábamos cuatro si la persona era cercana, pero si no solo dos —me explica rápido—. En otras regiones podrían ser más o tal vez menos, pero siempre son en la mejilla. Nos gusta el contacto físico —agrega lo último con su acento seductor.

—Pero ¿nunca son en los labios? —le inquiero extrañada y preocupada.

—No, a menos que sea tu madre o tu pareja, rara vez lo he visto de madre a hijo porque solo es cuando son muy pequeños, pero igual cuenta —me aclara mis dudas tranquilo.

—Entiendo —le digo gélida.

—¿Por qué esa pregunta tan especifica? —me inquiere animado.

—Solo tenía la duda —le comento sincera.

Al final del pasillo miramos a Asmodeo y a la princesa carcajearse, y hasta que nos acercamos lo suficiente pudimos saber de qué tanto se reían.

—¿De qué nos perdimos? —pregunta Nazaire en voz alta, al sentir como Maël se detenía lentamente.

—¡Juguemos a las escondidas! —exclama la princesa risueña.

—Entonces hagamos dos equipos y que solo haya un cazador —planteo.

—Lo haces sonar como si fuéramos presas —enfatiza Dabria.

—¿No lo somos? —le digo bromista.

—Bien, bien, corran a esconderse que yo los voy a buscar —espeta Asmodeo.

Caminó hacia la pared más cercana y pegó su frente allí, cubrió sus ojos con las palmas de sus manos y se preparó.

—¿Listos? —nos pregunta en voz alta—, ¡listos o no allá voy! Uno, dos, tres, cuatro...

Dabria me tomó de la muñeca y salió volando hacia el pasillo contrario, antes de desaparecer por completo miré como Nazaire tomó la iniciativa y se llevó arrastrando a Maël, lo que me provocó una risa divertida.

Me reí en voz alta y dejé que una tenue brisa me golpeara el rostro. La princesa me acompañó con un grito agudo lleno de emoción, nos escabullimos debajo de una mesa y nos cubrimos con el mantel largo y grueso que tenía esta.

La luz se colaba entre el tejido simple de la tela, apenas y podía verla. Me hice un ovillo sobre mis piernas hasta que sentí la respiración de Dabria en mi cabeza.

—¿Dónde estás? —le pregunto en un murmullo.

—Aquí, creo —me dice sarcástica.

Palpé el aire hasta que toqué su piel suave, pequeños vellos cubrían esa zona, moví lentamente mis manos hasta llegar a su rodilla. Un suspiro de alivio se me escapó y ella me siseó, recargué mi frente en sus rodillas y me reí por la determinación que tenía sobre el juego.

Me moví en mi lugar para darle su espacio y el mantel se levantó un poco, la luz se coló entre la oscuridad imperfecta y me encontré con su rostro más cerca de lo que creía.

La miré a los ojos de la forma más pura posible, intentando descifrar qué es lo que su mente tan salvaje cree y piensa. De reojo visualicé sus labios carnosos y brillantes, pintados con un tinte natural rojizo muy vivo.

Yo sé que ese beso no fue un simple saludo, puede que su intención haya sido inocente pero no remueve la acción cometida. Aunque intenté no creerlo ella lo hizo, ella fue más allá de todos los límites que cargamos en nuestras pequeñas y débiles espaldas. Pero solo tengo que olvidar ese momento, pensar que nunca existió y que solo fue una ilusión. Nada pasó.

—Princ...

—¡¡Las encontré!! —vocifera Asmodeo al levantar el mantel precipitadamente.

Las dos gritamos muy fuerte al mismo tiempo, tanto que tuvimos que abrazarnos para tranquilizarnos. Dabria recargó su cabeza en mi hombro para procesar el momento mientras que yo tenía una guerra fría por medio de nuestros ojos con Asmodeo.

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Nombre del panel ilustrado: AISHA por Zhang Jing

Dato curioso/importante: El vals parece actualmente inseparable de la Viena del Imperio de los Habsburgo. Sin embargo, los orígenes "del más armonioso de los bailes" fueron humildes y rurales. Su nombre deriva de walzen, "girar" en alemán, y es heredero del folclore tirolés, si bien algunos autores se inclinan por atribuir su coreografía a la volte, una danza que ya se practicaba en  en el siglo XVI. En cualquier caso, lo cierto es que desde las últimas décadas del siglo XVIII el vals fue calando en los salones de baile de las grandes capitales europeas hasta convertirse en su protagonista absoluto un siglo después.

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