Capítulo. LIV
Siglo XVII, 1697, 24 de agosto
6:58 P.M.
Terminaron de competir alrededor de las dos de la tarde y el tiempo se fue volando mientras los caballeros se arreglaban y acomodaban de nuevo todo el interior del coliseo.
Después de más de cuatro horas estábamos de vuelta en el coliseo, pero ahora yo competía en el área de esgrima, y Maël de nuevo participaba en la categoría de espadas.
Nazaire permaneció al lado del jurado como invitado especial y yo me retorcí del dolor en cuanto vi la punta sin filo de las espadas roperas.
—¡El primer tirador que consiga quince puntos gana! —nos grita un subordinado que nos va a estar calificando—. ¡¡En guardia!!
Los dos nos posicionamos atentos, sostuve la espada firmemente y el contrincante exhaló para prepararse.
—¡¿Preparado?! —me pregunta y yo asentí—, ¡¿preparado?! —le pregunta al contrincante, quien no hizo nada más que mirarme—. ¡¡Adelante!!
Corrió hacia mí y yo retrocedí tres pasos largos para tomar una base segura.
—¡¡Fuera de zona!! —grita el juez.
Mi contrincante se detuvo en seco y regresó tranquilo a su esquina.
—¡¿Qué?! —le inquiero al juez.
—¡¡No puedes salirte de la arena niño, mira donde estás parado!!
Miré mis pies y tenía razón, incluso estaba contra la soga que creaba la división. Fulminé con la mirada al caballero y él me regaló una media sonrisa fanfarrona.
—Qué pena por ti —dije en voz alta a la par que el juez nos pedía la guardia alta.
—¿¡Preparado?! —me pregunta el juez y no le respondí, ni siquiera lo miré.
Le preguntó al caballero y no hizo nada, de nuevo nos dieron entrada y él vino corriendo hacia mí. Yo me acerqué caminando hacia él, bajando mi espada para darle la oportunidad de ensartar un golpe.
Casi con la punta de su espada en mis costillas me arrodillé en una pierna y clavé mi punta en su abdomen, deteniéndolo por completo a medio correr.
—¡¡Touché!! —grita el juez—. Uno a uno.
Escuché a mi profesor gritar, incluso a la princesa decir mi segundo nombre. Nazaire también me aplaudió a lo lejos, saludé risueña a todos con la mano y me fui a mi esquina.
Dimos comienzo a otra partida y esta vez no corrió hacia mí porque yo fui la que se acercó. Ataqué su costado izquierdo y en cuando levantó la guardia moví la punta de la espada hacia el lado contrario para ensartar el golpe en su pecho.
—¡¡¡Dégagement!!! —gritó el juez emocionado—. Uno a dos.
—¡¡Vamos Ansel!! —escuché a Nazaire.
Sonreí por sus ánimos y fui a mi lugar. El juez inició otra partida y anoté otro punto, los siguientes fueron igualmente por dégagement. Después de anotar cuatro puntos consecutivos el caballero se molestó, sus ataques comenzaron a ser más agresivos y por ello me otorgaron el quinto punto.
—¡¿De qué hablas?! —le grita el soldado al juez—. ¡¿Por qué el punto?!
—¡Está siendo muy violento, algo que no está permitido en la esgrima! —le contesta en voz alta.
—¡¡Vamos!! ¡¿Eso qué tiene que ver?! —le replica alterado.
—Señor, si no se tranquiliza voy a dar por terminado el encuentro entre ustedes dos —lo amenaza sereno.
—¡¿Cómo es posible que le otorgues ese punto?! ¡¡Mis ataques no tienen violencia!!
—Caballero, es un menor y no voy a permitir que le reste el profesionalismo a la esgrima solo por su actitud.
—¡¡Qué va, si no fue esta mañana es ahora!! —Se retiró de la arena, lanzando su espada al suelo, y el juez se acercó a mí.
—Te concedo ganador del duelo, por favor pasa a las gradas mientras arreglamos tu siguiente encuentro —me dice cordialmente.
—Muchas gracias.
Caminé por la esquina del interior del coliseo para no estorbarle a nadie y me fui a la entrada de su estructura. No pude ver a Maël jugando pero si a Nazaire y a mi profesor celebrando.
Escuché risas desde el interior y encontré muchos cuartos desbordantes de concursantes para las categorías que están participando ahora. Caminé, explorando los pasillos para conocer mejor el interior del coliseo.
—¡Miren quien está allí! —exclama alguien detrás de mí.
Giré sobre mis talones, agarrando la empuñadura de la espada para que no se columpiara tanto, y miré al grupo que me buscaba.
—¡La víbora negra! —dice otro.
—¡¡Te luciste ayer!!
—¡¡Cierto!! Dio más de cien vueltas, lo juro —agrega otro entre risas.
—¿Recuerdan la golpiza que le dio al grandote de Ashraf? —pregunta uno para que todo el grupo se carcajeara.
Me di la vuelta otra vez y me alejé, vagué por muchos lugares hasta que llegué a una apertura pequeña que daba a la arena. Eché un vistazo y del otro lado pude ver la mesa de los jueces junto a Nazaire, estaban platicando encarecidamente, por otro lado capturó mi atención un caballero que se movía bien.
Lo observé un rato, la forma en la que sujetaba su espada y las posturas que tomaba para que su armadura no me estorbara. Si Maël llega a competir contra él los dos van a durar un buen rato.
—Sir Domènech —me llama jadeante un hombre uniformado—, lo llaman a la arena. Es el siguiente en competir.
—¿Sabe cuántos caballeros quedan? —le inquiero mientras me acompaña a la entrada.
—Sí, ya fueron eliminados más de cincuenta. Calculo que quedan, dentro de la esgrima, menos de quince, incluyéndolo a usted.
—Entiendo, muchas gracias.
Entré a la arena y el juez con el que participé la última vez llamó mi atención alzando su brazo y moviendo su mano para que fuera con él. Sin dudar me acerqué trotando para no perder más tiempo.
—¿Tan rápido vuelvo a participar? —le inquiero, metiéndome dentro de la división donde ya me esperaba mi contrincante.
—Sí, los encuentros no duran más de quince minutos y como están siendo eliminados rápido tenemos que seguir —me explica—. ¡¡En guardia!! —nos manda en cuanto se alejó de mí.
Mi contrincante, quien es un hombre muy bello, se acomodó en una pose muy noble. A pesar de verse desarmada cubría por completo su torso; con una mano descansando detrás de su espalda me amenazaba con la otra, su antebrazo cruzaba su pecho y la espada se mantenía mirándome a la altura de su hombro. Alzó su cabeza, desafiante, y con eso me dejó en claro que pertenece a una clase alta, no hay forma que alguien de aquí sepa verse tan elegante segundos antes de pelear.
—¿¡Preparados!? —Los dos respondimos con nuestro silencio, su mirada me recuerda demasiado a la de Asmodeo—. ¡¡Adelante!!
Los dos nos acercamos al mismo tiempo, él dio un paso largo y yo retrocedí al ver la punta de su espada venir decidida a atravesar mi abdomen. Rápidamente, sin perder un segundo más, deslicé mi hombro izquierdo y toqué su pecho mas nunca vi la punta de su espada recargada en mis costillas.
—¡¡¡Touché!!!
Él se reincorporó y yo lo miré sorprendida, es cierto que descubrí el exterior de mi torso pero... ¿cómo fue tan rápido para moverse esa distancia sin inmutarse?
El juez se acercó y nos explicó por qué mi contrincante se llevaba el punto.
—Los dos se tocaron al mismo tiempo, y como dicta una de las reglas tengo que entregarle el punto al atacante. ¿Está bien? —nos pregunta.
—Sí... entonces si hay dos toques ¿el punto se lo lleva el que tiene la iniciativa de atacar? —le inquiero dudosa.
—Así es, a veces la agresividad tiene sus beneficios —me dice sincero.
Nos preparamos para el siguiente encuentro y rápidamente mi contrincante anotó el punto.
—¡¡Dos a cero!! —nos recuerda la marca el juez antes de empezar el siguiente encuentro—. ¡¿Preparados?!
Analicé lo que hacía; antes de que nos den entrada a una partida siempre cierra sus ojos unos segundos además de que al anotar un punto le echa un vistazo a Nazaire.
—¡¡Seis a cero!!
—Voy a perder —pensé en voz alta.
—Quizá —me responde mi contrincante, que de alguna forma logró escucharme.
«Adelante», dijo el juez y los dos avanzamos a paso rápido. Nuestras espadas chocaron entre ellas, yo me apegué a su cuerpo tanto como pude pues la distancia es su fuerte. Logré hacer que retrocediera y en eso nuestras hojas se encontraron, él asomó el rostro por el espacio que quedaba entre nuestras puntas y me observó seriamente. Lo empujé con fuerza y el juez habló de nuevo.
—¡¡Fuera de área!!
Mi contrincante abrió los ojos anonado porque no lo podía creer, miró sus pies y destensó sus hombros para decaer decepcionado.
—Émile Laurent —habla una voz familiar.
Los dos dirigimos nuestras cabezas al instante hacia la persona y Nazaire estaba parado junto a un subordinado que ya se retiraba después de traerlo hasta acá.
—¡Maestro! —exclama mi contrincante emocionado.
Se acercó a él a brincos y con solo verlo sonrió de oreja a oreja. Me sorprendí al verlo tan risueño después de ver la muerte en sus ojos claros.
—Te pido que no lo golpees mucho en el torso, más del lado derecho, lo han herido —le dice Nazaire en voz baja, como si no pudiera leer sus labios tan fácilmente.
Mi contrincante me miró y me dio la espalda para decirle algo más a Nazaire, el juez carraspeó su garganta y en seguida nos posicionamos.
—¿Cuál es el puntaje? —pregunta Nazaire, mirando el espacio entre el juez y la arena.
—Seis a uno, caballero.
—¿Qué pasa, Ansel? —me pregunta risueño—, da lo mejor de ti contra él.
—Es muy bueno —le confieso entre risillas—, no me extraña que sea tu estudiante, menos que tú seas un maestro.
—¡¿Preparados?! —nos pregunta el juez en voz alta— ¡¡Adelante!!
Mi contrincante se acercó a mí peligrosamente con pasos largos, no cabía duda que planeaba matarme pero no podía rendirme con Nazaire aquí. Bloqueé su ataque, haciendo rechinar nuestras hojas mientras se deslizaban juntas, y contraataqué acortando la distancia entre nuestros cuerpos. Él acortó aún más la distancia, se agachó a la altura de mi pecho para casi pegar su cara a mi cuerpo y cuando intenté dar un paso hacia atrás para salir sentí la punta de su espada en mi espalda. Miré su otra mano para confirmarlo y efectivamente, su espada me atravesó la espalda.
—¡¡Touché!! ¡Siete a uno!
Los dos nos quedamos quietos, después de contener su respiración por mucho tiempo bufó en mi pecho y recargo su frente en mí.
—Lo siento —dice mientras se reincorpora.
—No hay problema, eres muy bueno —le digo con una sonrisa.
Al instante volteó a mirar a Nazaire y él ya estaba aplaudiendo alegremente. A mi contrincante se le dibujó una sonrisa grande y regresó a su esquina con el doble de energía.
—¡¿Qué le das de comer, Nazaire?! —le inquiero sorprendida y jadeante— ¡¿Amor y apoyo?!
—¡¡Sí!! —me responde alegre.
Me reí por el entusiasmo de los dos, fui a mi lugar y limpié con el dorso de mi mano derecha el sudor de mi frente. Me quejé en voz alta por estirarme demás y me apoyé en mis rodillas.
—¿Preparado? —me pregunta el juez.
Alcé la vista y negué con la cabeza, ya no podía más.
—¿Ya no puedes continuar? —me pregunta ahora más cerca.
Miré sus pies frente a los míos, ya no quise alzar la vista más y simplemente negué con la cabeza. El juez me llevó con Nazaire y este se hizo mi apoyo.
—Buena suerte en la semifinal —le dice a mi contrincante.
Me despedí de él con la mano y fijé mi mirada en el camino para guiar a Nazaire.
—Tú también lo hiciste muy bien —me comenta, sujetando bien mi brazo sobre sus hombros para no dejarme caer—. Lo hiciste excelente.
Sonreí por sus palabras y los dos caminamos lentamente, hasta llegar a la mesa de los jueces más importantes. Me regaló su lugar en la silla como invitado y yo le agradecí profundamente. Cerré mis ojos y aguanté el dolor punzante que sentía en mi costado derecho, respiré hondo e imaginé que estaba acostada en alguna nube.
—Él es Sir Ansel Domènech, les agradecería mucho si permiten que se quede aquí un momento hasta que puedan venir por él porque está lastimando —les habla Nazaire a los jueces.
—Claro que sí —le dice uno tartamudeando—, dijiste Domènech ¿cierto? O escuché mal —le pregunta para reírse junto a los demás.
—Sí, Domènech —le responde sereno—. Es hijo de la leyenda viviente.
—Godofredo Domènech —espeta otro hombre asustado.
Fruncí el ceño al escuchar su nombre y suspiré profundamente, entre ellos se susurraron cosas y Nazaire puso torpemente sus manos en mis hombros.
—Lo hiciste muy bien.
—Muchas gracias, todo te lo debo a ti y a tu herma...
—¡¡El ganador es Sir Émile Laurent!! —grita un hombre a lo lejos.
Nazaire jadeó de alegría y comenzó a aplaudir en mi cara, abrí los ojos y por cada palmada de sus manos tenía que cerrarlos por miedo a que me golpeara. Se alejó un poco al sentir mi respiración cerca de él y por fin pude reincorporarme, aplaudí igual de fuerte para no quedarme atrás y Nazaire celebró el doble.
Émile se acercó a la mesa de jueces y todos lo felicitaron, incluso yo, además de ser recibido cálidamente por Nazaire.
—Pero me temo que no podemos tener dos ganadores —habla un juez apenado—, el rey nos pidió estrictamente que solo hubiera uno por categoría.
Émile confundido se acercó lentamente a la mesa para hablar con los jueces en voz baja. Nazaire se quedó junto a mí, sentí su mano recargada en la cabecera de la silla y cuando me alejé para mirarla puedo asegurar que estuvo a punto de romperla.
—¿No podemos pedirle al rey que Sir Borbone se quedé con el premio? —pregunta en voz alta mi antiguo contrincante.
—Me temo que no, Sir Laurent. Necesita haber un encuentro entre ustedes dos forzosamente.
Émile miró a Nazaire decepcionado y al instante se destensó detrás de mí una de mis pesadillas.
—¿No puedo ir a hablar con el rey acerca de esto? —inquiere con la voz tranquila, ocultando muchas cosas negativas.
—No, Sir Borbone. No es posible —le responde un juez a secas.
—Bien, les daré su encuentro final —concluye molesto.
Es la primera vez que lo veo de esta forma, rápidamente me paré y lo guíe hasta la división que estaba siendo preparada junto a todos los jueces caminando detrás de nosotros. Émile nos acompañaba distanciado, su semblante se veía muy sensible y ni hablar del de Nazaire, me sorprende qué tan molesto está.
Todos rodeamos la pequeña división, mirando atentos el encuentro más esperado de todo el torneo. El público gritó eufórico y los jueces observaron con atención todos los detalles.
—¡¿Preparados?! —grita uno de los jueces.
—Sí —respondió Nazaire firmemente.
Mientras que él tomó una guardia muy profesional Émile se veía muy cómodo, hasta que lo vi enterrar la punta de su espada en la arena y agacharse para salir de la división sin chocar con la cuerda.
—¡¡Émile!! —grita Nazaire molesto—, no te atrevas a salir —le manda autoritario.
Mi antiguo contrincante se quedó quieto, temblando debajo de la soga. Con un pie dentro y un pie fuera todos lo juzgaron, miré como apretó sus puños sobre sus rodillas y sin dudar más salió de la arena.
—¡¡Toma tu espada!! —le ordena, sin saber que él ya estaba fuera.
—Declaro a Sir Borbone vencedor —habla el juez—, ¡y el caballero campeón de la esgrima de Vreoneina!
Todos aplaudieron, el público se alzó alborozado y Nazaire recobró su postura normal. No podía ver la cara de Émile porque nos estaba dando la espalda, pero no dudo que denote tristeza al igual que la de Nazaire. Me sostuve de la cuerda para no caerme y miré como todos los jueces se retiraban, me mantuve quieta hasta que uno de los dos decidió hablar.
—Nunca podré ganarte —espeta Émile—, nunca.
—¡Claro que puedes! —le responde Nazaire en un grito—, ¡si Maël no fue capaz tú eres el único!
Me mordí los labios para no reírme en este momento tan serio, me contuve y respiré hondo. Si Asmodeo estuviera aquí de seguro se burlaría de Maël toda la vida.
—¡No puedo! —le grita como contestación, girando en su lugar para ver a su maestro.
Abrí la boca perpleja, y no por la forma en la que le contestó, no es posible que pueda verse así de bien llorando. Sus ojos lagrimosos destellaban incluso siendo de noche, brillaban como las joyas más preciosas, y la expresión que tenía en la cara lo hacía verse aún más bello.
—No llores, te ves mal haciéndolo —le responde Nazaire serio.
Él se tragó su llanto y se molestó por su comentario. Yo estaba a punto de negárselo pero me ganó Émile.
—¡No es cierto!
—Qué bueno que lo sepas. Pero sí puedes Émile, tú eres el único capaz de vencerme. Te he enseñado más de lo que yo sé y un día lo tendrás que usar —le confiesa cálidamente, fueron tan amables sus palabras que sentí que no debía de estar allí.
Hizo el gesto que viene siempre antes de llorar cuando estás reprimiéndote y cuando ya no pudo más de sus ojos desbordaron las lágrimas más bonitas que he visto.
—Ven —le dijo suavemente, abriendo sus brazos horizontalmente.
Émile no dudo en ir, rápidamente se acercó a él y lo abrazó. Llorando sobre su hombro.
—Lo hiciste bien, pero pudiste llegar aún más alto —le dice, dándole unas palmadas a su espalda.
Yo lentamente me alejé, para que no se dieran cuenta que aún seguía ahí, aferrándome a mi costado derecho para poder caminar libremente. Hice presión y por más que me doliera era el único apoyo estable y efectivo que tenía por el momento, salí del coliseo y me colé en una carreta cualquiera. Todos los soldados dentro son participantes y en todo el camino nadie dijo una palabra, parecían muertos.
Me bajé rápidamente y fui en busca del puesto de mi hermano. Busqué el número treinta y ocho por todas partes, recorrí el camino que ya me sabía y en cuanto llegué encontré a mi hermano trabajando en varias flechas y lanzas.
—¡¡Mavra!! —exclama alegre.
—¡Bene! —le digo para correr a sus brazos.
════════ ⚠️ ════════
Y con ustedes mis queridísimas personitas les presento a uno de los mejores esgrimistas: Émile Laurent.
Divino este niño, Dabria conocerá la envidia algún día.
¡No olviden votar! Esto me ayuda a que la historia llegue a más personas.
¡¡Muchísimas gracias!!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro