6. Encontronazos casuales
Los domingos por la mañana en la tienda son lo más aburrido del mundo. Anoche Laura durmió en mi casa porque estaba demasiado borracha como para arriesgarse a que la pillaran sus padres. La encontramos a ella y a Jeremy en el jardín de la entrada buscándonos.
Como no hay ningún cliente, cojo un papel de debajo del mostrador y me pongo a garabatear algunas palabras. Me gusta practicar distintos tipos de letras para crear títulos. Dicen que la manera en que una persona escribe cuenta mucho de su personalidad, yo no tengo ni idea de qué podrá decir la mía, pero es entretenido.
—Un kilo de harina, por favor —dice una voz masculina justo delante de mí—. Necesito hacer muchos bizcochos.
Alzo la vista y sonrío al verle.
—¿Acaso quieres engordarme? —pregunto, negando con la cabeza. Jeremy se apoya en el mostrador.
—Claro, para luego comerte. —Se queda mirándome unos segundos en los que pasan muchas cosas por mi cabeza, algunas nada buenas. Noto como me arden las mejillas y me revuelvo en mi asiento para disimular. De pronto se incorpora y coge un paquete de chicles—. Quiero probar algo nuevo esta vez.
—Que sepas que todavía tienes que cumplir con la apuesta, perdedor —respondo, recordando el intento fallido de Ellie y mío por hacer que fuese desnudo por la calle. No pudimos básicamente porque se rajó en el último minuto, pero hemos acordado que se lo haremos pagar.
Me levanto y voy hacia el pasillo donde están los cereales y demás productos por el estilo. Él me sigue por detrás. Después de tantos años, todavía no sabe dónde están las cosas. También puede ser por el hecho de que a mi madre le gusta demasiado cambiar los productos de sitio. Dice que es una técnica de empresarios.
—¿Qué tal con Olivia? —le digo para llenar el silencio que se ha creado. Es algo sobre lo que no he dejado de pensar desde que nos marchamos de la fiesta y no pudimos hablar.
—Bien. —Su escueta respuesta me produce más intriga. Le miro entrecerrando los ojos y él resopla—. Es simpática.
—Recuerda que es hermana del idiota de Nate.
—Hay hermanos que no se parecen en absoluto.
—En eso tienes razón, creo que Ellie se llevó toda la inteligencia —respondo conteniendo una carcajada, pero no puedo evitar soltarla.
Jer me da un empujón y camina hacia el mostrador.
—Oye, ¿qué hace tu primo aquí? —hablo una vez estoy de nuevo sentada. Hace ya varios días que está en su casa y no he tenido ocasión de preguntarle.
Tecleo el precio de todo lo que se lleva, pues ha cogido más cosas en el camino, y me da un billete.
—Mi tía dice que tiene que acabar bachillerato y que nuestro instituto es el mejor.
Asiento, fingiendo que no le doy importancia. Sin embargo, mi amigo me conoce demasiado bien como para pasar por alto el tono de la pregunta.
—¿Quieres que veamos la peli hoy en tu casa?
Todos los domingos por la tarde quedamos para ver alguna película alquilada. Siempre lo hacemos en su casa porque él tiene televisión en su habitación. En mi casa solo hay una y funciona a base de golpes.
—No te preocupes —respondo con una sonrisa que parece convencerle. Meto sus productos en una bolsa y se la doy—. Además, estoy deseando ayudarte con ese nuevo bizcocho.
La tienda está completamente vacía. Solo estamos él y yo. Ahora entiendo por qué mis padres dicen que no tenemos dinero. Este lugar nos hace perder demasiado.
Jeremy está a punto de marcharse cuando se me ocurre algo en lo que me puede ayudar.
—Oye, Jer.
—No me gusta ese tono —advierte, y da un paso hacia atrás. Salgo de detrás del mostrador y me acerco a él. Mira su reloj y niega con la cabeza—. Me tengo que ir.
—Va, quédate un rato, porfa —contesto, haciendo un puchero—. ¿Recuerdas cuando nuestros padres nos dejaban en tu habitación mientras ellos cenaban?
Se le escapa una pequeña carcajada y aprovecho su distracción para pellizcarle por las costillas. Se retuerce y me devuelve el pellizco.
—Claro que me acuerdo, se quedaban pálidos cuando nos veían.
—En el fondo yo creo que les encantaba —admito riendo y cojo su mano para tirar de él—. Tengo un poco de pintura en la trastienda.
Me mira y al final se deja arrastrar. No separamos las manos hasta que entramos. Localizo los botes al instante. El año pasado para Halloween mi padre compró pintura corporal, pero no tuvo mucho éxito así que me quedé con un bote.
—¿Qué quieres que te haga? —me mira entrecerrando los ojos.
No sé si es por la manera en la que lo dice o porque simplemente estoy loca perdida, pero se me para la respiración por un instante y no reacciono hasta que me vuelve a llamar por mi nombre.
—Una mariposa —digo sin pensarlo, y comienzo a subir la manga de mi jersey para que la pueda pintar en el antebrazo.
Sus dotes para el dibujo dejan mucho que desear, pero a mí me parece preciosa. Cuando acaba, quita los restos con el dedo y yo me quedo mirándole.
—Me encantaría hacerme uno algún día.
—Es nuestro asunto pendiente —responde, mirándome con una sonrisa. Luego me da un toque con el dedo en mi nariz y me mancha de pintura.
—Estúpido —le empujo y él suelta una carcajada más sonora. Le agarro del brazo levantándome y hago que se siente donde antes estaba yo—. Vamos, dime lo que quieres.
De repente se quita el jersey que lleva puesto y descubro que no lleva nada debajo. Me quedo helada de repente sin poder dejar de mirar su pecho.
—Quiero un elefante —dice, interrumpiendo mis pensamientos. Le miro a los ojos.
—Yo no sé dibujar eso.
—Seamos sinceros, no sabes dibujar nada.
Cojo un poco de pintura y se lo paso por la cara.
—Ahora eres un estúpido con una raya en la cara, arte moderno.
En vez de enfadarse, mete el dedo en el bote y me hace una raya como la suya. Revuelvo su pintura y él la mía. No sé cómo habré quedado yo, pero él parece David Bowie con el rayo mal pintado.
—Bueno, hazme un sol —resuelve, señalándose la parte central de su pecho.
Resoplo y me concentro en mi tarea. Al final conseguimos sacarnos la pintura de la cara y, cuando llega mi padre, no se da ni cuenta de lo que ha pasado.
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Mi madre me ha traído a casa de Jer cuando han cerrado la tienda. Ella ha quedado con Martha, la madre de Jeremy, para ir a cenar al centro comercial.
—¡Reese! —grita Jeremy desde el otro lado de la cocina.
—Estoy batiendo los huevos, ¡no me interrumpas! —gruño, agitando la varilla con fuerza.
—¡Es importante!
Le hago caso y, nada más alzar la cabeza, un pegote de harina mezclado con la leche sobrevuela mi cabeza. Por suerte no me ha dado. Sin embargo, un segundo proyectil se estampa de lleno contra mi cara cuando me giro para mirar dónde ha caído el primero.
—¡Te vas a enterar! —Me acerco a Jeremy con el bol aún en la mano y él se aleja de mí caminando hacia atrás sin dejar de reír. Todavía noto cómo la harina se desliza por mi cara.
Estoy a punto de alcanzarle para golpearle con la varilla húmeda cuando se escurre con los restos de lo que ha lanzado antes y cae al suelo de culo. Desde ese momento, todo ocurre a cámara lenta: su pie se interpone en mi camino, haciéndome tropezar, y el bol que tengo en las manos sale volando. Yo caigo encima de él y el contenido líquido encima de los dos.
Sin moverme, abro los ojos lentamente cuando noto que no hay huevo sobre ellos y me encuentro con la cara de Jeremy justo en frente, a centímetros de la mía. Parece concentrado en algo que tengo en algún punto de mi cara. Me quedo quieta mientras observo cómo alza la mano hasta mi pelo.
—Quedaba un pegote de harina —dice, y acto seguido se empieza a reír.
Le paso la mano por la cara, consiguiendo manchársela aún más, y le revuelvo su oscura melena.
—Dicen que la mascarilla de huevo es muy buena para el pelo —añado, riendo también.
Entonces me coge por la cintura y me da la vuelta para quedar él encima de mí, tan cerca que me cuesta distinguir qué respiración es la mía. Durante unos segundos espero a que haga o diga algo más, pero nos quedamos en silencio, mirándonos.
Trago saliva un par de veces y finalmente hablo:
—Me has manchado mi camiseta favorita.
Me escurro entre sus brazos y consigo ponerme de pie sin resbalarme con todo lo que hay en el suelo. No miro atrás, no sé si él también se ha levantado, no sé si me está mirando mientras voy al baño, pero espero que no lo haga. Ahora mismo tengo que estar más roja que un tomate.
Subo las escaleras rápidamente y me dirijo al baño. Abro la puerta y, de repente, me inunda un denso vapor.
—¡Vaya, Reese Miller! ¿Acaso quieres ducharte conmigo?
Me cuesta distinguirle, pero poco a poco su figura va tomando forma: los restos del agua cayendo por su tableta bien formada, los músculos marcados en la zona baja de su abdomen y solamente una toalla cubriéndole. Sí, es Mason.
Se acerca a mí, pasándose una mano por el cabello para echárselo hacia atrás. Unas gotas caen en mi cara, pero no me muevo. Creo que ha tomado mi silencio como un sí porque me coge de la mano y me acerca hasta él. Siento que el corazón se me acelera. Entonces reacciono y me separo.
—Hay otro baño —digo, finalmente, procurando sonar lo más seria posible y me marcho de ahí. Le escucho reír, pero le ignoro y bajo las escaleras con rapidez.
Jeremy está ocupando el lavabo y me hace un hueco, extrañado. No pregunta, solo me observa de vez en cuando en silencio.
Estoy segura de que un día, con tanta tensión, me va a dar un cortocircuito.
Como no hemos podido hacer el bizcocho, cuando acabamos de recoger toda la cocina, pedimos una de nuestras pizzas favoritas y nos quedamos hasta las tantas viendo «Jurassic Park» por tercera vez.
*****
Ejem, ejem... ¿De qué team sois? ¿Mason o Jeremy? 😋
¿Alguién más adora a Ellie?
¡Nos leemossss! ❤
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