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49. Emboscada

No he dejado de darle vueltas al tema del concurso y, aunque el simple hecho de pensar en ello me produce terror, ya he decidido lo que voy a hacer. Mientras tanto, mi madre ha tratado de entretenerme con sus ejercicios de aeróbic, y ahora tengo unas agujetas tremendas.

Nate nos ha pasado a recoger en coche a Riley y a mí. Es la primera vez que lleva el coche al instituto, y se nota bastante. Riley está aterrada aunque no lo diga, y es demasiado divertido verlos. Quién me iba a decir que a final de curso acabaría yendo en el coche de Nate Kennedy.

En cuanto entramos en el instituto, busco a Jeremy. Está al fondo del pasillo junto a su taquilla. Me gustaría decirle que el uniforme le queda espectacular, o peinarle esos mechones rebeldes que siempre le caen sobre la frente, pero me muerdo la lengua para no caer en la tentación. No quiero hablar con él si no está preparado todavía. El corazón se me acelera al pensar en lo enfadado que está conmigo y la angustia se aloja en mi estómago.

Estamos a punto de llegar junto a ellos cuando una mano me agarra el brazo y tira de mí con fuerza hacia el baño.

—¡Suéltame, gilipollas! —grito, agitando mi brazo para deshacerme de su agarre. Mason se detiene ante uno de los cubículos y me empuja hacia dentro con brusquedad. Su rostro está lleno de ira y por un momento temo por lo que me pueda hacer—. Te vas a buscar problemas.

Le doy una patada para alejarle, pero me coge la pierna con agilidad.

—Eres una zorra chivata —espeta mientras me zarandea. Me sujeto a las paredes como puedo para no caerme mientras lucho para que me suelte—. Y a las chivatas hay que darles una lección.

—Mason, déjame en paz —hablo más alto, presa del miedo, sin poder soltarme. Entonces me agarra de la trenza y me da la vuelta. Forcejeo con él, pero es imposible—. Mason, para.

Me tira el pelo una vez más y empuja mi cabeza hacia el retrete. Contengo el aliento para no oler la peste que desprende y él tira de la cadena. Unas cuantas gotas de agua me salpican la cara. Hago fuerza con las manos para que no siga bajando. Los ojos me arden a causa de las lágrimas y soy incapaz de hablar. Le doy una patada y él consigue hundirme la cabeza en el agua durante tanto tiempo que me empieza a faltar el aire. Doy patadas y puñetazos al aire hasta que al final su mano deja de hacer fuerza y puedo sacar la cabeza. Sin embargo, el aire no es suficiente y, por culpa del agua, empiezo a toser hasta que vomito.

Entre náuseas y la respiración agitada me levanto. De repente veo a Jeremy por el espejo del baño y salgo lo más rápido que puedo del cubículo. Le da un puñetazo a Mason en la cara y hace que se choque con la pared. Este le corresponde con uno en el estómago y mi amigo se encoge por el dolor, pero cuando Mason se acerca a rematar con otro golpe, Jeremy se levanta y le da en la mandíbula, haciendo que caiga al suelo.

Entonces llega el entrenador y se los lleva a los dos a rastras.

Me quedo inmóvil, observando mi reflejo en el cristal. Me cuesta respirar y me escuece la garganta cada vez que intento tomar aire. Laura entra haciéndose paso entre el resto de los compañeros que se han juntado en la puerta. Me sujeta por los hombros y me giro rápidamente para verter el resto de desayuno en el inodoro donde antes había estado mi cabeza hundida.

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—Tienes que decir lo que te ha hecho.

—No puede salir impune —añade Riley.

—No me parece bien que te quedes callada.

Las dos me están hablando, pero sus voces me suenan demasiado lejanas. Todavía me duele la garganta y no me apetece hablar con nadie.

Después de dos clases no he sabido nada de Jeremy ni de lo que ha pasado. Mis amigos no han dejado de hablar y el profesor me llama la atención cada vez que me ve distraída. Además, huelo fatal a pesar de haberme lavado bien la cara y el pelo. Laura me ha rehecho la trenza y Riley me ha ayudado a tapar los ojos rojos, pero sigo inquieta y cualquier ruido extraño me sobresalta.

Cuando llega el descanso, todos mis compañeros salen menos yo.

—Pienso decírselo a la profesora Silva.

—No le vas a decir nada —contesto en un susurro.

De repente se empieza a escuchar alboroto en el pasillo y las dos nos miramos confusas. Gritan insultos y quejas de todo tipo. Nos acercamos llevadas por la curiosidad y la preocupación y Kai nos llama insistente.

—Esto es muy fuerte, mirad —dice con nerviosismo, señalando la pared donde está el buzón—. ¿Quién ha podido ser?

—Es todo lo que escribimos —se queja otra chica que no consigo ver quién es.

Me quedo sin aliento. Varias de las notas que recogí del buzón están ahora pegadas con adhesivo transparente. Sin embargo, antes de que pueda decir nada, alguien habla:

—Yo vi a Laura Stevens cerca del buzón hace unos días —afirma la inconfundible voz de Mitchell, y todos empiezan a hablar más alto. Su mirada se cruza con la de mi amiga. La cojo del brazo para frenarla, pero nuestros compañeros se le echan encima, llamándola de todo menos guapa.

Todo se ha ido a la mierda en tan poco tiempo que no sé ni cómo reaccionar ante el aluvión de insultos.

—¡Zorra!

—¡Ladrona!

Algunos incluso la empujan. Me pongo delante de ella y grito:

—¡BASTA! —Alzo los brazos para que me vean y cierro los ojos para tratar de reunir las fuerzas para sincerarme. No pienso dejar que mi amiga cargue con la culpa—. ¿Solo porque Mitchell lo diga ya os lo tenéis que creer?

—Bueno, es Mitchell —susurra Adam a mi lado, algo confuso por su respuesta, y me quedo mirándole alucinada. Es increíble que alguien con una reputación tan mala se haya ganado el respeto de tanta gente.

—¿Y quién lo ha hecho si no? —replica Tara Fernsby, la mejor amiga de Kyle Valentino.

Me llevo la mano al cuello, de donde cuelga la llave que me dio la profesora Silva, y se la enseño a mis compañeros. Me doy cuenta de que me tiemblan hasta los brazos, pero trato de fingir seguridad ante todo el mundo.

—Fui yo. Yo leí vuestras notas. Yo os mandé esas cartas porque pensé que... os ayudaría —admito con un nudo en la garganta. Las lágrimas se pelean por salir—. Pero yo no las he colgado aquí.

—Será guarra... —murmura otra persona.

—Sois unos hipócritas —gruñe Laura con enfado—. ¿De verdad me vais a decir que no habríais hecho lo mismo?

El silencio es tan helador como la mirada de mis compañeros. A pesar de todo lo que sé que está por venir, ahora me siento liberada.

—Reese Miller, a mi despacho —ordena la directora, quien imagino que ha aparecido al escuchar tantos gritos.

Laura me acaricia el brazo en señal de ánimo. Camino por el pasillo con resignación bajo la atenta mirada de todo el mundo. Sé que he hecho mal desde el principio. Que a pesar de haberles ayudado no debería haber invadido su privacidad. Nunca me había sentido tan juzgada como hasta ahora y, aunque sé que he cometido un error, parece como si en el fondo los hubiese matado uno a uno.

Realmente, aunque tengo claro que de alguna manera Mason ha encontrado esas notas, la verdadera culpable de esto soy yo.

Aquí están las consecuencias de mis actos.


*****

Y todo ha explotado al final... ¿Qué pensáis de Reese? ¿Se merece haber sido descubierta? ¿Qué creéis que pasará a partir de ahora? :)

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