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4. Todo lo que nunca quise saber

—¿Cuándo dices que tendré que hacerlo? —preguntó Jeremy con dejadez mientras se tiraba al sofá donde estaba su hermana.

—¡Aparta de aquí, apestoso! —espetó ella con enfado, empujándole. Acababa de regresar del entrenamiento y la verdad es que muy bien no olía.

—Deberías darte una ducha, por nuestro bien —añadí, y Ellie asintió enérgicamente. Él puso los ojos en blanco y se levantó, alzando el dedo corazón a su marcha.

—Nosotras pensaremos cuándo te pasearás desnudo —habló de nuevo el pequeño demonio, recalcando la última palabra.

Había perdido el reto de los bizcochos. Incluso había vomitado, aunque seguramente fuera por culpa de la cantidad de azúcar que contenían. Le habíamos contado a su hermana la anécdota, omitiendo claramente el ingrediente más importante, y se había partido de risa.

—¿Qué te parece el sábado? Todo el mundo estará de paseo —sugirió ella.

—¿No sois un poco crueles? —se quejó Jeremy.

Ella me miró, alzando las cejas al ver la duda en mis ojos, y soltó el mando de la televisión.

—Sin piedad, Reese. ¿O acaso se te ha olvidado lo que te hizo hacer las navidades pasadas?

Ellie era muy persuasiva cuando quería y, para tener la edad que tenía, me aterraba por momentos. Pero tenía razón. Aquella Navidad Jeremy hizo que un globo de purpurina me explotara en toda la cabeza y tardé días en hacerla desaparecer. Y por si no hubiese sido poco, llenó mi almohada con spray de nieve artificial que olía a podrido. Era nauseabundo.

Alcé la mano y la estreché con la suya, con una sonrisa malévola. Aquel sábado se la devolvería.

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—No me esperéis hoy, tengo que... hacer una cosa —les dije a mis amigos. No les había contado nada de la tarea que la profesora Silva me había encomendado, solo que me había perdonado el castigo. Sin embargo, era viernes y tenía que cumplir con mi parte del trato.

Esperé pacientemente a que mis compañeros se hubiesen marchado y salí al pasillo en busca del buzón. Cuando lo divisé, entre mi clase y la de los de penúltimo curso, miré a mi alrededor para comprobar que nadie estuviese mirando. Luego saqué la llave y cogí todo el contenido. Lo cierto era que me esperaba que hubiese muchos menos papeles de los que había, pero no me paré a mirarlo. Lo metí todo en la mochila y corrí a buscar la conserjería.

—«No estoy, vuelva más tarde» —leí en voz alta el cartel que había pegado en la puerta y resoplé.

No quería quedarme ahí esperando una eternidad, así que traté de averiguar dónde había ido aquel hombre. Pregunté a varios profesores, pero ninguno le había visto. Más tarde me encontré con la directora, que me dijo que había acudido a una cita y que ya no estaba.

—Genial —refunfuñé para mis adentros mientras salía del instituto—. ¿Ahora qué hago con todo esto?

Nada más salir me encontré con el coche de mi padre aparcado al lado de la parada de autobús y corrí para meterme dentro.

—¿Qué tal está mi nubecita?

Odiaba ese mote, pero me parecía al mismo tiempo tan tierno que nunca le decía nada.

—Cansada. ¿Qué hay de comer? —respondí, abrochándome el cinturón de seguridad.

—Arroz con verduras. Ya sabes, tu madre y las dietas —dijo entre risas—. Ahora dice que va a hacer la rutina de aeróbic de Jane Fonda, ¡no tendrá eso años!

—Está como una cabra —reí también—. Quizá debería unirme.

—Seguro que le encanta que lo hagáis juntas.

No tardamos más de diez minutos en llegar a casa. Estaba contenta porque por fin llegaba el fin de semana y podría relajarme.

Devoré lo que había en el plato sin pausa, apenas había comido nada en el almuerzo. Me ofrecí a recoger la mesa mientras ellos disfrutaban de su café antes de volver a la tienda. Fue en ese momento cuando volví a ver aquella carta y me levanté a cogerla.

—¿Qué significa esto? —pregunté, recordando lo que había leído días antes.

Ellos se miraron con una expresión de preocupación y luego volvieron la vista hacia donde yo estaba. Me hicieron sentarme y entonces empezó la charla en tono condescendiente:

—No podemos seguir manteniendo la tienda, por eso nos tenemos que marchar a una casa un poco más pequeña y asequible —finalizó mi madre, cogiéndome de la mano. La miré perpleja.

—¿Por qué no os deshacéis de ella?

—Es lo único que tenemos, cielo. Si la vendemos, no tendríamos trabajo.

Agaché la cabeza y resoplé angustiada. Unos segundos después, me levanté y subí hasta mi habitación. Necesitaba tiempo para asimilar lo que, en realidad, ya sabía, pero era incapaz de aceptar. Supongo que tenía la esperanza de que todo fuese una broma o que al despertarme algún día volviese a ver todas las cosas de la casa en su sitio y no en cajas.

Lo que más me dolía era que lo hubiesen mantenido en secreto. ¿Cuánto tiempo me lo habían estado ocultando? ¿Habría más secretos?

Estaba tan enfadada, o más bien decepcionada, que cogí mi mochila, abrí la ventana y salté, agarrándome en cada saliente para no caerme. Corrí hacia el único lugar en el que sabía que no me sentiría tan mal: la casa de Jeremy.

Llamé a la puerta y esperé a que abriera alguien. Sus padres nunca solían estar porque trabajaban mucho, por eso él tenía que quedarse en casa la mayoría del tiempo a cuidar de su hermana. Aunque más bien ella cuidaba de él. Como no abrían, volví a llamar unas cuantas veces más hasta que mi mano se detuvo justo cuando la puerta se abrió. Sin embargo, no fue Jeremy quien apareció tras ella, sino alguien distinto. Alguien que no veía hacía bastante tiempo y que casi hizo que mi amistad con Jeremy se fuese a la mierda: Mason Taylor, su primo.

Tenía dos años más que nosotros, aunque había pasado por tantos institutos y repetido tantas veces, que ya no sabía ni en qué curso estaba. Hace dos veranos, mis padres y yo nos fuimos con la familia de Jeremy a pasar las vacaciones a una casa que tenían en la playa. Sus primos también solían veranear por allí. Era el típico chico malo rebelde por el que todas babean y yo, por supuesto, caí también en su red. No me siento muy orgullosa.

El caso es que a Jeremy le sentó muy mal y me dejó de hablar durante un tiempo. Conseguimos arreglarlo cuando me di cuenta lo imbécil que era su primo y me prometí a mí misma que no volvería a ocurrir. La amistad es lo más importante.

—¿Qué haces aquí? —pregunté y al instante me di cuenta de que había sonado muy borde, pero me daba igual.

—Vivo aquí.

Unos segundos después, Jeremy apareció a sus espaldas, apartándole. Él se marchó en cuanto le vio, dejándonos solos. Eran tan diferentes, no solo por la apariencia: Jeremy era un poco más bajo que él y claramente menos musculoso, además tenía los ojos y el cabello oscuro, mientras que Mason los tenía verdes como yo y el pelo cobrizo. Pero lo que más destacaba era su manera de ser. Mientras que mi amigo era amable y con sentido del humor; su primo era como una roca impenetrable, y demasiado creído.

—No preguntes, luego te cuento —respondió al ver que no reaccionaba—. ¿Entras?

A pesar de todo el tiempo que había pasado, ver de nuevo a Mason me trajo recuerdos que pensaba haber escondido tras la capa más profunda de mi memoria, y no me sentía cómoda estando cerca de él.

—Mejor nos vemos mañana —dije cuando pude articular palabras. Jeremy me miró extrañado y yo me di la vuelta para marcharme.

No podía volver a casa, así que me senté en un banco de un parque y me coloqué la mochila encima de las piernas. Todavía llevaba puesto el uniforme, y estaba empezando a hacer frío. Metí la mano en la mochila y rebusqué en ella con la intención de encontrar algo de comida. En su lugar, descubrí que todavía tenía aquellos papeles que había sacado del buzón y me entró mucha curiosidad por saber lo que había escrito en ellos.

—Seguro que son tonterías —dije en un susurro, para convencerme a mí misma de que no estaba haciendo nada malo.

«Me gustan los chicos y me encantaría liarme con Nate».

Este seguro que era de Kai, no se cansaba de repetir lo guapo que era. Los siguientes hablaban de lo estresantes que eran los exámenes y de que no querían estudiar. También estaba el mío sobre lo mucho que odiaba mudarme de casa. Muchos ponían sus nombres, cosa que no comprendía; otros eran anónimos.

«Engaño a mi novio con su mejor amigo. Kirsten».

Me llevé la mano a la boca de inmediato. Sin duda, esa nota solo podía salir de Kirsten, la única persona que contaría un secreto y además ponía su nombre. Yo ni loca firmaría algo así.

¡Madre mía! Pero ella era la novia de Nate, el que tanto le gustaba a Kai. Llevaban desde hacía tres cursos saliendo y, por lo que sabíamos, les iba estupendamente: él era jugador del primer equipo y ella gimnasta. Eran de las parejas que más tiempo llevaban juntos. Entonces junté las piezas y pensé en Mitchell. Los dos eran muy buenos amigos...

—No, no puede ser. Él está liado con Laura.

La dejé y pasé unas cuantas hasta que vi otra que me llamó la atención:

«Pasé todo el verano en un centro de desintoxicación por tomar heroína. Mis amigos creen que estuve en un campamento».

Se me cortó la respiración y el primer nombre que se me vino a la cabeza fue el de Jeremy. Sí, nos habíamos escrito cartas sobre todo lo que habíamos estado haciendo, sobre sus avances con la guitarra y todo lo que estaba aprendiendo de música, pero ¿y si me había mentido? La letra era un poco distinta a la suya, puede que no fuera él, pero el dolor de estómago me decía lo contrario.

Decidí coger otra para hacer desaparecer aquellos pensamientos.

«Me falta el dedo meñique del pie. Si el entrenador se entera, me echará del equipo».

«He robado varias veces en el supermercado de la calle Park».

Entonces me di cuenta de que no se trataba de simples ideas, sino de secretos. De los secretos que guardaban en el fondo de sus pensamientos. Secretos que pensaban que nadie vería jamás, confiando en que esas notas serían trituradas. Ahora yo los guardaba todos.


*****

¡Los primeros secretos se desvelan! Jiji

¿Alguna vez habéis desvelado el secreto de un amigo? ¿Qué pasó?

¡Feliz inicio de semana! 

¡Nos leemosss! ❤


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