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31. Todos lo necesitamos

Los padres de Riley han dejado que vuelva al instituto, pero tendrá que estar bajo la supervisión de una persona de confianza. Lo que más me ha sorprendido de todo esto es ver en quién han delegado esa responsabilidad.

—Sigo sin entenderlo —dice Laura mientras mira a Nate y Riley entrar juntos en el comedor.

—¿Él es su cuidador? —añade Kai con la misma expresión de incredulidad.

—Creo que sí —afirma Jeremy, asintiendo—. Una vez vi en una película que las personas que pasan por cosas así tienen una especie de tutor que les ayuda a pasar el trauma.

—¿En qué le va a ayudar Nate?

Mi amigo se gira para mirarme. El resto sigue embobado con la escena.

—Suelen ser personas que han pasado por una experiencia similar.

—¿Nate? —pregunta Laura, interesada en lo que acaba de decir. Jeremy se encoge de hombros.

—Quizá algún familiar —sugiere Kai, pensativo. Miro de inmediato a Jeremy y él frunce el ceño. Los dos tenemos el mismo nombre en la cabeza, pero ninguno se atreve a decirlo en voz alta.

Cuando llegan a la mesa, Nate se despide de Riley y se marcha con sus compañeros. Todos nos quedamos mirándola hasta que finalmente nos cuenta lo que ya suponíamos.

—Ahora comprendo lo de la estrella —le digo mientras vamos a casa. Los demás ya se han marchado.

—Se la di cuando empezamos el instituto.

—Entonces, ¿él lo sabía?

—Coincidimos en mi primera sesión de rehabilitación. En verano, cuando salí del centro, se ofreció voluntario. Como ya nos conocíamos nos resultó sencillo.

—Vaya, no tenía ni idea. —Niego con la cabeza y me giro de nuevo hacia ella—. ¿Él también...?

—No —se ríe al verme tan nerviosa—. Un tío suyo. No hablamos mucho de eso.

Seguimos comentando cosas de clase hasta que nos tenemos que separar. Es la vez que más tiempo hemos pasado hablando de regreso a casa, y creo que es buena señal. Es señal de que está mejor, de que se siente con más fuerzas, y eso me alegra mucho.

No he llegado todavía a mi casa cuando escucho una moto acercarse por detrás. Me subo a la acera rápidamente. Esta pasa a mi lado y pega un frenazo. Me llevo la mano al pecho del susto y, cuando el conductor se quita el casco, me doy cuenta de que se trata de Mason.

Nada más verle se me viene a la mente la imagen de aquel beso en año nuevo y siento que se me revuelve el estómago del disgusto.

—¿Qué haces aquí?

—No he venido a verte a ti.

Le miro extrañada. Pone el seguro a la moto y echa a andar hacia mi casa. Camino hacia él, pero avanza más rápido para que no pueda alcanzarle. Llegamos a la puerta y mi madre abre tan rápido que no me da tiempo a volver a preguntarle.

—Genial, has llegado pronto —dice ella. La miro desconcertada, pero no me devuelve la mirada. Entro con Mason y mi madre ni siquiera me saluda—. Tienes la pintura y todo lo que necesitas encima de la mesa. He puesto plástico para que no manches.

—Perfecto, señora M.

¿Qué ha dicho? No. Ni de coña va a llamar así a mi madre. Solo Jeremy puede hacerlo. ¿Quién le ha dado permiso para acaparar?

Mi madre nos ignora porque parece que tiene prisa. Se despide de mí con un beso en la mejilla y se marcha corriendo.

—Largo de aquí —replico, quitándole el rodillo de la mano.

—Tu madre me ha contratado.

—No te lo voy a decir más veces —insisto y Mason da un paso hacia mí, provocador. Me pongo recta. Se puede acercar todo lo que quiera que no me va a intimidar.

Suelta una carcajada. Se acerca a mi oído y susurra:

—¿Quieres repetir el beso en tu habitación?

El olor a alcohol es innegable, aunque no parezca para nada borracho. Aguanto la respiración unos segundos y le empujo. Apenas se mueve y eso me enfada mucho más. Su actitud me exaspera. ¿Es que todo le divierte?

—¿A quién pretendes engañar, Mason?

—Eso mismo me pregunto yo, Reese Miller —responde con una sonrisa ladeada. Se apoya sobre el respaldo de la silla—. Conozco tu secreto.

—No sé de qué me hablas. —Me hago la tonta, pero por dentro estoy como un flan. ¿Mi secreto? ¿Qué secreto va a saber él? Yo no tengo ningún secreto.

Comienza a caminar a mi alrededor sin dejar de mirarme.

—No sabía que fueras una ladrona.

—¿Ladrona?

Se vuelve a reír mientras se quita la cazadora. La deja sobre la silla y abre el cubo de pintura para empezar a quitar ese horrible color marrón oscuro del salón. Me acerco a él y le empujo ligeramente para que responda.

—¿No decías que no querías hablar conmigo? —Me mira desde el suelo, alzando las cejas.

—O respondes o te baño de amarillo —amenazo con el bote de pintura en la mano. Su carcajada es tan sonora que me duelen los oídos.

—Ahora soy yo el que no tiene tiempo para ti, preciosa.

Las luces del coche de mi padre se cuelan por el ventanal del salón. Camino hacia la puerta rápidamente y aparece con Nahid a su lado. Hoy han tenido reunión con la tutora y un delegado de los servicios sociales.

Sin decir nada me la llevo escaleras arriba. Necesito alejarme de Mason y de sus mentiras de borracho.

—¿Qué te han dicho?

—Me han sugerido ir a un albergue juvenil, pero me he negado —comenta ella a la vez que se sienta en la silla de mi escritorio.

—Entonces, ¿qué vas a hacer? No puedes volver.

Nahid evita mi mirada y la fija en el suelo. Está confusa. Me acerco y me siento en el suelo. Ella me imita y, cuando se sienta, deja caer las manos sobre sus rodillas.

—Tal vez ahora sea distinto —resopla. Parece agotada.

—Nahid, mientras él siga en esa casa y tus padres lo apoyen...

Niega con la cabeza, cerrando los ojos.

—Hay otra opción.

—¿Cuál? —pregunto esperanzada.

—Denunciarle.

—¿Estás dispuesta?

Se encoge de hombros y se lleva las manos a la cara para ocultar las lágrimas.

—Mañana será otro día —le aseguro en un intento de animarla, y la abrazo—. ¿Te apetece una pizza?

Alza ligeramente la mirada y esboza una diminuta, y casi imperceptible, sonrisa. Luego asiente. Acabamos pidiendo una con extra de queso y pollo. Como ella es musulmana, no puede comer carne de cerdo, así que nos aseguramos que el chico del restaurante entienda perfectamente cómo debe prepararla.

Al verla en mi casa, bajo el techo de mis padres, se me viene a la mente la estrella que Nate le dio a Riley y me doy cuenta de que todos tenemos una estrella. O más bien, todos necesitamos tener una estrella en nuestra vida. Uno de esos amuletos que te cuidan y te guían por el camino correcto. La estrella de Riley es Nate, quien la ayudó cuando más lo necesitaba, sabiendo qué era lo que había que hacer. Y yo voy a intentar ser la de Nahid.


*****

¿Quién es vuestra estrella?

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