2. Juguete sexual
Después de una sesión intensa de esquivar a todos los que salían en mogollón, corrimos a casa. El primer día siempre nos dejaban salir antes pero, por ser alumnos de último curso, tuvimos que salir los últimos.
Mi estómago rugía. Sabía que tenía pasta para comer y no era capaz de pensar en otra cosa que no fueran los espaguetis especiales de mi madre. Les echaba una salsa que no sé qué tenía, pero estaban de muerte. Estaba a punto de dejar la baba caer cuando Jeremy interrumpió la charla de Kai sobre las últimas películas que habían salido para que alquilásemos una aquel fin de semana.
—Me piro, hoy tengo prisa. Nos vemos luego, Miller —habló, acelerando el paso para separarse de nosotros. Se despidió haciendo un rápido saludo militar y empezó a correr.
Vivíamos en la misma calle. Yo al comienzo y él al final, por lo que me resultó muy extraño que tomara aquel camino. Lo ignoré y me centré en la conversación sobre los estrenos. Al final, acordamos que aquel sábado iríamos todos a su casa para ver «Forrest Gump», una película que acababan de estrenar, que incluía algo de romance y drama, dos de mis temas favoritos.
Después de comer viendo la tele, sola como casi todos los días, subí a mi habitación y empecé a guardar todo lo que tenía en los cajones, que no era poco. Mis padres trabajaban en una tienda de ultramarinos en la que vendían desde medicamentos sin prescripción hasta material de papelería. Era como un supermercado, pero con mucha menos comida. Mi sección favorita era la de aperitivos y, de vez en cuando, si me tocaba quedarme sola en la tienda, abría una bolsa de patatas.
Estaba guardando las cosas de mi mesa de noche cuando escuché un ruido fuera. Lo ignoré porque estaba sonando una de mis canciones favoritas de Michael Jackson, «Beat It». Sin embargo, volví a escuchar otro ruido que hizo que me sobresaltara.
Con la almohada en la mano, me acerqué a la ventana y esta se abrió. Empecé a golpear al aire hasta que una mano me alcanzó, haciendo que me detuviera.
—¿Quieres matarme? —dijo, y entonces supe que se trataba de Jeremy. Aparté la almohada y vi que todavía seguía sujeto al alféizar. Extendí mi mano para ayudarle y, cuando hubo entrado, volví a golpearle.
—No me vuelvas a asustar así —repliqué, volviendo a mis quehaceres—. ¿No puedes entrar por la puerta como una persona normal?
—Me gusta el riesgo.
Escuché cómo bajaba la música para hablar de nuevo. Estaba pagando mi frustración con él y se dio cuenta inmediatamente.
—Te he traído una cosa —añadió, colocándose delante de mí. Tenía una mochila colgada en la espalda. De dentro sacó una pequeña bolsa que olí al instante: chocolate.
Me asomé curiosa.
—Primero cambias de look y ahora te da por los bizcochos. ¿Qué han hecho con mi amigo en ese campamento?
Era evidente, y quien no lo viera es que estaba ciego, que durante el verano había crecido bastante. Ya no era aquel chico esmirriado que medía como yo, ahora me sacaba media cabeza y estaba más en forma. Además, se había dejado el pelo un poco más largo y de vez en cuando le caía por la frente.
Jeremy se miró en el espejo y sacudió su camisa oscura con detalles morados.
—Pero si visto igual que siempre.
—Lo que tú digas. —Puse los ojos en blanco y le quité la bolsa de las manos.
—Te advierto que son bastante fuertes.
—¿De dónde la has sacado? —añadí, olisqueando como un perro hambriento.
—Encontré un poco en el cajón de mis padres.
—Eres malvado.
Los dos nos reímos. Le miré, retándole. No era la primera vez que probábamos la marihuana, aunque siempre en muy pequeñas cantidades; pero sí era la primera vez que él cocinaba los bizcochos, por lo que aquello podía salir o muy bien o muy mal.
—¿Nos los comemos mientras vemos «Friends»?
Detuve mi mano en cuanto le escuché decir esa última palabra y apreté los labios con fuerza. Jeremy me miró con los ojos entrecerrados y se me escapó una pequeña carcajada.
—La he visto mientras comía. Mi madre grabó el capítulo de anoche —me excusé, alzando las manos sin soltar la bolsa. Estaba enfadado.
—No me jodas, Reese —contestó con indignación, negando con la cabeza—. Para una serie que nos gusta a los dos.
—Oye, nos gustan muchas cosas a los dos.
—¿Como por ejemplo?
Se cruzó de brazos.
—Hmmm —Me quedé pensando en un rato hasta que se me ocurrió una—. Cosas de casa.
—Joder —dijo, soltando una carcajada al mismo tiempo—, ese tío me pone nervioso.
—Pero te gusta —insistí, y al final acabó dándome la razón. Me senté sobre la alfombra y él no tardó en imitarme, colocándose justo en frente de mí—. Te prometo que la semana que viene lo veo contigo.
—Bueno, vamos a lo importante —respondió como si de repente ya no le importase el tema. Me quitó la bolsa con los bizcochos y sacó uno.
—El primero que caiga...
—¿Colocará la habitación del otro?
Negó con la cabeza.
—Tendrá que subir y bajar toda la calle... Desnudo —sugirió, entrecerrando los ojos mientras esperaba a que le diese una respuesta.
—¿De verdad quieres dejarte en ridículo?
—No te creas tan lista, Miller.
—Acepto el trato —respondí, buscando su mano para estrecharla.
Él dio el primer mordisco. Luego yo. Estaba bastante rico y no se notaba para nada que contuviese maría.
—Dime, ¿has seguido escribiendo? —añadió, saboreando el dulce. Odiaba cuando hablaba con la boca llena, así que le di una patada para que se tapara la boca, pero él sonrió aún más, dejando ver el chocolate pegado a sus dientes.
Aquel verano había comenzado una historia. Me encantaba leer, sobre todo novelas donde primase el suspense, como Agatha Christie, pero nunca me había atrevido a sacar las ideas de mi cabeza. Antes de marcharse al campamento, me dejó como «deberes» conseguir escribir al menos la mitad de la historia que quería hacer.
—¿Quieres que te lo enseñe? —contesté, emocionada, una vez dio un trago de agua para limpiarse. Jeremy asintió y me levanté para rebuscar entre las cajas. Él se acercó a mí con la intención de ayudarme. No me acordaba de en cuál había metido la libreta, así que empecé a sacarlo todo.
—¿Qué es esto? —preguntó desde el otro lado de la habitación al tiempo que sacaba algo de una de las cajas. Me acerqué para ver qué era lo que estaba cogiendo y, cuando lo sacó, me abalancé sobre él para tratar de quitárselo.
—¡Dámelo, joder! —exclamé, pero me puso una mano en la cara para que no me acercara mientras investigaba aquel objeto.
Entonces lo encendió y empezó a vibrar.
—¡Es un put...!
—¿Reese? —Mi madre nos interrumpió, entrando en la habitación sin avisar. La puerta estaba abierta, por eso ninguno de los dos la escuchamos llegar.
Para cuando pudimos reaccionar, ya fue demasiado tarde. Estaba segura de que se había imaginado cualquier cosa al vernos con aquel objeto.
—¡Jeremy, joder, deja de traer tus trastos aquí! —Fingí que me indignaba y me aparté de él, disimulando lo avergonzada que estaba.
Menuda chivata estaba hecha.
—Voy a hacer la cena, ¿te quieres quedar? —le preguntó mi madre, ignorando lo que estábamos haciendo. Desvié la mirada también hacia él y vi que ya había guardado el aparato. Asintió sin pronunciar palabra alguna.
Mi madre se marchó sin hacer más comentarios y volví a abalanzarme sobre mi amigo.
—¿Desde cuándo tienes un vibrador?
—¿Acaso te importa?
Esta vez no opuso resistencia y pude quitárselo sin problema.
—Es... raro.
Lo guardé en la caja y la cerré para que no lo volviera a mirar.
—Me aburría en verano y Laura me llevó a un sex shop —le conté, encogiéndome de hombros a la vez que me sentaba de nuevo sobre la alfombra.
—¿Me echaste de menos? —dijo, alzando las cejas, pero no tardó ni un segundo en darse cuenta de que aquello podía haber sonado bastante mal si se tenía en cuenta lo que acababa de guardar.
—No puedo vivir sin ti —bromeé, llevándome la mano al pecho para mostrar fingida sinceridad.
—Lo sé —respondió riendo, y se metió otro trozo de bizcocho en la boca—. El reto sigue, vas a palmar.
*****
Con este capítulo me he divertido mucho JAJAJA
Espero que lo disfrutéis, un besazoooo ★
¡Nos leemossss! ❤❤❤
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