18. Toc toc
—Al final hemos conseguido fila catorce —dice Kai con tristeza.
—No está mal —respondo para intentar consolarle.
—Tenemos que preparar los carteles.
—Ni se os ocurra —amenaza Riley a Laura, y nos reímos.
En el fondo sabe que lo haremos. Ya lo hicimos el año pasado y, para su desgracia, este no va a ser diferente.
Riley se adelanta para entrar antes a clase porque no ha acabado los deberes de la primera hora. Mientras, nosotros nos quedamos un rato más en el pasillo, justo al lado de la puerta. Vemos a Jeremy llegar corriendo, seguramente se le han pegado las sábanas. Sin embargo, mis ojos se desvían a la persona que tiene justo al lado.
—Hola, Nahid —hablo a mi compañera y ella hace una mueca de sorpresa. Sí, nunca hemos hablado—. ¿Te importaría que me pusiera contigo en el trabajo de historia? No tengo compañera todavía.
Escucho un quejido justo detrás de mí, pero lo ignoro. Entonces Nahid sonríe.
—Por supuesto, ¿cuándo quieres empezar?
—¿Te viene bien mañana por la tarde?
Acordamos una hora y luego se marcha dentro de clase. Cuando me giro, mis amigos me observan con curiosidad, aunque Laura parece molesta.
—Tía, te ibas a poner conmigo —replica indignada.
—Ah, ¿sí? No me acordaba —miento y ella pone los ojos en blanco. Sé que en el fondo no le importa porque se puede perfectamente poner con Riley. Tengo un plan para descubrir si Nahid es la chica de la nota sobre su primo y, si lo es, tendré que averiguar cómo ayudarla.
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—¿Me vas a decir lo que has sacado en el examen?
Hemos estado haciendo un resumen del tema que dieron la semana pasada sobre la teoría de la evolución y ahora está perdido en sus pensamientos jugando con el bolígrafo.
—Un tres.
—¡¿Perdona?! —exclamo, y la bibliotecaria me manda callar, así que bajo el tono de voz para continuar hablando—. Ese examen estaba de ocho al menos, te lo sabías todo, ¿qué ha pasado?
—La profesora me tiene manía. Y tú también.
Me cruzo de brazos y le lanzo una mirada amenazante.
—¿Todo el mundo te tiene manía? ¿No será que el problema eres tú? —respondo, harta de él.
Entrecierra los ojos y se echa hacia delante para responderme.
—¿Qué insinúas?
—Sé que te echaron del anterior instituto por pegar a un chico.
Suelta una carcajada burlona e imita mi postura.
—¿Quién te ha contado eso?
—¿Por qué estás aquí entonces?
—Mira, Reese, déjame en paz —contesta mientras se levanta de la mesa.
—¿Ya vuelves a huir? —espeto con enfado, pero me ignora. Coge su mochila y camina hacia la salida. Me quedo mirándole atónita hasta que dejo de verle.
No me puedo creer que sea tan idiota.
Me levanto rápidamente y me golpeo la escayola sin querer. Maldigo para mis adentros mientras salgo de la biblioteca. Todavía le veo al final del pasillo.
—¿A dónde te crees que vas? —grito y se detiene nada más escucharme. No le veo la cara hasta que estoy junto a él y entonces me encuentro con su sonrisa.
—Cuando te cuenten una historia, procura que te la cuenten completa.
—¿Acaso no le pegaste a aquel chico?
—Lo hice, pero él...
—Vaya, un gran acto de madurez por tu parte —replico interrumpiéndole y asiento con sarcasmo—. Igual que ocurrió el verano pasado, ¿así resuelves tus conflictos?
—No quisiste que te lo explicara, ahora no vengas reclamando.
Sale a la calle, pero esta vez no le sigo. Menudo imbécil está hecho.
Regreso a la biblioteca para recoger mis cosas cuando me doy cuenta de que se ha vuelto a dejar el libro. Meto como puedo todo en la mochila y camino hasta la parada del autobús.
Su moto está todavía en el aparcamiento del instituto, pero él no está por ningún lado. Al autobús le quedan todavía quince minutos para llegar, así que saco el último libro que he empezado a leer de Agatha Christie. No sé qué haré cuando me los lea todos.
Estoy un tiempo en la tienda esperando a que mi madre llegue para llevarme al médico y, cuando volvemos a casa, mi padre ya tiene la cena lista. Hoy toca sándwich con lechuga, tomate, jamón y queso.
—¿Cuándo te lo quitan? —me pregunta mi padre sobre el brazo.
—El doctor dice que en unas tres semanas si no lo fuerzo mucho.
Estoy entusiasmada con la noticia porque, aunque no me moleste demasiado, es horrible cuando me pica. Jeremy me ha dado el palo que usaba para limpiar su flauta y me viene genial, pero hay ciertas zonas a las que no alcanza.
—La abuela me ha dicho que cuando vayas te dará un amuleto de los suyos para protegerte —cuenta mi madre y luego da un mordisco a su cena.
Hace mucho tiempo que no la veo, pero aún recuerdo el espectacular sabor del pastel de turrón que hace cada Navidad. Tengo unas ganas enormes de volverlo a comer. Y de verla a ella, por supuesto. Todos los años me da una piedra de energía, una pulsera o un colgante para que vaya siempre conmigo. Espero que no se enfade por no ponerme la del año pasado, pero creo que la buena energía con la que me lo dio ha desaparecido por completo.
De repente llaman a la puerta dando repetidos golpes. Miro a mis padres, que tienen las manos pringadas con la salsa del sándwich, y me levanto para ver quién es. Antes de abrir, golpean de nuevo con insistencia. Cuando veo quién hay detrás de la puerta, me quedo paralizada.
—¿Qué haces aquí, Mason?
—Vengo a darte las respuestas —balbucea y me doy cuenta de que tiene una botella de vodka en la mano.
Da un paso hacia delante para entrar, pero le detengo.
—¡Ahora vuelvo! —les grito a mis padres mientras me pongo el abrigo por encima de los hombros y cierro la puerta. Empujo a Mason hasta la calle principal, sorprendida por lo fácil que es manejar a un borracho que mide metro ochenta. Cuando estamos lo suficientemente lejos de casa, le quito la botella de la mano—. ¿Te has bebido todo esto?
Mason se balancea ligeramente, pero no puedo sujetarle, así que hago que se siente en el borde de la acera.
—No le pegué porque quisiera —murmura e inspira para luego soltar todo el aire de golpe, pero eso provoca que le dé tos. Me siento junto a él y le doy unas palmaditas en la espalda.
—¿Y por qué lo hiciste?
Mason me mira. Sus ojos claros se han oscurecido a causa de la noche. Ahora parece más cuerdo que hace cinco minutos, eso creo que es bueno.
—En febrero del año pasado mi padre enfermó de repente —empieza a hablar y cierra los ojos con fuerza repetidas veces—. Le ingresaron varias veces, pero siempre regresaba a casa porque decía que se encontraba bien.
—¿Qué le pasó?
—Le diagnosticaron cáncer. —Aprieto los labios con fuerza y dejo la botella en el suelo para buscar su mano—. Iba y venía hasta que un día dejó de venir.
—Lo siento...
—Yo no —replica, lo cual me deja confundida—. Al tiempo me enteré de que no tenía cáncer y de que él y mi madre me habían estado engañando.
—¿Qué le pasó en realidad?
Mason se lleva las manos a la cabeza, despeinándose. Me acerco más a él para intentar que se relaje y entrelaza sus dedos con los míos con fuerza.
—Era adicto a la cocaína, se mató por una puta sobredosis. —Más que dolor, hay mucha rabia en sus palabras—. Mi madre me contó tiempo después que cuando venía drogado le daban ataques de ira y le pegaba... Yo nunca supe nada. De haberlo sabido...
—No te culpes, Mason. —Intento consolarle, pero no sé qué decir. No se me ocurre manera de mitigar su dolor y me siento mal por ello. Además, el frío no ayuda en absoluto.
Sin embargo, parece que la historia no ha acabado.
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