Bufon Cosmico [capitulo Unico]
Parte 1: El Despertar
Había oscuridad, una densa negrura que lo envolvía todo. La mente del niño flotaba en ese vacío, donde no había arriba ni abajo, ni un sentido del tiempo o del espacio. Todo estaba en silencio, un silencio que resultaba insoportable, asfixiante. De pronto, una brisa gélida le acarició el rostro, obligando a su cuerpo a reaccionar. Lentamente, abrió los ojos.
Se encontraba en un cuarto cerrado, pequeño y sin ventanas. Las paredes eran de un material frío y metálico, reflejando débilmente la luz tenue de una única lámpara en el techo. Su respiración era entrecortada, y su corazón latía con fuerza en su pecho. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado allí, pero una sensación de opresión lo invadía, como si el aire en ese lugar fuera más denso.
Miró a su alrededor, tratando de encontrar una salida. Tras unos momentos, notó una puerta que apenas se distinguía en la penumbra. Con cautela, se acercó y la empujó. La puerta se deslizó con un chirrido metálico, revelando un pasillo largo y estrecho que descendía en una pendiente suave.
El niño caminó por el pasillo, sus pasos resonando en el eco del lugar. El ambiente era extraño, como si estuviera en las entrañas de algún tipo de estructura subterránea. El aire era pesado y seco, y a medida que avanzaba, la sensación de inquietud crecía. Finalmente, llegó al final del pasillo, donde una escalera lo condujo hacia arriba, hacia una trampilla que parecía llevar al exterior.
Con un esfuerzo, abrió la trampilla y salió al exterior, encontrándose con una vista inesperada. Delante de él se extendía un vasto desierto, con dunas que se alzaban y caían hasta donde alcanzaba la vista. El sol brillaba intensamente en lo alto, reflejándose en la arena dorada y creando un calor sofocante. No había nada a su alrededor, solo la interminable extensión de arena bajo un cielo sin nubes.
El niño sintió una mezcla de alivio y temor. Había escapado del cuarto cerrado, pero ahora se encontraba en un desierto inhóspito, sin idea de cómo sobrevivir. Se dio cuenta de que su situación era aún más desesperada de lo que había imaginado. No tenía agua, comida, ni refugio.
Mientras se encontraba en la cima de una duna, sintió una extraña energía recorrer su cuerpo. Era algo nuevo, algo que nunca antes había experimentado. Instintivamente, levantó la mano y, sin saber cómo, un pequeño objeto comenzó a materializarse frente a él. Era una simple cantimplora, llena de agua fresca. El niño la tomó con asombro y bebió con avidez.
Al darse cuenta de lo que acababa de hacer, experimentó una mezcla de sorpresa y emoción. Podía invocar objetos. Pero eso no era todo. Al concentrarse más, notó que podía sentir el entorno a su alrededor de una manera que iba más allá de lo físico. Podía percibir los movimientos de la arena, el cambio en la dirección del viento, y la presencia de vida bajo la superficie, aunque estuviera a varios metros de distancia. Era como si una fuerza invisible le diera la capacidad de conectar con todo lo que lo rodeaba.
Sin embargo, mientras más exploraba estas habilidades, más sentía que no las comprendía por completo. Era como si solo estuviera rascando la superficie de un poder mucho mayor, uno que no sabía cómo controlar o usar correctamente. Con cada intento, parecía que estaba jugando con fuerzas que podrían volverse en su contra en cualquier momento.
Decidió seguir adelante, esperando encontrar respuestas en algún lugar de ese desierto. Aunque no entendía del todo sus nuevos poderes, algo en su interior le decía que era crucial que los dominara, que su destino dependía de ello.
Parte 2: El Peso de los Poderes
A medida que caminaba bajo el sol abrasador, el niño empezó a darse cuenta de la magnitud de su decisión de adentrarse en el desierto. La arena parecía extenderse eternamente, y el calor era cada vez más insoportable. Aunque tenía el poder de invocar objetos, la incertidumbre y el miedo comenzaron a consumirlo. ¿Qué pasaría si no lograba encontrar el camino de regreso? ¿Y si estos poderes que apenas comprendía lo traicionaban en el momento más crucial?
Con el paso de las horas, la duda se transformó en una sensación de desesperación. La inmensidad del desierto lo hacía sentir diminuto e insignificante. Finalmente, el miedo a perderse y morir solo en ese lugar desolado lo venció. Con el corazón pesado, decidió dar marcha atrás y regresar al lugar del que había escapado.
No fue fácil, pero tras un tiempo de caminar sin rumbo fijo, el niño logró encontrar nuevamente el pasillo que lo había llevado al exterior. El regreso a ese extraño lugar subterráneo lo llenó de una mezcla de alivio y resignación. Había intentado enfrentarse al mundo exterior, pero ahora entendía que no estaba listo. Sin embargo, no sabía que este paso atrás lo llevaría a un encuentro que cambiaría su vida para siempre.
Fue allí, en lo más profundo de ese laberinto subterráneo, donde conoció a dos figuras enigmáticas que serían sus guías en los meses venideros. El primero era un hombre alto y delgado, que siempre ocultaba su rostro bajo una túnica negra. Había algo inquietante en su presencia, una autoridad silenciosa que no requería palabras para hacerse sentir. Él era el superior, el líder de esa oscura organización, y aunque nunca reveló su rostro, su voz firme y controlada no dejaba lugar a dudas de su poder.
El segundo hombre, su subordinado, era alguien con una apariencia más convencional, aunque no menos intimidante. Tenía una barba y cabello gris, con una expresión seria y severa que rara vez cambiaba. Fue este hombre quien recibió la orden de entrenar al niño. A pesar de su exterior duro, se tomaba la tarea con dedicación, enseñándole con paciencia los rudimentos de sus poderes y cómo controlarlos.
El entrenamiento no fue fácil. Los métodos eran rígidos, y cada error tenía consecuencias. El niño aprendió a invocar objetos con mayor precisión, pero también comenzó a entender que sus poderes tenían limitaciones y que había un peligro inherente en usarlos sin cuidado. Sin embargo, a pesar de la seriedad de sus maestros, siempre sentía que había algo más, una parte de él que no estaba siendo completamente explorada.
Después de algunos meses, el niño había aprendido lo suficiente como para que sus jefes le permitieran vagar un poco más allá de los confines del lugar subterráneo. Con este nuevo permiso, comenzó a aventurarse a lugares más lejanos, siempre asegurándose de regresar antes de que se dieran cuenta. Pero lo que sus jefes no sabían era que, a escondidas, seguía experimentando con sus poderes, buscando comprenderlos por completo.
En una de sus escapadas, llegó a un nuevo lugar, un pequeño pueblo en ruinas en medio del desierto. Estaba desolado, pero el niño vio en él una oportunidad de poner a prueba sus habilidades para hacer el bien. Pensó que, con sus poderes, podría reparar las estructuras destruidas, devolver la vida al lugar y tal vez, con el tiempo, atraer a personas que pudieran hacer de ese pueblo su hogar.
Pero cada intento resultó en un fracaso devastador. Intentó invocar materiales de construcción, pero estos se desmoronaron al instante. Quiso manipular el terreno para hacerlo más fértil, pero terminó creando un terreno estéril y árido. Los intentos de revivir las plantas solo resultaron en marchitez instantánea. Con cada fracaso, el niño sentía que el poder que alguna vez lo emocionó, ahora se convertía en una maldición. Todo lo que tocaba parecía caer en la ruina.
Después de muchos intentos fallidos, se sentó en medio de las ruinas, sintiéndose más solo y desesperado que nunca. Las voces en su cabeza se hicieron más fuertes, acusándolo de ser un inútil, de no poder hacer nada bien. La tristeza lo envolvía, y por primera vez, se sintió verdaderamente perdido, incapaz de ver una salida.
Regresó al lugar subterráneo, pero esta vez, no con el deseo de aprender más, sino con un profundo sentimiento de fracaso. Se recluyó en un rincón, evitando a sus jefes y a cualquier otra persona. Se sentía inútil, incapaz de hacer el bien, y comenzaba a dudar de si alguna vez había tenido algún propósito real. La depresión se instaló en su corazón, y se sintió atrapado en un ciclo de desesperación.
Fue en este estado de abatimiento que comenzó a escuchar algo nuevo, un murmullo diferente al de las voces anteriores. Era un susurro que parecía provenir de algún lugar profundo, una voz que prometía respuestas, aunque a un costo. Sin saberlo, este sería el inicio de su verdadera revelación, la que lo llevaría a descubrir su verdadero papel en el espectáculo cósmico que había estado representando desde el principio.
Parte 3: La Revelación
Con el paso de los días, las voces en la mente del niño comenzaron a cambiar. Lo que antes eran susurros indistintos y confusos, se fue transformando en una sola voz, más clara, más coherente. Esta voz, al principio, parecía un eco lejano, una presencia que emergía desde lo más profundo de su subconsciente. Era un murmullo persistente, que penetraba lentamente en sus pensamientos, obligándolo a prestar atención.
Al principio, el niño intentó ignorarla, convencido de que era una extensión de su propia desesperación, una alucinación causada por la mezcla de su tristeza y sus fracasos. Pero con el tiempo, la voz se hizo más persistente, hasta que ya no pudo seguir ignorándola. Había algo hipnótico en ella, una tonalidad que lo atraía, que lo envolvía en un manto de calma y comprensión. Fue entonces cuando comenzó a escuchar, a realmente escuchar.
La voz le habló de cosas que él nunca había imaginado, de realidades que estaban más allá de su comprensión. Le reveló que su existencia no era accidental, que su vida, desde el primer momento, había sido parte de un plan más grande. No era un simple niño perdido en un desierto, sino una pieza en un juego cósmico, un actor en una obra de teatro que abarcaba todo el universo. Su papel, sin embargo, no era el de un héroe o un villano, ni siquiera el de un simple peón. Él era el bufón, el portador del caos, el agente de la imprevisibilidad. Su misión no era traer orden o justicia, sino desorden, caos y confusión. Y en ese caos, se encontraba la esencia de su existencia.
La revelación lo golpeó como un rayo. Al principio, se resistió a aceptarlo. ¿Cómo podía su vida ser un simple entretenimiento para fuerzas superiores? ¿Cómo podía ser que todo lo que había intentado hacer, todos sus esfuerzos por hacer el bien, no fueran más que una farsa, un malentendido? Pero cuanto más lo pensaba, cuanto más escuchaba a la voz, más sentido tenía. De pronto, todas las piezas de su vida encajaron. Sus fracasos, sus intentos fallidos de ayudar, sus poderes que siempre parecían volverse en su contra... Todo eso tenía una razón de ser.
La verdad era a la vez liberadora y aterradora. Por un lado, ya no tenía que luchar contra su destino. Ya no tenía que intentar ser algo que no era, ni cargar con la culpa de sus fracasos. Pero por otro lado, aceptarlo significaba renunciar a su humanidad, a la idea de que podía ser más que una marioneta en manos de un destino cruel.
La voz continuó hablando, explicándole su rol en el gran esquema del universo. Le dijo que su existencia era necesaria, que el caos que él traía al mundo era esencial para mantener el equilibrio cósmico. En un universo donde todo estuviera perfectamente ordenado y predecible, no habría lugar para la vida, para el cambio, para la evolución. Su papel era traer la chispa de lo inesperado, de lo irracional, y en esa chispa se encontraba el verdadero poder de la creación.
El niño se dio cuenta de que sus poderes, aquellos que había maldecido tantas veces, no eran defectuosos. Eran exactamente lo que debían ser. No estaban diseñados para crear o proteger, sino para destruir y desestabilizar. Y en esa destrucción, en ese caos, estaba la semilla de nuevas posibilidades, de nuevas realidades.
Finalmente, después de días, semanas, tal vez meses de lucha interna, el niño comenzó a aceptar su destino. Comprendió que sus intentos de hacer el bien siempre estaban destinados a fallar porque su poder no era para eso. Su misión en la vida no era la de un héroe o un salvador, sino la de un agente del caos, el catalizador de la imprevisibilidad. Y aunque esta verdad lo liberaba de sus fracasos pasados, también lo ataba a un destino del que no podía escapar. No podía ser otra cosa que lo que era. No podía luchar contra la naturaleza de su existencia.
Con esta nueva comprensión, el niño sintió que una pesada carga se levantaba de sus hombros. Ya no tenía que intentar ser algo que no era, ni tenía que cargar con la culpa de sus fracasos. Ahora sabía cuál era su propósito, y aunque ese propósito no era el que hubiera deseado, lo aceptó como una verdad inevitable.
Pero esta aceptación no fue un proceso inmediato. Al principio, la idea de ser un simple bufón en un juego cósmico lo llenó de amargura. Se sintió traicionado por la vida, por sus propios poderes. Quería rebelarse contra su destino, encontrar una manera de escapar de ese papel que le había sido asignado. Pero cuanto más luchaba contra esta idea, más se daba cuenta de que no había escape. No había otra opción más que aceptar lo que era, o perderse en una locura sin sentido.
Poco a poco, el niño comenzó a ver el mundo con nuevos ojos. Comprendió que el caos que traía no era necesariamente algo malo. Había belleza en la imprevisibilidad, en la destrucción y el renacimiento. Comenzó a experimentar con sus poderes de una manera diferente, no con el objetivo de arreglar o proteger, sino con la intención de crear algo nuevo a partir del desorden. Y en ese proceso, encontró una especie de satisfacción que nunca había sentido antes.
La voz en su cabeza continuó guiándolo, pero ahora era más un consejo que una orden. El niño había pasado de ser un peón pasivo a un participante activo en el juego cósmico. Comenzó a entender que, aunque su papel era el de un bufón, eso no lo hacía menos importante. Al contrario, su existencia era crucial para mantener el equilibrio en el universo. Sin el caos que él traía, el orden se estancaría, y sin el orden, el caos no tendría significado. Los dos eran necesarios, y él, el niño que alguna vez había intentado ser un héroe, ahora aceptaba con orgullo su rol en este ciclo eterno.
Ahora, con esa nueva comprensión, el niño se preparó para abrazar su destino. No sería un héroe, no sería un villano, pero sería algo mucho más interesante. Sería el bufón, el portador del caos, el que traería risa y destrucción en igual medida. Y en su corazón, sabía que esta era la verdadera libertad, la libertad de ser quien realmente era, sin ataduras, sin normas. Estaba listo para cumplir su rol en la gran comedia cósmica, sabiendo que, aunque su existencia fuera un juego para fuerzas superiores, él también tenía su propio poder, su propio control sobre su destino.
Y así, con una sonrisa en el rostro, el niño se lanzó de nuevo al mundo, no para salvarlo, sino para transformarlo. Porque en su caos, en su imprevisibilidad, se encontraba el verdadero poder de la vida, el poder de cambiar, de destruir y de crear. Y aunque su destino estaba sellado, sabía que, en el fondo, tenía la libertad de ser quien quisiera, de llevar el caos a donde él decidiera, y de hacerlo con la risa de un bufón, el bufón cósmico que sabía que, al final, todos somos actores en un espectáculo más grande de lo que jamás podríamos comprender.
Parte 4: El Niño que se Convirtió en Leyenda
Con su nueva comprensión del mundo y su papel en él, el niño comenzó a cambiar de maneras que pocos podrían haber anticipado. Ya no era un ser titubeante, asustado de sus propios poderes y atormentado por sus fracasos. Ahora, armado con el conocimiento de su verdadero propósito, se lanzó de lleno a la utilización de sus habilidades, experimentando con ellas de formas audaces, incluso peligrosas. Ya no le importaban los errores, ni las consecuencias de sus acciones. Su mente estaba libre de las ataduras morales que lo habían limitado antes, y en esa libertad, encontró un poder mucho más grande.
La audiencia invisible que alguna vez sintió como una carga ahora era su combustible. Cada paso que daba, cada acción que tomaba, estaba diseñada no solo para avanzar sus propios intereses, sino para satisfacer ese hambre de caos y destrucción que sentía latente en aquellos que lo observaban desde las sombras. Con cada uso de su poder, la energía que desprendía crecía en intensidad, convirtiéndolo en algo más que un simple niño perdido en un universo vasto y cruel. Estaba forjando su propio mito, una leyenda que resonaría a través de los tiempos.
Su primera gran actuación en este nuevo capítulo de su vida fue en una batalla que enfrentó a un ejército poderoso. El enemigo estaba liderado por cinco generales, cada uno con habilidades formidables y una reputación temida en todo el territorio. Dos de ellos eran mujeres, conocidas por su destreza táctica y su ferocidad en el campo de batalla, mientras que los otros tres, todos hombres, eran veteranos endurecidos por años de combate y estrategia.
El niño, con una precisión que pocos habrían esperado de él, decidió enfrentarlos de frente. Pero esta vez, no lo hizo con el objetivo de simplemente derrotarlos. Quería demostrar algo más, algo que nadie olvidaría. En una serie de movimientos rápidos y calculados, desplegó sus poderes con una frialdad y un control asombrosos. Era como si cada acción estuviera coreografiada, como si cada ataque, cada defensa, estuviera destinada a maximizar el impacto, no solo en el campo de batalla, sino también en los corazones y mentes de todos aquellos que lo observaban, ya fuera en persona o desde la distancia de su oscura audiencia invisible.
Uno por uno, los generales masculinos cayeron ante él. Su arrogancia se desmoronó ante la implacable fuerza del niño, y, sin oportunidad de defenderse, fueron eliminados. Los tres cuerpos yacían en el campo de batalla, reducidos a polvo por la despiadada determinación del joven.
Les siguieron los otros dos generales, las mujeres que, aunque lucharon con una ferocidad que pocas veces se había visto, no pudieron resistir el implacable avance del poder del niño. Pero en lugar de acabar con ellas, como muchos habrían esperado, el niño decidió tomar un enfoque diferente. Capturó a las dos generales, sometiéndolas a su voluntad. Cuando le preguntaron por su destino, él mintió descaradamente a sus superiores y a sus seguidores, afirmando que los cuerpos de las generales habían sido desintegrados, eliminados sin dejar rastro. Pero la verdad era mucho más oscura y retorcida.
Aisladas y derrotadas, las dos generales fueron sometidas a un proceso de manipulación mental y física que el niño ejecutó con una crueldad fría y calculadora. Les rompió la voluntad, minando sus resistencias hasta que no les quedó más remedio que someterse completamente a él. Para él, esto no era solo una victoria militar; era un espectáculo dentro de su gran obra, una pieza más en el tablero de su universo caótico.
Una vez que había logrado subyugarlas completamente, el niño no perdió el tiempo en desplegarlas en misiones cruciales. Envió a las generales a una misión extremadamente delicada e importante, una que requería infiltrarse en las filas enemigas y sabotear sus operaciones desde dentro. Para ellas, ahora meras sombras de lo que habían sido, cumplir esa misión no era solo una orden, sino una necesidad impuesta por la voluntad inquebrantable del niño.
La misión no solo fue un éxito, sino que también resultó en una ganancia inesperada. A través de sus generales, el niño logró establecer contacto con una figura importante en el bajo mundo, alguien que tenía conexiones que se extendían por todo el territorio y más allá. Este individuo, intrigado por la audacia y la eficacia del niño, le ofreció una suma considerable de dinero a cambio de sus servicios. El niño, viendo la oportunidad de expandir su influencia y recursos, aceptó sin dudarlo. El trato no solo le proporcionó una enorme cantidad de dinero, sino que también le aseguró un lugar entre las figuras más poderosas del submundo criminal.
Mientras tanto, en medio de todo este caos y poder creciente, el niño comenzó a experimentar algo inesperado. Entre aquellos que le seguían, había una mujer que despertó en él una curiosidad inusual. Ella no era como los demás, no se doblegaba fácilmente ni se dejaba llevar por la corriente. Su presencia era como un torbellino, fascinante e impredecible. Había algo en ella que lo intrigaba, algo que lo atraía de una manera que no había sentido con nadie más. A medida que pasaba el tiempo, su relación se fue profundizando, evolucionando desde una simple curiosidad hasta una conexión más íntima.
Aunque el niño, que ya no era un niño en absoluto, intentó mantener su mente clara y sus emociones bajo control, no pudo evitar sentir que esta mujer le ofrecía algo que había estado buscando sin saberlo. Ella lo desafiaba, lo cuestionaba, y en ese desafío, él encontraba un reflejo de la persona que alguna vez había sido. Sin embargo, aunque sus sentimientos por ella crecían, seguía ocultando las partes más oscuras de su alma. Las cosas que había hecho, los actos que había cometido en nombre del caos y el poder, eran secretos que no podía compartir, ni siquiera con ella.
Esta dualidad comenzó a pesarle. Por un lado, estaba el caos, el poder, la libertad absoluta que había encontrado en su nuevo rol. Por el otro, estaba la mujer que lo hacía recordar, aunque solo fuera por un momento, que alguna vez había sido más que un bufón cósmico, más que un simple agente del caos. Pero en su mente, sabía que la verdad eventualmente saldría a la luz. Sabía que no podía seguir ocultando lo que era, ni a sí mismo ni a ella.
El niño, ahora un joven que había abrazado su destino de manera plena, se dio cuenta de que su vida estaba en una encrucijada. Había creado una leyenda alrededor de su figura, había sometido a generales y había ganado fortunas gracias a su capacidad para manipular y controlar. Pero la parte de él que había encontrado consuelo en la compañía de la mujer, que había sentido algo más que simple deseo de poder, estaba en conflicto con su nueva identidad.
Sin embargo, el caos siempre encuentra una manera de prevalecer. En lo más profundo de su ser, el niño sabía que no podía escapar de lo que había elegido ser. Y aunque ese camino lo llevaría inevitablemente a más destrucción, a más caos, lo aceptó con la misma resolución que había aceptado su rol en el universo. Porque al final, él no era solo un niño. Era una leyenda en formación, una fuerza del caos que cambiaría el curso de la historia, para bien o para mal.
Parte 5: La Traición y la Promesa del Caos
El niño, que había dejado de ser un simple humano y se había transformado en algo mucho más complejo y peligroso, continuaba su camino de destrucción, dejando tras de sí un rastro de caos y desesperación. Su ascenso al poder había sido metódico y sin piedad, cada movimiento calculado con una precisión implacable. Pero detrás de esa frialdad y control, una tormenta oscura se agitaba en su interior, una tormenta que estaba a punto de desatarse con una furia que ni siquiera él mismo podría contener.
En los últimos momentos de su jefe, el hombre que había sido una figura clave en su vida, el niño demostró una vez más su falta de compasión. A medida que su superior yacía moribundo, con la vida escapándose de su cuerpo, una sonrisa arrogante se dibujó en el rostro del hombre. Con voz débil y entrecortada, le advirtió al niño que, aunque él fallara, su maestro, una figura aún más temible, se encargaría de él. Era una amenaza velada, un último intento de reafirmar su poder incluso en sus momentos finales.
Pero esas palabras no hicieron mella en el niño. Para él, ya no había amenazas que pudieran detenerlo, ni advertencias que pudieran infundirle miedo. Su respuesta fue rápida y sin emoción: sin más dilación, decidió poner fin a la vida de su jefe, cerrando otro capítulo en el espectáculo sangriento que había orquestado. Con ese acto, el niño sentía que había dado un paso más hacia su destino, liberándose de las últimas ataduras que lo conectaban con su antiguo yo.
Sin embargo, no mucho tiempo después, se encontró con un desafío que no había previsto, uno que provenía de la persona que menos esperaba. Su pareja, la mujer que había despertado en él sentimientos que creía enterrados, había descubierto lo que había hecho. Había rastreado cada uno de sus movimientos, usando sus propios contactos en las sombras, y ahora se plantaba delante de él, demandando respuestas. Su mirada estaba llena de una mezcla de dolor, confusión y determinación. No entendía cómo el niño, la persona en la que había depositado su confianza, podía haber traicionado todo lo que ella pensaba que representaba.
Con la voz temblorosa, pero firme, ella exigió saber por qué lo había hecho. Quería entender las razones detrás de sus acciones, por qué había elegido el camino de la destrucción y el caos en lugar de buscar algo más grande, algo más noble. Su mirada lo atravesaba, buscando en lo profundo de su alma alguna señal de arrepentimiento, alguna muestra de la persona que había conocido.
El niño, ya completamente transformado en un ser casi inhumano, escuchó sus palabras con una mezcla de indiferencia y molestia. Para él, sus acciones no necesitaban justificación. El espectáculo que había creado no tenía lugar para la moralidad, ni para las dudas. Todo lo que había hecho era necesario para cumplir con su papel, para mantener la obra en marcha. Sin embargo, al ver la desesperación en sus ojos, algo se agitó dentro de él. Durante un breve instante, recordó quién había sido antes, recordó la inocencia que había perdido y la conexión que alguna vez había sentido con ella.
Pero ese momento pasó rápidamente, reemplazado por una furia creciente. Molesto por la confrontación, y aún más por la idea de que alguien pudiera cuestionar su gran obra, el niño respondió con frialdad. Le preguntó, con voz cargada de ira, si ella lo estaba traicionando, si acaso quería arruinar todo lo que había construido. La pregunta no era solo un desafío, era una amenaza velada. En su mente, la posibilidad de traición era intolerable.
La mujer, con lágrimas en los ojos, no pudo contener más su dolor. Con una voz rota, le confesó que no podía seguir a su lado, no después de lo que había descubierto, no después de haber visto en lo que se había convertido. Ella lo había amado, pero no podía amar al monstruo en el que se había transformado. Sus palabras estaban llenas de tristeza, pero también de una resolución que cortaba como un cuchillo.
Cegado por la rabia y consumido por la oscuridad que ahora dominaba su ser, el niño tomó una decisión en un arrebato de furia. Con un poder que parecía infinito, la asesinó allí mismo. Su cuerpo cayó al suelo, y con ella, la última chispa de humanidad que quedaba en él se extinguió. Sus últimas palabras resonaron en la mente del niño, cargadas de un pesar profundo y amargo. "No debiste traicionarme", le dijo, como si esas palabras fueran una justificación suficiente para lo que acababa de hacer.
Pero mientras se alejaba del lugar, el vacío dentro de él creció. El asesinato de la mujer que había significado algo para él no le trajo la satisfacción que había esperado. En lugar de sentir alivio o triunfo, solo sintió un dolor sordo, una herida que no podía cerrar. Aunque ignoró la verdad en su interior, la realidad era clara: no había sido ella quien lo había traicionado. Habían sido sus propias acciones, su propio deseo insaciable de control y caos, las que habían destruido la única cosa que aún lo conectaba con su antigua humanidad.
Con su mente consumida por la oscuridad y su corazón endurecido por el dolor, el niño, ahora un ser imparable, hizo una promesa. Se dirigió a la audiencia invisible que siempre había sentido observándolo, esos seres en las sombras que se alimentaban de su caos. Con voz cargada de ira y determinación, prometió que sus enemigos sufrirían como él había sufrido. Les juró que todos aquellos que se atrevieran a enfrentarlo pagarían el precio de la traición que él había sentido. Ignoraba completamente el hecho de que había sido él mismo quien había sembrado las semillas de su propia destrucción.
Y así, el niño, transformado en un titán del caos, se alejó del cadáver de la única persona que había sido capaz de despertar algo en él. Se lanzó de nuevo a su espectáculo sangriento, prometiendo que el dolor y el sufrimiento que él había sentido serían multiplicados y devueltos a aquellos que se cruzaran en su camino. Pero en el fondo, en lo más profundo de su ser, sabía que ninguna venganza podría llenar el vacío que había creado en su propia alma.
Parte 6: El Final De La Guerra
El tiempo siguió su curso, y el niño, que ya no era más que una sombra del inocente que había sido, se convirtió en un comandante temido en todo el cosmos. Su nombre era sinónimo de terror, y su reputación se había forjado a través de innumerables actos de brutalidad y devastación. A medida que la guerra que había comenzado se intensificaba, el niño la dirigía con una furia desatada, como si cada batalla fuera una oportunidad para descargar su odio sobre el universo que lo había traicionado.
El conflicto se había extendido por incontables mundos, y el niño había llevado a su ejército a la victoria una y otra vez, dejando a su paso un rastro de muerte y destrucción. Con cada nuevo triunfo, su poder crecía, al igual que su desprecio por aquellos que se interponían en su camino. Ya no había lugar para la compasión ni para la misericordia en su corazón endurecido. Solo quedaba la fría determinación de arrasar con todo a su paso, de hacer sufrir a sus enemigos como él había sufrido.
Finalmente, llegó el momento de la última batalla, la confrontación que decidiría el destino de todo lo que había construido. El escenario era un planeta devastado, donde las cicatrices de la guerra eran visibles en cada rincón. Los cielos estaban oscurecidos por el humo de las ciudades en llamas, y el suelo estaba cubierto de los cuerpos de los caídos. El bando enemigo, reducido a los restos de un ejército agotado, estaba acorralado en una última posición defensiva. A su lado, civiles desesperados se habían armado con lo poco que pudieron encontrar, dispuestos a dar su vida en una lucha que ya sabían perdida.
El niño observaba la escena desde lo alto de una colina, su mirada fría y desprovista de emoción. Su ejército, inmenso y poderoso, se extendía a lo largo del horizonte, una marea imparable de soldados y máquinas de guerra. El contraste entre los dos bandos no podía ser más marcado: mientras sus fuerzas avanzaban con disciplina y precisión, el enemigo se tambaleaba, desmotivado y desesperado. Los civiles, empuñando armas obsoletas y herramientas improvisadas, sabían que estaban condenados, pero aun así se mantenían firmes, luchando por algo que el niño había perdido hacía mucho tiempo.
Con un gesto silencioso, el niño dio la orden de avanzar. Sus tropas se lanzaron sobre el enemigo con una ferocidad desmedida, como lobos hambrientos que se abalanzan sobre una presa moribunda. La batalla fue un caos sangriento, un espectáculo de destrucción en el que no se dio cuartel. Los soldados enemigos, ya desmoralizados, cayeron uno tras otro bajo la lluvia de fuego que se desató sobre ellos. Los civiles, a pesar de su valentía, no fueron rival para las fuerzas implacables del niño. Fueron masacrados sin piedad, sus cuerpos despedazados por la maquinaria de guerra que arrasaba con todo a su paso.
En medio de la batalla, el niño se abrió paso entre las filas enemigas, un huracán de muerte que no dejaba nada a su paso. Sus poderes, ahora dominados con una precisión letal, eran una extensión de su odio. Desataba rayos de energía que incineraban a sus oponentes, levantaba paredes de fuego que consumían todo lo que tocaban, y con un simple gesto, lanzaba a decenas de soldados por los aires como si fueran juguetes rotos. No había nada que pudiera detenerlo, y sus enemigos, conscientes de ello, luchaban con una mezcla de terror y resignación.
A medida que la batalla alcanzaba su clímax, la desesperación del enemigo se hacía más evidente. Los soldados, agotados y desmoralizados, apenas podían sostener sus armas, y los civiles que aún sobrevivían se escondían entre los escombros, esperando el final que sabían inevitable. El niño, en cambio, se movía con una calma espeluznante, como si todo esto fuera simplemente un trámite, una formalidad en su ascenso al poder absoluto. Su mirada, vacía de cualquier rastro de humanidad, reflejaba solo una cosa: la certeza de la victoria.
Finalmente, después de tres intensas batallas, el enemigo fue completamente aniquilado. No quedaba nada más que la devastación. El campo de batalla, que alguna vez había sido una ciudad llena de vida, ahora era un cementerio, cubierto de escombros y de cuerpos destrozados. El niño se alzó como el vencedor, su figura imponente destacando entre las ruinas. Pero a pesar de todo su poder y de todas sus conquistas, en el fondo de su ser sabía que nunca podría escapar de la verdad que lo atormentaba.
Mientras su ejército celebraba la victoria, el niño se quedó solo, contemplando el escenario de destrucción que él mismo había creado. A su alrededor, los ecos de la batalla aún resonaban, mezclándose con los gritos de dolor de los moribundos. Pero para él, esos sonidos no significaban nada. Solo eran el telón de fondo de su espectáculo, uno que había llevado demasiado lejos.
En ese momento de triunfo, una sensación de vacío lo invadió. Sabía que, aunque había ganado la guerra, había perdido algo mucho más valioso. La audiencia invisible que lo había observado desde el principio, esa fuerza que lo había convertido en un bufón cósmico, seguía presente, alimentándose de su sufrimiento. No importaba cuántas victorias acumulara, ni cuántos enemigos destruyera; siempre estaría atrapado en ese ciclo interminable de caos y destrucción.
Con una última mirada a las ruinas de la batalla, el niño hizo una promesa a sus espectadores invisibles. Les juró que sus enemigos sufrirían como él había sufrido, que les haría pagar por todo el dolor que había sentido. Ignoraba, o quizás se negaba a aceptar, que el verdadero enemigo estaba dentro de él mismo, en su incapacidad de escapar del destino que él mismo había forjado.
Y así, con el peso de su propia oscuridad sobre sus hombros, el niño se alejó del campo de batalla, dejando atrás una estela de muerte y desolación. Sabía que la guerra había terminado, pero la batalla dentro de él apenas comenzaba. Y mientras sus soldados lo aclamaban como un dios de la guerra, él no podía evitar preguntarse si alguna vez encontraría la paz que tanto anhelaba, o si estaba condenado a ser un prisionero de su propia creación, un bufón en un espectáculo que nunca tendría fin.
Epílogo: El Fin
El niño, ya convertido en una figura legendaria y temida, observaba desde su trono el mundo que había conquistado, sumido en un perpetuo caos. Los años habían pasado desde la guerra, y aunque su poder seguía creciendo, una sensación de vacío comenzó a asomarse en lo más profundo de su ser. En un principio, esa sensación la atribuía a la ausencia de enemigos dignos de enfrentarlo. Sin embargo, con el tiempo, comprendió que era algo mucho más profundo.
Mientras caminaba por los pasillos del palacio de sus antiguos enemigos, recordaba las vidas que había destruido, los gritos y súplicas de aquellos que una vez se habían atrevido a desafiarlo. Pero eran las voces de las mujeres que torturó y rompió lo que se clavaba en su mente, especialmente el recuerdo de su amada. En un acto de pura diversión y crueldad, él mismo la había destrozado, ignorando sus súplicas, cegado por su deseo de poder y control. Fue entonces cuando comprendió, muchos años después, la magnitud de su error.
En las noches, la imagen de su amada lo atormentaba. La había matado sin más, con la misma frialdad con la que había destruido reinos enteros. Recordó sus últimos momentos, cuando la vio mirarlo con esos ojos llenos de miedo y tristeza, aquellos mismos ojos que una vez lo habían mirado con amor y esperanza. Pero, en su momento de mayor oscuridad, no pudo ver lo que estaba sacrificando. Ahora, cada rincón del palacio y cada estrella en el cielo le recordaban el abismo en el que se había hundido.
Después de tantas conquistas, después de tantas victorias, una verdad amarga se reveló ante él: todo lo que había hecho no era más que un ciclo interminable de destrucción. Se había traicionado a sí mismo, y, peor aún, a aquellos que alguna vez significaron algo para él. La diversión, el espectáculo, ya no tenían sentido. Solo quedaba la amarga realización de que había sido un bufón en su propia obra trágica, sacrificando todo lo que era por un poder vacío.
Finalmente, decidió que no podía permitir que sus acciones quedaran sin consecuencias. No podía dejar que lo que había creado, ese mundo de caos y destrucción, continuara existiendo. En el fondo, sabía que había una forma de revertirlo todo, de deshacer el daño que había causado. Recordó sus poderes, los mismos que lo habían llevado al borde del abismo, y supo que podía usarlos una última vez.
Con determinación, el niño decidió destruir todo lo que había construido. Cada reino que había conquistado, cada ciudad que había reducido a cenizas, todo sería deshecho. Se enfrentó a su propia creación, y con un acto de sacrificio supremo, comenzó a desmantelar todo lo que alguna vez había representado su poder. Pero no era suficiente. Sabía que la única forma de realmente expiar sus pecados era mediante su propia destrucción.
El precio sería alto, pero estaba dispuesto a pagarlo. Con sus poderes, decidió revivir a su amada, la única persona que había intentado salvarlo, la única que le había mostrado una luz en medio de tanta oscuridad. Sabía que ella merecía una segunda oportunidad, una vida lejos del caos que él había desatado. Sin embargo, para traerla de vuelta, tendría que sacrificar su propia vida. Y lo haría sin dudar.
En un ritual cargado de energía cósmica, el niño usó su propio ser como catalizador para deshacer su legado. Mientras su cuerpo se desintegraba en pura energía, vio cómo su amada comenzaba a despertar de entre las sombras de la muerte. Su rostro, antes marcado por el dolor, ahora parecía en paz. Ella abriría los ojos en un mundo nuevo, libre de la destrucción que él había causado, sin ningún recuerdo del horror que había vivido.
Finalmente, el niño, quien alguna vez fue el titán del caos, sintió cómo su propia existencia se desvanecía. Sabía que no habría retorno, que su vida y su poder desaparecerían para siempre. Pero en ese último instante, mientras el universo lo reclamaba, sintió una paz que no había experimentado en años. Había corregido su mayor error.
El espectáculo había terminado, y con él, el fin de su reinado. En su sacrificio, había traído la redención para su amada y para el mundo. Y en el olvido, el niño que alguna vez había gobernado con puño de hierro, encontró finalmente la paz que tanto había anhelado.--------------------------
Queridos seguidores y lectoras de *El Invocador [algo no está bien en esta historia]*,
Hoy quiero tomarme un momento para dirigirme a todos ustedes desde el corazón, con una sinceridad que siento les debo después de estos meses de ausencia y de incertidumbre respecto a mis proyectos. Como muchos sabrán, he pasado por momentos en los que mi inspiración ha flaqueado, donde la dirección creativa que en un principio parecía clara se desdibujó, dejándome con muchas dudas sobre cómo seguir adelante.
Cuando comencé a trabajar en *El Invocador [algo no está bien en esta historia]*, la idea principal era crear una narrativa en formato de cuento. Pensaba que sería interesante que el protagonista rompiera la cuarta pared constantemente, como si estuviera consciente de que formaba parte de una historia y hablara directamente con el lector. Quería darle ese toque humorístico y peculiar que muchos de ustedes han disfrutado en otras de mis obras, algo que mantuviera una conexión constante entre la narrativa y el lector. Sin embargo, con el paso de los días, empecé a notar que esa idea que inicialmente me había entusiasmado ya no me convencía tanto.
Lo que había empezado como un concepto emocionante se fue convirtiendo en una carga. Sentí que esa dirección no era suficiente para lo que yo quería lograr. Poco a poco, empecé a preguntarme si debía anular la publicación de la historia o simplemente dejarla en el olvido. Esos pensamientos me atormentaron durante semanas. A veces incluso consideré borrarla por completo, ya que me sentía desanimado por no poder darle el enfoque adecuado que la historia merecía. Era una lucha interna que me resultaba difícil de explicar, pero estoy seguro de que muchos de ustedes, creativos y escritores, entenderán a lo que me refiero.
Con el tiempo, llegué a la conclusión de que dejarla abandonada no era la respuesta. Había invertido demasiado esfuerzo y amor en el proyecto como para simplemente borrarlo. No es fácil lidiar con esa sensación de que algo en lo que pusiste tanto empeño no está resultando como esperabas. Pero después de darle muchas vueltas y reflexionar profundamente, hoy, 2 de octubre de 2024, decidí que en lugar de eliminar todo lo que había creado, era mejor volver a publicar el primer capítulo, pero esta vez dejándolo como un *one-shot*. Un cierre momentáneo, sí, pero también un nuevo comienzo.
Esta disculpa que están leyendo ahora forma parte de ese intento por cerrar un ciclo que no me ha dejado en paz durante meses. Quiero disculparme sinceramente por las decisiones que tomé respecto a la estructura original de la historia, y también por mi ausencia prolongada en este proceso. Sé que algunos de ustedes estaban esperando actualizaciones, nuevas entregas y más contenido, y siento que, en cierto modo, les fallé. Es una sensación amarga, y créanme, me ha pesado mucho durante este tiempo.
Quiero ser completamente transparente: la historia que tenía en mente no encajaba del todo con lo que finalmente me propuse. Y es que, como suele suceder en el proceso creativo, las ideas evolucionan, cambian, y a veces nos llevan por caminos que no esperábamos recorrer. En mi caso, la historia de *El Invocador* comenzó a transformarse en algo mucho más profundo y complejo de lo que inicialmente había planeado. La idea del protagonista rompiendo la cuarta pared, aunque en su momento me pareció divertida y fresca, comenzó a sentirse fuera de lugar en el contexto más amplio que quería construir.
Pero hay algo más que quiero compartir con ustedes sobre este proyecto. El personaje principal, como algunos de ustedes ya sabrán, reencarna en Grievous. Este detalle no es casualidad, y no nació simplemente de la nada. De hecho, viene de un *role-play* en el que he participado y que tiene un significado especial para mí. Es un elemento que realmente quiero profundizar, no solo porque me permite explorar aspectos de Grievous que no siempre son evidentes, sino porque siento que hay un gran potencial para darle a esta historia un contenido histórico mucho más rico.
Mi objetivo, a partir de ahora, es desarrollar más a fondo la historia, pero desde un enfoque diferente. Quiero darle al personaje principal y a su reencarnación un trasfondo más complejo, explorar su evolución y cómo ha llegado a donde está. Este proceso de reencarnación en Grievous me resulta fascinante y me ha dado un nuevo impulso creativo. Quiero asegurarme de que esta historia tenga una base sólida y que, en lugar de ser un proyecto sin rumbo, se convierta en algo que los atrape, que los mantenga interesados y que me permita mostrarles lo que verdaderamente quería hacer desde un principio.
Entiendo que muchos de ustedes estaban esperando más capítulos, y lamento profundamente no haber podido cumplir con sus expectativas en este tiempo. La realidad es que, durante estos meses, me ha costado mucho encontrar la inspiración adecuada. Ha sido difícil mantener la mente enfocada y creativa cuando a veces te invade la duda. Y debo ser honesto con ustedes, ha habido momentos en los que sentí que, en cualquier momento, podría fallarles.
Esa sensación de duda y miedo al fracaso es algo con lo que he luchado constantemente. Sé que cada escritor pasa por momentos en los que no se siente capaz de crear, de continuar o incluso de cumplir con las expectativas que otros tienen sobre él. Y aunque me esfuerzo al máximo por seguir adelante, he tenido esos días en los que me siento abrumado. Hay veces en las que me pregunto si seré capaz de mantener el nivel que ustedes esperan de mí. Es una lucha interna, y aunque no siempre es fácil, quiero que sepan que siempre intento mantenerme inspirado y seguir adelante, a pesar de esos momentos de incertidumbre.
Dicho esto, quiero que sepan que no he abandonado mis proyectos ni a ustedes, mis queridos seguidores. A veces, necesitamos dar un paso atrás para poder avanzar con más fuerza, y creo que este proceso, aunque ha sido difícil, me ha ayudado a ver las cosas con más claridad. *El Invocador* aún tiene mucho por ofrecer, y estoy comprometido a seguir trabajando en él con toda la dedicación que merece. Espero que puedan entender mi situación y que me sigan acompañando en este viaje creativo.
Para cerrar, me gustaría pedirles un favor: continúen siendo pacientes conmigo. La escritura es un camino lleno de altos y bajos, y aunque estos últimos meses han sido complicados, estoy decidido a seguir adelante. Les prometo que no me rendiré, y aunque pueda haber pausas en el camino, siempre volveré con nuevas ideas y nuevas historias que compartir con ustedes.
Gracias por su apoyo incondicional y por seguir a mi lado, incluso en estos momentos de duda y silencio. No hay nada más valioso para un escritor que una comunidad de lectores apasionados, y ustedes son exactamente eso para mí.
Con mucho cariño y gratitud,
Ramiro (ElJokerdelUNO)
Espero que les haya gustado
voten compartan y hasta la proxima
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