30.
«Si no sois un cazador, ergo, aquel no es vuestro rey»
ACTO I
Cruza el círculo de setas. El corazón palpita al borde de la herida, que con cada movimiento por los obstáculos en el sendero escuece con fuerza. La imponente arboleda bañada en rojo y naranja enreda sus raíces hasta hacerla caer, pues incluso la vegetación en aquel reino es depredadora de hombres. Parecía que no había respirado en todo este tiempo cuando de un segundo a otro, las botas se hundían en la nieve y en su esfuerzo por sacarlas no hacía más que jadear. Solo entonces cae de rodillas, intercambiando el ardor del fuego con el que provoca el hielo sobre la piel al desnudo y comienza a llorar. Blanca y suave, se tinta de carmín cuando con la mano con la que se toma el brazo, sostiene su cuerpo sobre la superficie nevada.
Nadie corre tras ella.
Ni enemigos.
Pero tampoco amigos.
Na Eun escuchaba aún al viento cortarse por las flechas del rey demonio y su ejército de perversos... ¿o era solo su imaginación? Estaba tan lejos que dudaba que los arqueros llegasen hasta el pie de las montañas. Había cruzado el círculo de setas, estaba segura. El rey demonio no se atrevería a faltar a Los Acuerdos, ¿no es cierto? no eran capaces, ¿no es así? Pronto los cascos de los caballos sonaron a la derecha y a la izquierda. Y vio sombras. Únicamente sombras. Los cazadores de Verx la tenían rodeada.
Presa del pánico y la rabia se tapó los oídos. Sintió el pecho caliente; las piernas débiles y el aliento fragoso.
—¡Ya basta! —sollozó—. ¡Por favor, piedad!
Sin embargo, los abrigados guantes y las capas de piel de lobo gris le hicieron saber que había llegado a casa. El jinete tiró de la rienda e hizo retroceder a su caballo un par de metros. Los cascos susurraron amortiguados por la nieve. Entonces desmontó y cubrió a la muchacha con un abrigo.
La pesadilla había terminado.
Más tarde ese mismo día, la herida y agotada muchachita se encontró bajo un techo que resultó familiar gracias a los emblemas de los líderes Platinenses. Un fogón cálido devolvía poco a poco la movilidad en sus huesos. Pronto comenzaban a notarse las heridas que había obtenido. El calor en batalla desaparecía y con él, sus sedantes.
Cuando llegaron a curarle las heridas, gruñó un par de veces a los dos jovencitos que le atendían.
—Tuviste suerte de que la flecha no alcanzara el hueso —exclamó una de las médicas de la aldea, de esas mujeres que tienen las muñequeras pronunciadas porque casi no sonríen. Nunca fue una persona muy alegre. No sueles ser muy alegre cuando ves morir a compañero tras compañero en incontables guerras. En algún punto te dejabas aplastar. Cualquier persona con un poco de razón, con un poco de humanidad, lo haría. Al menos ese era el justificante que daba a la forma tan insensible con la que solía tratar a sus pacientes. La vida tiene el puño pesado, pero si quieres beber de ella te aguantas los golpes—. No está quebrado.
—Aleluya —exclamó con ironía—. No puedo con tanta buena fortuna.
Le perdonaron el sarcasmo por la herida. La médica había ya preparado su esponja soporífera, un paño empapado con una mezcolanza de opio, jugo de moras amargas y semillas de lechuga. Na Eun le gruñó de igual forma cuando pegó el trapo de forma amable pero inflexible para que lo respirase. Aún se escuchaban las pisadas inquietas de los aldeanos a las afueras de la cabaña cuando Na Eun apretó los labios e hizo amago de quitársele del camino a la anciana. La noticia los había conmocionado. Cada que regresaba un herido el pueblo parecía inquieto.
—No me duermas, mujer —demandó, aterrada de que todo fuera un sueño y despertar de nuevo dentro de las jaulas de cobre morado. Estaba a la defensiva todavía. La muchacha joven dedicó una mirada apenada a sus acompañantes y retrocedió con lentitud—. ¿Conseguimos lo suficiente?, ¿sobreviviremos al invierno?
—Guarda silencio —exclamó la médica, una mujer mayor de largos cabellos grises y opacos—. Tenemos algo. Estaremos bien.
—Necesitaba verte con mis propios ojos, de otra forma no podría creer que hiciste algo tan estúpido. —Si bien entró en la carpa, Hong Ji Soo comenzó a blasfemar en contra de los indeseables cazadores. Su capa se arrastraba por todo el piso. Casi que derriba a la anciana médica con tal de llegar a su guerrera—. ¡Mírate!
—Le llamaron indulto, Jefe Hong —dijo la muchacha de inmediato, siguiendo con ojos suplicantes a su líder—. Algo hizo fallar al rey demonio cuando me disparó ¡y el muy bastardo le llamó indulto!
Si tan solo el verdadero jefe estuviese aquí, nada de esto estaría pasando. El pueblo comenzaba a desesperarse y ya no podía evitar que actuasen por su cuenta. Hong Ji Soo, un hombre corpulento pero de rostro triste inspeccionó las heridas de la muchacha tan solo de reojo. No pudo ni imaginarse lo que pasó con el otro chico. Las heridas en Na Eun eran todas al ras de piel.
—No, esa gente no falla con su arco. Eso es lo que les tiene el orgullo tan inflado. Te dejó viva a propósito, quizá como advertencia —concluyó de inmediato.
Pero no era cierto, Jeon IV no estaba interesado en amenazar. Era más de los que actuaban sin previo aviso. Si la chica estaba viva, fue por un error involuntario. Al rey de Verx no le interesaba dejar vivos a algunos montañeses para que fuesen a dar una advertencia, él genuinamente creía que les dedicaba un acto de bondad al darles la oportunidad de huir. Criado para sentir que todo lo que estaba sobre la tierra le pertenecía, no pensaba siquiera en que necesitase advertir a los demás sobre lo que les haría y lo que no. Su absolutismo y habilidad como guerrero siempre respaldaron sus acciones, pues, "si no estaba hecho para someter, ¿por qué los cielos le habrían dado la capacidad?". Aquel pensamiento verxian se extendía, no solo entre los cortesanos del castillo, sino a todo el ahora mal llamado Imperio Verxian.
Y eso a los demás pueblos, los ponía de los nervios. Quizá era esa la razón por la que preferían mantenerse al margen de lo que hiciesen con sus costumbres y ceremonias.
Sin embargo, existían aquellos que, cansados de los abusos y las carencias, hacían hasta lo imposible para sobrevivir, así fuera metiéndose en el camino por donde transita el diablo. La imprudencia más notable, era la elevación de alimento, que consistía en bajar hasta el Bosque Negro, —cuyo nombre había tomado gracias a que las grandes copas de los árboles no dejaban entrar el sol para que más vegetación creciese debajo— y cazar a los animales que sobrevivían arrancando las cortezas de los cedros y bebiendo de los pequeños riachuelos que desembocaban en Río Calais. El problema con esta práctica era que todo lo comprendido a partir de las faldas de las Montañas Congeladas, es decir, el bosque entero, pertenecía a territorio verxian; y que ninguno de esos malnacidos ni su cruel rey permitirían a otros tomar las "bendiciones" que consideraban suyas.
La misma existencia de aquel nefasto reino perjudicaba a todos a su alrededor.
—Moon Soo, él... no lo logró —sollozó la chica—. Fue tan imprudente. Pero ustedes lo conocían bien, no iba a quedarse callado. Le dijo muchas cosas al Rey Demonio —Las heridas frescas en el rostro de la chica y la suciedad en su piel eran limpiadas con un paño húmedo, pero ningún remedio le quitó la tristeza y la frustración de sentirse tan atrapada como todos los demás en su pueblo. Atrapados en las montañas, en donde el alimento no hace más que escasear. Y con cada año se vuelve peor.
—¿¡Qué mierdas tienen esos malditos en la cabeza?!, ¡Si son dueños de esas tierras es porque sus ancestros las robaron!, ¡no pueden confinarnos en las montañas como si fueran los dueños del mundo!,¿o sí?
Los guerreros que entraron a la campaña de curaciones atraidos por el griterío de la muchacha comenzaron a opinar también, indignados hasta los huesos por la manera en la que les habían devuelto a "uno de los suyos".
Y pronto comenzaron las discusiones.
—¡Tenemos que ponerles un alto!, ¡cómo se atreve ese maldito verxian! Nombrarse a sí mismo Emperador de Pántagos. Sin duda no es más que un arrogante necesitado de atención, ¡como todos los Jeon!
—No iniciaremos una guerra contra Verx. ¿Acaso olvidas lo que sucede con quienes van en contra de ese reino de locos? No tienen piedad, ni tampoco honor en la guerra. Destrozarán todo y si perdemos, no nos darán la indulgencia de ser prisioneros después.
—Pues mejor morir peleando que vivir subyugados a malnacidos como ellos.
—Habla por ti. Pero no solo comprometemos nuestro futuro, sino el de todos los Platinenses. Si te estás preparando para en el futuro tomar la Corona Guía no puedes permitirte ser impulsivo.
—¿Qué hay del Reino de las Mujeres?, ¿qué están haciendo esas holgazanas?, En verdad piensan quedarse subyugadas para siempre a ese reino de bastardos. No puedo creerlo.
—Nadie esperaba el fallecimiento de la Reina Azhu. La sucesora decidió aceptar la propuesta del Rey Demonio para protegerse, no solo de Verx, sino de todos nosotros. Tuvo miedo de que nos sobrepasemos con ellas.
—Si no es nada tonta esa maldita zorra. HoYeon Jung se fue con el león más fuerte.
—¡Los verxian no son más fuertes que nosotros! —platinenses jóvenes soltaban comentarios con ofensa, ¿cómo era posible que sus mismos dirigentes pensasen de esa forma tan mediocre de su propio pueblo?—. Pero es verdad que siempre se les ha dejado hacer lo que quieren. El ego inflado es lo único que tienen a su favor.
—En primer lugar, Moon Soo no debió liderar una campaña para elevar alimento —exclamó el Guía—. No era tiempo, y no fue una operación bien planeada, ha actuado con impulsividad y he aquí las consecuencias.
—¿Acaso justifica la barbarie de los verxian?
—Por supuesto que no. Pero ha sido imprudente de su parte exponerse de esta forma ante el enemigo.
—¡Moon Soo hizo lo que creyó correcto, al igual que todos los que estábamos en la cordillera! Y creo que eso es mejor, que solo sentarnos aquí a esperar que por arte de magia no muramos de hambre hasta que las Ceremonias paganas de esos malditos terminen. ¡Cada puto año es lo mismo! Salen de su castillo para hacer sus estupideces desde el otoño hasta la primavera y nosotros debemos pasar calumnias durante todo el invierno.
—Na Eun dijo... dijo que algo hizo fallar al rey demonio cuando le disparó. ¿Qué fue?, ¿estaba distraído?, ¿se ha vuelto incompetente?
—No, él... No lo recuerdo bien. Todo pasó tan rápido. Lo siento. Pero...
—¿Estará perdiendo la vista?, ¿la movilidad de sus manos?
—¡Tan solo estornudó, mierda! A veces olvidan que también es un ser humano como cualquier otro. No habrá sido más que un movimiento involuntario.
—¡Ahí está!, ¡lo tengo!
—Qué, ¿qué se te ha ocurrido?
—Lo que da fuerza a Verx, es su rey, ¿no es cierto?
—Muchas cosas dan fuerza a ese estúpido reino del averno, pero Jeon IV es la ofensiva y defensiva, definitivamente. Bueno, él, sus Perversos y sus Asterios.
—Yo... Pude escuchar algo de los mismos verxian. Al parecer uno de sus tantos enemigos ya se ha filtrado en Verx.
—¿Qué quieres decir?
—Escuché a uno de los locos. Clamaba con orgullo lo que ese rey de demonios les haría a los traidores que habían construido "aquello".
—¿Qué?, ¿de qué se trata?, ¡habla ya, mujer!
—Crearon una red de pasadizos, del exterior hacia la capital de Verx. Tan angosto como para que solo un hombre pase a la vez. Pero lo suficiente para un ejercito hecho fila, cargado de armas y odio hacia esa tierra abusadora. Tan solo debemos encontrar uno... Entonces podremos entrar. Y una vez dentro...
Habló con la voz vuelta un susurro por miedo a que el viento y las hojas de otoño llevaran su plan hasta el Rey de los Perversos. Sus compatriotas le escucharon con atención.
—Esta es la proposición de una guerra sucia, Na Eun. Muy sucia.
—¿Y crees que una guerra con los verxian podría ganarse de otra manera?
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ACTO II
Abandonaba los aposentos de su señor mientras aún yacía en el más pacífico de los sueños. Tenía la camisa abierta y los brazos laxos a los costados, a la altura de la cabeza. Tae Hyung se permitió acercarse solo un poco para observarle. Dormía tan plácidamente. El cabello revuelto y los labios rojizos sobresalían aún más que los pequeños murmullos que exclamaba entre sueños. Motas de rubor natural bañanan sus mejillas lisas. Aproximó la mano derecha para quitar un mechón largo que obstruía su rostro, fue gentil en todo momento. Delineó su rostro apenas tocándole y bajó hasta su barbilla y después por su cuello blanco en donde un gran lunar coronado por un moretón ocasionado por sus labios se posaba cual tatuaje de posesión. Parpadeó con lentitud e impasible ante su señor. Él, representaba el todo, la unidad, aquello que se sabe indivisible y fundamental.
—Sine qua non —el susurro que sale de su garganta rompe por un segundo el polvo del silencio. Luego le sigue el suspiro que, innegable, Jeon le arrebata desde lo más profundo.
Pronto, ve al medallón subir y bajar a la par de su pecho amplio. El rostro frío de aquel calaíta se apacentó sobre esa figura. Latón. Nada más que latón. Tomó entonces una gran bocanada de aire y se levantó casi en contra de su voluntad. Tomó la caracola con los orbes brillantes y la cubrió con la cúpula de cristal. Compuso su postura, pues comenzaba a encorvarse como cada vez que su señor le hacía flaquear acerca de sus propósitos. Dio una reverencia a su rey dormido, a penas flexionando las rodillas hacia abajo y se retiró.
Caminó erguido por los pasillos del Celeste rumbo a sus aposentos en el Pabellón de los Favoritos, al pasar por la puerta del harén, las muchachas se pegaron como desagradables e imprudentes moscas en épocas de lluvia para ver lo que traía en las manos. Volvieron los ojos hacia el cielo. Otro obsequio. La envidia recorrió sus venas con cada latido que propinaban aquellos irritados corazones. Lo que darían por un obsequio de su amo, por más mínimo que fuera, así su amor las convirtiese poco más que limosneras. Más adelante, se encontraba el ala de los bufones. Una preciosa edificación conectada con el castillo, con un jardín interno y seis habitaciones. Los saludos cordiales y los buenos días se limitaron a miradas fugaces y movimientos rápidos para quitarse el camino del favorito, quien avanzaba con más ligereza que de costumbre.
No pudo quedarse a su lado aquella mañana. Anfitriona necesitaba de su instrucción o estaba seguro de que se sentiría abandonada. El gremio debía sentirse en complicidad con él si quería su apoyo. Tae Hyung estaba decidido a hacerles sentir que se había convertido en su salvador. Por eso es que abandonó los aposentos del rey y se encaminó hacia la primera planta del Celeste, dispuesto a internarse de nuevo en el Mercardo de Bestias.
Aún había mucho que arreglar.
—Señor Tae Hyung —exclamó al tiempo en que hacía una ligera reverencia.
—Mazhar Park —susurró el bufón, extrañado por el llamado del joven cortesano. Con ademanes cordiales colocó una mano en la boca del estómago y en un ademán amplio le saludó. Los diminutos cascabeles de su traje susurraron por su encuentro.
—No había tenido la oportunidad de felicitaros por vuestro ascenso como Kanun. Su Majestad debe estar muy complacido con vuestro trabajo. Os he visto en la tarima la otra noche y solo entonces entendí por qué nuestro Señor os tiene en tan buenos términos. —El bufón aguardó en silencio, intentando percibir segundas intenciones en sus palabras, y aún así bajo la cabeza en un ademán suave, como agradeciendo el cumplido—. ¿Quién ha sido quien os ha posicionado como Kanun?, ¿Quién se ha llevado el botín a la bolsa?; ¿ha sido Dak Ho?, ¿O acaso ha sido Ferrand?
—¿La respuesta importa?
—Así que Ferrand ha traicionado a Solar —exclamó Ji Min, quien mantenía al tiempo en que soltaba sus palabras, la amplia sonrisa a la par que ojos brillantes en ámbar, tan dulce como convenenciero—. Qué hijo de puta. Mira que llenarle la cabeza a esa niña con que sería Favorita y a último minuto desecharla... Incluso para un verxian como nosotros, eso es caer bajo.
En sus palabras parecía lamentarse, pero la sonrisa que se vio incapaz de ocultar le delataba.
—El señor Ferrand no tenía a una protegida entonces. Esta rosa no le ha quitado el puesto a nadie. A donde llame el Solei, rosa irá. No hay en el corazón de rosa intención de molestaros.
Mazhar Park sonrió solo un poco divertido.
—Tranquilo, hombre que no voy a arrojaros a los cerdos carroñeros. No hay necesidad de que seáis tan rudo conmigo, no soy vuestro enemigo.
Pero Tae Hyung dudó.
—Enemigos, y amigos... A veces tenéis el mismo rostro y esta rosa no sabe diferenciarlos por más que se esfuerza. Rosa es... Rosa es tonto para estas cosas.
—Pues para ser tan tonto, bien que os ha ido en todos estos años. Miraos. Portando muselina y seda como si fueseis de la realeza. ¡Solo os falta una corona en la cabeza para hacer que todos los cortesanos pierdan la compostura!
"Cómo si alguno de vosotros guardaseis la compostura..." pensó Tae Hyung, pues no era necesario vociferar sus beneficios para enfurecer a los cortesanos. Aunque era cierto que de no ser el favorito de su majestad, no lo tendrían en la mira para fastidiar a cada minuto del día, eso era cierto. El manto de protección de Jeon era la razón por la que necesitaba el poder. Irónicamente, de no tener la atención del rey como la tenía, seguramente los cortesanos le habrían molestado un poco y se habrían fastidiado a los pocos días.
—No entiendo —dijo el bufón con cierta honestidad—. ¿Os estáis burlando de Rosa?, ¿estáis siendo...?, ¿cómo lo llamáis vosotros... mhm...?, ¿sarcastique?, ¡esa lengua es aún más compleja que el castellano!
—Para nada —exclamó Ji Min—. Por el contrario, no necesitáis fingir conmigo, Señor Tae Hyung. Soy bueno guardando secretos, muy bueno. Si han corrido chismes y rumores por los confines del Celeste, ninguno ha sido por mi causa. Los Jeon en el infierno me libren de ser esa clase de verxian.
Tae Hyung comenzaba a sentirse acorralado por la presencia del joven Ji Min. Había olvidado lo abrumador que era entablar conversación con él, sobre todo porque siempre parecía desear sonsacar información de la gente pues le gustaba saber todo de todos, pero no solía dar información propia a cambio.
Y eso lo volvía inservible.
—¿En qué os puedo servir, Mazhar Park? —exclamó, con la esperanza de quitárselo de encima lo más pronto posible—, ¿qué deseáis de esta rosa?
Ji Min pareció palidecer en un instante. Pero no hizo más que levantar la barbilla y suspirar hondo.
—Quiero que me aclaréis algo, y que digáis la verdad y solo la verdad —gruñó.
Para entonces, el semblante de Park se había vuelto serio e inquietante. El muchachito de las mejillas sonrosadas y ojos achicados por las amplias sonrisas había perecido en alguna parte al centro de su corazón afligido, pues algo pesaba profundamente en el corazón del joven sastre.
—¿Qué podría saber esta rosa que os sea de interés?
Ji Min dudó. Un par de cortesanas pasaban por el pasillo, por lo que guardó silencio hasta que estas desaparecieron tras dar la vuelta hacia los aposentos de las concubinas. La respuesta que le había dado el mismo rey no podía ser cierta.
Su Majestad la había llamado traidora.
—¿Qué ha sucedido con Nuestra Celestina, la princesa MyeongSuk? —susurró Park. Había en aquellos orbes esperanzados un poco de tristeza. A quien preguntase, prefería darse la media vuelta y dejarle con las preguntas ahogándole. Al parecer, la orden de su majestad de no mencionar su nombre había sido un Decreto Real de La Voluntad. Nadie le diría nada.
Pero el Señor Tae Hyung nunca había tenido problemas para romper las reglas dentro del castillo, ni en sortear a La Voluntad. Seguro que él podría decirle algo, ¿no es cierto? Su princesa no podía estar muerta, él...
—Su Majestad ha estado descontento con la Celestina. La princesa no hizo feliz a Nuestro Señor él... La castigó —exclamó Tae Hyung con una pena que resultaba para Ji Min exagerada para alguien de su posición—. Pobrecita, Nuestra Celestina no había hecho nada malo... Pero Nuestro Señor lo creyó justo y ni siquiera los gobernadores más poderosos pudieron eludir su decisión.
El ceño fruncido del sastre se pronunció aún más.
—¿Castigada? —El bufón no hizo más que señalar una torre ajena al Castillo. Un gran edificio al fondo de los jardines. Aquel que, con el tiempo y los siglos, se había convertido en mausoleo. Ji Min torció una mueca entre incrédula e indignada sin entender nada. El bufón de la corte señalaba la dirección en donde estaba el Real Monasterio de San Lorenzo de Sariel—. No puede ser cierto. ¿Pero que...?, ¿qué es lo que ha hecho Mi Señora...? —exclamó JiMin con gran espanto, aprisionando con fuerza la tela de su camiseta a la altura del estómago en tanto miraba a lo lejos el mausoleo e intentaba sin éxito contener las lágrimas. No podía ser cierto. Negó un par de veces con la cabeza, incrédulo—. Mi Señora que era tan bondadosa, y que le era tan leal a Verx, a la Corona y a Nuestro Señor. ¡Tae Hyung, por favor, explicadme qué ha sucedido en mi ausen...!
Sin embargo, cuando volteó hacia el bufón para obtener respuestas, este se había marchado.
ACTO III.
Desde siempre el pueblo ha sabido acerca del amor que siente el rey por la caza. En parte ahuyentar a los montañeses, pero también para no compartir a los animales del bosque y todos los demás recursos naturales que este puede ofrecer. Jung Kook siempre había dedicado cada día se su otoño en cazar presas de todo tipo y defendía, junto a sus Arqueros, todo su territorio.
La carne animal sería repartida entre los súbditos más necesitados, y ahora que había planeado con lujo de detalle el asunto de los comedores, su distribución sería más sencilla.
Con el paso de los días, las construcciones se hicieron más evidentes.
"No era mentira, Nuestro Señor realmente construirá esos comedores para los pobres".
Hacia ellos, se los veía a varios pueblerinos caminar con la mirada gacha y los ojos muertos. Se sentaban en las mesas comunes y después de que los sirvientes de la corona les sirviesen sus alimentos, soltaban gemiditos de alegría. Lloraban mientras se retacaban el hocico de carne, leches y pan. Pero pronto una pena solía embargar a los más orgullosos. Pues si estaban allí, tomando lo que su rey se habría visto en obligación de poner a su disposición, significaba que habían fallado como cazadores. Y aunque muchos disfrutaron en sus estómagos ya no obtener la quemazón habitual hasta que alguien se apiadase y les tirase basura para hurgar... de alguna forma, los hizo sentir incompetentes.
¿No era curioso? Que el alimento fácil los hacía sentir inútiles, pero tampoco podían no agradecer lo que Su Señor hacía para ellos. Pocos fueron los atrevidos que tomaron la mano que el soberano les extendía.
Por otro lado, aquellos que salían a cazar solían mirarlos con desprecio. ¿Cómo se atrevían a preocupar de esa forma a su Gran Rey? Tantas cosas tenía que hacer el soberano, como para que aparte tuviese que lidiar con un reino tan perezoso. Así pronto el pueblo, sobre todo los habitantes de la capital, se vieron divididos en opiniones.
—¡No niego que lo que hace Nuestro Señor, al infierno condenado desde el nacimiento, no sea una idea bienaventurada! Pues él siempre ha visto por nuestro bienestar pero, ¿no os da vergüenza?, ¿Saberos de esta forma tan lamentable?, ¡si no sois capaces de cazar vuestro propio alimento, ¿cómo os atrevéis a tomar de las bendiciones del rey!
—¡Tengo derecho a disponer de los beneficios que trae servir al Rey de los Cazadores!"
—¡Si no sois un cazador, entonces aquel no es vuestro rey!"
—¡Cómo os atrevéis!, ¡Jeon Jung Kook es mi Solei!, ¿si no es él mi rey, entonces quién?"
—¡Pues no lo merecéis!, ¡no merecéis a Nuestro Señor! No hacéis más que sangrar a ese joven soberano y a todos los sirvientes que vienen a a llenaros el hocico de carne porque vuestro enorme e inútil trasero no es capaz de conseguirlo por vuestra propia cuenta".
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ACTO IV
Un soberano de Verx siempre se levantaba con el sol. Pero aquella mañana, una opresión en el pecho lo mantuvo en cama más tiempo del necesario.
Al principio pensó que estaba cansado, que no había dormido lo suficiente o que simplemente las sábanas estaban demasiado cómodas como para abandonarlas. Pero minutos más tarde, se encontró suspirando hacia la nada sin entender la razón.
Se sintió cansado. Entumecido.
Con gran esfuerzo, arrastró su cuerpo hasta el filo del camastro y tomó el recipiente de agua al lado para refrescarse la cara. Sentía las manos calientes.
"Cansancio, Mi Señor. Los preparativos para el otoño han sido exhaustivos, su cuerpo necesita un poco de reposo... Ni siquiera tiene fiebre".
Pero él sentía tanto frío. Era tan extraño.
Sentía frío, pero su rostro estaba hirviendo. Y cuando la médica le revisaba, decía que todo estaba en orden con su cuerpo. Por supuesto, el descender de las temperaturas hacía que una que otra persona tomara una frazada en las mañanas para cubrirse del sereno, pero esto era demasiado.
Al borde del camastro, recargó los brazos en las piernas y de un impulso se puso de pie. El porte erguido de aquel cuerpo alto y fuerte hizo presencia en medio de la habitación, pero por un segundo todo dio vueltas.
Se revolvió el cabello lacio y con orbes un poquito desconfiados, inspeccionó a su alrededor.
Todo parecía estar en orden.
El mareo había desaparecido.
En la mesa yacían revueltos los documentos. Una con el Sello de la Provincia de Sariel llamó su atención. La mayoría de las felicitaciones protocolarias por la Ceremonia ya habían sido revisadas. Pero esta aún estaba sellada.
"A Su Majestad, Jung Kook Jeon IV de Verx:
Mi Solei, en primera instancia, he de agradecer a nuestros ancestros en el infierno por permitir a los verxian ser partícipes de una Ceremonia de Otoño tan hogareña como la que vuestra merced ha ofrecido a vuestros fieles y más humildes súbditos. He escuchado maravillas tanto de vuestros artistas, así como de vuestros organizadores en turno, y las noticas de que ha sido inmensamente feliz durante la velada, no ha hecho sino intensificar la alegría que los aniversarios de vuestro sacro nacimiento de por sí ocasionan entre los locos y los cobardes que con tanta fe y ciega confianza, os seguimos.
He enviado junto a esta carta, una caja con semillas que, me han asegurado, pertenecen a las rosas del púrpura más intenso que ha visto Pántagos. Y un experto florista me ha dicho que estas sangran cuando quien las planta está a punto de cumplir sus más grandes objetivos. Por eso le he mandado un par de semillas tratadas, pues guardo en mi atrevimiento, la esperanza en que todos y cada uno de vuestros sueños (incluyendo los más atroces) se vuelvan realidad si vuestra merced así lo desea.
Sé que mi obsequio puede incluso parecer miserable frente a las tantas joyas y tantos ejemplares animales, humanos y textiles han llegado al Celeste desde mediados de Agosto para conmemoraros y enalteceros, pero me ha parecido oportuno un regalo de este calibre, pues han llegado a mis oídos ciertos rumores de los que, espero de la manera más paciente, pueda vuestra merced esclarecer las dudas de este humilde siervo.
Sepa que, si Mi Señor así lo desea, o lo imagina, o lo sueña, los habitantes de Libán estamos listos para serviros en la guerra y convertirnos en las flechas que más sangre y pieles infieles traigan hasta vuestro trono en honor a vuestra estirpe y divina herencia verxian.
Una palabra suya nos movilizará en el instante.
Una palabra suya nos petrificará para siempre.
Como única petición, si es que nos es permitido desear algo de vuestra merced dentro de estas tierras sagradas, es que nunca nos retire el manto de su protección, que no nos niegue las bendiciones de Jó, ni nos aparte de su vista benevolente y justa cuando los inviernos se vuelvan severos, tanto como el infierno gélido al que tanto aspiramos al morir.
Que tenga una larga vida, Mi Solei.
Y que Verx camine siempre por el sendero que Vuestra Merced trace para ella.
ATTE. Su humilde y agradecido verxian, ******** ****** Lorca.
Por alguna razón, después de leer la carta, una gran culpabilidad inundó su pecho y le hizo sentir vomitivo. Se sentía culpable... ¿pero de qué?
Al darse la vuelta, Sadayeren estaba de pie en el dintel de las compuertas. Había tocado, pero no lo escuchó. ¿Lo habría visto en tan vergonzosa situación? Sintiéndose avergonzado, Jung Kook se las arregló para lucir despreocupado, en tanto tomaba algunos bocadillos del desayuno sobre la mesa que las mucamas habían traído en la mañana, aunque no pudiera decir que tuviese apetito. Al menos su sentido del gusto estaba intacto.
—¿Qué sucede, Sin? —exclamó al aire.
—Mi Señor. La carroza de la reina Azhu llegó al Celeste hace unos momentos. Me preguntaba si la audiencia será hoy mismo en la noche o si preparamos unos aposentos para su sucesora y los miembros de su corte que la acompañan.
Jeon asintió, de alguna manera ocultando su cansancio y se dispuso a prepararse.
—No prepares nada. Terminaré esto cuanto antes.
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ACTO V
—Con gran placer, me complace anunciar a Su Majestad, el Rey Jeon IV. ¡Que el infierno prepare la prosperidad de su reino!
A la reunión de guerra, entraron los generales principales de las provincias.
—Nos han dicho, Majestad, que sus talentos no solo abarcan el arte de la guerra, sino también el del entretenimiento. ¿Es que acaso nuestra presencia no es lo suficientemente digna para usted?
—El día de hoy no habrá presentaciones, sepan disculparme, pero me reservo las presentaciones de mis artistas por su protección. Os ruego solo os limitéis a tratar los asuntos políticos que nos competen.
—Sí, hemos escuchado ya, majestad —interrumpió Ho Yeon Jung, la reina de Rejum Aja, el país vecino—. Hemos escuchado también sobre cómo los bienes humanos han disminuido con el tiempo. ¿Es que acaso Verx ya no tiene los recursos para sostener la guerra?
—Verx tiene los recursos para sostenerla y terminarla si así lo desean nuestros ancestros. Pero es mi voluntad liberar a los esclavos en el Mercado de Bestias, esta reunión es para notificaros que, a partir de este momento, Verx ya no os proveerá valor humano. Este es un asunto privado que solo compete a mí y a mi reino y, con todo respeto, no estoy pidiendo su opinión al respecto.
Pero era eso lo que los había traído a aquella audiencia. El reino de las mujeres estaba inquieto, pero Jeon no se dejaría engañar por esa futura reina inexperta que solo buscaba una oportunidad para demostrar su valía ante su pueblo y que no existiera la oposición cuando decidiese tomar el trono. Sabía que si Platis desaparecía, ellas tendrían el mayor beneficio al hacerse con aquel territorio lleno de vegetación.
—Se ablanda, joven Rey.
—No le permito que venga a insultarme en mi propia tierra. No se olvide de quién soy, Ho Yeon. No puede llamar blando a la única razón por la que su reino sigue en pie.
"Si es que a ese pueblo empobrecido le podemos llamar reino" pensó para sí mismo. Jung Kook simplemente no entendía como reyes y reinas como esos podían vestirse de oro y piedras preciosas cuando su mismo pueblo no tenía para alimentarse. Las coronas que usaban le causaban curiosidad. Verx no tenía más que dos coronas ceremoniales, una de plata y una de oro blanco incrustada de amatistas. Y eso que solo se usaban para fines ceremoniales. En los días de fiesta, sus coronas eran de flores, ramas y hojas. En invierno no usaba más que raíces secas, como era la costumbre, eso lo distinguía como un rey que nacía de la tierra y crecía para servirle. Anillos y joyas, todas del mismo acero con el que forjaban sus armas.
Por el contrario, los reyes vecinos no se cortaban a la hora de lucir incalculables piezas de oro, plata y piedras preciosas. Y aún así, pese a que nada en la vestimenta de Jeon destacaba de la forma habitual, era quien más porte imponía de todos los hombres en esa habitación, incluídos los nobles que la reina Ho Yeon había llevado con ella.
—No he querido ofenderle, Jung Kook. Pero sepa que, así como usted vela por la seguridad de sus verxian, así yo debo hacerlo con mis rejez. Necesito una garantía de que el árbol que nos da sombra aún es fuerte para mantenerse en pie. Los rumores me preocupan. No es nada personal, seguro que usted comprende mejor que nadie lo que es entregarse por el bienestar del pueblo y velar por su prosperidad.
—En eso vuestras convicciones y las mías son muy similares. Pierda cuidado, Ho Yeon. La palabra de un Jeon es inquebrantable, os lo aseguro. Vosotras y vuestra decendencia estaréis a salvo bajo el manto de la Soberana Verx. Por supuesto, en tanto nuestros acuerdos sigan en pie... Sin embargo —se aseguró de aclarar—, los esclavos no están dentro de lo estipulado, os lo recuerdo.
—Los esclavos siempre han estado dentro de lo estipulado. ¿Por qué deshacerse de ellos?, ¿por qué liberarlos?, ¿no se da cuenta que perderá manos trabajadoras?
—No le permito que venga hasta aquí a recitarme las leyes de mi pueblo.
—No le recitaré las leyes de su pueblo, pero sí la de los acuerdos que sus ancestros y los míos firmaron hace siglos, desde antes de su nacimiento y el mío. Lo diré una sola vez, Solei: Rejum Ajá no está interesada en la guerra con Platis que usted y sus perversos planean con tanto entusiasmo.
—¿Se guía de simples rumores? Verx no está en preparativos. Ni para destrozarles a ellos ni a ustedes. Pierdan cuidado, os he dado mi palabra de que os cuidaré, y cumpliré.
Ho Yeon no estaba convencida.
—Espero sepa disculparme, Jung Kook. Pero todos en esta sala conocemos su naturaleza y la de sus súbditos. Entienda que eso nos tiene un poco... inquietas.
—¿Piensa usted que un verxian no puede dominar su temperamento?
—La historia... Nos da una idea de qué tan bien dominan su temperamento.
Una risa irónica se escapó de los labios de Jeon. Maldita Ho Yeon, tan arrogante como siempre.
—Me obedecerán, ante cualquier circunstancia. Mis verxian son fieles y obedientes al Cinto del Sol y al Trono Purpúreo. Vuestro pueblo no me interesa, Ho Yeon, tenedlo en cuenta.
—¿Y las provocaciones de Platis?, ¿me está diciendo que las pasará por alto? Jung Kook, sé bien la clase de persona que es usted. Ama la guerra y sus destrozos —susurró—, adora arrebatar vidas y que la sangre corra si es la punta de su arco quien abre la herida.
—¿Qué es lo que quiere, Ho Yeon?, ¿por qué habéis decidido realizad un viaje tan largo para decirme lo que soy?, ¿para notificarme lo que de antemano ya sé?
—Quiero que me garantice que, sin importar las batallas que quiera librar con su pueblo, nos mantendrá al margen de todo —suplicó—. No me revenciaré ante usted como lo hacen los aterrados neronianos que caen de las montañas, ni como los platinenses que sulfuran con solo ver a un hombre tomando un arco y una flecha. Pero lo necesito, joven rey y no seré hipócrita al respecto. Necesito que procure la tranquilidad de mis rejez como lo han prometido sus ancestros, y usted mismo, cuando tomó esos anillos y ese medallón que ahora cuelga de su cinturón.
—Es muy valiente de vuestra parte pedir mi protección sin dar algo a cambio, ¿no lo creéis? Vuestros discursos pacifistas no engañan a nadie en esta habitación, que bien que os conviene si Platis cae, pues podríais movilizaros un poco más lejos de ese desierto que os consume un poco más día con día. —Los labios sellados de la futura regente le dieron la razón. Pudo percibir con claridad cómo tensaba la quijada ante el señalamiento—. Vuelva a su pueblo, Ho Yeon. Que en este momento de convalecencia, no está en posición de pedirme nada. Vuestra anciana madre os agradecerá si os compadecéis de ella y le acompañáis en su lecho de muerte.
Ho Yeon enfureció ante el comentario del Solei. Se levantó de un salto y le sostuvo la mirada por unos segundos antes de darse la vuelta. Su séquito se levantó de inmediato también, dando una reverencia al Solei por respeto. Sus zapatillas reverberaron casi con indignación a lo largo y ancho de la sala de audiencias.
—Debe estar muy contento, Jung Kook. Pues piensa que tiene el destino del mundo en sus manos, que controla todo lo que está a su alrededor, incluidos nosotros que no tenemos nada que ver con su reino de locos y cobardes. Pobre de usted, Gran Jeon. Dando el corazón por un pueblo que hace cosas a sus espaldas.
Los orbes de Jung Kook se inyectaron en rabia. Los rumores de los conductos no autorizados se habían regado y habían llegado a los demás reinos.
—Un rey que ni siquiera se entera de lo que sucede en su propia tierra —Los ojos filosos de Ho Yeon junto a sus prominentes ojeras se atrevieron a mirarle con desprecio—. Jeon III estaría decepcionado de usted y su incompetencia.
A los portones cerrándose le siguió un estruendo ensordecedor. Y los vitrales de la puerta de madera fueron atravesados por una flecha que se quedó incrustada entre el esqueleto de metal que la sostenía. El estallido de su rabia resonó en todo el palacio.
—Aseguraos —masculló aquel soberano enfurecido— que esa mujer salga de mi pueblo antes del Medio Sol, o vosotros y ella sufriréis las consecuencias.
"Que amable es el Solei de Verx" dijo Ho Yeon a sus sirvientes con gran ironía entre los labios "que mandó a sus verdugos más letales a acompañarlos a las afueras de su reino". Sus acompañantes temblaban al tener a los arqueros de armadura negra a su alrededor, mientras su reina hacía todo lo posible para no lucir inquieta y no provocar el flaqueo de los suyos con su propio miedo.
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ACTO VI
—Oh, infiernos gélidos. ¿Mi cabello luce bien?, ¿la cinta en mi vestido no me hace lucir demasiado escuálida?; ¿qué pensaríais de mí si fueseis Nuestro Señor y me vieseis con este escote?
—Pensaría que sois una prostituta.
—Entonces me veo provocativa.
—Yo diría más bien... vulgar.
—No esperaba menos. —El largo vestido negro se le entallaba a la cintura y dejaba a la vista un poco de su busto. Los encajes carmesíes resaltaban sus labios rojos y estaba tan orgullosa de su piel ligeramente dorada, que ni siquiera optaba por el polvo de arroz para retocar sus facciones. No quería lucir paliducha como las demás muchachas del harén. Byul Ji, en algún momento conocida como la Luna de Su Majestad, se levantó de un salto mientras las doncellas quejábanse pues aún no habían terminado con su largo cabello negro—. Lo último que quisiera en este mundo es que Nuestro Señor piense en mí como una mojigata.
Su voz elegante y mesurada se deslizó definitiva, tal y como se esperaba de una mujer perversa, una mujer nacida en Verx, criada para ostentar la bendición del Sol de Pántagos.
—Aunque aún pienso que no deberíais entallaros la cintura. Eso es para quienes ya han pasado una noche con el Solei. Se pensará que sois pretenciosa —señaló su dama—, no es adecuado.
—Es cuestión de tiempo —dijo altanera—. Tan solo me adelanto a lo que sucederá, evidentemente. Son pocas quienes nacimos en el mismo año que Nuestro Señor. Y Solar ha sido rechazada ya demasiadas veces. Me enviarán en la primera semana, eso es seguro, debo lucir presentable.
—¿Por qué hacéis tanto alboroto?, ¡y tan temprano en la mañana! —El eunuco traía el agua limpia para el baño diario de las muchachas. De por sí la hora del baño era ajetreada, pues es imposible juntar a tantas muchachas jóvenes y esperar tranquilidad. Las chicas lucían radiantes, pero muy inquietas. Se amontonaron todas de un salto, ansiosas por ser las primeras en entrar a los baños—. ¡Señoritas, señoritas! Conocéis las reglas. Armad una fila y guardad la compostura en el Sagrado Harén de Nuestro Señor. Andad, andad. Os deberíais sentir avergonzadas de armar tanto alboroto, ¡hasta pareciera que no me dejo las pestañas en vuestra educación!
Pero las sonrisas radiantes de las muchachas, cuyos rostros paliduchos y al mismo tiempo sonrojados le miraban con expectación, eran increíblemente evidentes. Fueron incapaces de ocultar su alegría.
—No podéis culparnos, Arnau. Nos han dado la buena nueva en la mañana. Debemos estar presentables, pues en cualquier momento seremos llamadas a los aposentos purpúreos. Y disculpad si la fiesta se extiende a todo el serrallo, pero mañana es viernes y ninguna está dispuesta a ocultar su emoción.
—¿Estáis de broma, mujer?, es imposible... Nuestro Señor nunca las llamaría en su día sagrado.
—¡Es justo como la malnacida os lo explica, Arnau! —dijo el encargado—. Nuestro Señor, al infierno condenado desde el nacimiento, está en busca de su heredero. Con suerte el próximo otoño tendremos los maravillosos balbuceos de un príncipe aterrando a los sirvientes —exclamó con anhelo—, oh, los Jeon en el infierno lo permitan.
—O de una Celestina. No olvidéis que también podría nacer una Celestina.
—¡Será príncipe, estoy seguro!
—Príncipe o Celestina. No importa, ese engendro del infierno será nuestro futuro Solei. ¡Ah, el Cielo Vacío me permita vida para verlo con mis propios ojos! —dijo él con esperanza.
—Silencio. No seáis imprudente, que ya tenéis un Solei. ¿Que acaso deseáis que os corten la cabeza por traidor?
—Jó me libre de cometer tal estupidez. No, no. Es solo que no puedo evitarlo. Es una gran noticia... Significa que Nuestro Señor no nos ha abandonado y procura por nuestro futuro.
—Ah, seguro que a la primera que llaman, será a nuestra terrible Byul Ji, con lo cruel que es con todos en el castillo. Su falta de moral es perfecta para Nuestro Señor. Nuestro Solei necesita a una mujer fuerte que le siga el paso, y que no tiemble cuando le tenga en frente. ¡Muchachas, si suspiráis cuando Nuestro Señor os pasa por enfrente, o si sentis que las piernas os fallan, entonces no sois aptas para parir al hijo de un Solei! Mejor no interfierais. Que Luna nació para ese papel. Oh, Lunita hermosa, es seguro que os convertireis en una espléndida Celestina. Nadie en este castillo está más cerca del sol que vos.
Al fondo del harén, se encontraba Solar desenredando su larga cabellera rubia. Los rayos del sol hacían brillar sus cabellos en blanco, parecía un ecotono entre la plata y el oro. Su semblante serio nunca abandonó su rostro, más concentrada en la tarea de desenredar su cabello. Tenía también sus vestiduras nuevas para cuando fuese su turno de tomar el baño, pero no parecía entusiasmada de pelear con las muchachas por un lugar o una palangana. Hacía tiempo que no tenía deseos de pelear por un lugar.
—¿Qué os sucede, Solar-Hanun? —dijo Marcela, quien no tenía pestañas gracias a un incidente en la temprana infancia y cuya peculiaridad le había dado un lugar en el Sagrado Harén del rey de Verx—, estáis más callada que de costumbre.
Ella miró a la muchacha peliroja, cuyas pecas resplandecían en su rostro pequeño. Era bonita, pese a lo que le había ocurrido a su rostro y la manera tan excéntrica en la que la hacía lucir la había posicionado bien entre las demás muchachas, tanto que había conseguido un instructor a tan solo una semana después de llegar al castillo. Sus grandes ojos verdes resplandecían gracias a la luz que entraba del ventanal.
—No deberíais alegraros tanto, Señoritas. Demasiado sol siempre termina por asesinar incluso a las flores más bellas —dijo Solar. Su tierno rostro parecía hacer un berrinche, aunque lo cierto era que solo estaba cansada del alboroto.
—¿Por qué sois tan hipócrita? Bien que os llenáis de ganas de ser elegida por Nuestro Señor como todas nosotras. ¿Por qué os creéis superior al actuar como si no os importara?
—¡Me importa! —dijo con honestidad—. Pero no creo prudente desear más de lo que Nuestro Señor nos ha dado. Esto lo hará tan infeliz... ¿no os dais cuenta?, ¿no os importa siquiera un poco?
—Basta. Si no tenéis confianza en que con vuestros talentos de mujer le haréis feliz —dijo Byul Ji— entonces no os entrometáis en el camino.
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VII.
Tae Hyung corría despavorido.
Una flecha había perforado su traje y le había arañado el costado. Gruñó ante la herida y por inercia miró hacia atrás. De aquel rostro caliente resbalaban gotas de sudor desde la sien y dejaba un rastro en el cuello de su capa.
—¡Ese es Masquerade!, ¡atrapádlo!, ¡rápido! —exclamó Julián, furioso ante la reprimenda de Min. De nuevo su irritante voz inundó sus amargos recuerdos, avergonzado por su incompetencia, le hizo jurar que esta vez no fallaría—. ¡No dejéis que se os escape, infelices!
"¿Pero quién es esta persona?, ¿tenéis a algún sospechoso?" había preguntado al guardia principal.
"No" resopló Min. Quizá Julián había notado que había más que no quería decirle. Min no titubeó, por supuesto, ni nada en su actitud le hacía parecer un mentiroso. Pero le había servido durante años como subordinado; no le estaba contando toda la historia. "Pero es evidente que no está sometido a La Voluntad".
"¿Qué?, ¿es eso posible?" preguntó entonces.
Las pisadas de sus botas se hicieron más prominentes durante la carrera. Pronto llegarían al laberinto que antecedía al Campo de Tiro, a la derecha del invernadero real, si se escondía entre las flores del rey, tendrían que ser más cuidadosos, su captura se tornaría complicada; para su buena suerte, entró al laberinto de arbustos cortados especialmente para adornar el Celeste. ¿En qué momento se había infiltrado al castillo ese hijo de puta? Julián tenía tan tensas las quijadas que un dolor intenso se apoderó de su cabeza. No podía defraudar a Min Yoon Gi, ni mucho menos a Su Señor.
"¿Cómo es que tiene tanta agilidad este hijo de puta?".
Tras unas leguas más, la Plaza Principal los encontró. Ni siquiera habían notado cuánto habían corrido. La ajetreada vida en el pueblo se hizo presente en el mercado exterior. Las carretas y la muchedumbre se alzaron como una tormenta y, en un parpadeo, los Perversos de su majestad habían perdido a su objetivo. Pronto llegaron tras ellos un par de soldados más a caballo. Los pueblerinos se les quedaron viendo, un poco asombrados de verlos en medio de la plaza husmeando como perros sabuesos; resultaban intimidantes incluso para los verxian más valientes y altaneros. Los Perversos, cuyos uniformes negros sobresalían entre la cálida atmósfera otoñal de Verx, simbolizaban la última línea de justicia en el reino. Serían a ellos a quienes veríais por última vez si es que cometíais algún pecado en contra de la Dinastía Verxian. En contra de Jung Kook Jeon.
A ellos le secundaron los Asterios, los encargados de los arrestos.
Bajaron de sus caballos y pidieron informes a gritos descorteses.
—¿Julián, hijo de Suero? —Julián asintió— El objetivo ha escapado. ¡Se os ha dicho mil y un veces que es deber de los Asterios ejecutar los arrestos!, ¡qué explicación daremos a Nuestro Señor sobre por qué Maschera escapó de nuevo?! —El líder de los Asterios cuestionó al Perverso con frialdad pues desaprobaba la forma tan imprudente e impulsiva con la que solían comportarse.
—Silencio —gruñó Julián entonces—. Que vuestros métodos tampoco nos han acercado al traidor.
En tanto los verxian peleaban entre sí, aquella rosa respiraba con dificultad tras el quinto callejón de la Plaza Principal. Los vio pasarle por el costado, entonces se agazapó sobre sí mismo con una velocidad impresionante y dejó de respirar como si con ello pudiese desaparecer del mundo. Todo su cuerpo desprendía el olor del sudor y la tierra. Se tomó el costado que escocía del dolor y notó la calidez de su propia sangre entre los dedos. La humedad de las calles hacía que el calor por la carrera se intensificara.
Al tomarla entre los dedos, un líquido transparente envolvía sus manos. La herida dolía como los mil demonios, pero su sangre aún no era roja como la de los hombres del contintente, por lo que no tenía nada de qué preocuparse. Ante Su Majestad seguía siendo una persona pura. Significaba que su amor verxian aún lo creía merecedor de su cuidado.
Afianzó la careta negra con fuerza entre las manos. Sabía que ya no debía salir con ella una vez Seok Jin soltó la lengua. Y si bien antes, le había otorgado un poco de libertad, era tiempo de aceptar que aquella carta ya había sido incinerada. No le valdría ya de nada. Maldice desde lo más profundo de su ser y con los labios aún tiritantes en cuyos belfos se han abierto heridas por lo fuerte que se ha mordido de los nervios, se encamina de nuevo hacia el Celeste. Dos pasos son suficientes, y antes de terminar de recitar los poemas de amor que Su Majestad ha escrito para él, sus heridas se han cerrado, así como la sangre viscosa evaporado de su piel.
"Rosa fuerte al centro de mis jardines...
tu piel de pétalos que es inmune
ante las armas de los mortales,
las flechas y las hachas encuentran
en tu cuerpo a anhelado aliado
y en tus orbes purpúreos,
que pueden verme incluso
en la más atroz obscuridad,
una calma libre de heridas y dolor".
¿Cuánto tiempo había pasado desde que aprendió a usar los hechizos de Verx a su favor? Ya no importaba, Jeon había redactado aquel poema para él hacía muchos años, y desde el instante en que lo recitó en voz alta, la tierra que este gobernaba se encargó de volverlas tangibles, reales e indiscutibles. Porque eso hacía Verx desde que fue forjada. Se moldeaba al verbo de su Sol.
30112024 © Love, Sam 🌷
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