28.
Ese cazador en alerta
—Me habéis dicho que guarde silencio, pero no puedo hacerlo —exclamó. Su tono fue fuerte, aunque no quería sonar grosero. Había resultado prudente al momento de dirigirse a sus captores, pero no por eso se libraba de pronto de soltar una que otra imprudencia por los nervios—. Si vais a matarme, por favor, hacedlo de una buena vez y terminad con mi tortura. Malditos seais, verxian —dijo, esperando ganarse el favor de su nuevo dueño—. Aunque puede que mis maldiciones solo os hagan más felices, como si no os conociera. Banda de lunáticos.
El tintineo de los cascabeles iba y venía.
BoGum no entendía el apuro.
—No voy a mataros, os lo he dicho ya —repitió von Rosewald como por quinta vez en el día, en tanto extendía una pequeña charolilla repleta de manjares muy pequeños. La puso al pie de la jaula y se alejó solo un poco—, traje un poco de comida para vos.
Era amable.
Pero el prisionero dudó. Se lo notaba reacio y desconfiado.
Ah, como si no hubiera oído historias de la gente de Verx sobre cómo les gustaba hacerse los buenos anfitriones para luego torturar a sus huéspedes. Su mismo abuelo había muerto cuando tomó ese camino que estaba cerca del río a causa de uno de sus verxian, o al menos eso había escuchado, en casa casi nunca se hablaba del abuelo Park.
El prisionero quiso hacerse el digno, Tae Hyung lo notó de inmediato. Moría de hambre. Por eso es que no tardó ni un segundo más en atragantarse con el pan y el agua, pensando en que esa podía ser su última cena.
—¿Es usted un noble o algo por el estilo?, ¿no le reprenderán por traerme alimento?
—Sois de mi propiedad, Mazhar. Nadie reprenderá a esta rosa por alimentar a su esclavo.
Parecía no ponerle atención ya.
—¿Rosa? —dijo con la boca llena y el rostro perdido entre los demás manjares verxian. Cómo adoraban la carne esos malditos; en casa, Bo Gum vivía de lo que se sembraba, eran muy pocas las personas que conocía que se dedicaban a la caza porque en los pueblos colindantes casi no hay presas. Pero aquí en Verx, parecía que les habían dado todos los ejemplares del mundo para ellos solos, abundaba la carne en los bosques tanto como el oro en las minas. Ah... Qué bien se vivía en Verx cuando tenías la suerte de nacer allí—. ¿Ese es vuestro nombre?
En casa muy pocas personas podían empuñar un cuchillo para desollar. Mucho menos sabían tirar una flecha. Aquí parecía que cada individuo podía sacarte los ojos con las que llevaba sobre la aljaba.
Tae Hyung parecía ligeramente nervioso.
De tanto en tanto desviaba su atención hacia la mesa de los gobernadores. Debió sentirse más relajado cuando se deshizo del sello, pero no fue así. Parecía que todo lo tensaba aún más. Y las impertinentes preguntas del pielroja lo hacían peor, por eso es que había dedicado a sus dudas el más sepulcral de los silencios. Que necesitase de él, no significaba que confiaría.
—Tae Hyung. Podéis llamarme así si lo deseáis —indicó escuetamente el bufón—. No me llaméis Rosa —Por la manera en la que soltó aquello, BoGum en verdad pensó que odiaba ese nombre—. Solo Su Majestad usa ese nombre conmigo.
Él y algunos cuantos imprudentes. Aunque preferiría que solo Su Majestad lo hiciese. Los demás solían acompañar su nombre con variopintos insultos y, si tenía que ser honesto, prefería que le tratasen con gentileza.
—Su Majestad... Adoras mucho a tu amo, ¿no es cierto? Supongo que es natural...
El bufón guardó silencio.
¿Todos los extranjeros eran así de habladores?
—Mazhar... en esta tierra, suelen vivir más aquellos que miden sus palabras —dijo con un tanto de cautela y otro poco de recelo—. Aquellos que guardan silencio, a menos que sea estrictamente necesario o les sea ordenado hablar. —BoGum entendió la indirecta y calló por un momento—. Habéis dicho que arabais la tierra cuando os privaron de vuestra libertad.
—Así es, Tae Hyung —exclamó con honestidad—. Mis hermanas y mi padre lograron escapar, pero alguien tenía que quedarse para permitirles ganar tiempo.
—¿Sois alguna clase de heroico caballero? —Tae Hyung indagaba con ligereza acerca del prisionero. Trataba, de alguna forma, de ganarse su confianza.
—No, por supuesto que no —se apresuró en aclarar. El prisionero enervaba en nervios—. Pensé que me daría tiempo también de escapar. Mas bien, creo que solo fallé al calcular la distancia. —La máscara ladeada le hizo saber a Bo Gum que quizá no se había dado a entender—. No llegué a la puerta de mi morada a tiempo. El resto de mi gente, ellos... pudieron esconderse, pero la puerta se cerró antes de que pudiera entrar. Fue... un descuido.
Tae Hyung apretó los labios.
Qué mala suerte la suya.
Musitó un "Lamento oír eso" que pareció alarmar al otro.
—: ¡No es lo que pensáis! Mi familia no me lazó como carnada, ¿por qué lo haría? me amaban tanto como yo a ellos, no tendría sentido que me vendiesen por... ¡Claro que no me vendieron! —Mazhar BoGum suspiró ampliamente. Horrorizado con su realidad—. Lo hicieron, no es... ¿no es así?
Maldijo un par de veces más, aunque ya no sabía hacia quién lanzar sus maldiciones. Parecía no estar seguro de quién realmente era su enemigo.
—No deberíais estar aquí. Os han hecho pasar por invasor, pero en realidad os debieron llevar primero al Mercado de Bestias —Tae Hyung conocía los protocolos a la perfección. Durante las campañas que se ejecutaban para aminorar los levantamientos, los rebeldes debían ser todos ser ejecutados. Sin embargo, hasta antes de que Su Majestad ordenara su liberación a petición suya, aquellos con características llamativas y deplorables, debían ser llevados allí. Los mismos soldados estarían entusiasmados por llevarlos, pues siempre se les pagó muy buenos honorarios a quienes entregasen enanos, mutilados y deformes al Mercado. Mientras más hilarante fuese la apariencia de las presas, mayor sería el oro. Hombres de otras etnias, de raza negra así como gitanos, también eran llevados allí. Un pielroja, quienes se caracterizaban por su piel brillante y morena, de matas de cabello cobrizo, naranja y rojo, justo como las llamaradas del sol, definitivamente eran un espécimen llamativo para vender—. Os querían muerto.
Tae Hyung había aprendido sobre ellos, (y sobre lo que sus conocimientos podían hacer con Verx).
Pero al parecer alguien más también compartía tales conocimientos. Tanto como para tener el especial cuidado de deshacerse del hombre antes de que alguien recuerde, antes de que alguien rememore las vivencias de sus ancestros, o las documentaciones en los libros de sus bibliotecas.
Oh, calaítas y pielrojas, ¡qué malaventuras se viven cuando se nace uno!
—Pero... ¿a quién he hecho enojar? —dijo BoGum con espanto—. ¿Qué os he hecho?
Tae Hyung se recargó en uno de los barrotes, miraba la fiesta y las luces en las antorchas. El estómago se le revolvió de tanto pensar. Algunas personas pasaban frente a ellos, pero lo hacían muy rápido, como si quisieran estar lejos de un lugar tan apartado y obscuro. La cercanía de las jaulas de cobre con el bosque parecía intimidarlos. Todo lo que concerniese más allá de las fronteras de Verx parecía repeler a los locos y a los cobardes. No les interesaba el mundo.
—En la biblioteca de Nuestro Señor hay mucha información sobre vuestra estirpe. Los pielroja sois la conexión —explicó, lleno de gran paciencia, pero al mismo tiempo, inquietud. En vano, pues BoGum no entendió del todo sus palabras. No porque su castellano fuese malo, sino porque era la primera vez que escuchaba tales definiciones—. Sé que no entendéis, Mazhar. Y no es momento de explicaciones. Pero si deseáis continuar con vida tendréis que ayudarme —al ver duda en el rostro del prisionero, añadió—: De lo contrario, os acusaré con Su Majestad. Diré que no habéis sido un sirviente leal. No os resultará conveniente, estoy seguro de que habéis visto cómo son los castigos de Mi Gran Rey.
El prisionero se tensó. Negó con lentitud.
—Eso no será necesario —dijo BoGum con espanto—. Pero soy honesto con vos. No sé de qué me habláis. Como ya sabéis, el castellano es mi lengua materna, y no conozco esa lengua mítica de la que habláis. ¿Seguro que el libro que tenéis no es de algún cuento infantil?
Tenían que estarlo jodiendo.
—No por mentirme voy a liberaros, Mazhar —advirtió el bufón en medio de un gruñido—. Sois mi prisionero, eso no cambiará, sin importar las artimañas que queráis usar en mi contra. No poseo ya paciencia para vuestros juegos, terminaréis en la peor celda del Mercado si es que me hacéis perder el tiempo.
No quería hacerle saber que era su única esperanza. Aunque lo cierto es que el bufón estaba desesperado. Con esta Ceremonia, en la que Su Majestad cumplía su edad límite, llegaban a su fin muchas libertades y muchos privilegios también. Si tan solo Su Majestad le hubiese permitido tener el Mercado antes, quizá no estaría tan apurado. Pero ya antes había insinuado lo interesado que estaba en aquel lugar y Su Majestad nunca movió un dedo pues la administración de Cervantes había sido impecable.
Fue una suerte que ya hubiese escuchado sobre los abusos de los Generales en el Mercado de Bestias. Entonces bastó una sola queja hacia su señor y pronto, Su Majestad le estaba firmando los papeles para su nombramiento como nuevo dueño.
—¡Pero no os miento! —La confusión en el rostro de BoGum era palpable—. Por favor, no me llevéis al Mercado de Verx, tenéis que creedme. No puedo ayudaros, Tae Hyung. Lo siento tanto —se excusó apenado—. En verdad quiero, pero no tengo lo que queréis de mí. Fui traído en contra de mi voluntad. Arar la tierra, sembrar y recolectar la cosecha, ¡eso sí que lo sé hacer! —exclamó con desesperación—, soy un campesino, puedo ayudaros como campesino. ¿Como maestro en lenguas míticas?, ¡eso sí que no!
Los reproches y las advertencias se quedaron atoradas en su garganta cuando el estruendo de miles de copas colapsando lo alarmó. Había un tumulto gestado ya por la ebriedad y el júbilo de la noche. Aquella sería la última noche de estrellas del festival antes de regresar a la capital y seguro que todos estaban muy entusiasmados. Necesitaba volver cuanto antes.
—Descuida, Mazhar. No os trato de envenenar —dijo inmediatamente al señalar la comida—. Si sabéis lo que os conviene depositaréis vuestra confianza en mí y no en ellos.
Eso fue lo último que escuchó el prisionero, antes de ver a aquel sirviente privilegiado desaparecer tras el tumulto. Y no es que no se hubiese dado cuenta antes, pero ahora parecía más seguro de que estaba condenado.
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Con la malicia impregnada en aquella sonrisa amplia, Jung Kook tenía el arco levantado en el aire. El rostro un ligeramente rojo por el vino y el cabello húmedo pegado a la frente se alzaban orgullosos en medio del gentío. "Corre" fue lo que ordenó a su objetivo.
Los verxian habían dejado un gran campo libre, acordonado y custodiado por los Perversos para que nada interviniese con la voluntad de su señor.
Algunos prisioneros del soberano y de sus gobernadores, eran liberados en medio de aquel gran campo contenido entre el bosque y el río; entonces su majestad, benevolente como él solo, les daba tiempo para huir.
Contaba hasta siete. Entonces soltaba la flecha de ese gran arco que ahora simbolizaba para los extranjeros la mismísima muerte.
Soltó su flecha y dio a uno de sus brazos, cuya carne no soportó la potencia y la velocidad del arma, por lo que casi de deshizo en tanto el montañés corría. Despavorido y agonizante, el prisionero trastabilló antes de seguir corriendo tanto como las fuerzas la permitieron. Eso, debían tomar sus acciones como indulgencias; pues de haber apuntado a las piernas la carrera se habría acabado de una vez por todas.
El pueblo verxian aplaudió por la precisión.
—¿Por qué está haciendo esto?!, ¿por qué tiene que ser tan cruel con nosotros?!, ¡solo queremos un poco de comida!, ¡Dios ha dictaminado que todo en la tierra debe ser compartido por los hombres!, ¡También somos humanos, no pueden tratarnos así! —lloraba aquel hombre en las jaulas—. Las escrituras dicen que...
Ni siquera se molestó en dirigirle la palabra. Los encargados de resguardar las jaulas dieron varios golpes a los barrotes como señal para que se callasen de una buena vez. Nadie quería escuchar los lloriqueos de un infiel mientras su majestad daba su gran demostración.
—¡Las escrituras, las escrituras! —se burlaron los soldados—. ¡No os atreváis a interrumpir a Nuestro Señor con tus estupideces, infiel!, ¡Callad!
—¡Sí!, ¡cerrad el hocico! —secundó uno de los súbditos. Un cobarde de mediana edad que había estado ansioso por presenciar a Su Majestad usando su arco en persona. No quería que los comentarios del infiel pusieran de mal humor al rey y con eso terminara la fiesta que con tanto fervor había estado esperando.
Al lado de aquel prisionero imprudente, yacía sentado BoGum. Observaba en silencio a los arqueros y se aseguraba de no lo descubriesen mirándoles a los ojos. La figura de Su Majestad yacía a lo lejos. Parecía estar preparando su aljaba y llenándola de flechas que escogía con mucho cuidado del mesón que habían destinado para las armas de los cazadores. Ya no llevaba su corona consigo y el traje blanco había sido reemplazado por un conjunto de piel y lana que le protegía del frío, parecía un cazador en regla. Y como uno, se movía sigiloso entre el pasto y el gentío.
¿Y el hombre a quien le acababan de quitar la soga de las manos para liberarle?
Su siguiente presa. Lo vio erguirse sobre su espalda, ligeramente aturdido por la brusquedad con la que lo pusieron al centro del campo fértil. El aroma a ceniza se impregnó en sus fosas nasales. Eso pareció traerlo de nuevo a la realidad, esta no era una simple pesadilla. Los tambores arremetían en el centro de su pecho, tanto que pensó que incluso su corazón latía al compás. Sintió tanto calor y tanta sed.
—Os doy una oportunidad. —De voz fuerte e imperturbable, Jung Kook demostraba su bondad verxian, esa que era aplaudida por los habitantes del pueblo, pero que para los extranjeros resultaba por lo mucho problemática. El que un verxian sea bondadoso, no significaba nada bueno para la gente que no era de Verx, pues para el verxian, la bondad significaba.... —. Si podéis correr y esconderos en el bosque antes de que mi flecha os alcance, vuestra libertad os será devuelta —exclamó—. No os perseguiré más allá de las fronteras —dijo con gran convencimiento, para este punto había ya elevado el arco a la altura del pecho y tensaba la cuerda con la flecha en mano, apuntándole—. Solo tenéis que llegar a ellas antes que mi flecha os alcance. Es... muy sencillo —dijo con despreocupación—, ¿no es cierto?
De inmediato los asistentes a la Ceremonia comenzaron a reír y aplaudir. Parecían disfrutar del espectáculo y del pavor que emanaba del prisionero. Ah, cómo amaba este pueblo el dolor ajeno. ¡Cómo les hacía sentir vivos!
—¡Tengo hijos pequeños! —dijo, en un intento por apelar al sentimentalismo—. ¡Son tres!, ¡esperan mi regreso a casa!
Pero nada perturbó a Su Majestad, quien se plantaba frío frente al hombre y le apuntaba con su flecha. Ojalá hubiera buscado fortuna en otro lado, pensó. Sin embargo, no se escandalizó. La orfandad a temprana edad no era algo que le causara preocupación. No podía sentir pena por él.
—Sobrevivirán sin vos —exclamó aquel rey con frialdad—. Pero si no lo hacen, vuestra vida no cambiará nada. Si queríais permaneced a salvo, debisteis quedaros en donde nacisteis.
No daba pie al diálogo. Al menos no al que el invasor trataba de llegar.
—¿Es que no puedo salir por tierras más fértiles?, ¡solo soy un ser humano que quiere algo mejor para su gente! —exclamó con ofensa.
¿Quién había decidido en donde terminaba la tierra de uno y comienzaba la del otro? La nueva presa pensaba en ello mientras se mordía la lengua para no soltar más imprudencias.
En ese momento Jeon sonrió y afianzó el agarre de su arco. El hueso del cuerpo crujió entre sus manos.
—Entonces podréis decir a vuestros ancestros que habéis muerto por una causa justa —exclamó al tiempo en que soltaba una flecha y recargaba otra. La primera le dio en la garganta, pero antes de que cayera al piso, Jung Kook dirigió otra a la cabeza, justo en el ojo izquierdo para que entrase con mayor facilidad. La carne impactando con la punta de su flecha hecha de hueso reverberó en el espacio abierto. ¡Plas! Estalló el cráneo. Pensó que de esa manera moriría aún más rápido—. Puedo entenderos y por ello os respeto, infiel —dijo cuando se aproximó al cuerpo desangrándose, ya inerte sobre el césped—. Guardo en el alma los mismos deseos que vos... Por eso es que me apresuraré a destrozar quienes tenéis la misma voluntad que yo.
No estaba allí para jugar al mandatario. No obtenía un reino para ser indulgente con el enemigo. Los extranjeros no serían indulgentes con sus verxian, nunca lo habían sido. Y los pocos que han dejado las tierras y han podido regresar, regresan confirmando que en el exterior nadie tiene ni una gota de indulgencia para el verxian. Entonces, ¿por qué él tendría que tenerles consideración?
¿Qué tenían hijos?, ¿esposas, esposos?, ¿que amaban a amigos y familiares?, ¿que tenían sueños, anhelos y aspiraciones para el futuro?
¡Sus verxian también los tenían!
¡Sus verxian también amaban!
¡Y también habían rogado por clemencia para ser ignorados!
Le habían dado la corona de Verx.
¡No la de Nhor!, ¡No la de Platis!
¡Ni la de Rejum Ajá!, ¡Mucho menos la de la muerta Calaís!
Dio la media vuelta para beber un poco del vino que le extendían los encargados de su alimento, pensando que el mundo podría irse al carajo y eso lo tendría sin cuidado. Pues mientras Verx esté a salvo, nada de lo demás le importa.
Así fue como pasaron uno a uno. Algunos más resignados que otros, pero los destinados al indulto fueron puestos en la misma situación. De los diez que ofrendaron al rey, ahora solo quedaba uno. Era una mujer de las montañas, estaba preparada ya para correr, pero Jeon la tenía en la mira. No fue indulgente, no planeaba serlo. Pero cuando le dio la señal para que corriese, el rey Jeon estornudó al momento en que soltó la flecha y el movimiento involuntario desvió su rumbo. De inmediato tomó otra flecha y la lanzó, pero esta solo le dio en el brazo. La distancia era impresionante. Los verxian aplaudieron la destreza de su rey y vitorearon por la suerte de la prisionera. Salvarse del Arco de Jeon no era una hazaña de poca monta.
Jeon se encogió de hombros y, como había prometido, una vez adentrada en el bosque no persiguió más a su presa. Le había otorgado la libertad.
La música se hizo más fuerte, las mandolinas y los tambores atraparon de nuevo la atención y Jung Kook invitó a su pueblo a bailar de nuevo. Él se dirigió a su trono y los observó apoderarse del césped entre pisotones y saltos animados. Las palmas, los vítores, todos parecían disfrutarlo. Se sentó con las piernas separadas, y recargó un codo, entonces sorbió la nariz.
¿Sentía frío?
Qué raro.
Sin darle mayor importancia, mandó a traer un abrigo.
Jugueteó con el medallón en su cuello y pensó en Tae Hyung. Le había dicho que había terminado con él, le había hablado de forma tan tajante, y aún así... no podía ser deshonesto con sus emociones. Aunque jamás se atrevería a decirlo en voz alta, también estaba preocupado. No estaba preparado. Ni para ser padre, ni para instruir a otra persona para hacerse cargo de Verx;
Quizá se había dado cuenta de lo celoso que era con su pueblo.
Tener un hijo sería criar a su reemplazo.
Lo repudiaría, estaba seguro. Tanto como Jeon III lo había repudiado a él.
Ah, su amado padre...
Cuántas veces no perdió la oportunidad de hacerle saber la presión que debía soportar sobre los hombros, y lo que sucedería con él si fallaba.
Fue un padre cruel.
Y así Jung Kook le adoraba. Y le temía. Y le admiraba.
Pero no se creía capaz de convertirse en algo mínimamente cercano a aquel sol que brilló antes que él. ¿Sería que... él no amaba tanto al trono de Verx como lo había hecho Jeon III?, ¿sería que comenzaba a distraerse con los clamores que provenían de otros jardines?, ¿de otros rosales?
No.
No, no, no.
No, no, no.
Jung Kook prefiere morir antes que fallarle a Verx.
¡Con qué cara miraría a Jeon III en el infierno!
Tomó el centro de su pecho sintiendo una ligera opresión. Muy mínima. Nada alarmante, pero por lo mucho molesta. Joder. Estaba pensando demasiado cosas que debían ser intrascendentes. ¿Qué sucedía con él? El repiqueteo de sus propios dedos sobre el dorso de su asiento lo estaba volviendo loco. Su rosa, ¿en dónde estaba su rosa, su hábil bufón que mejoraba su humor con tan solo su presencia?, ¿en dónde estaba ese artista que parecía otorgarle todas las piezas que necesitaba para sentirse pleno, así fuera tan solo momentáneamente?
—Mi Señor —La melodiosa voz de un antiguo sastre del palacio lo sacó de sus pensamientos—. Es bueno saber que goza de excelente salud. —Jeon dejó de inspeccionar el campamento a regañadientes—. Nuestros ancestros en el infierno confabulen para otorgarle larga vida.
—Amén —dijo Jeon al verlo—. Ji Min Park —saludó—, no os he visto por Verx desde que descubristeis vuestra obsesión con la seda.
La presencia de Park pareció distraerlo. Jung Kook parecía volver a ser él mismo cuando entablaba conversación con sus verxian.
Ji Min asintió.
—Espero sepa disculpar a este humilde y avaro siervo, Mi Señor —exclamó con gentileza mientras otorgaba una pequeña reverencia a su soberano—. El oro púrpura hace desaparecer los principios hasta del más justo. Y vuestra merced sabe que vuestro siervo es el menos justo de todos —rio de inmediato, entrecerrando un poco los ojos avellanados en el proceso. Su cabello rubio cenizo estaba peinado hacia atrás, pero la corona de flores había revuelto algunos mechones en la parte de enfrente. Se le notaba que disfrutaba de la velada, aunque no podías decir que estaba borracho sin importar cuántas botellas se habría tomado. Nada parecía hacer efecto en él.
Jeon a penas reaccionó.
Al tratarse de un rey accesible para su pueblo, la mayoría solía darle su espacio. Todos los verxian habían sido instruidos para respetar una distancia entre ellos y el Solei. Nadie solía acercársele a menos que tuviese asuntos de suma urgencia. Y como había una gran red de atención repartida por todos los allegados al rey, la mayoría de las veces no necesitaban hablar con el soberano para que este atendiese sus demandas (muchos ni siquiera tenían el valor para plantarse frente a él y aunque fuera para besar el dobladillo de su capa). Pero Park Ji Min era más confianzudo. Un loco en regla que no medía la inmensidad de sus imprudencias, y aún así, nunca había hecho enojar a Su Señor; al menos no de una forma que lo hiciera perder la protección de su manto.
—Sepa vuestra merced que en las fronteras se habla maravillas del Rey Demonio que nos protege junto a sus Perversos —exclamó con la intención de mejorar su humor, que parecía distante en aquel momento. Park Ji Min parecía la persona con más perspicacia en torno a las emociones de Jeon, justo después de Sadayeren—. Esta espléndida fiesta solo confirma lo que todos en Pántagos ponen en duda tan imprudentemente cuando se les olvida quiénes somos en el mundo, que Verx es próspera y está más saludable que nunca, Mi Señor.
Pero de tan alentadoras palabras, Jeon solo pareció notar...
—No me llaméis Rey Demonio, que ese título solo pertenece a mi antecesor —exclamó con seriedad, casi gruñendo al referirse a su padre. De alguna manera, odiaba que comparasen su regimiento con el de su antecesor—. Me temo que no he hecho nada para merecer tal honor... —dijo con desgana—. Aún.
—¿Bromea, Mi Señor? —Jeon no pareció reaccionar—. Los infieles le temen más que a cualquiera. Preferirían toparse con el diablo enemigo de su dios, antes que con vuestra merced. Vos sois la única razón por la que esta gente puede bailar de esta forma, y beber de esta forma, y vivir de esta forma... Mi Señor, sois vos la luz de Verx, no vuestro honorable padre, en el infierno arda su alma —dijo con gran respeto a la memoria de Jeon III—. ¿Es que no os habéis dado cuenta?
Su Majestad tomó una gran bocanada de aire, pensando en las palabras de su vasallo. Lo cierto es que lo había hecho sentir mucho mejor.
—Supongo que solo he pasado mucho tiempo sin Campañas —exclamó, ya sin deseos de mantener el recuerdo de su honorable padre en sus pensamientos.
—¿Extraña la guerra, Mi Señor?
Jeon asintió de inmediato. En eso no podía mentir. Desde que habían pactado este acuerdo de respeto entre Verx y los otros dos reinos vigentes, las cosas no eran iguales a cuando su reinado a penas había comenzado.
—Otra persona sería si no —sonrió mientras sentía bajo las yemas de los dedos los calados en el hueso de su arco. Aunque era cierto que había descubierto en los últimos años otras aficiones, y aunque por supuesto, amaba el arco más que a cualquier cosa, los días en el invernadero con su rosa eran de lejos sus favoritos.
—¿Entonces por qué no habéis salido a conquistar, Mi Señor? Si vuestra Merced desea ejercer la guerra, ¿Qué os lo impide?
Aquel rey malévolo enmudeció. No estaba listo para confesar que quizá había dejado un poco de lado sus campañas, en parte para no abandonar el castillo en donde se encontraba su rosa, y en parte para no hacerle sentir triste cada vez que regresaba bañado en sangre y con cientos de prisioneros más para su colección.
Sabía que Tae Hyung era un extranjero de alma noble que no entendía de sus costumbres, él...
Simplemente no quería que lo viese como a un monstruo.
Quizá por eso había desistido de torturar infieles dentro del Castillo, salvo lo estrictamente necesario. Quizá por eso habían dado a parar todos en el Mercado. Pero eso también había hecho sentir tan triste a su rosa, tanto como para que este dejase de comer. Jung Kook no podía permitirse ser la razón por la que su amada rosa sintiese tristeza. La guerra... Se había dado cuenta de que no quería hacer la guerra. Al menos no frente a Tae Hyung.
En cualquier otra circunstancia, no tenía problema en dejar salir a flote su personalidad sádica y cruel, pero cuando Tae Hyung estaba presente... Se sentía, quizá y solo quizá, un poco avergonzado de sus costumbres.
Y es que era una lucha constante, entre ser lo que era, y ser esealgo que Tae Hyung pudiese amar. Quizá el problema era que de esta forma no podía entregarse ni a uno ni a otro. Ni a Verx, ni a Tae Hyung. Y eso lo hacía sentir incompetente, como rey... y como amante también.
De nuevo, estaba pensando demasiado.
El rostro iluminado de su vasallo pareció animarlo. Los impulsos crueles de su naturaleza y el amor por su pueblo resurgió como una tormenta que había estado dormida por un descuido. Pero su prudencia seguía allí.
—En la guerra también fallecen mis verxian —dijo con honestidad. Había prometido no hacer la guerra, pues la desventaja geográfica de Verx podría poner en peligro a su pueblo si es que esta se desataba. Pero tampoco podían esperar a que se quedara quieto si las amenazas y las hostilidades venían del extranjero. No era un rey tan paciente, ni mucho menos uno que idolatrase la paz infiel.
—¿Y qué? —exclamó Park con genuina consternación—. Todas y cada una de estas personas han entregado su alma a vuestra sangre y herencia —señaló Park con alegría—. Os pertenecemos, Mi Solei. Morir por vuestra merced y ser condenados al infierno gélido, será un honor para todos nosotros.
El vasallo era honesto con sus palabras, pero eso para la gran pena del rey, no terminaba por apaciguar sus inquietudes.
Por otro lado, la duda en el sastre quien no paraba de soltar frases preciosísimas para su rey, llenó de curiosidad al rey.
—Qué palabras tan más alentadoras, verxian. Pero... ¿será acaso que mi intuición comienza a fallar o es que en verdad algo os inquieta?
Ji Min enrojeció de inmediato y bajó la cabeza.
Los rumores sobre lo que Jeon había hecho con su señora martilleaban en su mente.
—Mi Solei, yo... —exclamó con dudas—. He escuchado en el pueblo sobre... —Soltó un gran suspiro. Necesitaba escuchar la verdad del mismísimo rey. No importaba si le costaba el alma o la cabeza—. Quisiera saber en dónde está Mi Señora, la princesa MyeongSuk.
Hizo una reverencia de inmediato, esperando una reprimenda por su atrevimiento y a su pregunta le secundó un sepulcral y aterrador silencio, a penas amortiguado por las mandolinas en el centro del baile. Jeon asentó la copa que traía en las manos con fuerza sobre el mesón y le miró directo a los ojos.
—No menciones el nombre de esa traidora en mi presencia —gruñó él con frialdad. La dureza en los orbes de su majestad desconcertaron de tal forma a Ji Min que incluso sintió que su propio aliento se volvía hirviente de los nervios. Suspiró ampliamente y se irguió sobre su espalda para no mostrarse lamentable frente a su rey. Cuando este posó su mano sobre el hombro del sastre, se limitó a exclamar con una voz tan lúgubre y sombría que pareció romper el corazón de Park en mil pedazos pues sabía, no le daría mayores explicaciones—: Ahora ve, y disfruta de la ceremonia.
02072023 | Love, Sam 🌷
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