27.
La suave caricia de un ángel
Recogió su máscara y la tomó en manos. Todo pareció enmudecer. Con las pálidas yemas de los dedos rozó una de sus mejillas en tanto veía al ebrio correr despavorido hacia la lejanía. Había entendido hacía un tiempo lo que ocurría con las personas cuando le veían a la cara, el terror, el apuro por apartar la vista y alejarse a toda velocidad. Delineó con la parte interna de los dedos sus mejillas, como acariciando sus ojeras y los extendió con lentitud hacia afuera. Sentía su piel lisa al tacto, tan suave. Lo mismo cuando tocaba sus labios, su nariz, o cuando entornaba la forma de sus cejas. Nunca entendió qué era lo que tanto asustaba a las personas cuando le veían.
Torció los orbes con hastío y solo suspiró sin deseos de darle mayor importancia. Malditos locos. No tenían puto remedio.
☽⋆✷⋆☾
—Esa cosa es... ¡Espantosa! —Muy lejos ya de aquel acróbata estafador, yacía su víctima para quien todo en aquella fiesta se había tornado en pesadilla. Sentía la presencia del bufón en el rabillo del ojo, como ver una sombra borrosa. Pero al volver la vista, no había nadie a sus espaldas. Trastabilló hasta pegar la espalda a un árbol y al fin cayó al césped, incrédulo sobre lo que había visto. Al cabo de unos minutos (que le parecieron horas), en los que murmuraba como un desquiciado, Kadir lo encontró. Lo ayudó a levantarse, en lo que llamaba la atención del General Min.
—Es bien sabido, que el estúpido bufón es más feo que... —intentó decir para calmarlo, tratando de suavizar el ambiente con una simple broma.
—¡No!, ¡no! —Aterrado, Julián grita como un completo lunático. Pegó las manos al estómago en un intento por que dejasen de temblar. Fue en vano—. Vosotros no entendéis, ¡es en verdad aterrador!, ¡aterrador!, ¡está... muerto, ese es el rostro de un puto muerto!
De orbes perdidos y cejas suplicantes, el soldado tirita en su sitio.
Min Yoon Gi nunca había visto a un hombre adulto llorar tan fuerte, al menos no sin tener alguna cortada en el estómago y medias entrañas por fuera. Para mala suerte del soldado, no podía secundar ni respaldar sus palabras y el Guardia Principal comenzaba a preocuparse por la actitud de su subordinado, tanto licor sin supervisión no podía hacerle alucinar de esta forma, ¿o sí? O sería que por fin había perdido la cabeza gracias a su obsesión con las campañas y el desprecio hacia la mascota calaíta de Su Majestad.
—¿El Señor Tae Hyung? —dijo en tono suave pero en igual medida, consternado—. Venga, que no es para tanto, Julián. —Trataba de tranquilizar al joven soldado quien rehuyó de su tacto cuando le ofreció la mano para ayudarle a levantarse del árbol cuya espalda encorvada y lloriqueos ininteligibles habían dado a parar—. Vaya, que sí es un poco incómodo cuando uno le mira fijamente, pero...
Min soltaba sus palabras con despreocupación. Es que no era para tanto. Es verdad que en varias ocasiones le había sacado un gran susto cuando se lo encontraba merodeando entre los pasillos del Celeste. Pero no era la gran cosa. Julián no era un novato como para permitirse afectar por eso.
—¡No me creéis!, ¿¡ninguno de vosotros cree en lo que os digo?!
—Bueno, hombre. No es como que lo podamos corroborar —dijo Kadir, quien se había unido al tumulto si bien terminó con sus tareas junto a Su Majestad—. Nuestro Señor nos clavaría mil flechas en los ojos tan solo por intentar mirar. No podéis indagar entre las pertenencias de vuestro rey, hombre. Conoced vuestro lugar de una buena vez... —Cuando le miró fijamente a la cara, Kadir fue consciente de lo mal que estaba su compañero—. Por el infierno gélido, parece que visteis un fantasma.
—Un fantasma no lo tendría delirando de esta forma —concluyó Min.
¡Que no estaba delirando, mierda!
—¡Pero os digo la verdad!, ¡no os miento, ni deliro!, ¡está podrido!, ¡tiene las carnes podridas pegadas a las mejillas Y... Y...—lloriqueo. Al recordar las imágenes en su memoria, sentía que le faltaba el aire y que el mismo mundo se volvía más pequeño y sofocante. Tenía que estar en alguna especie de pesadilla. Vamos, había sorteado los peores peligros en batalla, había visto miles de cosas aterradores a lo largo de su vida, ¿pero esto? No se comparaba—. ¡Creedme!
—Julián... —señaló Kadir con fastidio—. Estáis ebrio —dijo para tranquilizarlo—, e b r i o.
El deletreo de la palabra le supo a pura condescendencia. Julián enfureció.
—¡No! —gruño entre dientes—, ¡el alcohol no hace esas cosas!, ¡me tomáis por mentiroso!, ¡y nuestros ancestros en el infierno saben que lo soy, joder!, pero por mis muertos, ¡os juro que esta vez no miento!
Kadir y YoonGi se miraron por un segundo, muy preocupados por el estado de su compañero. Mira que una vida como perverso no le salvaba a uno de volverse loco de un minuto a otro, (de hecho, era más como una garantía). Y aún así, sintieron una gran pena por el joven soldado. Se prepararon mentalmente para perder a uno de los suyos.
—Anda, ya —dijo Min con preocupación—. Que os toca la guardia en medio del sol. Espabilad de una vez que no voy a cubriros. La habéis pasado ya de borrachón toda la noche, tanto que ya comenzáis a alucinar con muertos vivientes y carnes podridas. —Extendió una mano al hombre para ayudarle a levantarse. Él la tomó de mala gana—. Mira que el amanecer nos amenaza y al alba hay más movimiento de los invasores. Debemos mantener todo en orden mientras Su Majestad disfruta del festival.
Min Yoon Gi le golpeó con fuerza en la cabeza con la palma abierta por lo que Julián no pudo hacer más que maldecir mientras sobaba el área con enojo. Tenía la cara roja y sudorosa, así como sentía los ojos hinchados y ardientes por el llanto. ¿Por qué no le creían? Es decir, sí, estaba un poco pasado de copas. Lo sentía en su aliento. Pero eso no significaba que imaginara cosas. Eso no pudo ser producto de su imaginación, no se consideraba una persona tan creativa. Ni en sus peores pesadillas habría maquilado algo como aquello.
Desde entonces, cuando vio a la máscara pasearse por el festival, no dudó en mirar a otro lado en tanto temblaba de miedo y se preguntaba, ¿era eso lo que mantenía encantado a su señor? Por eso era que no importaba si aquel torpe acróbata cometía errores en el escenario, Majestad siempre lo perdonaría para mantener a su lado al ser más horrible sobre la faz de la tierra. Qué fuerte era Su Majestad, qué fortaleza y qué grandeza guardaba tras su apellido, pues solo alguien con la sangre de un Jeon podría tolerar tener a tan horrible criatura cerca sin morir de miedo, justo como él lo hacía ahora.
☽⋆✷⋆☾
Acontecieron en aquella ceremonia algunos cuantos disturbios ocasionados por el alcohol, pero nada que no se pudiera solucionar con una buena cerveza u otra paliza de reconciliación. Al césped terminaron a parar todos los borrachos de la gran fiesta. Algunos habitantes se habían levantado muy temprano para apagar lo poco que quedó de las antorchas. Al otro lado del río, el fuego yacía muerto hacía mucho y las cenizas que se elevaban a las nubes, simbolizaban las plegarias que mandaban a aquel Cielo Vacío.
Bajo su manga estampada de estrellas y lunas plateadas, guardaba el sello. Los vistosos olanes en las muñecas lo ocultaban a la perfección. Lo arrojaría al fondo del Río Calais y dejaría que la corriente se lo llevase cuesta abajo. El agua lo arrastraría fuera del reino y con un poco de suerte, lo enterraría entre el lodo creado por algún riachuelo más allá de las fronteras. Por eso se levantó muy temprano, cuando el cielo aún se sabía gris ante los orbes de los hombres; Las bajas temperaturas se resintieron de inmediato, el otoño no era tímido cuando se trataba de arrebatar el calor de la tierra. Con aquel pensamiento en mente, el bufón se removió un poco del camastro. Se colocó un abrigo modesto sobre los hombros e hizo amago de levantarse.
Sin embargo, justo antes de salir del calor de las sábanas, Su Majestad le llamó.
—Rosa mía... —dijo él—, ¿no te irás otra vez o sí? —lloriqueó el soberano mientras aprisionaba la cintura del bufón con su brazo libre. Aquellas manos peligrosas acariciaron su vientre y su pecho.
—No me fui. Solo me levanté un instante.
—Instante se convierte en eternidad cuando no estás a mi lado —exclamó Jeon. Sus palabras salieron de aquellos labios como la declamación de un poema. Dio un beso a su espalda desnuda y le liberó. Disfrutaba la vista de un Tae Hyung deslizando sus nuevas telas sobre su piel suave y canela. Lo vio tomar el gorro y regresar a su lado, apenas sosteniendo el accesorio por las correas. Él se lo puso sobre la cabeza, y dejó caer uno de los cascabeles sobre su frente. Jung Kook adoró la vista. Todo lo que concernía al arte de Tae Hyung le parecía maravilloso, todo lo que le hiciera feliz, le parecía inconmensurablemente admirable, por eso es que con diligencia acomodaba los mechones largos que se salían del gorro y repasaba en su memoria el mapa de lunares, manchas y marcas en la piel de su rostro—. Rosa fuerte al centro de mis jardines... —recitó con devoción—. Mil tormentas podrán amenazarme y aún así, estos pétalos que lleváis con gracia en las pieles, resplandecerían entre las penumbras, y me darían esperanza.
Jeon acarició las mejillas del calaíta y entornó su rostro con las palmas a cada lado de su quijada. La piel en las manos del soberano era áspera, pero amable. En su rostro brillaba entonces una ternura incontenible, un amor impronunciable.
—No iré a ninguna parte —exclamó en voz grosa, en tanto permitía que Su Señor anudara el gorrito bajo su mentón, para justo después, besar la nariz de su rey en un ademán travieso y juguetón. Se permitió acariciar sus brazos y tomar sus manos para entrelazarlas con sus dedos, tomar el dorso de su mano y besarla con dulzura. Besó sus mejillas, en donde se lucían diminutas y casi imperceptibles cicatrices gracias a las flechas que había sorteado en sus entrenamientos con los Perversos; y después sus labios que, sin importar cuántas veces hubiese besado antes, parecía que en cada ocasión tenían un aroma y un sabor nuevo, todos increíblemente dulces y frescos. Había bebido una gran copa de vino si bien despertó, decía que eso le quitaba el estupor. El ligero empuje que le dio los recostó a ambos sobre el camastro y Jung Kook disfrutó del peso de Tae Hyung sobre sí sintiéndose enormemente dichoso. Extendió una mano y recogió de su cabello para colocarlo tras su oreja. Por las justas no cayó de nuevo para bloquearle la vista. Amaba sus ojos de infierno, purpúreos, filosos y brillantes—. ¿Cómo podría apartarme del sol que me da vida?
Sintió el ronroneo que su voz trajo consigo hasta el centro de su pecho y suspiró. De nuevo mechones rebeldes caían sobre su frente. Tenerlo sobre sí mismo le pareció un deleite, una bendición verxian.
Cómo le amaba. Cómo le adoraba.
—Ven —exclamó Jeon en una demanda—, los arqueros debieron ya preparar todo, pero quiero estar contigo unos momentos antes de salir. Recuéstate a mi lado. —Parecía que ordenaba gracias a la naturaleza con la que hablaba. En su voz había autoridad, era cierto. Pero en aquellos orbes brillantes y azules había cierta súplica pueril y caprichosa.
Hay algo en Jeon cuando sonríe que lo vuelve encantador. Sus dientes delanteros son ligeramente grandes, lo que hace parecer a su sonrisa muy amplia y amable. Aun así, toda amabilidad y gentileza desaparece en el instante en que la seriedad inunda su semblante. Entonces es mejor no cruzar miradas con él, pues dícese por ahí, puedes sentir el peso de todos los reyes que se sentaron en el Trono Purpúreo antes que él.
Aterra. Intimida. Acobarda.
Por eso es que había aconsejado al pielroja no mirarle a los ojos, pues de los cobardes uno nunca sabe qué esperar.
Aún así, nadie podría tomar las palabras que usaba hacia su rosa como órdenes. Jeon no le ordenaba cosas a su rosa; las pedía. Tae Hyung había resultado muy prudente al entender que si bien no le daban órdenes explícitamente, el entender e interpretar los deseos de su majestad lo elevarían de puesto y aumentarían el aprecio que el Solei tenía por él.
La rosa se aproximó a la cama, y se tumbó a su lado, sin importar que la camisa ceremonial de su señor se arrugase. Coló su brazo derecho bajo la nuca de Jeon y lo atrajo a su pecho. Lo abrazaba, le hacía sentir su calor también, su cálido amor de devoción pura e indiscutible lealtad. Jeon de inmediato enredó sus piernas con las suyas y se acunó en su pecho.
—Rosa mía...
—¿Sí, Mi Señor?
—En verdad creéis que... —exclamó aquel rey con duda entre los labios, duda que no le caracterizaba y que parecía tan ajena a su existencia—. ¿En verdad creéis que hay una manera de respetar a los extranjeros sin irrespetar a mis verxian?
Las cejas de Tae Hyung se entornaron en una expresión amable. Ahogó una sonrisa gigantesca al recordar sus propias palabras en la presentación.
—Por supuesto, Señor Mío.
—No compartiré los recursos, esa no es una opción.
—Por supuesto, Majestad. No hará eso, no tendría por qué hacerlo. Nada lo obliga —afirmó con visible convencimiento—. Pero esta rosa que le sirve con tanto amor, tuvo un sueño la otra noche, ¿puede creerlo?
—¿Qué habéis soñado? —dijo el rey con muchísima curiosidad.
—Era usted en lo alto del mundo. Nos sostenía entre sus manos. Tomaba todas las tierras que deseaba, y dejaba huir libres a quienes no deseaban someterse a las creencias de sus ancestros.
Jeon parecía sorprendido.
—¿Los liberaba? —preguntó, genuinamente intrigado—, ¿sin torturarles primero?, qué sueño tan extraño, Rosa Mía —dijo con naturalidad. A penas frunciendo el ceño por la extrañeza. Justo como si hubiera visto algún insecto extraño o un nuevo color sin bautizar.
—Lo sé, Mi Señor. Pero he de admitir que mi coeur... mhmm... corazón —dijo en fingida ignorancia para sostener la imagen de torpe y olvidadizo—, latió muy rápido entonces —afirmó—. Ver a un hombre tan fuerte como vuestra merced dejando ir a los infieles... Les permitía formad parte de sus amados verxian y les daba la bienvenida como solo un rey tan bondadoso como usted podría, pero incluso a aquellos que no deseaban someterse a La Voluntad, Mi Señor les daba la oportunidad de huir.
Familiarizado de antaño con las raras costumbres de su bufón, el rey asintió, pensativo.
—Te ha emocionado aquel sueño, ¿no es así, rosa mía?
—Tanto, Majestad, que he despertado con una hilera de lágrimas entre —quiso decir bajo— los ojos.
—No... No puedo hacer eso —dijo el rey, completamente pensativo por las palabras de su amado. Recargaba su espalda en el respaldo de la cama y rascaba lentamente su nuca. Estiraba un poco el cuello para relajarse como cuando quería encontrar una solución—. A menos que... —Parecía vacilar de una forma que no le caracterizaba. Afloró en él la duda y la incertidumbre también—. No. Lo siento tanto, quisiera hacerte feliz y cumplir tu sueño, pero no puedo. Interfiere demasiado con las tradiciones de la Soberana Verx. ¡El pueblo adora las ejecuciones! y quien no quiera estar de nuestro lado es en automático un potencial enemigo. Hay que tener mucho cuidado en estas cuestiones, Rosa Mía. La guerra puede tornarse muy sucia si os dais la oportunidad a vuestro enemigo de llevarte ventaja.
Tae Hyung asintió con fingida comprensión. La amplia sonrisa de su rey le provocó un profundo suspiro. Su Señor no tenía remedio alguno.
—Supongo... Que aquella será solo una imagen que veré en sueños —dijo mientras se encogía de hombros. Sobre el pecho desnudo del rey descansaba la joya de latón—. ¡Uishh! —exclamó con infantil frustración, abalanzándose sobre el rey y llenándole de besos y justo antes de abrazarle continuó—: ¡Es que usted me encanta en todas sus facetas!, ¡no puede culparme!, quiero verle cruel y despiadado, quiero verle bondadoso y paciente. Mi señor... ¡Quiero verle feliz!
También quería verle solitario. Apartado de la influencia de sus verxian, fuera de aquel reino a quien daba fortaleza. Fuera de aquel castillo tan ruin que protegía con tanta diligencia. También quería verle con la corona rota entre las manos, y que sus mismos verxian dudasen de sus acciones, y le rechazasen, tanto como para que solo le quedase la opción de tomar su mano como única salvación, para que entonces durmiesen en una cama justo como esta solo que a leguas¹ de distancia, pero claro eso...
Eso no se lo dijo.
☽⋆✷⋆☾
Si ponían atención, escuchaban cómo las flechas de los arqueros salían disparadas por los aires. A veces a esos soplidos le seguían los chillidos de algún águila, a veces los gritos de un hombre, y otras tantas, las maldiciones de un infiel. Aun así, no parecía que aquella ceremonia fuera del todo un caos. Para el verxian, aquello era una verdadera fiesta al alba de niebla grisácea y clima de ensueño.
Después de eso, ambos habían salido de la carpa.
Primero el bufón, bien vestido con unos pantalones rojos con zapatillas y camisa del mismo color. Resaltaba entre el verduzco del pasto y lo naranja de las hojas de otoño del bosque. La hojarasca revoloteaba por doquier y hacía remolinos a la altura de las rodillas, el susurro del río acompañaba al de las brisas otoñales. Y si bien avanzaba entre la gente con mucho sigilo para no chocar ni molestar a nadie, siempre había uno que otro descuidado que topaba de hombros y hacía sonar aún más fuertes los cascabeles de su capa a propósito.
Había anudado la máscara blanca, esa de adornos dorados que usaba los días de fiesta.
Y en el bolsillo de la capa tenía aún el sello.
Había decidido que tirarlo al río era la mejor manera de deshacerse de él. Por supuesto ya no podría moverse ni movilizar a los guardias por “órdenes extraoficiales de su majestad”, pero era eso o ser descubierto y no podía correr el riesgo. Ya resolvería lo demás después.
Juraría ante los Tres Reinos que aquellas eran sus únicas intenciones, pero ¿qué puede hacer el ser humano cuando oportunidades mucho más ventajosas se aparecen en el camino? Esperad... Que acababa de maquilar una idea mucho mejor que solo tirar sus nuevas oportunidades al río.
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Su Majestad fruncía el ceño de vez en cuando. Pero la mayoría del tiempo reía y bromeaba con los gobernadores. Estaba sentado al centro del campamento con el brazo izquierdo extendido sobre una mesa achaparrada, pero muy bonita. Una jovencita de la provincia de Sariel dejaba trazos de tinta sobre la piel de su soberano con una aguja. En ceremonias anteriores había trabajado ya el brazo de Su Señor; y procuraba en cada Ceremonia retocar los antiguos trazos, así como añadir nuevas ideas que Su Majestad quería ver en su piel. Flores, tigres. Artefactos de extraña apariencia que juraba haber visto en sueños, pero que no existían en el mundo real. El arte corporal del rey de Verx era una visión onírica acerca del tiempo.
En esta ocasión, Rennis trabajaba en una máscara tradicional verxian. Un talbak dorado con cintas rojas flotando detrás.
Dijo en aquel momento en el que tenía un par de copas encima, que deseaba tener la máscara en el brazo en honor a todos sus artistas. Pero lo cierto era que la cinta roja representaba un poco más a su rosa que a todos sus demás bufones. Aún así, nadie le llevó la contraria.
Tae Hyung había tomado asiento muy cerca del rey, en uno de los tapetes que habían puesto sobre el césped. Los demás invitados a la ceremonia también estaban sentados sobre tapetes bordados, (un poco celosos de que el lugar más cercano al Solei fuese para el bufón). Aún así, la plática era amena y Su Majestad se tomaba el tiempo de escuchar a sus cortesanos.
—Tengo dos hijos, Majestad. Un varón y una señorita que parecen habilidosos con el arco. Y eso que apenas cumplieron los seis. Aunque es verdad, me preocupa que un día quieran sacarse los ojos el uno al otro... a veces siento que son demasiado jóvenes para sostener el arco y la flecha.
—Tenía su edad cuando tomé un arco por primera vez —dijo aquel soberano con naturalidad—, déjelos practicar felices. No les sucederá nada.
—No comparará a mis muchachos con su sangre, Mi Señor. Temo que solo he podido heredarles mi sangre humilde y que terminen por convertirse en Arqueros incompetentes. Lo avergonzado que estaría como padre... Significaría que les he fallado a mis muchachos.
—Serán maravillosos, hombre —dijo para consolar a su súbdito—. Instrúyales. Quizá un día puedan pelear a mi lado en batalla.
—O al lado de sus herederos —señaló con una gran sonrisa el cortesano sin una pizca de malicia entre sus palabras. El comentario borró la sonrisa en el rostro del rey. Jeon respiró profundamente, pensando que el verxian no había soltado sus palabras con el propósito de hacerle enojar, y se pidió paciencia y prudencia. Aun así, no pudo evitar sonreír de mala gana, cosa que el cortesano notó de inmediato y usó como señal para retirarse del círculo que se había formado alrededor del Solei—. Con su permiso, Mi Señor. Debo retirarme antes para atender unos asuntos eh... en la Capital. Sí, en la Capital.
Jeon asintió desinteresado y levantó la mano libre haciéndole saber que le era permitido abandonar la reunión. El sirviente salió casi huyendo de allí, no sin antes atender a los protocolos de saludo y respeto, más por sí mismo que por el rey, quien no le estaba poniendo ya atención, visiblemente irritado por sus comentarios. El tema del sucesor era algo delicado, era hasta ese momento, la manera más fácil de irritar al rey de Verx.
Al cabo de unos minutos, Su Majestad había olvidado el incidente, más concentrado en los chistes que hacían los demás súbditos y las amenas pláticas con la tatuadora, quien reía un poco cuando Jung Kook soltaba una que otra maldición entre risas por el dolor que la tinta causaba en su piel. Fue allí cuando uno de los gobernadores vio la oportunidad de entablar conversación con él, pues parecía de buen humor de nuevo.
Para buena suerte de Tae Hyung, la máscara ocultaba cualquier mueca de asombro que llegara hasta su rostro, pues a un lado de aquel despreocupado hombre y su rey, estaba de pie un esclavo traído de muy lejos, cuya piel reflejaba el sol y todo lo que iluminaba la tierra.
Otro pielroja.
«Si hay más como yo no tengo idea, se lo juro Tae Hyung».
La voz de Park BoGum reverberó en su memoria. Un pielroja perdido en la ceremonia de otoño era una suerte. Dos eran más como una bendición. Durante cuántos años se había perdido en la ignorancia, cuando lo que trataba de hallar con desesperación, era llevado cada año por su amo como un accesorio más.
De inmediato el bufón inspeccionó a Su Señor. No parecía interesado en el esclavo que ahora tomaba asiento junto a su amo, a una corta distancia. El hombre no estaba encadenado, pero por la manera en la que bajaba la cabeza y obedecía a todo en entera sumisión, le hizo saber al bufón que sus cadenas eran invisibles, de esas de las que son difícil soltarse cuando no se tiene voluntad. Aquel pielroja no tenía ya una voluntad.
Fue la primera vez que no se sintió un esclavo como todos los demás, pues su calidad de esclavo era muy diferente a la de la mayoría de los desdichados que caían en Verx. Un esclavo privilegiado, en eso se había convertido.
Pero... ¿era esto cierto?
Si observa con detenimiento, aquel esclavo porta joyas exquisitas sobre el cuello y luce diamantes neronianos en las muñecas, pero no deja de ser un prisionero. ¿No sería lo mismo con él, quien usaba las más costosas telas y las más brillantes coronas de halo dorado, bajo la condición de jamás poder cruzar las fronteras del reino?
No importaba con cuánto oro les bañaran, si al final nada en aquella vida podía llamarse libertad.
—Este chiquillo es interesante, Su Majestad. Dudo que lo recuerde, lo capturé en la Ceremonia de Otoño de hace tres años, entonces estaba todavía más desnutrido, pero le he alimentado y mire en qué mozo tan fuerte se ha convertido —dijo el hombre con gran orgullo, como alardeando de su costosa posesión—. Ya no hacen a los esclavos como antes, ahora solo saben quejarse y desmayarse que por el cansancio. Cada día los infieles son más débiles.
Jung Kook sonrió a su gobernador, dando una rápida y fugaz inspección al esclavo del Señor Federico.
—¿Cómo está Sariel, mi querido Lorca?, hace mucho que no recibo noticias —indagó de inmediato, poco interesado en la posesión de su vasallo—. Quiero pensar que todo marcha estupendamente y que por eso no habéis necesitado comunicaros.
Esperaban a los sirvientes con las aljabas y los caballos para unirse también a la caza. La batalla era fiera al fondo, pues los montañeses daban pelea para tomar los recursos que necesitaban para el invierno. Pero no había nada de qué preocuparse, por eso es que dejaron a arqueros novatos encargarse en tanto Su Majestad se tomaba un descanso en el campamento más cercano.
—Hemos tenido un año difícil con el comercio, puesto que los Platinenses no dejan de subir los impuestos de la importación. —Entre cada línea de informe, Jeon de pronto soltaba gruñidos y risas por el dolor que le causaban en el brazo. Pero al instante le hacía saber que no era importante, que el trabajo con los tatuajes no era la gran cosa y que podía atender a su reporte—, no hay nada de qué preocuparse. Nos recuperaremos después de la temporada de invierno cuando nuestras entradas por la caza se vean en aumento y ellos busquen desesperadamente carne para alimentarse durante las nevadas. Nos recuperaremos como todos los años.
—Sabéis bien lo que dicen, Señor Federico —exclamó Jeon—. El invierno solo hace que el verxian recuerde de dónde viene.
Y era cierto. El invierno solo les hacía recordar las enseñanzas sobre ese infierno gélido del que tanto hablan los libros de sus ancestros. La mención del refrán trataba de reconfortar al gobernador con la promesa de tiempos mejores para el reino.
—Eso es verdad, Mi Señor. Tendremos ventaja contra los Montañeses quienes no podrán ni moverse con el culo congelado —exclamó Lorca en una broma, en tanto acariciaba con suavidad su bigote, dudando en si hacer su pregunta de una buena vez o quedarse callado para no importunar a su señor—. Los planes de asentamientos, como siempre me resultan excepcionales —se animó a indagar—, ¿hacia dónde dirigirán las flechas sus Perversos en este invierno, Majestad?
Los cabellos cortos de Jung Kook revolotearon gracias una fuerte ráfaga de viento que venía desde el río y se perdía en las montañas. Los orbes ámbar de aquel rey benevolente brillaron.
—Hacia donde la Voluntad de Jó las guíe, Señor Federico —exclamó Jeon con gran paciencia y al mismo tiempo, con gran entusiasmo—. No comáis ansias. He escuchado ya vuestras quejas, cada vez más familias os quedáis sin espacio para la crianza de su ganado y no podéis ni criar a vuestros hijos en paz. Seguro que a los montañeses no les molestará cedernos un poco de espacio —dijo Jeon con una sonrisa inquietante entre los labios. Se acomodaba en su asiento de cuero y observaba con detenimiento el paisaje. El bosque en épocas de otoño le resultaba simplemente precioso—. Somos más aptos para vivir en esa parte de Pántagos. Les estaríamos haciendo un favor si logramos desplazarles.
Tae Hyung escuchaba con atención. Los orbes purpúreos se posaron en ese gobernador elocuente y confiado.
—Amén, Mi Señor.
Lorca siempre había sido el gobernador que más alentaba el alma conquistadora de Jung Kook. La mayoría de las veces en las que Jeon regresaba de las inspecciones en la Provincia de Sariel, los deseos de conquista y despojo parecían mayores. Lo adjudicaba a que Lorca congeniaba muy bien con la personalidad del Solei, así que era fácil que comenzasen a hacer planes para obtener más y más tierras; y aunque no era como si los demás Gobernadores no fueran unos oportunistas, Lorca siempre parecía más entusiasta cuando se trataba de invadir y saquear.
Aún así, no es como si Su Majestad necesitara que le alentasen a ejecutar lo que consideraba su voluntad. Pero era cierto que en tanto más tiempo pasara con sus verxian, más conectaba con su naturaleza ruin y desconsiderada. La sangre del pueblo al que dirigía llamaba a la suya y le alentaba a comportarse como se esperaba de un descendiente de Jó. Despiadado y sanguinario. Oportunista y abusivo. Tirano.
A eso le llamaban La Voluntad de Jeon y tanto reyes como súbditos, —así como viajeros—, yacían sometidos a esta voluntad.
Tirar el sello al río por supuesto sería una manera fácil de librarse del problema que tenía de las cartas y los conductos que estaban próximos a ser descubiertos, pero y si... ¿Y si deshacerse de aquel artefacto le otorgaba más de un beneficio?
El gobernador de Sariel sería su chivo expiatorio.
Y de paso se libraba de una mala influencia para Su Señor.
Horas más tarde de aquella cotidiana plática, Lorca se alimentaba con despreocupación. Bailaba con las muchachas del reino y se reía junto a los demás sirvientes. No fue tan complicado encontrar las carrozas en donde había llegado Don Federico. Nadie se preguntó qué era lo que hacía allí pues, los bailarines y demás bufones iban y venían alegrando a los pueblerinos de aquí para allá. Y allí, entre los cofres en donde aquel descuidado gobernador guardaba sus pertenencias, el bufón principal de la Corona soltó el Sello Real.
25062023 | Love, Sam 🌷
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