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14.

El arco es benevolente, pero la flecha sigue siendo despiadada.

    Reyes compasivos; Verx ha tenido unos cuantos y la historia nunca terminaba bien para ellos. Entonces yacían los príncipes herederos frente a los viejos pergaminos preguntándose:

    ¿Valía la pena dejarse el pellejo por la compasión?

    Sin embargo, antes de continuar debemos aclarar, la compasión de un viajero no es la misma que la de un hombre nacido en Verx;  pues en estas tierras las palabras pueden cobrar significados falsos o llanamente… contradictorios. Lo único que debes tener en cuenta, viajero, es que las palabras de un Jeon son el epítome de cualquier significación o concepto engendrado.

    El rey no miente. Jamás.
Por el contrario, son sus palabras quienes moldean la realidad colectiva.

    No.

    Es la realidad la que se amolda a su boca y su verbo.

    —Es una pena —exclama Jeon con tal dulzura y tristeza genuina, tanta que el sirviente realmente piensa que ese rey es un hombre compasivo, así, aunque la palabra resulte en sí misma problemática—. No habrá pendientes de huesos para ti, sin embargo, mi querido Ferrand, podrás esperar a que el próximo malnacido cometa un error, que lo hará, lo sé, ¿de acuerdo? Me aseguraré de cumplir mi palabra, lo juro por mis ancestros. —La flecha yace clavada en el piso, muy cerca de la mancha de sangre que Jeon ha divisado desde su aburrimiento. El concejero yace estático, temblando ligeramente ante el miedo de saber la muerte tan cercana y tan determinante, pero la pesada flecha del Arco de Jeon no le ha atravesado el corazón, ni ha perforado sus pieles para dejar a la intemperie sus órganos internos.

    Por el contrario, la flecha de madera purpúrea yace rígida en la alfombra, justo en el centro de una mancha de sangre que viene secándose desde un par de horas atrás, cuando uno de los pocos prisioneros de guerra se resistió a su último arresto.

    Sin Sa, pudo percibir como nunca antes en su vida la temperatura de un cadáver entre sus muelas.

    Era gélida.

    Como los témpanos de hielo que flotan en medio del océano. Como la vida en las Montañas que se eleva hasta las nubes.

    —Averiguaré el nombre del arquitecto, a la brevedad —farfulla—. Lo juro —escupe las palabras con inmediatez, mientras sus piernas temblorosas se inclinan en una reverencia. Al colocar las manos sobre sus rodillas para bajar la cabeza, se percata de la frialdad en sus propias extremidades.

    ¿En serio este soberano era tan benevolente como decían los locos del pueblo? Sin Sa levanta la mirada con trémula intención, con tanta lentitud que podrías dudar si se está moviendo o si, por el contrario, yace estático en el centro de la alfombra temeroso por su vida.

    ¿Era ese un rey bondadoso?

    ¿Tanto como para perdonar las injurias de los mentirosos?

    No… No.

    Jeon no ha perdonado a muchos malnacidos en su corta travesía como soberano, y quizá el final de los mentirosos es de los peores en su arsenal de torturas; Colgados, vaciados, desollados y humillados. Y así como la palabra de un Jeon es palabra divina, la mentira hacia un Jeon resulta más deplorable que una maldición demoníaca.

    —No espero nada menos, —musita aquel del que se dice, la sangre es tan púrpura como el de las mismas deidades que crearon las montañas y los ríos que les dan de comer. Apunta su arco hacia las afueras del castillo persiguiendo con la punta de la flecha a un gavilán azor que surca el firmamento. Respira profundo. La observa por un par de segundos que se saben eternos entre los orbes de los mortales. Pero después de verla revolotear y hundirse entre las montañas, desiste de su caza. Da la media vuelta resignándose y... —: Ahora, tú —dice, señalando al sirviente que le había traído la maleta con el arco y las flechas—. Tenías razón, su información era relevante —su voz es suave, todo en el rey Jeon es suave, amable y elocuente, mas basta un respingo del viento o un aleteo de mariposa para sentir el peso de la locura balanceándose en una delgada cuerda de la que nadie quiere caer y con la que nadie quiere colgarse—. Mantendré vigiladas las Catacumbas y la Plaza Principal —exclama con determinación—. Si lo deseas, puedes tomar un esclavo para hacerte un collar con sus dientes, ya que no pudimos matar a SinSa… Debes estar tan decepcionado. Pero hay un par de bastardos en los calabozos que bien merecen su juicio final.

    Sus palabras son cordiales, honorables.

    Un Jeon es un hombre de palabra y él no manchará la memoria de sus ancestros con sus acciones, mucho menos con una mentira, (o el incumplimiento de una promesa genuina).

    —No, majestad —se apresura Ferrand en responder—. No rechazo vuestra amabilidad, ni vuestra infinita misericordia… Pero no me apetece portar un collar de procedencia humana, no os molestéis en dar obsequios a este simple sirviente que no ha demostrado merecerlos en lo absoluto.

    Jung Kook rueda los ojos y tuerce solo un poco los labios. Respira profundo y libera la cresta de un segundo a otro. El soplido de la enorme flecha abandonando las manos del rey reverbera en la Sala del Trono, como estruendo de tormenta que reclama la atención al igual que un infante pretende atraer la atención de sus padres con rabietas.

    El águila suelta un chillido poco menos fragoroso y eso, es suficiente para que un nuevo sirviente tome sus cosas y observe por la ventana para ir en busca de la caza de Su Señor. El ave ha caído en la corniza de una casa en el pueblo. Debe apresurarse antes de que algún pueblerino la tome o despertará también la ira de su majestad.

    —Como quieras, entonces. —Y sin darle más importancia al asunto, Jeon se sienta de nuevo en el trono, llamado a los arquitectos de la corte para revisar las edificaciones del reino. Si había alguien que había estado jugando con sus tierras, ya era momento de reprenderlo un poquito, ¿no? Habían jugado con él... ¿de dónde habrían sacado el valor?—. Pueden retirarse. —Pero antes de que salieran todos, detiene al sirviente más cercano—. ¿Alguno de ustedes sabe en dónde está Rose? No quiero tener que llamarlo cuando quiero un espectáculo, él debe estar cerca en todo momento, ¿es que ya no tienen sentido común?

    —Oh, alteza —Terhan, un paje de cuna noble, forma un cuenco con sus manos para dar palabra a su señor—. El bufón está en los rosales, como siempre.

    —No estaba allí esta mañana —exclamó Jeon con dureza.

    —Quizá estaba escondido —señaló el sirviente con nervosismo—. Ya sabe que a von Rosewald le gusta esconderse entre los rincones del castillo… Cuando usted no le llama solo busca distraerse.

    “Y molestar a los demás sirvientes” se abstuvo en añadir.

   —Pues ahora le estoy llamando. No necesita distraerse más. Buscadlo y traedlo ante mí —demandó Jeon en beato llamado—. ¡Ya!

   Cuando por fin se quedó solo dentro de la sala, caminó un par de pasos hacia la alfombra, tomando con fuerza la flecha, mientras que de un gran tirón la recuperaba. El arma había dejado un surco imborrable en su alfombra y no pudo evitar las comparaciones. Ríspidas e irritantes comparaciones.

    Habían cavado un túnel bajo su reino.

    Habían dejado un horrible surco en su bella alfombra...

    Malditas ratas.

    ¿Qué les hacía pensar que no serían pronto víctimas de sus flechas?, ¿o que no terminarían de igual forma que todos sus enemigos?

27062022 | Love, Sam 🌷

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