02.
El obsequio que se empolva en la habitación
El Rey Jeon es lo más cercano a un ángel caído de un cielo protervo. Y el bufón es el demonio indigno que se posa bajo sus dominios por el simple placer de servir. Se ha visto a la maldad sollozar por el amor que le tiene a la noche, y se ha visto también a las aves clavarse a sí mismas en enormes espinas doradas buscando su muerte. Entonces de sus pavorosos pechos, emana una sangre negra que empapa sus plumas, y un segundo más tarde, sabes que aquel que se sienta en el trono será un gran y prolífico rey.
Quizá fue la premonición que vieron los ancianos el día de la coronación del muchacho, la que hacía avanzar a toda la civilización resguardada tras las Montañas de Verx. Entonces se contaba que, en la sala del trono, había un rey tan pequeño, que sus pies no podían tocar las losas cuando se sentaba tomando su cetro con la mano derecha, mientras ordenaba que rebotaran las cabezas de los prisioneros neronianos con la izquierda.
Y que, cuando eras lo suficientemente afortunado, te recibía el niño, de a lo muchos diez años, cuya perpetua y álgida mirada incitaba a doblar las rodillas para reverenciarle. Y cuando veía que lo hacías, sonreía horriblemente con ese dulce, dulce rostro de niño que precede al demonio. Y aunque suene como uno de los más imposibles cuentos que se han relatado a través de los cinco reinos, puedo asegurarte, viajero, que todo lo que estás a punto de leer... fue completamente real.
Antes del día de su décimo segundo cumpleaños, el Rey Jeon Jung Kook IV ya había mandado a decapitar a cuanto traidor pisara sus tierras, y había coleccionado a cuanta nefasta creatura arribara a su palacio también.
Por eso no pudo evitar bufar si bien le quitaron al chiquillo el costal sobre la cabeza, porque entonces supo que había encontrado el más maravilloso juguete en todo su reino (y de lo que no era su reino también). Comenzó a reír en carcajadas estrepitosas, y a los tropezones pueriles de su diversión, le siguió una horda de sirvientes colocando los costales de oro frente al hombre que tomaba a su nueva mascota calaíta de las cadenas.
—¡Es horrible! —gritó con los cerúleos orbes cargados de un regocijo saltarín. Sus prominentes incisivos asomaron por su amplia sonrisa, y los cabellos tan negros como la sangre de unicornio revolotearon sobre su frente con mesura—. ¿No lo crees, Diego?
Y entonces el larguirucho pintor le dio una rápida mirada al esclavo, y bastó un movimiento suave de su rostro para memorizar hasta el más mínimo detalle del ser extraído del bestiario. Era sin duda espantoso.
—Sí, vuestra majestad. Ha usted adquirido al bufón más feo sobre la faz de la Tierra —exclamó el artista. No pudiendo estar más en acuerdo con su soberano.
En aquellos tiempos oscuros, en aquellos tiempos de neblina, habían pasado algunos lustros desde que los hombres de pupilas púrpuras caminaban libremente por las calles de los Tres Reinos. Y aunque en épocas del Rey Jeon III aún se escuchaba un poco de ellos, la caza que se les dio por sus “conexiones con la vida eterna”, hizo que mermaran hasta casi la extinción. Y decía casi, solo porque tenía en frente a un espécimen de tal magnitud. Por supuesto que las conexiones que les permitirían burlar a la muerte, eran tan falsas como las sonrisas de los habitantes de Verx hacia los viajeros —¿las notaste acaso al llegar?—. De esas sonrisas acartonadas que acontecen ante los inocentes antes de arrebatarles todo cuanto poseyeran encima.
Pero nadie hace caso a lo que piensan los pintores. Nadie hará caso a lo que piensen, ni los artistas, ni los letrados, ni los bailarines, ni mucho menos los músicos. Si el Rey Jeon aseguraba que era horrible, entonces todos debían acatar a esa realidad. Así como si dijera que el cielo era púrpura, todos deberían afirmar que, en efecto, ¡qué púrpura se ve el cielo esta mañana!, repetid, viajeros.
¡Qué púrpura!
Porque el mandato absoluto a edades tan cortas, habían terminado por acabar con toda la sensatez que había en el soberano... Per se, estaba completamente loco. Y así como defendía a capa y espada las fronteras de su país, así mandaría a matar a su pueblo si lo quería, o lo deseaba, o lo soñaba; Y oh, cómo amaron los súbditos de la corona aquel atisbo de locura dentro de su rostro, cómo adoraron la sedienta mirada que vivaz se regodeaba ante los mapas de los reinos vecinos cuando deseaba expandir sus tierras, o aumentar su número de esclavos activos.
Porque no había mayor fe en Verx que la de un Jeon. Y Jeon era el más grande instructor de fe, así como su salvador, así como su castigador. El bufón se vio de pronto liberado de sus barrotes cuando entregaron el oro al hombre cuyo nombre apenas comenzaba a memorizarse. Y Bock lo había soltado ante el trono... Y no había más barrotes, ni en sus tobillos, ni en sus muñecas, ni en sus alientos.
Sonrió con timidez ante la corte, observándoles a todos susurrar palabras ininteligibles. Viéndose por primera vez en años libre de cualquier atadura, nudo o metal, pero, de alguna manera, sintió muy en lo profundo de su pecho descarriado... Parecía que solo había entrado en un calabozo más grande.
Ahora sí, nos leemos pronto 💞💜
26112021 | Love, Sam 🌷
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