Exilio dramático e improbables sucesos de ultratumba
El Sol se alza desde el horizonte, iluminando con un nuevo día esas tierras remotas, vacías a kilómetros de distancia de cualquier habitante que no pertenezca a la antigua y desdichada mansión que se alza orgullosa encima de una colina.
Ese edificio de muros rojizos y enredaderas florecientes muestra lujosos jardines delanteros, haciendo alarde de la riqueza de sus dueños. Así mismo, a sus espaldas un laberinto de setos oculta un cementerio tan bello como la mansión.
Allí yacen aquellos que vivieron y murieron bajo la mano guía de la casa Rigaon, sirviendo incluso después de muertos como guardianes dormidos a la espera de cualquier amenaza que llegue a la propiedad. Después de todo, no hay nada más honorable que servir en cuerpo y alma al mayor clan de magos del reino de Ática.
Porque sí, hoy es un día histórico en aquella mansión de retiro.
Un día memorable en aquella propiedad fuera de las tierras ancestrales de la familia.
Un gran día en el que un capítulo se cierra y otro se escribe para todos los que viven dentro de esas condenadas paredes.
En un cuarto oscuro, una persona de pequeña estatura duerme plácidamente en una cama 17 veces su tamaño. Su rostro muestra angustia, incapaz de olvidar el destino al que será arrojado el día de hoy incluso en sueños.
Es entonces cuando una figura se desliza con cuidado dentro de la habitación. Sus ropas negras lo mimetizan con las sombras y sus pasos silenciosos son una muestra de sus excelentes habilidades de sigilo. El hombre llega sin dudar al costado de la cama y con movimientos fluidos extiende sus manos hacia adelante para retirar las cortinas y dejar entrar la luz matutina en el dormitorio del joven.
— Mmmmm... —se revuelve con el típico fastidio mañanero de cualquier adolescente.
Si pudiera, maldeciría a Helios y a toda su estirpe por obligarlo a levantarse.
— Señorito... Ya es la hora —dice el hombre con una pose recta y seria.
Con sus cuarenta años y sus canas empezando a salir en su cabello azul oscuro retira las sabanas que cubren a su señorito. Este, al ya no sentir la suavidad de la tela sobre su piel, empieza a desperezarse muy poco a poco antes de sentarse con marcadas ojeras en su cara.
— Ni siquiera en mi último día aquí puedo librarme de tus horarios ¿No, Fran? —se queja mientras se frota el ojo y mira con resignación al mayordomo.
Nunca pensó que se sentiría aliviado de ser despertado así otra vez. Quizás porque sabe que nunca más se volverá a llevar a cabo este ritual diario que han tenido durante tanto tiempo que le tranquiliza saber qué podría tener estos últimos momentos de normalidad entre los dos.
— Disculpe si le he importunado, yo... —se excusa alterado, causando una pequeña sonrisa en él.
Incluso la facilidad que siempre tuvo para ponerlo nervioso le hace sentir ese extraño alivio.
— Vamos, ¿Qué ha pasado con tu "El deber de todo ser humano civilizado es llevar una vida ordenada"? —bromea imitando su voz, a lo cual solo recibe una mirada de tristeza.
Quizás ha debido de tener más en cuenta el estado de ánimo del hombre que ha sido como un padre para él, por lo que rápidamente busca palabras para aliviar al sirviente.
— Vamos, no me mires así... ¿Quién sabe? Puede que nos volvamos a ver en otras circunstancias —miente para animar levemente al hombre.
Sabe que como vuelvan a encontrarse, lo más probable es que acaben muertos.
— Sí, eso estaría muy bien...
El mayordomo le da una sonrisa forzada y Naix desiste en intentar animarlo, pues lo conoce y sabe que detrás de su fachada de hombre serio y adicto al trabajo cuya única diversión en su vida es decirle a la gente lo que hace mal, hay una sentimental y cariñosa persona.
No tarda en levantarse de la cama y Fran le deja una muda de ropa encima antes de irse. Normalmente a un hijo noble le visten, pero él ya no es un noble.
Además, siempre estuvo acostumbrado a depender únicamente de sí mismo. Con sus sirvientes personales como único apoyo era normal que buscara no acostumbrarse a lujos que podrían volverlo perezoso.
Nada de que le vistieran, limpiasen, sirviesen cada uno de sus caprichos u obedecieran cada una de sus órdenes...
La verdad es que, a pesar de pertenecer a un clan poderoso, Naix nunca tuvo las facilidades de sus semejantes. Apenas podía conjurar algo por sí mismo y mucho menos lanzar los hechizos complejos que sus parientes podían hacer desde la infancia. Es por eso que sus padres desde pequeño lo rechazaron, forzándolo a vivir en esa casa lejos del feudo familiar la mayor parte del año, como a una vergüenza de la que deshacerse.
Lo positivo de esa situación es que vive en una época en la que matar niños con escasa o nula habilidad mágica ya no es legal, así que... Se podría decir que su infancia no fue la mejor, pero al menos la completó hasta el final, que es más de lo que pudieron decir muchos de sus predecesores.
Claro que sobrevivir a los locos de sus familiares no fue suficiente como para saciar las necesidades afectivas que todo niño posee. Por ello se pasó gran parte de su vida en una lucha inútil por un cariño que nunca iba a llegar. Se esforzó más que nadie por aprender magia, pero daba igual cuánto lo intentase, siempre acababa fracasando y a la sombra de su hermano mayor.
El imbécil malnacido de su hermano mayor.
Naix se viste con un pantalón y una camisa verdes. Son su ropa casual, de no muy buena calidad cabe destacar, ya que sus padres nunca le agasajaron con lujos excepto para lucirlo en eventos formales a los que estaban obligados a llevarlo sí o sí.
Una vez está bien arreglado, se mira al espejo y ve a un adolescente con el pelo blanco, antaño castaño, los ojos grisáceos, que una vez tuvieron un color almendrado, y una piel tan pálida como la porcelana. Esto provoca que su cara se llene de disgusto, pues el contraste de su ropa de colores vivos con su casi albinismo deja en constancia algo que hasta el momento había evitado admitir.
— El verde ya no me queda bien... ¡Maldita sea! ¡¿Me quitan el pelo, los ojos y ahora mi color favorito también?! Aunque, bueno, siempre quise un cambio de imagen —Se toca el pelo con la esperanza de encontrar algún punto positivo a su nuevo tono natural— No, estoy horrible. Parezco un viejo canoso y decrépito —Pone cara de asco al pensar que la poca belleza que había heredado de su familia se ha ido al traste— Al menos mis ojos están a juego. Pero esta piel de porcelana me hace parecer más femenino de lo que ya era ¡Taones, es que así nunca me podré casar con una mujer! Suerte que legalizaron el matrimonio entre personas del mismo género... ¡Pero eso significa que voy a ser presa de depredadores sexuales aficionados a chicos afeminados! ¡No quiero! ¡No tengo ese tipo de preferencias! ¡Sé que de niño quería tanto éxito amoroso como mi hermano, pero no en este sentido! No, espera, la mayoría de los aristócratas de las ciudades son afeminados, sobre todo los hijos de los senadores y los corregidores... Pero eso significa que pareceré alguien de alta categoría... ¡Me secuestrarán! ¡Y cuándo lo hagan se darán cuenta de que no soy alguien importante y me eliminarán! ¡NOOOOOOOO!
Inmediatamente, después de gritarle al aire, se echa a sollozar en el suelo.
Este es Naix, un hijo de la familia ducal Di Rigaon, la cual ha decidido prescindir de él como miembro de la misma. No solo por ser un auténtico incompetente a lo que se refiere a los deberes tradicionales de los Di Rigaon, sino también porque su personalidad y forma de pensar no han parado de manchar el buen nombre del apellido desde que su cordura se fue a comprar tabaco y no volvió.
Pero mejor demos un vistazo desde su punto de vista...
POV Naix
— Señorito, el desayuno ya está listo, debe dejar sus diálogos internos... —suena una voz desde detrás de la puerta.
Mi cara se pone roja cual tomate al darme cuenta de que lo he hecho otra vez. Maldita paranoia catastrofista. Sé que me has salvado la vida muchas veces, pero en serio deberías de moderarte.
— ¡Ah! S-sí, sí, ya voy —respondo a la que debe de ser Jessy.
Solo tengo tres sirvientas personales y de entre todas Jessy es la única que tiene una voz dulce y llena de amabilidad. Curiosamente esa es su única buena cualidad como criada... Bueno, a parte de la increíble habilidad de atraer pedófilos con su aspecto de niña de catorce años (Una de las principales razones por las cuales no confío ni de lejos en la guardia de la familia).
Por suerte para Jessy y por desgracia para los guardias soy bueno haciendo venenos que inhiben el deseo sexual, permanentemente.
Aunque mejor dejo los recuerdos en su sitio y salgo antes de que venga a llamarme una de las otras dos.
— ¡Naix! ¡Sal ahora mismo para que puedas tener un último momento de paz en esta casa, y así todos nos pongamos sentimentales y te echemos de menos cuando te vayas, o te parto las piernas!
Uy, mira, que conveniente. Bueno, mejor me voy yendo ya antes de que la que creo que es Amelia (Brina habría derribado la puerta directamente) me muestre el verdadero significado del miedo... Otra vez.
Me encuentro en el comedor esperando mi desayuno, pues como todo ser humano racional... como todo ser vivo racional... como todo ser vivo, tengo que comer mis tres comidas básicas.
La habitación es alargada, con una mesa enorme producto del sacrificio de una familia entera de árboles inocentes; las paredes están adornadas con retratos de mis antepasados, siempre agraciados con un rostro hermoso y viril... Como odio a esta familia.
También hay copias enanas de pilares jónicos con jarrones horteras encima (El por qué desperdiciar porcelana para hacer eso no lo entenderé nunca), estatuas de gente desnuda en posiciones imposibles que rozan la cúspide del contorsionismo (Siento que me duelen los músculos de solo verlas), y, por último, los ventanales, que dejan ver una magnífica vista del exterior (A pesar de que hacen un efecto prisma que te quema las retinas si miras directamente al cristal).
Que recuerdos, solía venir aquí todos los veranos... Mientras mi familia se iba de viaje a sitios exóticos e impresionantes sin mí.
¡No pienses en eso! ¡No pienses en eso! ¡No quiero otra depresión! ¡Qué luego las acumulo!
Se abre la puerta de la cocina, interrumpiendo mi momento de reflexión, y entra un hombre rechoncho y bigotudo de pelo verde. Él cocinero de la mansión, Robertino, un buen hombre y quien me enseñó a cocinar. Principalmente porque los chefs de la mansión principal ni siquiera se acuerdan de mi existencia.
No sabes lo insignificante que eres hasta que en un banquete familiar se olvidan de tu plato... y de tu vaso... y de tus cubiertos...
¡Largo depresión! ¡Fuera!
— Aquí tienne el suo desayunno. El suo platto favoritto.
No hay ni que decir que al igual que todos los chefs de mi familia Robertino es extranjero. No sé qué tendrán mis padres en contra de la cocina autóctona. Aunque no me quejo, me gusta su comida, al menos en Romulia no beben té rancio y vino aguado a todas horas.
Con un estruendo al dejar el enorme plato en la mesa, me sirven un nutritivo desayuno de tortitas con mucha mucha mucha mucha mucha mucha mermelada. ¿He mencionado ya la cantidad insana de mermelada? Creo que la única razón por la que puedo discernir que esta... montaña morada son tortitas es porque ha dicho que es mi desayuno favoritto.
Definitivamente, después de esto no voy a volver a comer mermelada en la vida.
— Ehh, bueno... ¿No creéis qué es un poco excesivo? —dice el gran yo, a punto de romper el récord mundial de consumición de mermelada.
— B-bueno, tenniendo in cuenta que hoy ¡Auch! —Fran le da un codazo— ¡E-el siñoritto ne-necesita muuuchas vitaminnas! A-addemás el señoritto adooora la mía mermelada.
Él siempre dramatiza mucho sus expresiones tanto con la cara como con las manos, es la cosa que más me gusta de él después de su cocina. Si son todos así en su país, no sé cómo podrían mentir entre ellos, son muy expresivos y se nota al kilómetro lo que piensan... ¿Será qué no pueden mentir? ¿Un país de sinceros crónicos? ¿O es que no saben discernir de la honestidad y la falsedad?
Seguro que la última. La de veces que lo engañé para comer galletas a escondidas.
Alrededor de la mesa, están todos los sirvientes, guardias, mayordomos, jardineros y demás trabajadores de la mansión observándome con sonrisas forzadas. Me pregunto si es porque me aprecian, me compadecen o Amelia les ha amenazado.
A quién quiero engañar, Amelia los habrá amenazado igual... a veces dudo de si esta sirvienta mía es en realidad una berserker.
— Sí que voy a necesitar vitaminas, jeje... Bueno, pues que me aproveche —digo, pero por dentro me estoy compadeciendo de mi estómago.
Mientras como, observo cómo se comportan los espectadores: Frans, Robertino y algunos otros me miran con lástima; Amelia, que es la sirvienta de cabellos negros en un moño y ojos amarillos con sospechosas manchas rojas en su vestido, me mira intentando aguantarse los mocos; Jessy y Brina no están... seguro esta situación les sobrepasa, bueno, supongo que no todos los días ves a quién dedicaste muchos años de tu vida en cuidar caer en la ruina y ser desterrado.
Y ellas que son tan sensibles...
Las demás sirvientas me miran de forma indiferente, excepto las más jóvenes y las más mayores, que se aguantan las lágrimas. Aunque no sabría decir si es por tristeza o por felicidad teniendo en cuenta mi historial de desastres.
Los jardineros están incómodos, no deben estar acostumbrados a los dramas de dentro del edificio; los mayordomos temblorosos... deben ser los últimos en ser amenazados.
Y los guardias me miran como si fuese basura. Bueno, siempre han sido muy de "¡El joven amo Hemer es el mejor! ¡Muerte a Naix!". No los culpo... Nah, mentira, si los culpo ¡Los culpo mucho! ¡Qué no sepa pelear, se me dé mal el ejercicio y más de una vez haya incendiado la armería no os da derecho a odiarme, panda de brutos descerebrados!
Bueno, entre tanto me empacho con lo que definitivamente no es mermelada de uva, revisaré mi plan de vida: salgo de este lugar y voy a Atenas, la autoproclamada cuna del conocimiento, donde vendo mis conocimientos sobre magia a academias y escuelas de poca monta, me forro, me hago rico, viajo al imperio de Alejandría y ahí vivo feliz porque a este país lo odio con toda mi alma ¡Yay~!
¿Cómo enfrentaré las dificultades potenciales? El problema de los bandidos lo resolveré yendo por el camino cercano al bosque encantado, que no es tan malo como lo pintan, pero aquí todos son unos ignorantes esclavos de las supersticiones y no se le acercan ni locos; con las bestias no tendré que preocuparme, los que tienen mi "condición" no son apetecibles para los animales; para el hambre y la sed llevaré provisiones; para evitar que me roben en alguna parada que haga para reabastecerme iré solo a aldeas agrícolas de gentes humildes que creerán que soy un enviado de los nobles, por lo cual no me tocarán un pelo porque, como he dicho, aquí son todos una panda de viejas folclóricas; para la tarifa de entrada tengo mis ahorrillos; y creo que con eso lo tengo todo solucionado.
¡Ug! Este plato no se acaba nunca. Mejor como más rápido o tendré que irme en la noche.
— ¡Non es necessario que el siñoritto vaia con pressas! ¡Perqué li tengo preparato un buon número de plattios de despeddida!
No... no, no... ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
Nada más terminar de comer... y de hacer una "pequeña" parada al baño, me preparo para marchar, pero antes de irme, quiero ir a despedirme por última vez de mi más preciada amiga.
Mara, mi nodriza, niñera, pero por sobretodo, mi segunda madre, quién me apoyó en mis más duros momentos.
Tengo que hacerlo, aunque duela. Sé que me arrepentiré toda la vida si no lo hago.
Hace mucho que no vengo, pero la entrada al cementerio es tan gris y deprimente como recordaba, solo que con más hierbajos encima. Contrasta mucho, el exterior desgastado y poco cuidado con el hermoso lugar de reposo lleno de tumbas, árboles, estatuas y flores que es el interior.
Y pensar que esto es un lugar de muerte... Mis antepasados debieron de apreciar mucho a sus subordinados.
Camino entre mausoleos, algunos increíbles y otros siniestros, hasta llegar a ver la pequeña lápida de Mara. Ella no pertenecía a ninguna familia sirviente como la mayoría. Ella llegó con sus dos hermanos desde el oeste cuando no tenían nada, es por eso que ellos recibieron menos honores. Que injusto.
— Eeh,... Bueno, no sé qué decir,... La verdad, no sé cómo va eso de la información en el otro lado —Río del nerviosismo— Pero, bueno, estoy seguro que no hago ningún mal por decírtelo todo... ¡Sera como cuando me preguntabas sobre cómo me había ido el día! —Pongo una sonrisa nostálgica— Co-cortaron mi compromiso, cosa que es un alivio a estas alturas, pero afectó mucho a mi reputación, a parte de mi... aunque no fue tanto como el compromiso en sí la razón, dejémoslo así... Me mandaron a la mansión y luego... Me enviaron una carta con un mejunje y una especie de cristales,... Me han... desterrado... Me hicieron consumir esas cosas y... ahora soy lo que llamarían un "Sin esencia"... Supongo que no les gustaba que su sangre se mezclara con plebeyos o... solo querían hacerme sufrir, porque la verdad, pensé que moriría, parezco sano ahora, pero hace dos días agonizaba en la cama... seguramente me viste o sentiste... Es bastante probable morir después de eso... Aunque... nunca me gustó eso de la nobleza... y puedo hacer muchas cosas, sabes cuánto me gustaba hacer los quehaceres y ayudarte a ti y a los demás. ¿Quién diría que eso me sería de utilidad en el futuro?... Bueno... supongo que no volveré por aquí... Te encenderé una vela cada solsticio... Cuida del resto, están tristes ahora, pero seguro que con el tiempo ni me recordarán... Eehh, bueno... A-adiós... Siempre fuiste un apoyo para mí y... quiero que sepas que te quiero y que nunca te olvidaré... —Suspiro— Yo... cometí errores, hice cosas y... me merezco esto, al menos en cierta medida... Pero no me arrepiento de nada... Hice lo que hice y los remordimientos no van a cambiarlo... Simplemente no pude combatir las circunstancias y acabé malparado, pero tranquila ¿Vale? Que tú siempre dramatizas las cosas y se supone que el descanso eterno es para descansar...
Le doy un último vistazo a la lápida, una simple piedra tallada con una inscripción que sólo hace alarde de su lealtad y de su trabajo como sirvienta.
Ella era más que eso, si no fuera por ella yo me habría suicidado hace mucho. Mara era la que me recordaba que no era un inútil, la que me cuidó todas las veces que enfermé, que me consoló todas las veces que me partieron el corazón. La que me crió, me contó cuentos, quien me levantaba cada mañana y me acostaba todas las noches. Ella era a quien podía confiar mis más oscuros secretos y a quien más quería.
Ver su lápida, esa pequeña lápida, me dan... ganas de llorar.
POV Omnisciente
Naix sale del cementerio con el corazón apretado, pero justo antes de poner el pie fuera del recinto un olor a canela inunda sus fosas nasales, provocando que varias lágrimas caigan de su rostro. Reconocería ese aroma en cualquier parte, porque fue aquel que lo acompañó en todos los momentos felices de su infancia, ese olor distintivo que tenía Mara.
Por otro lado, su conmovedor momento, así como muchos momentos en la vida de muchas personas, ha sido presenciado por cierto colectivo ectoplásmico.
[En el mismo cementerio pero al otro lado del velo]
Encima de uno de los panteones familiares una figura encapuchada aparece silenciosamente. Esta sigue con la mirada al niño que llamó su atención mientras observa el alboroto que ha iniciado entre los habitantes del cementerio.
¡Inaceptable!
Es solo un niño...
Ha esto han llegado los Rigaon...
¡Qué decisión más desastrosa!
¡Es demasiado joven para mandarlo al mundo exterior!
¡Y sin compañía, ¿Qué peligros podrá enfrentar en su estado?!
¡En mis tiempos tal acto no sería tolerable!
Claman los difuntos al ver el terrible acto cometido. Porque sí, ni siquiera ellos, que vivieron y murieron por Rigaon, aceptarían que se le arrebatara la esencia a un ser vivo; que se le dejara estéril y vacío, condenado a morir entre dolores y a pudrirse en vida.
— Vaya, parece que los descendientes de esos niños se han vuelto bastante mezquinos... —comenta, divertida por como sin siquiera intentarlo el joven Naix ha tambaleado la lealtad de los espíritus guardianes de su familia.
Sus palabras resuenan por todo el lugar e inmediatamente los muertos giran sus cabezas en su dirección. Bueno, no todos, la mujer a la que se le partió el cuello al caer de las escaleras tuvo que improvisar.
Pronto el silencio reina donde antes se escuchaban gritos de indignación, pues todos reconocen a esa criatura temida por todos y cada uno de los seres de ultratumba.
Cabellos rojos como la sangre que inducen visiones de violencia a quienes miran demasiado tiempo. Sus ojos en cambio, verdes como el más vibrante de los bosques, calman los corazones apesadumbrados de las almas más atormentadas. Y en su cabeza una distintiva corona de espinos descansa mientras su cuello es cubierto por un hermoso chal de plumas negras.
Pelo rojo, ojos verdes, espinos y plumas... Son lo que hasta la más inculta de las ánimas reconocería como los símbolos del hada Morrigan.
Es la señora...
¿A qué ha venido?
Es obvio, ha venido a llevarse al señorito...
No le queda mucho ¿Se habrá apiadado?
Quizá solo va a ver al futuro difunto...
Cuchichean las almas del cementerio, desconcertadas y un poco temerosas de lo que significa la presencia de una entidad tan antigua por esos lares.
Aunque no todas se ven impresionadas por la aparición legendaria, no. Mirando hacia la mansión, una anciana translúcida tiene mejores cosas que hacer.
Un deber que ha de cumplir a cualquier costo.
Con ese objetivo en mente empuja el espacio en frente suyo, como si hubiera una pared invisible y ella quisiera derribarla. Al principio sus acciones no provocan nada, pero con el tiempo el aire empieza a ondular y a crujir.
Las almas cercanas se alejan al sentir la barrera entre lo vivo y lo muerto hacerse más fina, no queriendo verse arrastradas en las locuras de su vecina, y el hada del norte levanta una ceja ante sus acciones. Es inusual que un difunto haga algo en su presencia a parte de quedarse quieto y tembloroso. No por nada es un hada de la muerte, a quien los muertos temen de forma instintiva.
Pero es que además está intentando cruzar al Reino Vivo.
Justo delante de ella.
¿Tal vez se trate del fantasma de una suicida y por eso tiene tan poco sentido de la autoconservación? ¿O simplemente está renunciando a su puesto de guardián por lo ocurrido al niño exiliado?
Porque si es lo segundo, definitivamente va a recomendárselo a Melínoe. Padre Muerte sabe que esa mujer adoraría el alma del crío de ser así.
Finalmente la poderosa Morrigan cede a su curiosidad y decide volar hacia la mujer para saber qué demones está haciendo. Esto sin notar el par de miradas que siguen sus movimientos con anticipación.
Obviamente la anciana no parece darse cuenta de que tiene a uno de los seres más poderosos del mundo justo detrás suyo. Intentar rasgar el velo es una tarea que requiere del máximo de su concentración. No es sino hasta que el cansancio la puede y deja de empujar que se gira con pánico y se inclina con expresión de miedo para compensar su error.
— No hace falta que haga eso. Dígame ¿Qué hace un alma tan débil como vos intentando cruzar el umbral? —pregunta, cada vez más curiosa por la actitud de los muertos de ese lugar.
No esperaba conseguir algo de valor en este viaje, pero aun así encontró un buen espectáculo. Realmente ama cuando la monotonía de su existencia se rompe por sucesos espontáneos como esos.
Proteger a mi niño del alma.
Es una respuesta intrigante para la sabia Morrigan. Es raro que un alma humana mantenga lo suficiente de sí misma después de morir como para renunciar al deber que se le ha encomendado en nombre del afecto.
Debió amar mucho a ese niño en vida, eso está claro.
— ¿Y ese joven vale tanto como para arriesgar el poco poder que le queda? Puedo ver que usted no ha recibido las ofrendas suficientes como para obrar semejante hazaña —explica, dándole de reojo una mirada molesta al sepulcro tan mal mantenido.
Es una vergüenza que los mortales de hoy en día no respeten a sus difuntos ¿Cómo esperan los humanos que sus sirvientes les protejan desde el otro lado si no se les cuida lo suficiente?
Una cosa es que sean sombras de poca o nula voluntad, pero hasta espíritus tan patéticos tienen un límite.
Disculpe mi osadía, pero... ¡Ni loca voy a dejar a mi querido, queridísimo pequeño solo en el mundo un minuto más! Al contrario que la señora Elisse...
La anciana baja su cabeza y aprieta sus puños con enojo. Ella en su día admiró a la duquesa, tan noble y fuerte a pesar de lo que ocurrió con su familia... La decepción de ver que al final ella era tal y como decían los rumores le duele a pesar de llevar ya varios años muerta.
— Veo que vuestro corazón está con ese niño. Es raro encontrar una lealtad tan loable, aunque tristemente sea dirigida hacia alguien tan desafortunado —dice con lástima sincera.
Ella vino a esa tierra ocupada por gentes despreciables para ver si había algún valor en el joven. Sí, claro, puede que el niño no tenga la mejor reputación, moral o sentido del deber, pero era un aliado potencial muy valioso.
Quizás si hubiera tenido la visión unos meses antes, podría haber tenido en sus manos a un poderoso seguidor. Lástima que ahora el niño ya no le sirva. Su pérdida le marcó y ahora está condenado a morir en deshonra, sin aliados, poder ni estatus, dejando solo un legado de desgracia.
CRAC
Sus divagaciones se rompen cuando escucha unos extraños crujidos viniendo de debajo suyo. Mira al suelo con curiosidad, aunque por poco tiempo ya que la anciana, sin razón aparente, pega un alarido.
¡Cómo se atreven?! Yo le vi nacer, le cambié los pañales, e incluso... ¡Le di la charla de cómo se hacen bebés! ¡Ni muerta, ni siquiera desterrada voy a dejar que mi niñito bonito sufra una muerte horrible! ¡Va a vivir, va a hacerse mayor, va a ser feliz, va a casarse con una mujer de armas tomar, va a tener hijos y no vendrá a este lado hasta que se parezca a una pasa tanto como yo! ¡¿Quién se cree esa doña relleno en el pecho para creer que puede abandonar a su hijo así?! ¿Y qué hacen sus ancestros que no mueven un dedo? Tienen suerte de que no sepa dónde están, qué sino... les daba tal azotaina que los desterraba yo misma. Ya verán, ya verán, ¡Con el niño bonito de la casa no se mete ni Zeus, ni Zeus se mete con él! A collejas los voy a moler ¡A collejas! Y luego les estiraré tanto de las orejas que podrán utilizarlas de sábanas...
Grita de furia ante la mirada sorprendida de la magnificente Morrigan, quien no esperaba tal nivel de sensibilidad en un alma tan débil
— ¿Está... teniendo un berrinche? —se pregunta confundida.
Las emociones de los muertos son simples y tampoco es que tengan mucho control sobre ellas. Al mínimo estímulo ríen, lloran o... bueno, tienen rabietas muy poco maduras. Pero en ningún momento esas muestras de emoción tienden a ser tan intensas.
Al menos no en simples guardianes de bajo nivel.
— Señora, comprendo su dolor y su indignación, pero debería calmarse —le advierte de forma sutil. Puede que sea comprensiva, pero sigue siendo un hada y las hadas no toleran el irrespeto.
Por un momento parece que Mara entiende el mensaje, pues se opaca (La versión fantasmagórica de palidecer). La atenta Morrigan puede vislumbrar algo similar al pánico en su expresión, pero no pasan ni dos segundos para que grite de nuevo y caiga de rodillas mientras llora ectoplasma.
¡Ay, mi niño! ¡Ay! ¡Ay, mi niño, que te van a matar! ¡Ay, ay, ay, ay, ay!
Se lamenta de forma ruidosa y dramática, provocándole un tic en la ceja a la clemente Morrigan.
— Definitivamente está fuera de sí. No vale mi tiempo el tener que lidiar con almas tan desgastadas —se dice a sí misma antes de empezar a retroceder. Solo para ser detenida por un alma muy similar a Mara, que la mira con preocupación.
¡D-disculpe la actitud de mi hermana! ¡E-es una costumbre suya el tener diálogos internos en voz alta! N-no es mala persona ¿Sabe? No sé de dónde sacó esa costumbre, pero le juro que normalmente no hace esto frente a eminencias como usted ¡Por favor, discúlpela!
La mujer empieza a disculparse por las malas formas de su familiar con mucha vehemencia, haciendo que la antigua Morrigan se sienta bastante extrañada. Viendo de reojo puede notar como el resto de difuntos permanecen en su sitio sin hacer otra cosa que chismear entre ellos. Porque eso es lo que hacen, ver pero no actuar a menos que se les obligue.
Pero aquí está la segunda alma, mostrando tanta sensibilidad como la primera y dando un paso por propia voluntad para calmar su supuesta ira.
— Puede estar tranquila, señora —dice la misericordiosa Morrigan— No guardo ningún rencor contra su-
Mi hermana es muy desconsiderada por tratarle a su eminencia de esta forma, se ve que morirse la ha relajado demasiado. Pero la verdad, siempre fue así, a la primera de cambio dejaba las formas y tuteaba a cualquiera. Quiera Hera que no siga así toda la eternidad o tendremos problemas y muy gordos, porque da la casualidad de que...
La mujer, de la misma índole que su hermana, se va por las ramas y en poco tiempo empieza a contarle su vida a la atónita Morrigan.
— Empiezo a pensar que hay algo con los espíritus de su linaje —piensa ante la actitud de las dos fantasmas.
Al igual que antes, la gran Morrigan intenta alejarse caminando hacia atrás sigilosamente, aprovechando la falta de atención de las dos mujeres. Lástima que sus planes se vean interceptados por el alma de la primera mujer, que se aferra a su brazo sin dejar de llorar.
¡Ay, ay, mi niño! ¡Ay, ay, ay!
Llora contra su hombro, ensuciando su chal con ectolágrimas y ectomocos.
— Hija de su... —piensa internamente mientras intenta por todos los medios no atacarla.
Quiere hacerlo, con todo su ser. Eso es un hecho. Pero no puede. Ella es un hada de la guerra y las hadas de la guerra solo pueden atacar a enemigos, no a gente fastidiosa.
Da igual lo mucho, muchísimo, que quiera torturar a esa molesta y patética existencia.
— S-señora... ¿P-podría hacerme el favor de soltarme? —La templada Morrigan fuerza la mejor de sus sonrisas a la par que se obliga a sí misma a no sucumbir a sus instintos.
Si tan solo tuviera libre albedrío como los mortales...
CRAC CRAC
¡¿ Cómo se les ocurre?! ¡Esos mequetrefes y ladinos! ¡Ya verán cuando los despachurre! ¡Mi Naix no se merece esto, panda de palurdos!
Deja de llorar y empieza a gritar, apretando con más fuerza el hombro de la noble Morrigan.
CRAC
— ¡Señora! ¡Suélteme de una vez! —Aparta a Mara de un empujón, solo para ser agarrada del otro brazo por la segunda mujer fantasma.
¡Uy! Usted no estará enojada ¿Verdad, mi señora? Seguro mi hermana no la habrá ofendido a propósito. Ella es así...
Dice con una sonrisa ansiosa en su cara.
La preceptiva Morrigan lo ve, ese brillo en sus ojos no es algo que un fantasma enloquecido pueda tener. Está actuando premeditadamente, las dos lo están haciendo.
Un aura rojiza empieza a envolver su cuerpo e invoca una ráfaga de aire que empuja a las dos almas lejos de ella. Cuando su acción no va acompañada del típico dolor agudo que supone romper las reglas, sonríe con satisfacción.
— Lo sabía, están conspirando contra mí. Son enemigos y a mí me encantan los enemigos~ —piensa emocionada antes de materializar una espada en cada mano.
La estratégica Morrigan observa con avidez el panorama a su alrededor: las tumbas, los mausoleos, los panteones... No parece haber nadie escondiéndose detrás de ellos.
El resto de ánimas retroceden intimidadas, por lo que las descarta en seguida.
Arriba tampoco hay nadie volando que suponga una amenaza y los muros están desprovistos de cualquier cosa que parezca querer atacar.
Obviamente el plan de los dos fantasmas era distraerla. Un buen plan, pues nadie desconfía de un espíritu de bajo nivel (Por lo general incapaz de fingir). El problema está en que no ve dónde se supone se esconde el atacante o la trampa que habría de ir en su contra.
En serio espera que quien sea el responsable no se haya acobardado en el momento en que apartó a las dos almas. Le gusta una buena pelea de vez en cuando y no querría que su buen humor se vea empañado por la huida imprevista de su contrincante.
Y, como si sus pensamientos lo hubiesen invocado, el susodicho surge a sus espaldas, dispuesto a acabar con ella de un golpe.
No revelándose desde detrás de una lápida.
No saliendo de la multitud de almas.
Y definitivamente no volando desde el cielo.
Las baldosas del suelo se rompen cuando un esqueleto se abre paso desde las entrañas de la tierra. En no-muerto, vestido con un camisón amarillo y desgastado, salta hacia la para nada sorprendida Morrigan blandiendo una especie de punzón en su mano.
Como es de esperar la hábil Morrigan no tarda en responder al ataque, decapitando de inmediato al cadáver viviente. Pero, justo cuando va a empalarlo con su otra espada, el zombi decapitado se arroja al suelo y clava el punzón justo en el centro de la sombra del hada.
La sensación de opresión que le sigue hace que la poderosa Morrigan palidezca, reconociendo el material del objeto. Pero antes de poder siquiera intentar actuar en consecuencia, las espadas en sus manos se desvanecen y ella cae al suelo a la par que su propia sombra se transforma en cadenas que la atan.
Ni siquiera intenta forcejear o usar sus poderes en un intento de liberarse. Sabe que no hay fuerza en ella capaz de romper sus ataduras y que toda magia que pueda lanzar se verá anulada por lo que reconoce como una especie de horquilla mal hecha.
Porque sí, la gran Morrigan ha sido derrotada por una simple horquilla. Una horquilla hecha con madera de fresno nada menos.
Dos gritos de dolor resuenan por el cementerio, aun a pesar de haberse terminado ya la contienda. Uno de parte de la mujer habladora, que se retuerce agarrándose el cuello. El otro del espíritu que sale torpemente del cadáver mutilado.
— ¡Mi cuello! ¡Mi cuello! ¡¿Qué le has hecho a mi cuello?! —grita la fantasma antes de que su cabeza se separe de sus hombros— ¡Maldita sea, Johara! ¡Prometiste que mi cadáver no sufriría daños!
Por su parte, el tal Johara solloza con su cabeza agarrada entre sus manos, también separada de su cuerpo cabe destacar.
— ¡Hise lo que pude con lo que tenía a mano, miarma! ¡Al meno' tú no resibitte el golpe de la epada! —replica angustiado con un marcado acento del oeste.
La apresada Morrigan sonríe. Puede que haya perdido, pero ha herido gravemente a dos de los tres enemigos que la habían enfrentado. Con un poco de suerte al menos uno de ellos se verá obligado a marchar para siempre.
Eso la satisface.
— ¡Cómo si lo hubiera hecho! ¡Es mi cuerpo el que usabas para moverte! ¡¿Esperabas que no lo sintiera también?! ¡Y encima mira el estado en el que se encuentra! ¡¿Cómo voy a seguir en este cementerio con mis restos así, Johara?! ¡¿Cómo?! —le grita, agarrando su propia cabeza y extendiéndola en dirección al hombre en un intento de remarcar su situación.
Claro que al estar tan enfadada no pude evitar mover los brazos con furia, lo que la marea y provoca que se tambalee.
Johara por su parte se levanta, listo para iniciar una discusión con su compañera. El problema es que al hacerlo su cabeza se le acaba cayendo al suelo por no estar sujetándola bien y él se ve obligado a agacharse para recuperarla (O al menos intentarlo), para la risa de la mujer.
— ¡Deja de reírte de mí, Tara! ¡Etto e' curpa tuya! ¡Tú me obligatte a usá tu cuerpo! —le reclama, palpando el suelo con su mano para localizar su cabeza— Isquierda... ¡Isquierda! ¡Eso e' la derecha, mardito cuerpo! —dice a sí mismo, incapaz de coordinarse correctamente.
Por desgracia para la entretenida Morrigan la divertida escena termina cuando Mara se acerca al hombre, levanta su cuerpo, coge su cabeza y la deja en sus propios brazos.
— Hermano. Ambos sabemos que tú eres incapaz de hablar con una mujer correctamente. Además, Tara atesora demasiado ese cachivache como para blandirlo como tú lo hiciste —explica señalando la horquilla que mantiene inmóvil al hada.
No hace falta más para que la atenta Morrigan la marque como la líder de la conspiración. Solo hace falta ver con que facilidad calma la pelea.
— Así que los tres son parientes... Eso explica como pudo poseer el cuerpo con tan poco poder —piensa, sin sentirse avergonzada o humillada por su derrota.
Sí, puede que para algunos sea una "mancha" que seres tan inferiores los engañen o venzan. Pero ella es un hada de la guerra y la muerte. Si alguien en el mundo es consciente de lo fácil que pueden caer los poderosos, esa es ella.
— ¡No te atrevas a llamar cachivache a la herencia de mamá! —exclama Tara, acercándose en zig zag a sus hermanos.
La muy estúpida mantiene su cabeza lo más lejos posible de su cuerpo mientras mueve sus brazos arriba y abajo. Eso ya de por sí compromete mucho su equilibrio al andar, pero es que encima al haber muerto por un coma etílico como fantasma siempre está algo peneque.
¿El resultado? Se acaba tropezando con sus propios pies y su cabeza vuela por los aires hasta aterrizar en la cabeza de un fantasma desdichado, noqueándole.
— ¿Por qué siempre tengo que ser yo la que tenga la cabeza sobre los hombros? —murmura Mara antes de dirigirse hacia la multitud de almas que la miran con incredulidad y rechazo.
Pasando de ellos, recoge la cabeza de su hermana y la deja en frente al espíritu sin cabeza que se retuerce en el suelo sin un motivo claro.
— No encontré tu dignidad, pero te dejo tu cabeza por si alguna vez decides usarla —le dice antes de dirigirse hacia la aprisionada Morrigan con la misma sonrisa de suficiencia que ponía cada vez que pillaba a Naix en alguno de sus "proyectos revolucionarios".
La indiferente Morrigan la mira sin mostrar ninguna molestia o fastidio por su situación. Puede que haya empezado a respetar (admirar) a la fantasma por su plan para atraparla, pero no le dará el gusto de dejarle ver cualquier tipo de vulnerabilidad de su parte.
— He de suponer que quieres pedirme algo a cambio de mi libertad —comenta resignada a su situación.
No es la primera vez que alguien chantajea así a una de su especie. Aunque por lo general la gente apunta más a hadas relacionadas con la riqueza o la abundancia que a las de su tipo.
Principalmente por el enorme riesgo de muerte.
Sabe que, a menos que quiera permanecer presa indefinidamente, tiene que ceder. Y, puesto que no puede permitirse perder el tiempo cuando Gea está reclutando acólitos para sus locuras, eso es lo que hará.
— Sé que las hadas pueden manipular el destino de la gente. Y que tú puedes decidir cuando alguien vive o muere, mi señora —habla con respeto a pesar de su posición como tu capturadora— Por eso te pido que mi niño no muera. Que tenga una vida larga... —dice con una nota suplicante.
La ancestral Morrigan no sabe si es un truco para ganar su lástima o si se trata de respeto verdadero hacia su persona. De todas formas agradece que sea más educada que el ser humano promedio en lo que respecta a pedir cosas a las hadas.
Fatum sabe como les encanta exigir a esos primates.
— Bien, es un trato, mi carcelera... —dice solemne, sintiendo como el destino sella el acuerdo entre ambas.
Entonces la horquilla se resquebraja y se convierte en polvo. Sin la razón de su existencia las cadenas se disuelven en su sombra y ella se alza, libre y con los ojos ennegrecidos con su poder.
Esta vez es un aura grisácea la que la envuelve mientras invoca su autoridad sobre el destino de las vidas mortales. Las plantas a su alrededor se marchitan y el suelo debajo de ella se cubre de escarcha.
— Yo, Morrigan, el cuervo rojo, tres veces bendigo al niño que porta el nombre de la noche. Para que no muera por enfermedad, para que no muera por violencia y para que no muera por accidente. Qué así quede grabado en las sagradas escrituras del destino a perpetuidad —declara con los brazos extendidos, sintiendo un leve pinchazo en su cabeza por alguna razón.
Todas las almas del cementerio sienten un escalofrío cuando el hada de la muerte termina su dictamen. Pueden percibir como algo ha cambiado en el mundo, como el rumbo natural de las cosas se ha desviado en otra dirección.
Y luego todos callan. La liberada Morrigan para masajear sus músculos doloridos por las cadenas, las almas del fondo por respeto y los tres fantasmas que la han chantajeado en espera a que ella haga algo en su contra por haber actuado en contra de un ser superior o algo así.
— Debimo' traé una segunda horquiya pa podé escapá... —le susurra Johara a su hermana sin cabeza.
La desapresada Morrigan se estira antes de mirar a su alrededor y así disfrutar del silencio incómodo y de la angustia de la expectación. Una pequeña venganza por enjaularla con madera de fresno.
— Y yo que pensé que ya nadie sabía sobre nuestro punto débil... —piensa, algo fastidiada por el hecho de que los mortales aun sepan sobre cómo enfrentarse a hadas usando materiales de ese condenado árbol.
Les costó tanto tiempo a ella y a sus hermanas que la humanidad olvidara esa debilidad de su especie que es frustrante saber que aun hay gente que pueda utilizarla en su contra. Y lo peor de todo es que ahora hay un cementerio entero de fantasmas que saben que cualquier relato sobre hadas y fresnos (Porque es la única forma que se le ocurre que ese conocimiento se transmita entre los vivos) es o puede ser real.
— Conociendo lo chismosos que son los muertos, seguro que en tres días tendría al Consejo reclamándome por revelar secretos prohibidos, poner en peligro al destino mismo del mundo o algo así... —piensa preocupada.
No quiere que la obliguen a lidiar con almas que no saben cerrar la boca. Se pasaría siglos solo para contener la información dentro de Ática, sin mencionar el tiempo que le costaría hacer que todas las almas enteradas crucen al otro lado.
Sí, va a tener que hacer control de daños ahora para no lamentarlo después.
De un salto se posa sobre el arco de la entrada del cementerio y con un fuerte pisotón convoca una barrera translúcida que se extiende desde los muros en forma de esfera para aprisionar a los espíritus tanto por encima como por debajo de la tierra.
— En nombre de Aita, Padre Primordial de la Muerte, condeno a todas las almas que pisen este cementerio a no abandonar sus muros mientras quede una onza de poder en su interior. Sus palabras no serán escuchadas por quienes no sean prisioneros y cualquier intento de revelar lo que ha ocurrido hoy se pagará con dolor — Declara antes de desaparecer, ignorando las súplicas por parte de las almas inocentes que se han visto envueltas en las consecuencias de la artimaña de los tres hermanos.
Por favor! ¡Juro que no diré nada!
¡Nosotros no tuvimos la culpa, mi señora! ¡¿Por qué debemos ser castigados por los actos de esos asquerosos extranjeros?!
¡Esa anciana ni siquiera era leal a Rigaon! ¡¿Por qué las almas decentes como nosotros hemos de sufrir por sus errores?!
¡Sáqueme de aquí! ¡Tengo que vigilar la propiedad!
¡Malditos seáis, nos habéis condenado a todos!
Como era de esperar, las almas intentan escapar de varias formas: flotando hacia el cielo, nadando por la tierra, intentando aparecerse fuera de los muros... No tardan en asumir que están atrapadas, por lo que intentan desatar su ira, confusión y miedo en los tres responsables.
Y digo intentar, porque al primer insulto hacia su persona Tara arroja su cabeza a la cara del fantasma de su ex-marido, desterrándolo del mundo de los vivos de inmediato.
¡Venga, hijos de Afrodita! ¡Venid a que os enseñe por qué me llamaban la Berserker de las Tabernas cuando estaba viva! ¡Mara, sujétame la faja!
Le lanza a la prenda a su hermana antes de coger su cabeza de los pelos y blandirla contra sus ex-suegros con un grito de guerra.
¿Qué? ¡Espera! ¿Por qué siempre tengo yo que ser la que sujeta la faja? ¡Yo fui a quien se le ocurrió el plan!
Mara protesta contra la injusticia de su hermana, quien la ignora en pro de patear a su cuñada, que está en el suelo. Intenta pedirle a Johara que ocupe su lugar para variar, pero esto hace como que no la escucha para irse a pelear contra las familias de sus ex-esposas.
Siempre discriminándome por ser la solterona de la familia...
Se lamenta antes de que un fantasma enojado la ataque por detrás y ella empiece a estrangularlo con la faja.
No hay derecho... No lo hay...
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