Despedida, huida y caída
Con su maleta en mano y algunos ahorros, Naix se dirige hacia la salida de la mansión. Habiéndole sido arrebatada toda relación genética con sus padres, estos no tienen obligación de otorgarle el dinero y/o propiedades que normalmente se les da a los repudiados para que vivan sus vidas. A ojos de la ley podrían haberlo dejado desnudo en la cima de una montaña nevada y no sería un delito.
— Bien, solo queda... —murmura, revisando por decimocuarta vez sus pertenencias.
Entonces levanta la vista y enmudece al ver la entrada de la propiedad. Allí, alineados frente a las verjas, están todos los sirvientes con los que Naix tiene una relación mínimamente amistosa (Menos de veinte).
— ¡Damos nuestro último saludo al señorito! —gritan al mismo tiempo de la misma manera en que se saluda y se despide a un noble.
Le despiden a él con todo el respeto que un ahora plebeyo nunca habría de recibir. Le despiden con el honor que le han arrebatado, porque para ellos él es y siempre será una de las personas más atesoradas de sus vidas.
— Vo-vosotros... Gracias, gracias, de verdad... Gracias — balbucea mientras empieza a llorar de la emoción.
El impacto emocional hace que sus piernas flaqueen y se tambalee hacia adelante, siendo sujetado por Amelia en un abrazo fraternal para que no se caiga de bruces contra el suelo.
— Va, va, todo está bien, suéltalo todo ¿Te pensabas que te íbamos a dejar ir sin despedirnos a lo grande? Mira que llegas a ser tonto —dice con cariño y tristeza a partes iguales.
Muchos lloran, el resto se aguantan las lágrimas. Después de todo Naix es como un pariente para ellos.
¿Cómo no hacerlo? Fue imposible no cogerle cariño a ese pequeño tímido y vivaz, que siempre era curioso y se esforzaba más que nadie por ser útil. Ese bribón que creció entre experimentos surrealistas e hizo cuanto pudo por darles la mejor vida posible en el cruel territorio de los Rigaon.
Ahora lo ven marchar para siempre hacia un futuro incierto y, aunque Naix dijo que ya lo tenía todo planeado y que no hacía falta que se preocuparan, ellos ya habían avisado a sus conocidos en la ciudad para que lo cuiden si tiene problemas.
Cuando Naix se tranquiliza, el mayordomo se le acerca con cara inexpresiva. Luego lo coge de los hombros y observa fijamente su cabeza desde diferentes ángulos, lo cachea e incluso le pone un depresor de madera en la boca para asegurarse de que no tiene anginas.
— ¿Gha brlas va flalagh? (¿Ya vas a parar?) —dice aún con el depresor en la boca.
— El señorito debe asegurarse de estar total, absoluta y completamente listo —responde, midiendo a su vez su presión arterial y su nivel de colesterol en sangre.
Nadie sabe de donde ha sacado las herramientas médicas y temen preguntar donde las ha mantenido escondidas hasta el momento.
— Vamos, él es el único humano más obsesivo que tú, solo mira el tamaño de su maleta, creo que cabría hay dentro muy cómodamente —espeta Amelia, señalando el bulto marrón del tamaño de un poni.
Naix se sonroja ante esa afirmación bastante exacta de su personalidad e intenta ocultar la maleta detrás de su cuerpo. Cosa que es inútil dado el enorme tamaño de la maleta y el minúsculo cuerpo del joven.
— ¡T-tengo muchos apuntes! Con mis estudios podré acumular una pequeña fortuna... —se excusa, intentando disimular su vergüenza
Y, claro, si tiene apuntes, debe de tener papeles en blanco y plumas por si necesita ampliarlos. Y si tiene plumas, necesita tinta de repuesto (De varios colores). Sin mencionar los compases de tamaños diversos, el par de astrolabios, el telescopio, el microscopio, el caleidoscopio y los catalejos, junto con sus respectivas piezas de recambio por si las otras se rompen.
— Como si te hicieran falta apuntes... —murmura una de las sirvientas.
Y no está equivocada. Naix podría enumerar de memoria todas las teorías mágicas efectuadas los últimos trescientos años palabra por palabra sin problema alguno. Su memoria es así de buena. Solo mantiene sus apuntes porque le da pereza tener que escribirlos otra vez.
— ¿Seguro que no necesitas un carro? —pregunta Amelia preocupada.
No por Naix, sino por el pobre ingenuo que acabe confundiéndolo con una víctima fácil de robo y termine sin un riñón.
— No hace falta, quiero ir andando. Ya sabes, empezar mi aventura por mí mismo y enfrentar mis propios problemas... —responde con la confianza de alguien que tiene una reputación intachable en el tráfico de órganos.
— Y porque si me ponéis a los guardias como escoltas, lo más seguro es que me lancen sin nada más que mi ropa en algún lugar peligroso... O que yo les haga eso a ellos —piensa para sus adentros.
Todos lo miran con inquietud, pero saben que no pueden hacerlo cambiar de opinión. La única persona capaz de hacerle recapacitar se fue hace mucho. Aunque más que hacerlo recapacitar lo que hacía era tirarle de las orejas hasta quitarle esas ideas de la cabeza.
— B-bueno, aun así, asegúrate de comer bien, que tú a la primera te olvidas de tus funciones vitales —advierte Amelia.
— Siii... —responde rodando los ojos.
— Y no hables con gente sospechosa, por muy maja que te parezca ¡Ni aunque tú seas mucho más sospechoso que ellos!
— Siii...
— Y-y... ¡No nos olvides! —Se le escapan lágrimas.
— Eso nunca.
Así pues, Naix se despide de todos y cada uno de ellos y recibe una gran cantidad de comida por su parte (Que, gracias a Zeus, no tiene mermelada), para luego cruzar el gran portón dorado que separa los terrenos de la mansión con la carretera.
— Aquí empieza mi nueva vida —dice esperanzado cuando ya está alejándose del lugar.
[Dos días después, en los territorios colindantes a cierta aldea]
— ¡Kyaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! —grita con desesperación, a la par que esquiva una azada voladora por puro milagro. Sin embargo, eso no cambia su situación, pues sigue siendo perseguido por unas de las criaturas más aterradoras y peligrosas del mundo: la gente rural.
— ¡Muerre monstro!
— ¡Desapareixe egendro del mal!
— ¡Vete de aquí espeictro!
— ¡Qué no entiendo vuestro dialecto, no sé lo que decís! —les repite por decimoquinta vez— ¿Por qué acabé así? Yo solo iba tranquilamente hacia Atenas, autoproclamada y sin un solo mérito que lo justifique "cuna del conocimiento" —Esquiva un rastrillo y gira en dirección hacia los cultivos sin darse cuenta— Esto no tenía que ir así... ¡¿Por qué me comí todas mis provisiones?! Ah, cierto, la tristeza me da hambre... —Corre en zig zag para confundir a los lanzadores de piedras/objetos de labranza— ¡Y de todas las aldeas con las que me podía topar... ¿Por qué tenía que ser una en la que me confundieran con un monstruo?! ¡Sé que soy de aspecto exótico, pero la cautela tiene límites! Con lo majo que era ese chico de la entrada del pueblo... —solloza antes de atravesar uno de los huertos, arruinando las hortalizas y cabreando aun más a los habitantes del poblado.
—¡Está destroyeindo nostros campos! ¡Matadlo cuanto antes! —ordena un anciano antes de arrojar una azada como si esta no pesase en lo absoluto.
— ¡Misherable! ¡Mis plaintas! —exclama horrorizada una mujer al ver que el trabajo de meses es destrozado por culpa de ese engendro invasor.
Obviamente la muchedumbre aumenta la cantidad de cosas que le lanza a Naix, quien al tener que cargar con su maleta y carecer de una condición física adecuada, se ve en una situación muy inconveniente.
— ¿Plantas? —Observa por donde está corriendo y palidece— ¡Mierda! ¡Ahora sí que no voy a poder dialogar con ellos! —esquiva otra azada— ¡Eso me pasa por no prestar atención a lo que hago! —se reprende a sí mismo sin dejar de pisotear los cultivos.
Uno de los perseguidores frena en seco cuando ve que Naix empieza a correr en línea recta y extiende sus manos hacia él. Entonces cierra los ojos y empieza a recitar mientras en sus manos se forma una bola de luz anaranjada.
— ¡Boila de fuego! —grita y una bola de energía sale disparada hacia el monstruo, explotando a sus pies.
La explosión forma una serie de anillos de energía, que arrastran a Naix y lo elevan por los aires de forma brusca.
— ¿Eh? ¡Espera, espera, esperaaaaa! — exclama al empezar a volar y girar hacia el cielo.
El hechizo no le causa ningún tipo de daño, pero consigue impulsarlo hacía arriba con tanta fuerza que, cuando por fin empieza a caer en arco, Naix se precipita de lleno el bosque. Por suerte, su ropa tiene encantamientos suficientes como para que la experiencia no sea mortal, pero sí muy dolorosa.
— ¡Ay! —Choca contra una piedra— ¡Ouch! —Choca contra una piedra más grande— ¡Uch! —Choca contra un tronco— ¡Euch! — Un tronco grueso esta vez— ¡¿Es que me voy a chocar con todo el bosque?! ¡Ahhhh! —Ahora otra roca, que novedad— ¿EH? —se queda en el aire por un momento antes de empezar a caer— ¡Nooooooooooo! — Y cae al agua.
[Misma aldea]
— Suerte que nos hemos librao de eshe monstro —dice el jefe de la aldea, sufriendo los síntomas de agotamiento mágico a pesar de que solo ha lanzado un hechizo.
Hacía mucho tiempo que no invocaba sus poderes y, cabe destacar, que nunca fue muy bueno con la magia explosiva. Incluso para sus estándares.
— Sie, eshe monstro pudría haber heicho muuucho mal —le sigue el anciano lanza-azadas.
— Sus engaños eran malísimos —dice uno que no lanzó nada, pero que sí gritó insultos hacia Naix.
Mientras los tres hombres van caminando hacía la aldea, sus compañeros se han adelantado y celebran con sus familias la muerte del monstruo. Pues, todo aquel que pueda ser una amenaza para el pueblo, es un monstruo.
— ¡Viva el alcailde! ¡Fue él quien mató al monstro! —grita un aldeano.
— ¡Sie!
— ¡Viva!
— ¡Celebremos!
— ¡Sie!
— ¡El alcalde nos invite a una copa a todos! — exclama el anciano.
— ¡Siiiiie! —responden todos los demás al unísono.
El alcalde suspira de resignación, dejando que los aldeanos lo arrastren hasta la taberna, donde celebran el logro del único usuario de magia conocido de todo el pueblo.
Por otro lado, en las afueras un joven afina su laúd sobre una roca. Tiene el cabello negro azulado característicos de las clases bajas. Su piel ligeramente bronceada va a juego con sus ropajes marrones y en su cuello una pequeña cadena de hierro refleja la luz del atardecer.
Entonces empieza a tocar una melodía e inspira aire.
POV Jauris
Hoy apareció un hombre de cabellos ceniza,
ojos de plata y piel enfermiza...
Llevaba una maleta de cuero marrón,
me extendió la mano y se presentó.
Su nombre me recordó a la noche oscura,
cuando canta la blanca lechuza~
Era agradable y muy simpático,
pero la gente lo vio y lo persiguió.
¿De dónde vino? ¿A dónde iba?
¿A dónde irá? ¿Me podría llevar?
Harto estoy yo de la gente sin razón,
harto estoy yo de trabajo en los campos~
Quiero tocar, quiero viajar,
con la Mariana ni loco me voy a casar.
Es maleducada, bruta y me trata muy mal,
se come los mocos y huele fatal,
en serio, a un lobo negro su hedor podría mataaar~
Es bajita y gruñona, de muy mal carácter,
prefiero nunca casarme
a con ese ogro aparearme.
No entiendo porque yo mi pareja no puedo elegir,
si mi padre solo quiere que herede el dinero del alguacil~
Es bruta malhablada y con un terrible acento
y prefiero suicidarme a vivir con ese esperpento.
El día de mi boda del pueblo me voy a ir
porque no pienso ser el nuero del alguacil.
Mira tú por donde, que aquí al lado tengo una ciudad,
allí empezaré mi vida como juglar~
Al acabar mi canción observo el poblado o como lo llamo yo, el reino de los imbéciles. Celebran el logro de mi padre, que es el alcalde únicamente por saberse un solo hechizo que lo único que hace es impulsarte hacía arriba y unos trucos más que no sirven absolutamente para nada.
Pero como es un "mago", según la gente del pueblo, es quien debe mandar.
Menuda panda de idiotas cabeza-huecas.
Por debajo de mi padre, está el violento del alguacil, que no solo es violento, sino también borracho, ignorante, bruto y muy feo. Aunque no tanto como la ogra de su mujer, que suda tanto que una vez a la semana le tienen limpiarle el moho de los michelines a la gorda que se come la mitad de las provisiones para el invierno todos los años.
Y yo, siendo el hijo del alcalde, he de estar prometido con la "bellísima" hija de esa masa de carne descerebrada que se encarga de mantener el "orden" en el pueblo: la Mariana. Es el ser más horriblemente deforme jamás engendrado, nacida de una tradición endogámica familiar de seres que ya eran abominables sin destrozar su sangre.
Bueno, no gano nada con pensar en mi terrorífico futuro.
Me pongo en pie y pongo rumbo hacia mi "casa" mientras observo el cielo anaranjado.
Siempre fui muy curioso, para bien o para mal en este pueblo, pero, por suerte, mi curiosidad va a la par de mi astucia, que es lo único bueno que parezco haber sacado de mi familia paterna. Solo pregunto lo justo y necesario a los comerciantes y viajeros que pasan, lo suficiente como para saber lo que quiero saber, pero no demasiado como para no llamar la atención.
Porqué aquí el llamar la atención es una condena.
Es irónico, pero a pesar de que mi padre es de fuera, odia tanto el exterior como el resto de los aldeanos. Nunca permite una larga estancia a los forasteros, ni siquiera a los comerciantes de toda la vida que pasan por el pueblo desde hace años.
Por eso ya es mucho que me permitan tener un instrumento musical o cualquier elemento que demuestre algún tipo de pensamiento creativo. Sinceramente, creo que la única razón de que me lleguen a aceptar tal como soy es que revelase que también sé hacer magia. Aunque el costo de eso sería que me casasen con la Mariana de inmediato, por lo que por el momento me aguanto con el desprecio de los míos.
Porque sí, me desprecian. Y no solo por mi afición a la música.
Por alguna razón prefiero hablar como la gente de ciudad en vez de con el acento de esta región, simplemente se me hace más natural. También prefiero tener formas más refinadas y acumulo conocimiento con facilidad. Supongo que eso me da un aire de extrañeza que provoca rechazo en esos ineptos incapaces de admitir que un "musiquillo de pacotilla" es mejor que cualquiera de ellos.
Observo las casas hechas de arcilla y madera, todas pequeñas y de no más de dos pisos. Las gentes vuelven a sus hogares después de la fiesta, borrachos perdidos por la cerveza de mala calidad.
Al verlos aprieto mi laúd contra el pecho y acelero el paso con la cabeza gacha. No quiero que me vean, no quiero que me arrebaten mi más preciado tesoro, me dan miedo, me da miedo lo que puedan hacerme. Corro hasta mi casa, una estructura de dos pisos hecha de piedra pulida, la mejor casa del pueblo.
Allí seguro que estoy a salvo.
Pero no, siempre habrá peligro mientras él esté ahí. Lo recuerdo en el momento en que veo a mi padre en la mesa, comiendo aún más de lo que seguramente ha comido en la taberna.
A pesar de que los recursos no son muy abundantes este año, mi padre come como una vaca... Por su culpa madre y yo pasaremos hambre mañana, tendremos que comer menos para compensar lo que ya se ha comido él.
Este hombre parece olvidar que fue despojado de su título hace años. Y no me extraña que le echaran de la nobleza ¿Cómo iba a ser miembro de Ga Matria si solo sabe lanzar un hechizo correctamente? Y encima uno que ni sabe usar bien.
Como no quiero que repare en mi presencia ando despacito, cierro la puerta sin hacer ruido, voy de puntillas hacia las escaleras y...
— Jauris... —me llama mi padre.
¡Mierda!
— ¿S-sie, padre? —respondo más tenso que un cerdo a punto de ser sacrificado.
Ya quisiera yo ser sacrificado. Sería mejor que seguir viviendo con él.
— ¿Dónde has estado? —dice con la calma propia antes de la tormenta.
Si hay algo peor que mi padre gritándome, es mi padre no gritándome.
— Ya sabes... Por allá.
Que no se enfade, que no se enfade, por favor... Zeus.
— ¡¿Estabas otra veiz con eshe dichoiso trasto, verdad?! —grita, levantándose y golpeando la mesa.
Estoy muerto.
— Luem, déjalo seir, ha sedo un día mucho duro para el chaval... —dice mi madre, entrando en la habitación.
¡Gracias, mamá! Al menos ella intenta que no me pegue demasiado... Nunca sabré que vio en un hombre como mi padre.
Ah, ya, la "magia".
— ¿Un día mucho duro? ¡El crio este no hace nada mais que tocar ese dichoso trasto, mientra que yo hago todo el trabajo de la familia! ¿Y me dices que lo deixe pasair? ¿Ese crio merece que lo azoten hasta aprender disciplina! —grita gesticulando con la mirada enloquecida.
Me estremezco al oír esas palabras, no quiero que pase otra vez, la última casi me mata y solo fue por contestarle. Lo odio, odio a este hombre, a este intento de padre, este cobarde que se esconde en una aldea para no enfrentarse a sus fantasmas, lo odio...
Pero no puedo decirle nada. Él es más fuerte, por lo que tengo que asentir y callar. A pesar de sus castigos sin motivo. Bueno sí hay uno, mis ojos castaños, esos que son propios de los nobles.
Aunque soy la viva imagen de mi madre... solo por tener justo eso de él me odia. Porque le recuerdo a ellos, a los nobles que tanto detesta.
Mi madre intenta tranquilizarlo de nuevo. Pero este se enfurece más y la abofetea tan fuerte que se tropieza.
Ni siquiera grita o exclama como siempre, solo cae y se golpea la cabeza contra la mesa antes de llegar al suelo.
¿Sangre? H-hay sangre... Mierda, otra vez no.
Corro rápidamente a mi madre, apartando al miserable de un empujón.
Hay más sangre, mucha sangre.
— ¡Mamá! Vamos, despierta, por favor —la sacudo, pero no responde— ¿Mamá? ¿Mamá? —Pongo mi oído encima del rostro de mi madre, pero no noto la respiración— No... no, no, no, no, no, no —Lágrimas empiezan a caer de mi ojos cuando palpo la cabeza de mi madre y esta se llena de sangre tibia.
Mi padre nos mira paralizado, solo parece sorprendido y no creo que vaya a hacer algo para ayudarme. Nunca pensé que llegaría a este punto, ¿Qué debo hacer? Si no hago algo... mamá...
Observo el rostro pálido de la mujer que me dio la vida y suspiro. Coloco mis manos sobre su cabeza y cierro los ojos mientras me concentro en la sensación de calidez que quiero invocar.
Al instante, de mis dedos surgen hebras de luz que se introducen en su cabeza y reparan poco a poco el daño. No puedo verlos, pero los siento, son una parte de mí, una extensión de mi cuerpo, de lo que soy. Siento mi energía ser drenada, es una sensación familiar, pero a la vez siento que me falta algo, como si estuviese limitado. En menos de un minuto, mi madre despierta y empieza a toser.
Ha valido la pena.
Me levanto, pero pierdo el equilibrio y me aguanto con mi mano libre en la mesa. Estoy mareado, creo que he usado demasiado poder. Mi padre me mira anonadado, se le debe de haber pasado la ebriedad por descubrir que su hijo es mago.
¿Se lo contará al resto? ¿Me casarán con la Mariana? Espera... ¿Y mi sueño? ¿Y lo qué quiero? ¿Por qué? No... ¡No quiero! NO quiero ser un objeto. Quiero ser libre... Nadie me va ayudar, ni mi madre, ni los demás
¿Por qué he hecho esto? Debí dejarla. Aunque me proteja de vez en cuando nunca dice nada y siempre le defiende, siempre de su parte, siempre en mi contra...
¡Lo odio! ¡Odio a este pueblo! ¡Odio a mis padres por traerme a este mundo! ¡Odio a los taones por darme este destino! ¡Odio a la magia! ¡Los odio a todos!
Me duele la cabeza... me siento extraño, como si ya nada importase, creo que... quiero cortar algo...
POV Omnisciente
— M-magia,... Magia curativa,... y sin canto ni oración... hi-hijo, con eso podremos ser señores,... —se acerca a su hijo con un brillo en los ojos que no había tenido en décadas— ¡A la mierda este pueblo de plebeyos! ¡Podremos vivir de nuevo con lujos y no trabajar! Hijo, estoy tan orgulloso de ti, siempre supe que tú... ¡Ghag! —Sus palabras se interrumpen cuando la sangre escapa de su garganta.
El hipócrita deja de hablar cuando el cuchillo de la mesa se le es clavado en el cuello por su hijo. La sangre sale disparada y salpica el suelo, las paredes y a Jauris, quien tiene una perturbadora sonrisa en su rostro.
La madre, aun aturdida, tarda en comprender lo que está viendo. Es entonces cuando pega un grito de horror y se desmaya. Eso despierta al joven de su trance, quien se queda paralizado al ver el cadáver ensartado por el cuchillo que cuelga inerte.
Tarda unos minutos en darse cuenta de lo que tiene en la mano, momento en que pega un grito y suelta el cuchillo, dejando que el cuerpo caiga inerte como una marioneta sin hilos.
— ¿Qué? —murmura, incrédulo ante lo que está viendo.
Ese hombre... ese monstruo que tanto le ha atormentado... Aquel que protagonizaba sus pesadillas...
Muerto.
Muerto por él.
Su cadáver arrodillado en frente suyo, con la cabeza apoyada contra la mesa en un ángulo que permite que se vea perfectamente el cuchillo ensartado en su yugular. Pequeños chorros de sangre salen de vez en cuando con un sonido grotesco y algunos espasmos mueven sus labios y ojos en blanco.
Está muerto... Lo ha matado...
Y el patrón está muy feliz por ti.
Su momento de disociación se interrumpe cuando los vecinos, alertados por el alboroto, empiezan a golpear la puerta y a llamar preocupados. Entonces entra en pánico y, sin pensar en lo estúpido que es, corre hacia la puerta donde está toda esa gente que lo querrá matar cuando descubra lo que ha hecho y la abre.
Las gentes del pueblo se apartan sorprendidos y horrorizados al verle cubierto de sangre, con esa pequeña sonrisa en su rostro, como si contuviera las ganas de reír. Ese momento de lapsus es lo que él aprovecha para apartarlos y correr con todas sus fuerzas hacia el bosque.
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