29. El abismo
Cuando abriste los ojos, percibiste tus alrededores algo distorsionados, y tu rostro ligeramente caliente.
—¿Cómo te sientes? —inquirió Levan con suavidad.
Aún te encontrabas algo aturdida y no supiste responder.
—Hiciste fiebre —te informó él en el mismo murmullo—. El doctor ya vino a verte, estarás bien. Ya está controlado.
Te abrumó un cansancio urgente y ese momento volvió a desvanecerse entre penumbras. La siguiente vez que despertaste, todo lucía más iluminado. Un viento fresco soplaba en esa amplia habitación.
—La estructura del edificio donde vivías quedó dañada. Lo mismo sucedió con el mío. Han evacuado a todos —te explicó Levan cuando apareció junto con una serie de productos enlatados y una taza de té a modo de desayuno.
—¿Y dónde estoy entonces?
—He arrendado este apartamento. Traje también tus pertenencias. Esto es temporal —se apresuró en aclarar lo último.
Habías estado desconectada del mundo por dos días y recién estabas asimilando la realidad de los hechos. Este atentado estrenaba una nueva magnitud de brutalidad y terminó por socavar cualquier resquicio de tranquilidad en la población. Y no sería el último incidente de esa clase. Recapitulaste tu encuentro fugaz con Vera y...
—Levan, el boticario —barbotaste, pero él respondió a tu exaltación con un gesto medido y circunspecto.
—Ya no está aquí, dejó la ciudad —dijo él, su voz atonal.
—¿Qué? Pero...
—Come un poco. Tienes que recuperar fuerza —repuso él con calma.
—¡Levan! —espetaste, exasperada—. Dime qué ha pasado.
—Te lo voy a decir, pero come —insistió él—. Cielos, ¿cómo puedes enseñarles a niños con ese carácter? No, Ro, hazme caso —se reafirmó cuando estuviste a punto de volver a replicarle—. Después de que lo hagas te llevaré a que veas lo que ha sucedido.
Tu cuerpo se sentía extrañamente ligero y tus sentidos algo entumecidos. Pero tu consternación más punzante fue ser consciente que habían perdido esa oportunidad de enfrentarse al boticario. Y para tu mayor mortificación, aquel entendimiento vino con un tenue sentimiento de alivio.
Percibiste la reticencia de Levan de permitirte andar en la calle en ese estado, sin embargo, entendiste luego porqué lo había hecho. Y resultó ser una decisión acertada. Tu incipiente modorra de desvaneció cuando vislumbraste la fachada del hospital, que contrastado con el cielo gris de ese día, dio una impresión más lúgubre.
Ella parecía reposar en un sueño tranquilo. Las huellas de su ferviente obsesión ya no se dibujaban en su faz. Su ritmo cardiaco había disminuido y no mostraba ningún signo de reaccionar ante cualquier estímulo externo. Vera parecía poder despertar en cualquier momento, sin embargo, nunca más lo iba a hacer. Era un sueño irreversible.
—No creo que le quede mucho tiempo —murmuró Levan, contemplando el rostro sosegado de Vera con una expresión insondable.
No supiste definir qué había debajo de ésta. Tal vez culpa por haberla llamado, lástima por ver cómo había terminado. Y temor, quizás. Temor porque ese sería el posible destino de ustedes dos.
—Ven.
Con aquello último, Levan te instó a entrar con él al santuario interno de Vera. La medicina no podría jamás ver lo que ustedes podían. Y ustedes, que habían sido testigos de cómo el boticario podía destruir vidas, recibieron con un indeciso estremecimiento el ver que también podía devastar el universo de la mente. Lo que le había hecho a Vera era algo que nada podía curar.
Fue la primera vez que contemplaste aquella figura en el interior de la bóveda de una persona. Sólo podías equipararlo con una esfera hermética, dura, impenetrable. Una burbuja, una prisión. Ni Levan ni tú podían entrar propiamente, sólo tocar los bordes de aquel claustro. No había mente que explorar, sino sólo un vacío y una construcción maciza e inaccesible.
No obstante, Levan y tú insistieron. Hicieron lo que se podría equiparar a pegar el rostro a la superficie de esa prisión y aguzar la vista y el oído. Fue algo que demandó un esfuerzo supremo de tu parte, nunca habías realizado un ejercicio tan arduo en esa materia, pero conseguiste algo.
Escrutaste formas a lo lejos, escuchaste balbuceos remotos. Vera aún estaba allí, pero su mente estaba hecha ruinas. Entendiste que ella ya no volvería a ser la misma ni siquiera si despertaba. No recordaría quién era, las personas que conoció, las cosas que hizo. Vera parecía una diminuta silueta rodeada de desmonte. Y había algo más. Al principio, cuando lo atisbaste en la periferia parecía una mancha oscura, pero al fijarte en ella, te percataste que se trataba de un agujero.
—¿Un abismo? —susurraste—. ¿Hay un abismo en su mente?
—Todos tenemos uno —dijo Levan—. Pero lo podemos ver con más claridad porque ya nada más le queda.
—¿Y qué pasa si cae en él?
Levan guardó silencio, era claro que no conocía la respuesta, pero tanto él como tú podían adivinarla.
—No parece un lugar donde se caiga involuntariamente —dijo por fin.
Aunque trataron llamarla o arañar la superficie, nada pareció cambiar en ese espacio inerte. Vera no pareció escucharlos ni inmutarse. Sabías que en el interior de la mente la sensación del tiempo se expandía, así que te preguntaste cuántos días debían de haber sucedido para ella, en silencio, sin recuerdos, sin nada.
Sólo un único sonido pudieron captar ustedes en el silencio de ese encierro. Un susurro que ella repetía como un arrullo y que a duras penas pudieron distinguir.
«Una más».
Tal vez guardaba un significado que ustedes nunca podrían comprender. O tal vez no significaba nada. Después de todo, ¿qué coherencia podías esperar en la locura?
Al día siguiente, Levan fue a visitarla de nuevo. Y cuando regresó, sólo tuviste que ver su semblante exánime desde el umbral para entender que ella se había lanzado al abismo.
Aunque Vera había causado la desgracia de varios en su persecución del boticario, ninguno de ustedes le había deseado ese final. A nadie se lo hubieras deseado. Pero también ese episodio les dio a entender que eso era lo que les hubiera sucedido a ustedes si se hubieran enfrentado a Éran. Sabían que ella iba a intentar la tentativa a la que habían arribado. Habían pensado que lo opuesto al boticario tendría que ser uno de ustedes. Lo contrario de un victimario. Una persona dañada por él que asumiera esta vez un papel ofensivo. Los tres lo eran, y también compartían el don con el que podían disputar contra él. Esperaron que esa fuera la respuesta. Pero se habían equivocado.
El boticario había desaparecido otra vez y ustedes se habían librado de él por ahora. Pero pronto vendría una segunda oportunidad. Y esta vez sería la última. Con esa silenciosa certeza, iniciaron de nuevo un periodo de pacífica rutina. Un resquicio de una vida normal, pero siempre a la espera. Conscientes de que en esta persecución no había espacio para el ensayo y error.
Era el éxito o el abismo.
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