25. Lo opuesto
—Te esperaba, Ro —emitió Éran con una sonrisa cordial cuando tus ojos lo distinguieron de entre las siluetas elegantes que circundaban el gran salón.
De repente, las personas alrededor se disolvieron con el entorno, se convirtieron en sombras tenues, la música se transformó en un susurro apenas audible. Sólo estaban el boticario y tú.
De pronto, te petrificaste, y una llama agitada nació en el centro de tu pecho. Habías esperado encontrarte con él durante varias semanas. Ya habías perdido la cuenta a cuántos bailes habías asistido. Te habías dedicado a conocer a los miembros de esa sociedad, departir con ellos, averiguar qué sabían del boticario, qué opinaban de él, quiénes eran más cercanos a él. Y no te habías sorprendido al encontrar que, como en tu ciudad natal, era un personaje respetado y admirado. Todos querían revolotear entorno a él, y al mismo tiempo, casi nadie podía hacerlo. Éran elegía a sus allegados, nunca al revés.
Levan y tú sabían que eventualmente cruzarían caminos con él en alguna de estas reuniones, sin embargo, ahora que lo tenías en frente de ti, permaneciste en blanco. Pero luego te repusiste. Tenías que hacer esto.
Entonces concentraste todo tu aplomo y caminaste hacia él.
—Estoy seguro de que estos encuentros se repetirán —dijo él a modo de recibimiento. El escenario pacífico de aquel suntuoso balcón adornado de finas enredaderas contrastaba con el suplicio que esto representaba para ti. —Aunque ahora nuestra dinámica se ha invertido, Ro. Ahora eres tú la que me busca. Es un cambio que encuentro agradable.
—¿Sabes por qué te he buscado? —inquiriste directamente.
—Puedo adivinarlo —dijo, esta vez con una expresión satisfecha—. Quieres reclamar tu premio ¿no es así? Ganaste en buena lid, después de todo.
«Ganaste en buena lid».
Aquellas palabras te atenazaron cada una como agujas largas. Te indignaron en lo más hondo. Como si lo que él había hecho fuera un juego. Sin embargo, empezaste a comprender algo. Para él, esto lo era. Sin duda.
Casi como una reacción inevitable, de nuevo te quedaste prendada de aquellos ojos turquesas sobrenaturales. En busca de algo, aunque no sabías qué. ¿Culpa? ¿Remordimiento? ¿Vergüenza? No encontraste nada de eso. Después de tantos años de compartir tiempo con él recién empezabas a comprender que él era lo que te había dicho. Una fuerza de la naturaleza, desatada y libre. Algo que no puede evitar ser lo que es. Algo que, como había dicho Levan, debía ser detenido.
Siendo así, te preguntaste si acaso había sentido en resentir a alguien... a algo así.
—Debo admitir que me has sorprendido abismalmente, Ro —dijo Éran, su voz canora y sosegada—. Pensé que te ganaría, pero me batiste por completo. A decir verdad, casi me da gusto que triunfaras. No eres como los demás, harás que esto valga la pena y cuando yo venza tendré mayor mérito.
—No vas a ganar nunca, Éran. No hay nada que quiera de ti, nunca lo va a haber.
—Y, sin embargo, aquí estamos. Y tú persiguiéndome a mí. Podríamos hacer esto siempre —emitió con una grácil y suave risa—. Hay personas que son en extremo difíciles de impresionar. Por mucho que yo haga parecen evadir mis intentos de forma natural. Debo confesar que me desesperan en cierta medida. Tu querido Giova era uno de esos. Sin embargo, hay más de una manera de utilizar a un peón en el tablero. —Entonces hizo una pausa donde hizo girar el vino de su copa, como si evocara algún recuerdo específico. —Y siempre que salen piezas, entran otras nuevas a reemplazarlas. Es un juego eterno.
No pudiste evitar un ligero sobresalto ante aquella amenaza velada. Sí, estabas siendo consciente que conversabas con algo peligroso, no con una persona.
—Éran —te forzaste a iniciar—. Dijiste que podía pedir algo que saliera de tus capacidades, algo especial. Pero sólo quiero algo simple.
—Te escucho.
—Quiero que me digas cómo es que puedo aprisionarte.
Aquella fue la primera vez en tu vida que viste que Éran compuso un gesto parecido al asombro. Al verdadero asombro, y no un amago de él o una actuación impostada. Sin embargo, fue una reacción sutil y medida y duró apenas un instante, pues luego él dejó escapar una risa extraña. No era de burla, ni de gracia. Y, por alguna razón, se escuchaba genuina.
—Cumple con tu parte —insististe—. Dime cómo puedo encerrarte.
Éran te dedicó un gesto misterioso que tendía a la consideración y al afecto. Casi como la mirada de un padre a su hija, y al mismo tiempo, de un amante a su pareja.
—Sólo hay una cosa en el mundo que puede aprisionarme, Ro —emitió él en un susurro—. No es una prisión convencional, es una creada por mi antítesis. Lo opuesto a lo que soy.
—¿Lo opuesto? ¿Y qué es eso?
—Eso es todo lo que puedo decir.
Y tomó tu mano para besártela a modo de despedida.
—Mi querida Ro —dijo finalmente—. Me gusta cómo se está desarrollando nuestra dinámica. Sé que vendrás a mí y terminarás dándome tu aquiescencia. Sé que no será hoy ni mañana, pero al final, serás verdaderamente mía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro