|Capítulo 14. Final|
Cuando Lion despertó, el primer pensamiento que cruzó por su mente fue preguntarse en dónde estaba.
Parpadeó varias veces, intentando enfocarse y comprender su situación.
El techo con el que hacía contacto directo su mirada era blanco, y de él colgaban luces que encandilaban sus ojos. Lion frunció el ceño, curvando sus labios en una mueca y girando su cabeza sobre la aparente almohada en la que se apoyaba.
Estaba recostado sobre una blanca cama, y la habitación a su alrededor también era de este color. Todo estaba ordenado y habían un par de ventanas al extremo a donde miraba, sin embargo, eran cubiertas por un par de grises cortinas. Al lado de la cama habían unas sillas vacías a las que restó importancia. Giró su cabeza hacia el otro lado, y al hacerlo se percató de que su antebrazo estaba conectado a un tubo largo y gris por medio de una intravenosa.
Ah, entonces estaba en un hospital.
Lion soltó un suspiro, frunciendo el ceño al recordar de golpe todo lo que había ocurrido.
Las memorias habían llegado de forma tan repentina que sus ojos escocieron y un par de lágrimas saltaron de sus ojos. Tembló un poco, encogiendose en la cama y mordiendo su labio inferior con fuerza.
Pensar en todo lo que había ocurrido en el bosque, más que ser traumático, era confuso, en especial porque la conversación que había tenido con Elliot al final de todo no hacía más que hacer eco en su mente.
Lion se sobresalió cuando escuchó la puerta de la habitación abrirse de goloe, y apartó con rapidez las lágrimas que habían caído en sus mejillas.
Al alzar la mirada, observó que alguien había entrado a la habitación. Sin embargo, no era cualquier persona... Era su madre.
Ella, que poseía cabello oscuro como el suyo y ojos miel, le miró en silencio por unos graves instantes, como quien observa a un fantasma, y luego cubrió su boca con sus manos.
—Ya has despertado —soltó ella, incrédula.
Se acercó a Lion y, cuando estuvo lo suficiente cerca de él, lo envolvió en un gran y estrecho abrazo.
Lion dejó que la calidez en su pecho inundara el resto de su cuerpo, y correspondió el abrazo, aferrándose a su madre como nunca antes lo había hecho. Ella olía a lavanda, como siempre solía oler, y Lion se preguntó cómo se había olvidado de ese significativo detalle cuando estuvo en el bosque... Aunque, por supuesto, realmente no había sido su culpa, no cuando había estado bajo los efectos de una supuesta droga que afectó su memoria.
No quiso soltarla, y cuando su madre se alejó, Lion sintió un frío invadir su cuerpo.
—Teníamos miedo de que no fueras a despertar —comentó su madre, mirándole con sus ojos cubiertos por una delgada capa de lágrimas.
Lion le miró, confundido.
—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —quiso saber.
—Tres días desde que te encontraron —murmuró su madre, desviando la mirada al suelo—. Oh, Lion, realmente estuvimos desesperados por ti... Cuando supimos que habías desaparecido nos sentimos simplemente... Mal, todo estaba mal, y aunque no queríamos perder las esperanzas, temíamos que no volveríamos a verte... Pasaron diez días, ¿sabes? Hasta que los encontraron cerca de una estación abandonada de un tren.
—¿Ocho días? —repitió Lion, que recordaba solo haber pasado cinco en el bosque. Supuso que quizá habían pasado más días que su secuestrador debió haber usado en devoverles a su ciudad... Aunque, ¿eso significaba que la tormenta de nieve siempre estuvo más cerca de lo que él había dicho?
Sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal al pensar en esto, y el recuerdo de Elliot, que estaba tan latente en su mente, resultaba doloroso. Sus labios se curvaron en una mueca, y abrió sus ojos de par en par cuando su memoria trajo hasta él algunos rostros sumamente familiares.
—¿Dónde están mis amigos? —cuestionó, frunciendo levemente el ceño.
Su madre, en lugar de responder, se levantó de la cama.
—Iré a buscar a la enfermera que te estaba cuidando —dijo—, debe saber que ya estás despierto. Además, la policía querrá interrogarte acerca de lo que sucedió.
Sin agregar algo más, ella abandonó la habitación, cerrando la puerta detrás de sí y dejando que el silencio volviera a inundar el lugar.
Lion se intentó poner de pie, pero al instante supo que fue una pésima idea, pues sus temblorosas piernas y un horrible dolor de cabeza le hicieron saber que aún no estaba en condiciones para levantarse. De mala gana, volvió a tumbarse sobre la cama, mirando al techo y jugueteando ansiosamente con sus pulgares.
¿Sus amigos estarían bien? Probablemente también se hallaban en ese hospital, ¿no? Sin embargo, la forma en que su madre evadió su pregunta le inquietaba, y aumentó su necesidad de saber el estado de sus amigos.
Unos momentos más tarde, una enfermera y un médico entraron por la puerta de la habitación, haciéndole un par de preguntas sobre su condición que Lion contestó sin pensar. No presentaba daños físicos ni tampoco indicios de que algo le hubiera ocurrido, por lo que simplemente le dieron instrucciones de no abandonar la cama y se marcharon, pues seguramente tenían más pacientes que atender.
Después de ellos, entró una mujer alta y de cabello oscuro. Sostenía un pequeño cuaderno y sus ojos marrones estaban fijos en Lion. A sus espaldas, también entraron dos hombres uniformados y de aspecto serio. La mujer rodeó la cama y tomó asiento en una de las sillas que yacían al costado derecho de él. Los hombres, por otro lado, se quedaron de pie al lado de ella.
—Antes de que la policía te interrogue acerca de lo que pasó —comenzó diciendo la mujer con un rostro sereno y tranquilo, mirando de reojo a los hombres, lo que le hizo suponer que ellos eran los policías—, debo evaluar y determinar si existe un trauma... Así que, Lion, ¿puedes empezar a contarme un poco sobre lo que ocurrió?
Lion al principio se quedó callado, pero no porque tuviera miedo de narrar los sucesos, sino que aún trataba de procesar la situación actual.
La mujer debió malinterpretar su silencio, pues su rostro se suavizó y dijo:
—No te preocupes, nada de lo que digas saldrá de esta habitación y la información que nos proporciones solo será utilizada para iniciar una investigación. Mi nombre es Alondra y te prometo que creeremos lo que digas sea lo que sea, ¿de acuerdo? Aunque si no estás listo para hablarnos de lo que sucedió aún, entonces lo entenderemos y volveremos después.
Lion observó que uno de los hombres, el que era más alto y que poseía una larga barba oscura, chasqueó la lengua con molestia, evidentemente sin estar de acuerdo con las palabras de Alondra. Lion regresó su mirada hacia la mujer.
—No se preocupen —dijo—, no tengo problemas en contarles lo que ocurrió —O eso esperaba, agregó para sí mismo en silencio—, pero antes... ¿Me pueden decir dónde están los otros niños que estaban conmigo?
—¿Hablas de los otros que también fueron secuestrados? —inquirió Alondra, y Lion asintió con la cabeza—, bueno, también fueron trasladados a este hospital, pero hasta ahora solo tú has despertado.
Él pensó en esto, sintiéndose aliviado por obtener una respuesta sobre el paradero de sus amigos. Entonces comenzó a hablar, contándole a Alondra acerca de todo lo que había ocurrido desde que despertó en el bosque.
Le sorprendía un poco que su memoria estuviera intacta, y se sorprendió todavía más cuando supo que también recordaba todo lo que antes se sintió nublado. Recordaba las semanas antes de que ocurriera el secuestro, recordaba los sentimientos que lo embargaron cuando supo que hubo un caso de secuestro infantil en su ciudad, recordaba el momento en el que había sido secuestrado... Y también recordaba el motivo por el que sucedió.
Sin embargo, no les contó acerca de esto a los policías y Alondra, sino que se limitó a relatar los sucesos que abarcaron sus cinco días en el bosque, aunque al final del relato, se encontró con que estaba llorando... Quizá, después de todo, se había sentido más afectado por ello de lo que creyó. Su narración fue bastante simple, y no ahondó mucho en detalles, y cuando finalmente concluyó con el éxito de su plan y el instante en que todo se oscureció, un profundo silencio llenó la habitación.
Lion sentía un nudo en si garganta, y enjugó las lágrimas que se habían quedado atascadas al borde de sus ojos. Apretó sus labios, apartando la mirada del suelo, que era a donde había tenido su vista fija.
—Dijiste que conociste al hombre que les había secuestrado —dijo el tipo de la barba, y al parecer había estado anotando gran parte de su declaración en una pequeña libreta similar a la de Alondra—, sin embargo, no lo describiste, ¿cómo era?
¿De verdad no lo había descrito? Se preguntó Lion, sorprendido, y pensó en esto, dándose cuenta de que había sido un gran error por parte de Elliot haber permitido que ellos supieran sobre él.
De pronto, la puerta se abrió, y de ella emergió un médico... Sin embargo, este no era el mismo que había entrado antes, y tampoco era ningún desconocido.
Oh, era Elliot... Claro, ¿por qué no?
Lion por unos momentos se quedó congelado, mirándolo confundido y desconcertado. Elliot estaba ahí... Realmente ahí. ¿Es qué acaso no temía a nada? Debía estar bromeando. Quizá Lion estaba alucinando, era una posibilidad, ¿no?
No obstante, aún así sabía que no era verdad. Que Elliot sí había entrado en esa habitación, y que estaba ahí, de pie a unos metros de distancia de su cama y con un semblante tranquilo e imperturbable.
—Estamos en medio de algo —masculló el hombre de la barba con molestia, como diciéndole que debía marcharse.
—Lo siento, solo quería verificar el estado del paciente —se disculpó Elliot, encogiendose de hombros—, no es bueno que hable demasiado —Esto lo dijo mirando fugazmente a los ojos de Lion— y quizá deberían dejarlo descansar.
—No nos digas qué hacer —le espetó el otro oficial de policía, exasperado—, dejaremos al niño cuando obtengamos la información que necesitamos.
Elliot volvió a encogerse de hombros.
—De acuerdo —dijo—, solo era un aviso.
Cuando él se fue, Lion sintió como si estuviera hiperventilando... Maldición, ¿acaso se había arriesgado a entrar a una habitación con dos policías para advertirle que no debía hablar acerca de él? Sí, tenía sentido... Elliot había dicho que no era un psicópata, pero, a decir verdad, ya estaba empezando a dudarlo. Incluso podía apostar que había estado escuchando la conversación y esperando por el momento para entrar.
No podía entender cómo alguien podía estar tan demente.
Aún si no había sido una amenaza plena o explícita, Lion nuevamente sabía que estaba ahí... ¿Y si hablaba sobre Elliot mientras él estuviera en el interior del edificio del hospital? Quizá así los policías podrían ir detrás de él y atraparlo antes de que hiciera algún daño, sin embargo, ¿cuál era la probabilidad de que ellos le creyeran? No era como si pudiera decir: "Oigan, el médico que acaba de entrar es el mismo hombre que me secuestró, ¡vayan por él!" Además, si no tenía pruebas probablemente acabarían por dejar libre a Elliot... Y él ya había dejado en claro que, por alguna razón, poseía un considerable poder y dinero.
No era alguien con quien querría meterse.
—Lion —le llamó Alondra con suavidad—, ¿qué sucede?
Él volvió su mirada hacia ella, dudando.
—Yo... —empezó diciendo— no recuerdo cómo era.
El policía de barba bufó.
—¿No recuerdas nada? ¿Un nombre, una voz, una forma de vestir? —preguntó, arqueando las cejas.
Lion negó con la cabeza.
—Eso aún está borroso en mi memoria —contestó, mordiendo el interior de su mejilla y esperando que no fuera tan mal mentiroso como Ethan le acusaba de ser.
El policía le observó detenidamente por unos largos momentos, y acabó por soltar un suspiro.
—Bien, te dejaremos por ahora —dictaminó—, si recuerdas otro detalle acerca de lo sucedido no olvides contactar con nosotros. Es posible que más tarde querramos hacerte otras preguntas.
Tras esto, los policías abandonaron la habitación, y Alondra se puso de pie.
—Gracias por contarnos acerca de esto, Lion —dijo ella con amabilidad—, me aseguraré de que la policía haga lo posible por tratar de encontrar con la persona que les secuestró. Hablaré con tus padres para que asistas a sesiones de terapia conmigo, y quizá así te pueda ayudar a superar esto.
Lion sospechó que Alondra sabía que les había mentido a los policías, sin embargo, no dijo nada sobre esto y asintió con la cabeza.
Ella también se fue.
A los pocos momentos su madre volvió, ahora acompañada de su padre.
Ambos le observaron con tristeza, y Lion entonces notó que ambos lucían como si hubieran envejecido de golpe en esos pocos días... ¿Realmente su desaparición les había causado tanto daño? Por alguna razón, ser consciente de esto le sorprendía.
—¿Estás bien? —preguntó su padre, dubitativo—, estábamos al otro lado de la habitación y oímos lo que le contabas a la policía... —Él dudó, rehuyendo su mirada al suelo—, lo siento, Lion, debimos creerte cuando nos dijiste quién era el secuestrador...
Su padre se quedó callado, y Lion se asombró al ver que él estaba llorando. ¿Cuál había sido la última vez que había visto llorar a su padre? Sin duda, había sido hacía una eternidad.
—No importa —murmuró Lion, rascando su cuello—, estaba equivocado de cualquier modo. Acusé falsamente a una persona.
En realidad, no había sido así.
De hecho, era irónico saber que Elliot tuvo razón al final de todo: nunca tuvo por qué estar en ese bosque.
Su padre no lució convencido ante su respuesta, y permaneció con su mirada en el suelo.
—No importa —murmuró su madre, seguramente en un intento de mantenetse optimista—, superaremos esto, ¿cierto, Lion? La policía capturará a la persona que te hizo pasar por todo esto... Y entonces todo estará bien.
Lion también quería creerlo.
Miró hacia la ventana, observando que su madre se dirigía hacia allá. Ella abrió las cortinas de par en par, a la vez que decía:
—Está nevando... ¿Verdad que la nieve es tan bonita?
—Mañana habrá una tormenta —comentó Lion, y era verdad si sus cuentas no fallaban.
Su madre asintió levemente.
—Es cierto —dijo—, pero es posible que para mañana el hospital te dé de alta y podamos estar en casa para entonces.
Lion pensó en esto, observando el paisaje al otro lado de la ventana y la nieve que caía desde el cielo. El suelo no se avistaba desde ahí, y podía ver el tejado de muchas casas a lo lejos... Sintió un escalofrío al recordar la nieve en el bosque, aunque rápidamente alejó este pensamiento de su cabeza.
Lo importante era que él y sus amigos estaban bien, ¿cierto?
Sus padres se quedaron con él hasta que se hizo más tarde y los médicos los echaron.
Al día siguiente, y poco a poco, sus amigos despertaron.
Lion se enteró de que ellos no recordaban tanto como él lo hacía, y que su memoria tenía más lagunas. Recordaban todo lo del bosque, pero el momento en el que fueron secuestrados y su último día en el bosque no lo tenían claro... Quizá Elliot había decidido que no podía confiar en ellos para mantener la boca cerrada como él había hecho.
Y, a decir verdad, se sentía irreal tenerlos tan cerca en un ambiente diferente al bosque. Aunque, si lo pensaba bien, todo se sentía irreal desde que había despertado en el hospital.
Lion sabía acerca de los problemas familiares de sus amigos, sabía que sería difícil salvarlos de esos problemas... Pero, aún si lo sabía, tenía la certeza de que no se rendiría para ayudarlos.
La tormenta de nieve llegó el día prometido, aunque para entonces Lion todavía no había abandonado el hospital.
No volvió a ver a Elliot desde ese día, y todo apuntaba a que los sucesos en el bosque estaban destinados a ser olvidados.
O eso esperaba Lion.
.
Un par de semanas antes.
Lion siempre había sido un niño bastante perspicaz e inteligente.
Desde que tenía memoria poseía una capacidad para entender temas avanzados a su edad o resolver rompecabezas que otra gente mayor que él no podría.
Nunca se consideró un genio, pues todos le decían que para serlo debía ser bueno en matemáticas o materias similares, y él jamás lo fue.
Por el contrario, Lion prefería lo relacionado a deducir un caso, porque todo lo relacionado con los detectives le llamó la atención desde muy temprana edad al grado de que solía decir que cuando fuera mayor quería ser uno de ellos... Aún si sus padres sacudían la cabeza con aire de desaprobación cuando sacaba ese tema a relucir.
En su escuela, Lion era un alumno promedio. Bueno, podía ser mejor sin lugar a dudas, pero no le gustaba esforzarse en temas que le aburrían, y a veces solía tener la mente concentrada en resolver un problema que hubiera visto en el periódico.
Con su familia, Lion era un tanto reservado, pues sus padres eran gente decente y normal, y como todo padre decente y normal se interesaban por su hijo, sin embargo, tampoco lo hacían demasiado y le daban su espacio, creyendo que era lo común.
Lion no tenía amigos, y no porque los niños de la escuela lo rechazaran o algo similar, sino porque Lion jamás lo vio necesario.
Tenía una rutina que nunca cambiaba: Al despertar, iba a la escuela, y al terminar, volvía por su cuenta a su hogar que quedaba solo a tres cuadras, luego se internaba hasta que sus padres volvieran de trabajar, dormía y el día se repetía.
La monotonía de su vida no le importaba a Lion, de hecho, le parecía un estado de confort bastante agradable.
Pero eso cambió cuando ocurrió el primer secuestro.
Diana Álvarez, ese era el nombre de la niña que desapareció un 18 de abril.
Lion no la conocía en persona, y únicamente sabía que ella iba a su misma escuela a un curso menor al suyo. Es decir, Diana tenía nueve años cuando no volvió de la escuela.
Las autoridades solo pudieron decir que había sido un secuestro, dado que los vecinos cerca de donde ella desapareció afirmaron ver una camioneta blanca estacionada al pie de la acera que se marchó durante la hora en que Diana despareció.
Lion al principio se sintió asustado, como todos los demás niños en la escuela.
No obstante, pronto sintió algo más: intriga y curiosidad.
Quería saber si él sería capaz de resolver este problema.
Su primera pista a seguir fue la calle en donde habían avistado la camioneta, reunió el testimonio de sus compañeros de clase que vivían en esos hogares y que pudieron haberse percatado del transporte, algo que a la policía no se le había cruzado por la mente.
No consiguió gran cantidad de información, y la única conclusión a la que llegó fue que la camioneta era blanca y con ventanas tintadas de negro, lo que no ayudaba demasiado.
Ya habían pasado tres días desde el primer secuestro cuando entonces sucedió el segundo.
Ethan Robles, ese era el nombre del segundo niño que desapareció. Él, a diferencia de Diana, tenía diez años, siendo todavía más pequeño que ella.
En ese momento las patrullas se hicieron más frecuentes en las calles. Los padres no volvieron a permitir que sus hijos fueran solos a la escuela. Los profesores comenzaron a montar guardia afuera de la escuela y evitaron que los niños tuvieran actividades fuera de la misma.
Y sin embargo; aún así se llevó a cabo el tercer secuestro.
Esta vez fue Johana Duarez, quien tenía once años de edad.
Para ese entonces solo habían transcurrido dos semanas desde el primer secuestro.
Y mientras la policía llevaba a cabo su investigación, Lion también llevaba la suya.
Hasta ahora no tenía casi nada, pero esto solo causó que sintiera mayor intriga.
¿Quién hacía estos secuestros y por qué? Era evidente que las víctimas no tenían mayor relación entre sí más allá de ser niños y asistir a la misma escuela, pues los tres vivían en calles distintas, no se conocían y salían a diferentes horas, además de que solo Diana fue secuestrada poco después del horario escolar.
¿Es que acaso el secuestrador lo hacía al azar? Lion esperaba que no, pues sería más difícil predecir quién sería su próxima víctima si era así.
Cuando ocurrió el cuarto secuestro (Oliver Hugt), Lion decidió que ya tenía una teoría: ¿y si las víctimas no habían sido secuestradas?
Es decir, no volvió a avistarse la camioneta blanca desde Diana, y era evidente que la mayoría los niños estuvieron acompañados cuando ocurrieron los secuestros, por no hablar de que no sucedió ningún escándalo notorio que explicara cómo habían sido alejadas las víctimas de la gente con la que estaban. Entonces, era claro que no habían sido secuestradas, sino que se marcharon voluntariamente.
Algo debió atraerlos, y Lion estaba seguro de que ese algo no eran dulces ni nada similar.
No, de hecho, ya tenía la certeza de que, después de todo, sí había algo que uniera a los niños: los cinco conocían a Elliot Cliver, un ilusionista que hacía sus shows cerca de donde vivían.
Muchos niños de su escuela conocían a Elliot, pues él era un hombre joven que tenía una gran carisma y se llevaba bien con todos.
¿Y qué había hecho que Lion sospechara de él? El que sus compañeros de clase le hubieran mencionado casualmente que tanto Diana como Ethan, Johana y Oliver tenían una estrecha relación con Elliot, y solían visitarlo tras clases.
El porqué los policías no habían dado con esta conexión no era difícil de deducir, pues los niños que acudían a los shows de Elliot no le contaban a sus padres, porque Elliot era un artista callejero y ellos no querían meterlo en problemas.
O eso era la justificación que Elliot les daba para que no hablaran de su show.
Y Lion lo sabía porque también había llegado a acudir a uno o dos.
Solo lo había hecho por insistencia de sus compañeros, sin embargo, ahora se alegraba de haberlo hecho.
Ya tenía la certeza de que Elliot era el secuestrador de los niños y que los había atraído con su naturalidad para hablar, y aún así, cuando le contó a sus padres su teoría, ellos se rieron.
—Sabemos que intentas ayudar, Lion —dijo su madre, mirándole con compasión—, pero, ¿por qué no le dejas el trabajo de atrapar al hombre malo a los policías?
—No debes preocuparte por eso —concordó su padre—, la policía va a atrapar a quien hizo esto, ¿de acuerdo? Además, este no es un caso de los libros de misterio que lees, es la vida real, así que no puedes resolverlo.
—Oh, ¿te has enterado que una tormenta de nieve se avecina en dos semanas? —comentó su madre para cambiar el tema con aire de indiferencia—, seguro que será bastante mala si la anuncian desde ahora.
Lion se enojó realmente con ellos.
Y fue por eso, que justo cuando el reloj marcó las doce de la noche, que Lion se escabulló de su habitación, dispuesto a atrapar a Elliot con sus propias manos y hacerle ver a sus padres que tenía razón.
Sabiendo donde vivía el hombre (que era un apartamento descuidado cuya dirección Lion obtuvo al preguntarle a varias personas en la calle), Lion se preparó para tocar la puerta.
Tenía todo organizado, o así lo pensaba, pues había tomado el celular de su madre y tenía la intención de grabar todo lo que dijera Elliot y luego subirlo a la nube para que los datos no se perdieran. Irónicamente, Lion había planeado un gran sinfín de cosas para que Elliot confesara que era el secuestrador... Pero no había pensado en qué hacer una vez que él lo admitiera.
Quizá el calor del momento y su tozudez lo cegaron de darse cuenta de que podía estarse metiendo a la boca del lobo.
Lion esperaba en el pasillo del edificio donde vivía Elliot, delante del apartamento correcto y con sus manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta tras haber llamado a la puerta tres veces.
Cuando la puerta se abrió, Lion sintió un cosquilleo de la boca de su estómago.
A decir verdad, estaba ansioso por descubrir si había logrado resolver un caso que la policía todavía aún no podía comprender.
De la hendidura de la puerta que se formaba contra el marco de la misma emergió el rostro de Elliot, que lucía somnoliento y cansado.
—¿Uh? ¿Quién eres y qué haces tocando mi puerta en la madrugada? —inquirió el hombre, entrecerrando los ojos y mirando a Lion con ligero aire despectivo.
Esto no lo hacía culpable, pensó el niño, pero aún así se sintió irritable ante la idea de que realmente estuviera en presencia de un genuino secuestrador... E incluso hasta un asesino.
—Sé lo que hiciste —comenzó diciendo Lion, mirándole con firmeza y un destello de desafío, apretando el botón en el celular en su bolsillo para empezar a grabar.
Elliot abrió la puerta en su totalidad, apoyando su espalda en el marco de esta y ladeando la cabeza. Su cabello castaño estaba despeinado como un nido de aves, y sus ojos azules brillaban como los de un gato en la oscuridad, lo que resultaba todavía más inquietante. Su atuendo daba la apariencia de que había salido recientemente, pues tenía sus zapatos y también un abrigo oscuro.
—¿A qué te refieres, Lion? —inquirió, y el niño se sorprendió de que Elliot sí supiera su nombre.
No se dejó desconcertar por este hecho, y continuó hablando:
—Sé que fuiste tú quien secuestró a los niños.
Elliot arqueó una ceja.
—¿De qué hablas? Espera... ¿Hablas de los secuestros de la escuela 97? Bueno, realmente son horribles, ¿no es verdad? Pero me temo que tienes al hombre equivocado.
Lion no se dejó influenciar por sus palabras, y tensó la mandíbula.
—No te creo —soltó con certeza—, yo sé que tú los secuestraste, eres lo único que tienen en común los niños, y estoy seguro de que solo tuviste que pedirles que vinieran contigo, ¿no es verdad? Ni siquiera debieron darse cuenta de lo que ocurría hasta que fue demasiado tarde.
Elliot no respondió al principio, cruzándose de brazos y observando detenidamente a Lion.
—Y no me digas, ¿le contaste a la policía sobre tu teoría? —inquirió.
Lion frunció el ceño, pero decidió ir por la alternativa más segura: mentir.
—Por supuesto que les conté.
—¿Y te creyeron?
—¡Claro que me creyeron!
—¿Y dónde están ellos ahora?
Lion titubeó, sin embargo, siguió hablando, ahora enfurecido con Elliot.
—La policía está camino aquí, ¡y ellos van a atraparte!
—Si eso es verdad, ¿por qué te dejarían venir primero?
—No les pedí permiso, ¡simplemente vine sin que lo supieran! Pero eso no implica que no vayan a llegar.
Una sonrisa casi imperceptible tiró de los labios de Elliot, y se inclinó hacia Lion para que la diferencia de alturas entre ambos no fuera tan visible.
—¿Eso significa que estás solo hasta que la supuesta policía llegue? —preguntó él en un tono apenas audible.
—N-no —tartamudeó Lion, percibiendo que el aura que rodeaba a Elliot cambiaba... Sintió como si estuviera delante de la personificación del peligro.
—Te tengo una pregunta, Lion, ¿de verdad estás seguro de que yo soy el secuestrador de tus compañeros de escuela?
El niño se asustó, sintiendo cómo se cerraba su garganta y dándose cuenta de que tener la razón no era tan importante.
—Yo... Quizá me haya equivocado, ¿sabes? No quería molestar... Creo que tal vez debería irme...
Lion retrocedió, tropezando con sus propios pies y cayendo al suelo. Maldijo entre dientes su torpeza, y se culpó todavía más cuando su celular se movió de su bolsillo, resonando contra la madera del piso al estrellarse contra él.
Los ojos de Elliot cayeron sobre el celular que seguía grabando, y caminó hacia él, aplastandolo con la suela de su zapato y causando que el crujido resonara en el pasillo.
—Bueno, pues tienes razón —comentó Elliot, volviendo su mirada hacia Lion y viéndolo sin parpadear—, yo soy el secuestrador.
Lion Lawson, de doce años, fue el sexto niño que fue secuestrado.
Y tenían razón, la curiosidad sí podía matar al gato, y nada cambiaba el que el gato muriera sabiendo.
.
¿Me creen que este "un par de semanas antes" fue lo primero que escribí de toda la historia? Oh, todo surgió porque quería escribir algo sobre este tema y mi moral al respecto acabó por involucrarse y me di cuenta que necesitaba dar una especie de mensaje.
En fin, este sí es el final... Pero todavía no se vayan. Queda algo aún ^^
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