El Drasíl de Koi Vilu
Por las tierras bajas, se veía a nuestro pequeño aventurero con el viento a su favor mientras recorría cada vez más el sendero trazado en su mapa. Para facilitar su travesía, utilizaba las veredas que conectaban el interior del bosque. A lo largo del camino, no había mucho que ver más allá del constante verdor de la maleza. Sin embargo, en un punto donde el suelo era más plano y la vista se volvía menos nítida, Rohan fue emboscado por un orco hambriento. Claramente, se había alejado mucho de su grupo y se encontró cara a cara con su atacante.
(Dra(Dragón)-Síl(Nido) Koi(Pez)-Vilu(Que serpentea por los cielos))
- Detrás de ti. - Advirtió Lepkin con entusiasmo.
- Uhhg... - Murmuró Rohan con la boca seca y falta de aire.
* POW Se cubrió con los brazos y fue lanzado varios metros. *
Con un fuerte golpe, el cuerpo de Rohan fue arrojado a corta distancia, haciendo que rodara un poco antes de ponerse de pie y adoptar una postura defensiva. Al ser su primer enfrentamiento físico con un enemigo, decidió utilizar algo de su inventario que pudiera brindarle apoyo en el campo de batalla. Sin pensarlo dos veces, agarró la calabaza roja para equilibrar las cosas.
* Abrió la tapadera y tomó la calabaza por el extremo superior. Puff... gush... *
- Grrr, ruahrg... ¡ROAR! - Rugió la criatura maldita.
De la calabaza emergió una espesa neblina de humo morado, revelando lo que podría describirse como una gárgola de piel plateada, no más brillante que el carbón, con un aspecto bestial y un carácter irritable. Sometió al orco con una mordida mortal en el cuello después de fallar un par de veces con el garrote, enfureciendo a la maldición hasta el punto en que decidió comérselo y asumir una nueva forma. Cuando volvió la vista hacia su actual dueño, vio cómo aún sostenía la calabaza que lo había contenido anteriormente.
En su mirada se leía claramente la pregunta de cómo haría Rohan para volverlo a encerrar. La bestia maldita simplemente se acercó a él y voluntariamente entró en la calabaza carmesí, con lo cual apareció un sigilo en la corteza de la misma para luego desaparecer.
- Fue muy sensato de tu parte no pelear. No tenías ninguna oportunidad. - comentó el tulpa.
- Lo sé, creo que fue suerte. - Dijo el mestizo, aún asustado por la desagradable experiencia.
- ¿Viste sus ojos? - Preguntó el tulpa.
- ¿Cómo no haberlos visto? Eran tan hipnóticos como las trampas eléctricas para insectos. - Dijo Rohan.
- Por un momento ya no te contaba, Rohan... No vuelvas a soltar esa cosa. - Anuncio el tulpa.
- Espero no tener que volver a hacerlo. - Asintió Rohan sin demora.
Cayó la noche y, con ella, el caos. Con la oscuridad, las criaturas se movían como vehículos por la acera, pero cuando la luna brillaba con su resplandor blanco perla, retrocedían y preferían no salir durante su participación melódica. Envueltos en una aura cósmica, el bosque reveló un camino hacia una diminuta zona zen en las cercanías. Ambos continuaron caminando en silencio, llegando a un manantial inusual. Era un espacio ligeramente despejado, pero aún dentro del bosque. Al pie del manantial, se veía un círculo de hongos escarchados. Sorprendidos, ambos observaron el limitado paisaje y se acercaron con alegría en sus rostros.
Bebiendo del gratificante líquido que fluía con la tranquilidad que solo se encuentra en una zona zen, digna de brotes bondadosos de agua, Rohan sintió sus fuerzas mágicamente restauradas. Procedió a entrar en el círculo con el deseo de estar frente al distante castillo. No sin antes haber rellenado su cantimplora (regalo de las ninfas).
Con los ojos bien abiertos, observó a la distancia un puente de piedra flotante hecho de dragonita con runas difícil de leer, ya que estaba escrito en la lengua de los dragones y apenas podía entenderse. Sin molestarse en traducirlo, Rohan saltó de brinco en brinco para atravesar el puente.
- Esto es una trampa. - Advirtió Lepkin.
- Lo sé, pero igual vamos a entrar. - Respondió Rohan, guiando el paso.
La enorme puerta del castillo se desplegó, invitando a pasar a quien se encontrara frente a ella con una mirada de expectativa. Para su decepción, solo había un pasillo de roca tallada.
- Siento una corriente de aire caliente. - Mencionó Rohan.
- Mira, las paredes están tiznadas incluso por dentro. - Añadió Lepkin.
- Esto no me hace sentir seguro. Deberíamos conseguir ayuda. - Sugirió Lepkin.
- Estamos solos, Lepkin. Nadie peleará nuestras batallas... Ese dragón caerá, o lo haré yo en el intento. - Respondió Rohan con un tono de determinación.
- ¿Desde cuándo te has vuelto tan intenso? - Preguntó sorprendido Lepkin.
- Sígueme y mantente alerta. - Indicó Rohan.
Los ecos de sus pasos resonaban en el castillo, ya que las dimensiones del mismo solo hacían más inquietantes las pausas del silencio entre cada pisada. A pesar de estar casi en ruinas, se podían observar algunas habitaciones intactas, lo que era perfecto para revisar el mapa rápidamente. Con un vistazo, Rohan memorizó los caminos restantes. El dragón se veía descansando en el jardín a la sombra del castillo, por lo que el dúo decidió actuar.
- Lepkin, en la entrada hay una catapulta. Te daré las coordenadas y la activarás después del primer impacto. - Explicó Rohan.
- ¿Y de dónde saco un proyectil? - Se preguntó Lepkin, visiblemente confundido.
- Tú serás el proyectil. Tu cuerpo se puede volver tangible con la ayuda de los elementos, así que deja de holgazanear y retoma tu posición. - Insistió Rohan.
Haciendo uso de la antigua maquinaria del lugar, Rohan planeaba aprovechar al máximo su entorno y, con suerte, utilizarlo a su favor.
- Me acercaré. Esta vez usaremos un ataque coordinado. Espera mi señal. - Indicó Rohan antes de alejarse.
Con la velocidad de un ave de caza, Rohan se deslizó por el aire con facilidad, elevándose lo suficiente gracias a las técnicas de desplazamiento fluido que había aprendido de un miembro de la tribu Rarámuri. Además, gracias a las zapatillas de Hermes que había obtenido al derrotar a un mimic cuando era joven, sus pasos eran ágiles como los de una cuichi, sus saltos veloces como los de un halcón y sus estocadas penetrantes como el picotazo de un carpintero. De su bolsillo sacó lo que parecía una espada de esgrima, pero esta tenía la textura de un cuerno afilado y una punta letal.
El mango tenía una sólida empuñadura de metal con grabados que indicaban que era un objeto de un lugar muy lejano. Apoyándose en la estructura, Rohan se impulsó hasta llegar a la altura del dragón, quien se despertó en cuanto la presión mágica del lugar cambió. Rohan estaba a punto de atacar con un movimiento de caza improvisado:
- Ráfaga Narval: ¡Estocada de furia azul! -
Koi Vilu recibió el ataque por completo, y el dolor que le causó hizo arder su cólera. Con su larga cola, azotó el suelo sin descanso hasta aplastar la amenaza. Sin embargo, Lepkin, al saber que era un ataque coordinado, se disparó antes de que la catapulta fuera destruida por el temblor. Gracias a su acción, se pudo apreciar un espectáculo visual impresionante: una enorme masa de tierra y fuego atravesó el cielo para impactar en el costado de la cabeza del dragón, dejándolo aturdido durante unos minutos. Los gritos del tulpa confirmando el asalto no se hicieron esperar:
- ¿Viste eso? ¡Lo mandé a dormir con los peces! - Exclamó Lepkin victorioso.
Sin perder la valiosa oportunidad, Rohan hizo un último intento por acabar con el dragón. Al darse cuenta de que seguía respirando, sacó dos objetos muy particulares de su bolsillo: una zeta centella de considerable tamaño y una trompeta nórdica encantada. Una vez en el suelo, consumió la zeta para electrificar su magia y tomó una gran bocanada de aire antes de soplar toda la esencia a través de la trompeta, invocando una monstruosa tormenta eléctrica. Cuyo único rayo concentró toda la fuerza espiritual para golpear el cuerpo de Koi Vilu, quien se retorció por tal tormento.
Sus rugidos ahogados resonaron como los chillidos de una ballena, pero más gruesos y menos profundos. Sus restos cayeron del cielo, marcando el final de la noche. Esa noche, el dúo descansó en las recién conquistadas ruinas, tomaron lo que pudieron y se adentraron en ellas. La magia residual en el aire provocó una lluvia que estabilizó los niveles de presión de magia ambiental. Con algo de leña y una chispa del fuego de Lepkin, encendieron una fogata con la que terminaron de cocinaron la carne del dragón. A pesar de que algunos pedazos quedaron crudos y otros carbonizados debido a las irregularidades del cuerpo, fue todo un festín, e incluso alcanzó para el habitante del bule escarlata:
- ¿Estás seguro de lo que haces? - Preguntó Lepkin.
- ¡Ey! Todos necesitamos comer, no lo molestes. - Respondió Rohan.
- Hablo en serio, Rohan. No deberías jugar con eso. No sabemos lo que puede hacer. - Advirtió Lepkin.
- Deberías ver tu cara, realmente le tienes miedo... Sabes, esta es una de las pocas veces que hablas en ese tono. ¿No sabes que ellos prefieren el miedo más que la carne? - Comentó Rohan.
- ¿Puedo saber quién te dijo eso? - Preguntó Lepkin.
- Es simple lógica. - Corrigió Rohan.
- ¿Lógica en un mundo mágico? -
- Si, lo se, mas bien quise decir intuición. -
- ¿Intuición?... Bueno, al menos dices algo con sentido. Solo mantén vigilada esa cosa. Me produce escalofríos cuando me observa desde la calabaza. - Dijo Lepkin.
Rohan tomó la calabaza en sus manos y le destapó la cabeza para arrojar un pedazo de carne de dragón cruda junto con un poco de polen de hada para enriquecer aún más el corte de tan exquisita criatura mágica.
Del interior de la calabaza surgieron sonidos de masticación, y después de tragar, hubo un ligero gruñido de agradecimiento que emergió para sorprender a su dueño. Lo que fuera que estuviera adentro le transmitió un genuino sentimiento de lealtad con solo ese pequeño sonido. Rohan se fue a dormir con confianza, sabiendo que nada les haría daño durante la noche, ni siquiera el demonio dentro de la calabaza, que se encontraba entre los brazos del joven mestizo. Lepkin se acurrucaba sobre su cabeza, impidiendo así el control mental enemigo, pero también porque le gustaba el olor del pelo de Rohan (que olía a flores y especias arboledas).
Salido el sol, todas las criaturas del bosque anunciaron el amanecer con su melódico canto, siendo las aves las primeras en confirmar la llegada de la nueva jornada. La lluvia había cesado y la paz después de la tormenta coloreó los verdes pastizales que pisaron nuestros protagonistas al recolectar el desayuno. Un par de frutas y un buen vaso de agua de lluvia sirvieron como aperitivo antes de continuar con la ruta marcada en el mapa.
- Veamos, aquí dice que no estamos muy lejos de Tula, la ciudad de tribus unificadas por el odio hacia la orden. Pero, ¿Qué conveniente, no crees? - Preguntó Lepkin.
- De no ser porque está hecha cenizas, mira bien el mapa. - Señaló Rohan.
- Oh... No lo sabía. ¿Ya habías pasado por ahí antes, Rohan? - Preguntó Lepkin.
- Sí... Fue hace mucho... -
(Flashbacks) = Después de nacer en el corazón del bosque, los padres de Rohan se esforzaron por encontrar un lugar seguro para criar a su hijo y llegaron a Tula.
Sin embargo, la ciudad cayó apenas días después de su llegada. La Orden ya los tenía bajo su mira, y dar asilo al bebé mestizo fue la gota que derramó el vaso. La ciudad entera luchó por sus ideales, pero a pesar de la ardua batalla, estos perecieron junto con lo que alguna vez fue el hogar de los rebeldes del viejo mundo.
Continuando por la vereda, los amigos siguieron el camino de la aventura. Paso a paso, estaban más cerca de su objetivo principal. Con la sangre de dragón corriendo por las venas de Rohan, este encontró una solución a su problema de almacenamiento, y el maná que se generaba en su interior cambió.
La calabaza también experimentó un cambio, ya que la energía entre ambos resonó y la volteó a ver. Esta hizo el mismo cambio de signo que la vez anterior cuando la alimentó, como si estuviera manifestando algún tipo de cambio evolutivo. No le dio mucha importancia y continuó caminando con el mapa extendido en sus manos.
- ¿Qué opinas, Lepkin? ¿Atravesamos este laberinto o nos desviamos por la zona zen de la derecha? - Preguntó Rohan.
- En los laberintos hay minotauros y no son del todo amistosos, además, huelen feo. Desviarnos nos tomará mucho tiempo y energía que no tenemos... Hmnn... ¿Tienes algún aturdidor en tu bolsillo? - Preguntó Lepkin.
- Déjame ver... ¡Oh sí! ¿Recuerdas el escarabajo llorón que encontramos en aquel sarcófago de la llanura dorada? - Respondió Rohan.
- Hmnn... Sí. - Asintió Lepkin.
- Pues aquí lo tengo. ¿Quieres verlo? - Ofreció Rohan.
- No, no, no, no, déjate de cosas. - Respondió Lepkin.
- Para ser un tulpa, eres algo cobarde. - Bromeó Rohan.
- Y tú muy inútil para ser hijo de dos genios de las artes arcanas. - Contraatacó Lepkin.
- Touché. Será el laberinto, en ese caso. - Decidió Rohan.
- En momentos como estos es cuando más deseo haber permanecido en el vacío. - Suspiró Lepkin.
- Ya somos dos. - Concluyó Rohan.
A medida que se acercaban, la entrada del laberinto se volvía cada vez más evidente. A simple vista, la respuesta era obvia, pero a medida que lo observaban con más detenimiento, se volvía más confuso. El espacio entre la entrada y los amigos se acortaba con cada paso, y pronto los ojos de Rohan y el único ojo de Lepkin leyeron una descripción detallada en la parte superior del marco que decía:
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